El hambre que cien a?os dura
Guatemala es conocido por sus altos ¨ªndices de violencia. Pero no solo hieren las balas. La falta de alimentos, exacerbada por el cambio clim¨¢tico, mata y lastra el desarrollo de la mitad de sus ni?os
Dice un refr¨¢n que no hay mal que cien a?os dure, pero el hambre en Guatemala va camino de prolongarse un siglo. La escasez de alimentos, exacerbada por el cambio clim¨¢tico, provoca que los agricultores de subsistencia y las familias m¨¢s vulnerables no tengan qu¨¦ comer. Y la situaci¨®n no tiene pinta de mejorar.
"Cuando muere un miembro de la comunidad por falta de alimentos y medicinas, ayudamos a la familia a encontrar una cajita para el cementerio". En tres meses, en el Sector Cinco de Matasanos, donde hay 75 viviendas, han enterrado a siete de sus vecinos, de ellos una ni?a de un a?o y un cr¨ªo de ocho. Como dice Marta Alicia Suchile Ram¨ªrez, l¨ªder comunitaria, no ten¨ªan qu¨¦ comer. Tampoco recursos para comprar medicamentos para la neumon¨ªa o la diarrea. Mucho menos para un ata¨²d.
La desnutrici¨®n aguda ¡ªbajo peso para la talla¡ª que pone en riesgo la vida de los m¨¢s vulnerables, sobre todo los ni?os, se ha disparado en el Corredor Seco de Guatemala a la par que la recurrente sequ¨ªa destruye las cosechas a?o s¨ª y al siguiente tambi¨¦n. As¨ª desde 2012. No hay cuerpo que lo aguante. "Son agricultores de infrasubsistencia. Trabajan o cultivan y no les alcanza para sobrevivir", resume V¨ªctor Sosa, coordinador de proyectos de ayuda humanitaria de Asedechi, la Asociaci¨®n de Servicios y Desarrollo Socioecon¨®mico de Chiquimula, departamento al Este del pa¨ªs.
El verde de la abundante vegetaci¨®n que se ve desde la vivienda de Joana Hern¨¢ndez Ram¨ªrez, en la loma de un monte y a la que se llega por un camino empinado y por tramos peligroso, enga?a. No ha llovido durante meses, justo en los que el ma¨ªz que su marido cultiva en sus tres tareas (cada una de unos 20 metros cuadrados) ten¨ªa que crecer. ¡°Y solo eso nos dio¡±, se?ala un saco con mazorcas con las que la familia se alimentar¨¢ apenas 15 d¨ªas.
Esta joven de 23 a?os, madre de tres hijos, ya sabe lo que es pasar hambre. El pasado abril, Asedechi llev¨® a cabo una sesi¨®n de monitoreo del estado nutricional de los ni?os, mujeres embarazadas y lactantes en su aldea, Quebradaseca. Su peque?o de ocho meses ten¨ªa desnutrici¨®n aguda moderada que se pudo tratar con medicamentos. Pero el mediano, de dos a?os, requer¨ªa atenci¨®n especial por su estado grave, lo que significa riesgo de muerte. "Tuve que estar 15 d¨ªas con ¨¦l en el centro de recuperaci¨®n. Estaba desconsolada porque cre¨ªa que no se iba a reponer", relata afligida en su casa de paja, sobre su cama de ca?as, sin electricidad, ni cocina o ba?o. "Necesitamos ayuda para irnos de este pa¨ªs pobre".
¡ª ?Ad¨®nde?
¡ª Donde haya dinero.? ?
Durante tres meses, Hern¨¢ndez fue una de las beneficiarias de la ayuda que destin¨® Asedechi con fondos de Oxfam para atender la crisis alimentaria que amenaza la vida de los habitantes de Chiquimula. Recibi¨® harina fortificada y transferencias monetarias ¡ª119 quetzales (34 euros) mensuales por miembro¡ª para adquirir comida. "Ma¨ªz, arroz, leche, papa", detalla. Con ello, se fortalecieron y evitaron la reca¨ªda. Pero teme que ahora, sin apoyo ni cosecha, sin lluvia y con un grifo reci¨¦n instalado, pero que no da una gota de agua, sus ni?os vuelvan a padecer desnutrici¨®n. Sin posibilidad real de emigrar, como tantos miles de guatemaltecos han hecho en busca de un destino mejor, su ¨²nica esperanza es que su marido encuentre trabajo de jornalero, por el que le pagar¨ªan 25 quetzales (2,90 euros) por jornada. En una familia de cuatro miembros, ese ingreso seguir¨ªa muy por debajo del umbral de la pobreza extrema (1,90 d¨®lares al d¨ªa por persona).
