C¨®mo repeler una invasi¨®n del espacio personal (y mantener el ¨ªntimo libre de extra?os)
Todos tenemos una burbuja que nos rodea y hay quien no se da cuenta cuando sobrepasa los l¨ªmites
Laura (nombre ficticio) no soporta que un obrero se le acerque. No es por un problema de clasismo, sino porque siente invadido su espacio personal. "El origen est¨¢ en la aversi¨®n al polvo que se genera en las obras, y ella lo ha extrapolado las personas", explica el psic¨®logo Enrique Garc¨ªa, psic¨®logo miembro del Colegio Oficial de Psic¨®logos de Madrid, quien a?ade que, aunque se trata de un caso extremo ("llevado a la fobia"),?todos compartimos con ella esa segunda piel invisible, una burbuja que nos rodea que puede llegar a ser motivo de conflicto.
La mayor parte del tiempo no la sentimos, pero nos molesta cuando alguien la atraviesa sin nuestro permiso. Entonces s¨ª que se produce una ofensa. El problema es que el motivo del agravio no est¨¢ claro para todos. ?A qui¨¦n se le ocurre sentarse junto al ¨²nico pasajero que viaja en un autob¨²s que va vac¨ªo? ?Por qu¨¦ cuando vamos al cine a la sesi¨®n de la hora de comer, para gozar de una sala pr¨¢cticamente desierta, siempre hay alguien que se sienta justo en la butaca que est¨¢ delante de la nuestra?
"El concepto de espacio vital se explica a trav¨¦s de la teor¨ªa de la prox¨¦mica, que viene del lat¨ªn proximus (muy cercano)", explica Garc¨ªa. Es un t¨¦rmino que acu?¨® el antrop¨®logo Edward Hall a mediados del siglo pasado en su libro La dimensi¨®n oculta (Penguin Random House), donde estableci¨® las bases que delimitan y condicionan esta burbuja. "La cultura es uno de ellos. Por ejemplo, en Tailandia las personas no se tocan la cabeza, podr¨ªan matarte por hacerlo. Sin embargo, en Bilbao, darse un par de golpes en la espalda y decirse un a¨²pa es una muestra de aprecio entre colegas". Se trata, en definitiva, de una cuesti¨®n de comunicaci¨®n, tanto con el entorno que nos rodea como con el resto de personas.
Un instinto animal y milenario
Lo llevamos dentro desde hace miles de a?os. "Son elementos que arrastramos desde el Pleistoceno, que vienen del derecho a defender nuestros territorios", indica el psic¨®logo. Podr¨ªamos hablar de una cuesti¨®n de instinto, que tambi¨¦n tienen los animales. Por ejemplo, lo compartimos con las cebras quienes establecen un per¨ªmetro de seguridad en torno a su cuerpo y ante una amenaza permanecen quietas hasta que el depredador traspasa esa l¨ªnea invisible (momento en el que huye), explica el profesor de la Universidad de Princeton, Michael Graziano, en su libro The Space Between Us ("El Espacio Entre Nosotros", en ingl¨¦s), donde analiza el espacio vital desde una perspectiva neurocient¨ªfica.
Como la cebra, "todos tenemos nuestras distancias, que son m¨¢s o menos similares", afirma el psic¨®logo. En nuestro caso, el espacio vital abarca m¨¢s o menos en funci¨®n del lugar en el que estemos y con qui¨¦n nos relacionemos. De hecho, Hall delimit¨® cuatro distancias y sus per¨ªmetros: la ¨ªntima (desde nuestro cuerpo hasta unos 45 cent¨ªmetros), la personal (de los 46 a los 120), la social (desde que acaba la personal hasta 3,7 metros) y, por ¨²ltimo, el espacio p¨²blico, que es la distancia que abarca desde el final de la social hasta los 7,6 metros. Los problemas "llegan cuando alguien se sale de estas distancias", aclara Garc¨ªa. A diferencia del animal, no correremos cuando esto ocurra, pero s¨ª nos generar¨¢ una situaci¨®n de tensi¨®n.
Un movimiento clave para recuperar el espacio
Hay situaciones m¨¢s f¨¢ciles de solventar, como las que pasan en el espacio p¨²blico, que, normalmente, est¨¢n relacionadas con las masificaciones. "Yo, por ejemplo, no tengo problema en ir al Corte Ingl¨¦s cualquier d¨ªa de semana, pero no soy capaz de ir a las rebajas por la cantidad de gente. Es lo que puede ocurrirle a la gente con lugares como el Rastro o en los eventos deportivos", explica el psic¨®logo. ?La soluci¨®n? Sencillo: evitarlos.
Los problemas m¨¢s inc¨®modos llegan cuando se trata de los espacios m¨¢s cercanos a nuestro cuerpo. Todos conocemos a alguna persona que toca el hombro, el brazo o la cara mientras nos habla, o a esa otra que se inclina demasiado hacia nosotros en plena tertulia, sin darse cuenta del mal rato que nos hacen pasar. "Existen herramientas para evitar este tipo de situaciones", asegura el psic¨®logo. Por ejemplo, "cuando todav¨ªa se pod¨ªa fumar en los bares, una t¨ªpica era la de echarle el humo en la cara". Pero las hay m¨¢s educadas (y tambi¨¦n m¨¢s saludables): "Con el que se acerca mucho al hablar, podemos adelantar una pierna para recuperar espacio", indica el experto.
Para solucionar el problema de quien toca demasiado, no queda otra que armarse de valor y dec¨ªrselo. "Dependiendo de la cercan¨ªa podemos usar formas m¨¢s directas o m¨¢s cuidadosas. Si es un amigo, podemos decirle que se est¨¦ quieto. Si no conocemos tanto a la persona, podemos explicarle que no es con mala intenci¨®n, pero que no nos gusta que nos toquen", dice Garc¨ªa. Probablemente la otra persona no se est¨¦ dando cuenta de que est¨¢ invadiendo nuestro espacio vital, y no lo abandonar¨¢ hasta que le pidamos que lo haga.
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