Querer no siempre es poder
La serie de Leticia Dolera, 'Vida perfecta', vuelve sobre temas que parecen ser eternos porque todav¨ªa no acabamos de resolverlos bien
Leticia Dolera re¨²ne todas las caracter¨ªsticas para ser odiada, envidiada y sometida a esos rigurosos escrutinios que solo sufren las mujeres que osan ocupar el espacio p¨²blico y que adem¨¢s pretenden hacerlo con autoridad. Es inteligente, es valiente, es atractiva y, sobre todo, no esconde sus contradicciones, sino que se interroga permanentemente sobre ellas y hace por tanto que los dem¨¢s tambi¨¦n lo hagamos. Hab¨ªa pues condicionantes m¨¢s que suficientes, sin contar con la pol¨¦mica que en su momento ocasion¨® la no contrataci¨®n de una actriz embarazada, para que la serie de la que ella ha sido principal art¨ªfice fuera recibida con las u?as bien afiladas. Sin embargo, mucho me temo que, gustos aparte, va a resultar complicado ponerle un pero a un producto audiovisual hecho con inteligencia y ternura.
La serie?consigue en apenas ocho horas ofrecernos un retrato completo y emocionante de las encrucijadas en las que se encuentran las mujeres
Vida perfecta consigue en apenas ocho horas ofrecernos un retrato completo y emocionante de las encrucijadas en las que se encuentran las mujeres en general y muy en particular las que ahora tienen entre 30 y 40 a?os. Esa generaci¨®n que creci¨® en democracia, en una sociedad formalmente igual y a la que se le permiti¨® so?ar con un futuro en el que esos sue?os eran realizables. ¡°Querer es poder¡±, vaya mierda de sentencia dice Esther al final de la serie, ¡°querer es querer¡±. El sue?o de una vida perfecta, que en gran medida pasa, en el caso de ellas, por cumplir los esquemas que el orden patriarcal ha dise?ado durante siglos de manera casi invariable, se da de bruces con una realidad en la que es una piedra esencial la contradicci¨®n que sigue habiendo entre los discursos y la pr¨¢ctica, entre lo que da de s¨ª la autonom¨ªa individual y las estructuras sociales, entre las expectativas generadas por la sociedad de los deseos y la cotidianidad de las barreras.
La serie, cuyo guion escrito por Dolera y por ese hombre al que tanto me gustar¨ªa abrazar, Manuel Burque, tiene las dosis perfectas de comedia y en alg¨²n momento de casi melodrama, vuelve sobre temas que parecen ser eternos porque todav¨ªa no acabamos de resolverlos bien. La maternidad como cautiverio para las mujeres, la jodida conciliaci¨®n, que acaba siendo responsabilidad de las madres (hero¨ªnas), el matrimonio como v¨ªnculo que en su esencia parece contradecir la ansiada autonom¨ªa que perseguimos, el pu?etero amor al que no renunciamos a ponerle el adjetivo de rom¨¢ntico o lo c¨ªnicos que somos con frecuencia al tolerar a los diferentes a quienes en el fondo no reconocemos como iguales.
Vida perfecta, que es una serie no solo creada y dirigida por mujeres, sino tambi¨¦n atravesada por un compromiso emancipador (o sea, feminista), tiene la gran virtud de ofrecernos adem¨¢s esa otra parte del relato que con demasiada frecuencia est¨¢ ausente. Todo lo que viven las tres protagonistas, y que las hace enfrentarse a dilemas y angustias, pero tambi¨¦n a alegr¨ªas, no suele formar parte del imaginario que identificamos con lo humano, con lo realmente importante, es decir, con lo que los hombres hemos entendido siempre que constituye el eje sobre el que gira el mundo.
Y las mujeres protagonistas son, adem¨¢s, justamente eso, protagonistas, tienen deseos propios, tratan de conducir sus propias trayectorias, no son sat¨¦lites que giran alrededor de la omnipotencia masculina. En este sentido, no hay m¨¢s que comprobar c¨®mo las vemos, por ejemplo, due?as y se?oras de su sexualidad, llevando la voz cantante cuando se trata de follar, dej¨¢ndose llevar por impulsos y calenturas, viviendo el placer en soledad o en la compa?¨ªa m¨¢s variopinta que podamos imaginar. Y lo subrayo porque todav¨ªa sigue siendo poco habitual ver en las pantallas a mujeres que no existan en funci¨®n de los deseos masculinos. Las interpretaciones impecables de la propia Dolera, de Cecilia Freijeiro y de Aixa Villagr¨¢n logran el milagro de que sintamos encarnadas en sus cuerpos las ansias de infinitud chocando con los barrotes de la jaula.
Al igual que en su primer largometraje, Requisitos para ser una persona normal, lo que Leticia Dolera vuelve a plantearnos, sin renunciar al humor y sumando siempre la energ¨ªa positiva que suponen los afectos, es toda una lecci¨®n sobre la radical imperfecci¨®n que nos define y, por tanto, sobre la extrema vulnerabilidad con la que nos movemos por la vida. Es eso justamente los que nos convierte a todas y a todos en seres con capacidades limitadas, muy lejanos de los h¨¦roes y de las hero¨ªnas con que el mercado trata de convencernos de que la felicidad es posible.
Lo cierto es que la fr¨¢gil felicidad que podemos ir construyendo, siempre en precario, tiene mucho m¨¢s que ver con las capacidades que nos muestra el personaje de Gari que con las que creemos disfrutar quienes ocupamos c¨¢tedras, buf¨¦s de abogados o consultas m¨¦dicas. La impresionante interpretaci¨®n de Enric Auquer consigue que miremos a ese hombre de capacidades diversas no desde la compasi¨®n sino desde la empat¨ªa que provoca el reconocimiento. Gari representa desde muchos puntos de vista el hombre que deber¨ªamos ser. De la misma manera que la escena final de la serie, que entiendo que es solo un punto y aparte, nos abre la puerta a otro mundo posible en el que la sororidad y la ruptura de los estrechos m¨¢rgenes que nos autoimponemos pueden acercarnos a una vida libre de cautiverios. La quebradiza y contradictoria vida desde la que Esther podr¨¢ seguir creando, Cris liber¨¢ndose de las pu?etas de abogada y Mary comiendo sand¨ªa caliente en la playa y siendo una madre imperfecta. Y Juanito, claro, tan feliz.
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