En Guatemala, el 23,4% de la poblaci¨®n era extremadamente pobre en 2014, no lograban cubrir el costo de una canasta b¨¢sica de alimentos para asegurar un m¨ªnimo de calor¨ªas
La de Hern¨¢ndez no es una historia poco com¨²n en Guatemala. El 23,4% de la poblaci¨®n era extremadamente pobre en 2014, no alcanzaban a pagar una canasta b¨¢sica de alimentos para cubrir un m¨ªnimo de calor¨ªas, seg¨²n los ¨²ltimos datos del Instituto Nacional de Estad¨ªstica. Un 8,7% no ingresaba m¨¢s de 1,90 d¨®lares, en t¨¦rminos del Banco Mundial. N¨²meros en ambos casos peores que los del a?o 2000, pese a que este es un pa¨ªs de renta media con un crecimiento anual del PIB del 3%. La desigualdad aumenta y las poblaciones rurales e ind¨ªgenas son las paganas.
Solo en los departamentos de Chiquimula y Baja Verapaz, las organizaciones Asedechi, Oxfam y Coraz¨®n de Ma¨ªz encontraron que un 2,5% de los menores de cinco a?os ten¨ªan desnutrici¨®n aguda en 2016, una tasa tres veces m¨¢s alta que la media nacional. Los proyectos de asistencia humanitaria implementados hasta 2019 han conseguido resultados positivos, pues la incidencia de este mal se redujo a un 1,1%, seg¨²n su estudio. A pesar de que las p¨¦rdidas agr¨ªcolas han ido a peor: en 2018, la sequ¨ªa y las lluvias torrenciales destruyeron entre el 70 y el 80% de las cosechas.
Pese al ¨¦xito de este tipo de intervenciones, todav¨ªa "al menos 33.312 ni?os requieren tratamiento o protecci¨®n urgente frente al hambre estacional y la desnutrici¨®n aguda" en los 81 municipios del Corredor Seco guatemalteco, advierte el informe Las intermitencias del hambre (2019) de Oxfam Guatemela. "El cambio clim¨¢tico nos est¨¢ tirando a la cara lo que no se resolvi¨®", se queja Iv¨¢n Aguilar, responsable de emergencias humanitarias de la ONG.
Vilvian Consuela es la m¨¢s peque?a de los ocho hijos de Juana L¨®pez, de 42 a?os. La beb¨¦ de un a?o reci¨¦n cumplido cay¨® en desnutrici¨®n aguda, como otros dos de sus hermanos. Su dieta se limitaba a tortillas de ma¨ªz con sal, frijol cuando pod¨ªan comprarlo, y beb¨ªan agua contaminada que la madre se encarga de ir a buscar cada d¨ªa a un arroyo. Ahora sabe que debe hervirla antes de consumir y preparar un men¨² m¨¢s variado. Tambi¨¦n que tiene que cortar las u?as a los ni?os y mantenerles limpios.
Las condiciones de la vivienda de madera, que comparten con su gallina, con suelo de tierra y la cocina ¡ªun mont¨®n de le?a en el suelo¡ª en el interior, no ayudan. La falta de higiene y el humo del fuego, propician las enfermedades infecciosas y respiratorias. La falta de agua, tanto para beber como para el aseo personal y la limpieza de ropa y enseres, se nota. Su retrete es un hoyo en la tierra, sucio, pero que al menos est¨¢ en el exterior de la casa.
El censo de 2018 revela que m¨¢s de la mitad del pa¨ªs cocina con le?a, un 37% no tiene saneamiento y un 61% tampoco un grifo de agua potable dentro de la vivienda. En este contexto, es f¨¢cil tener diarrea, una neumon¨ªa o tosedera, como dicen. Estas dolencias y la desnutrici¨®n aguda son una combinaci¨®n fatal. Ir al centro de salud tampoco es tarea f¨¢cil.
