?Para qu¨¦ pueden servir las instituciones?
No es una buena idea pensar que la Comisi¨®n Nacional de Derechos Humanos de M¨¦xico deba ser una colaboradora m¨¢s que el poder pol¨ªtico se empe?a, a su propio riesgo, en producir
En los intentos de transformaci¨®n que en M¨¦xico est¨¢n en marcha, y con independencia de sus incidencias reales o discursivas, es central precisar el modo como desde el poder pol¨ªtico se visualizan a las instituciones. Dejando de lado los ejercicios narcisistas de imposici¨®n del ego, quienes tienen el poder buscan utilizarlo para realizar un ideario. Con base en este, tratan de transformar la realidad en cierto sentido para cambiar condiciones de vida y a las vidas mismas. En ese buscar, hay dos maneras de concebir a los ¨®rganos del Estado. Una, la m¨¢s obvia, como obst¨¢culos al hacer de quienes detentan el poder estatal. Bajo esta visi¨®n, a un tribunal independiente, a una contralor¨ªa poderosa, a un congreso dialogante, o a cualquier otro ¨®rgano que haga resistencia, se le tendr¨¢ como inconveniente, opositor o adversario. Bajo esta imagen, lo que dicen y deben decir ser¨¢ irrelevante, cuando no de plano inconveniente, no por el dicho mismo que posiblemente ni siquiera se escuche, sino por provenir de alguien que previamente ya estuvo significado. En los afanes por hacer, conquistar o dominar, ser¨¢ evidente que se hace lo correcto. Que imponer es el modo adecuado de hacer, pues para eso se es mayor¨ªa democr¨¢tica o totalidad autoritaria.
Otra manera de ver a los ¨®rganos estatales es, sin renunciar a la b¨²squeda de los cambios deseados, aceptar sus posibilidades colaborativas y ordenadoras. En esta visi¨®n, lo hecho por los ¨®rganos del Estado no se asume de antemano como un frenar por frenar o un impedir por impedir, sino como un juego colaborativo y complementario dentro de un complejo entramado de competencias diferenciadas, para darle funcionalidad a un todo. La decisi¨®n de un tribunal para declarar la inconstitucionalidad de una ley, no se entiende como un mero rechazar, sino como la manera de avenir o revisar lo hecho por el ¨®rgano legislativo con la Constituci¨®n. Que ello sea perturbador de la acci¨®n pol¨ªtica misma, nadie lo duda, ni habr¨ªa porqu¨¦ hacerlo. Lo relevante, sin embargo, es entender la existencia de un juego reglado en el que no todo vale y que, finalmente, se juega dentro de una red de posibilidades diferenciadas e identificadas por distintas racionalidades y aspectos.
En los pr¨®ximos d¨ªas, tal vez horas, se decidir¨¢ qui¨¦n presidir¨¢ la Comisi¨®n Nacional de Derechos Humanos. En este nombramiento quedan bien ejemplificadas las dos posibilidades que acabo de se?alar. El Senado puede, en efecto, partir de la idea de que tan importante ¨®rgano no debe ser estorbo para la acci¨®n que en varios frentes desempe?a el Gobierno. Por ejemplo, que no debe emitir recomendaciones sobre el trato a los migrantes, las ausencias en la b¨²squeda de los desaparecidos o los actuares de las fuerzas armadas y la Guardia Nacional. Tambi¨¦n puede suponerse que lo mejor es dejar actuar a quien tiene el poder, pues sus muchos millones de votantes originarios as¨ª lo exigen. De procederse as¨ª, existir¨¢ una autorizaci¨®n en blanco para el actuar, en donde los ¨²nicos l¨ªmites vendr¨¢n, o de la necia realidad, o de las limitaciones autoimpuestas por sus ejecutores.
Sin embargo, el Senado puede tambi¨¦n comprender que, precisamente por todo lo que implica la transformaci¨®n que se est¨¢ intentando, es necesario constituir un ¨®rgano capaz de advertir, se?alar y detener ciertas acciones que los titulares de los legitimados poderes p¨²blicos quieran realizar. No parece mal admitir que dada la amplitud de lo buscado y la deriva organizacional que se est¨¢ provocado para modificar aquel instrumento con el que despu¨¦s se quiere transformar la realidad, es posible que se cometan errores y abusos. En esta perspectiva realista del porvenir, es preciso someterse a la visi¨®n colaboracionista de la institucionalidad. Tal vez de ello dependa no solo la realizaci¨®n de lo buscado, sino la no realizaci¨®n de lo no pensado y de lo nunca querido. Salvo que se quiera, a como d¨¦ lugar y por sobre todo, que las acciones no tengan controles preventivos ni identificaciones ni menos reparaciones. No es una buena idea pensar que la Comisi¨®n Nacional de Derechos Humanos (CNDH) deba ser una m¨¢s de los ya de por s¨ª amplios colaboradores que el poder pol¨ªtico se empe?a, a su propio riesgo, en producir.
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