Desde el hogar de Juana L¨®pez, una vivienda de dif¨ªcil acceso en El Naranjo, el trayecto a la cl¨ªnica es casi un ejercicio de escalada y descenso por valles y monta?as. Aunque los vecinos est¨¢n acostumbrados a bajar y subir los empinados senderos, hacerlo con un ni?o enfermo a cuestas complica la traves¨ªa. Ausentarse del hogar significa adem¨¢s dejar solos al resto de los hijos, no recoger le?a ni agua, ni cocinar para ese d¨ªa. Si el padre se queda en la casa para hacer tales tareas, no trabaja. Y si el caso es grave y el peque?o es derivado al centro de recuperaci¨®n nutricional en el municipio de Jocot¨¢n, les cuesta 40 quetzales (4,5 euros) el transporte de ida y vuelta. El salario de dos d¨ªas como jornalero. Un lujo.
Catalina Casiani, de 33 a?os, ha hecho el esfuerzo de bajar con su hija Micaela, de un a?o, al centro de salud en El Naranjo. La ni?a tiene diarrea. Glendi Otajaca, una de las tres auxiliares de enfermer¨ªa de la cl¨ªnica, le entrega unos sobres de suero y medicamentos. Le explica c¨®mo se los tiene que administrar y, de paso, le da un tratamiento para los piojos. "Cada d¨ªa vemos a unos 20 o 25 pacientes. Normalmente vienen con dolor de cuerpo o de cabeza, amigdalitis, diarrea...", explica la especialista. Las medicinas para estos males son gratuitas, pero no siempre tiene en la botica para d¨¢rselas a los enfermos que pocas veces regresan a por ellas. Hoy, Casiani ha tenido suerte.
En estas comunidades, la din¨¢mica familiar es com¨²n. "El hombre trabaja tres d¨ªas por semana por unos 25 o 35 quetzales (unos tres y cuatro euros) y la mujer est¨¢ a cargo de las tareas no remuneradas como acarrear el agua, buscar le?a y cuidar de los ni?os", explica Sosa. "Solo pueden pensar en comer cada d¨ªa". Esa es la principal preocupaci¨®n de Timotea Garc¨ªa, de 28 a?os, y su marido Antonio Mart¨ªnez, de 27. "Aqu¨ª somos pobres, como decimos", constata ella. No exagera. Su vivienda est¨¢ construida con paja, hogar id¨®neo para insectos transmisores de enfermedades, como el dengue. En el interior hay un fuego de le?a para cocinar y su peque?a de seis meses, Pastora, duerme en un saco colgado en una esquina. No es un juguete, es su cuna. La hermana, de cuatro, comparte un camastro de palos con sus padres.?
"Querr¨ªa tener una casa. Aqu¨ª mismo, pero con l¨¢minas y hierros", dice la madre. Es un sue?o. Mart¨ªnez trabaja de jornalero en el corte de caf¨¦, pero lleva tres semanas sin labor. "La producci¨®n ha ca¨ªdo por la plaga de la roya que ha llegado a terrenos altos que antes no alcanzaba. Trabajan menos y cobran menos debido al desplome del precio en el mercado internacional", apunta Aguilar, de Oxfam Guatemala. En la pr¨¢ctica, para este matrimonio significa un plato vac¨ªo. "Si no hay trabajo, no comemos", razona el padre. Cuando s¨ª hay empleo, Mart¨ªnez gana entre 100 y 200 quetzales a la semana (de 12 a 24 euros). "Compramos frijol, az¨²car, ma¨ªz y ropita para los ni?os", anota ella. Lo que no suele suceder, matiza. Por eso, y porque su beb¨¦ padeci¨® desnutrici¨®n aguda, recibi¨® ayuda tres meses. Pero sus ¨²ltimas reservas se agotaron hace dos semanas.
En opini¨®n de V¨ªctor Sosa, de Asedechi, la soluci¨®n pasa por introducir cultivos que soporten la sequ¨ªa y generen ingresos. "Pero no lo vamos a conseguir, tienen el ma¨ªz y el frijol metido en la cabeza y solo siembran eso", lamenta. Tambi¨¦n ayudar¨ªa atraer alguna industria, adem¨¢s de la del caf¨¦, que genere empleo. Para ello, es necesario un mayor nivel de educaci¨®n. La primaria est¨¢ garantizada, pero la secundaria no. "Muchos menos una carrera", a?ade. Garc¨ªa y Martinez no saben leer ni escribir. En el pa¨ªs, un 15% de hombres y 22% de mujeres son analfabetos. Pero es m¨¢s com¨²n en comunidades rurales e ind¨ªgenas.
La otra desnutrici¨®n que no mata, pero condena de por vida
Guatemala aqueja otra crisis con la comida. Una lenta e invisible, que no mata, pero destruye futuros. Es la desnutrici¨®n cr¨®nica que afecta al 46,5% de sus ni?os, lo que le convierte en el pa¨ªs de Am¨¦rica Latina y el Caribe con mayor incidencia. Tambi¨¦n conocida como retraso en el crecimiento porque la falta de nutrientes suficientes durante la primera infancia ¡ªlos primeros mil d¨ªas (desde la concepci¨®n hasta los dos a?os)¡ª impide el normal desarrollo f¨ªsico y cognitivo, decrece a un ritmo tan lento que Guatemala tardar¨¢ 73 a?os en llegar al nivel de Costa Rica, que tiene un 6%.
"Entre 1995 y 2015, la desnutrici¨®n cr¨®nica se redujo un 8,5%. A ese paso se necesitar¨ªa un siglo para erradicar el problema", denuncia el informe Entre el suelo y el cielo, de Oxfam. Ese insuficiente progreso es, adem¨¢s, muy desigual. En regiones empobrecidas e ind¨ªgenas, el retraso en el crecimiento es mayor y aumenta. Es lo que hallaron los investigadores de la ONG en los departamentos de Chiquimula y Baja Verapaz: en solo tres a?os, el porcentaje de menores de cinco a?os afectados subi¨® de un 60,7% en 2016 a un 67,8% en 2019. Un incremento del 6,9%.
Un 46,5% de los ni?os de Guatemala padece desnutrici¨®n cr¨®nica, es la tasa m¨¢s alta de Am¨¦rica Latina y el Caribe
Las organizaciones detectan este problema al realizar las sesiones de monitoreo nutricional ¡ªen las que controlan el peso, la talla, la edad, el estado de salud¡ª en las comunidades. El objetivo es salvar las vidas de los ni?os en peligro por desnutrici¨®n aguda. Pero sus datos reflejan lo que es perceptible a simple vista: la mayor¨ªa de ellos son varios cent¨ªmetros m¨¢s bajitos de lo que les corresponder¨ªa para su edad. Un drama que, a partir de los cinco a?os, ya es irreversible.
Y no es solo un problema de altura. Su sistema inmune debilitado no podr¨¢ defenderles de muchas enfermedades y su menor capacidad cognitiva les dificultar¨¢ entender las lecciones en el colegio. De adultos, tendr¨¢n dificultades para encontrar trabajo; si consiguen uno, cobrar¨¢n menos debido a sus mermadas competencias. Las mujeres tendr¨¢n m¨¢s probabilidades de sufrir problemas durante el parto debido a su menor tama?o corporal.
"Este pa¨ªs tiene un ancla en su desarrollo", analiza Miguel Gonz¨¢lez Gull¨®n, responsable de la Cooperaci¨®n Espa?ola en Guatemala. Pero mientras el Estado no tome las riendas de la lucha contra la desnutrici¨®n, todo son tiritas. "La presi¨®n fiscal es una de las menores del mundo, un 10% del PIB. Con esta cifra es imposible tener mejores indicadores", razona.
Guatemala no solo redistribuye poco a trav¨¦s de lo p¨²blico, sino que adem¨¢s su inversi¨®n en partidas importantes contra la desnutrici¨®n es insuficiente. As¨ª, apenas destina un 2,2% del PIB a salud, muy por debajo del 6% m¨ªnimo que recomienda la OMS. Y lo hace mal: seg¨²n el Banco Interamericano de Desarrollo, este pa¨ªs tiene la sanidad m¨¢s ineficiente de la regi¨®n.?
"Hay funcionarios y t¨¦cnicos que tienen voluntad de mejorar las cosas. Pero quienes toman las decisiones, no. Est¨¢n preocupados por repetir en el poder", espeta Aguilar, de Oxfam. Con la esperanza en los presupuestos para 2020, la ONG examina qu¨¦ partidas son prescindibles para poder aumentar el gasto contra la desnutrici¨®n por ni?o de 0,30 euros a 1,40. Una peque?a batalla de muchas. Para que la guerra no se alargue un siglo.
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