As¨ª cay¨® el muro, as¨ª cambi¨® el mundo
Una serie de casualidades condujo a que el 9 de noviembre de 1989 se derribara la pared de hormig¨®n que separaba Berl¨ªn. El corresponsal de EL PA?S que lo narr¨® hace 30 a?os reconstruye aquel d¨ªa
Hay momentos del 9 de noviembre de 1989 que nunca olvidar¨¦. El primero, obviamente, el de la sorpresa e incredulidad que sentimos todos los presentes en el Centro de Prensa Internacional (IPZ) de la Mohren?strasse, en Berl¨ªn Oriental, cuando G¨¹nter Schabowski, un miembro del politbur¨® del partido comunista de Alemania Oriental (SED, por sus siglas en alem¨¢n), tras una ins¨ªpida conferencia de prensa, nos dijo que el muro de Berl¨ªn acababa de caer. Preguntado por la anunciada reglamentaci¨®n para salir del pa¨ªs ¡ªuna de las demandas claves de los ciudadanos de la Alemania comunista¡ª, Schabowski sac¨® un papel del bolsillo sin saber lo que conten¨ªa y ley¨® que se hab¨ªa decidido ¡°implementar una regulaci¨®n que permite a cualquier ciudadano de la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana (RDA) abandonar la RDA a trav¨¦s de cualquiera de los pasos fronterizos¡±. ?A partir de cu¨¢ndo?, le preguntamos. Volvi¨® a mirar el papel y dijo: ¡°Ab sofort¡±, inmediatamente.
El otro momento imborrable sucedi¨® unas horas m¨¢s tarde, bien entrada la noche, cuando tras una inquietante espera se abri¨® el paso por el Checkpoint Charlie de la Freidrich?strasse. Los euf¨®ricos ciudadanos hab¨ªan empezado a desfilar y uno de ellos se acerc¨® al grupo de periodistas que contempl¨¢bamos incr¨¦dulos la escena. Con mucha educaci¨®n, nos pidi¨® si ten¨ªamos monedas porque quer¨ªa llamar desde una cabina a su primo que viv¨ªa en D¨¹sseldorf para darle una sorpresa. Iba del brazo de su mujer, tranquilamente, sin prisas, y no llevaba nada consigo. Algo no cuadraba porque d¨¢bamos por supuesto que lo que hac¨ªa aquella gente era escapar de la Alemania comunista para pasarse a Occidente, como llevaban haciendo decenas de miles de sus compatriotas a lo largo de los meses precedentes.
¡ª?Volver¨¢ a su casa? ¡ªle dije, mientras buscaba calderilla en los bolsillos.
Nos mir¨® intuyendo nuestra sorpresa y, esbozando una sonrisa, sentenci¨® en tono confidencial:
¡ª?Oh, claro que s¨ª! Esto ya no vuelve a cerrarse nunca m¨¢s. Esto se acab¨®.
Entonces qued¨® claro que el mundo bipolar en el que hab¨ªamos vivido durante d¨¦cadas, que parec¨ªa eterno e inamovible, hab¨ªa colapsado; que el tel¨®n de acero se hab¨ªa desmantelado.
Todo buen marxista sabe que la regla de oro de cualquier an¨¢lisis pol¨ªtico es entender las condiciones objetivas. Es cierto que aquel oto?o se daban todas las condiciones para que se produjera un cambio de grandes dimensiones. Lo que ya no estaba tan claro es que tuviera que ser aquel d¨ªa ni de la manera como se produjo, porque la noche del 9 de noviembre de 1989 no se daban las condiciones objetivas para que s¨²bitamente, de forma totalmente imprevista, el muro que divid¨ªa la ciudad de Berl¨ªn saltara hecho pedazos y se produjera una fractura sist¨¦mica que provocara, a una velocidad rayana en la inmediatez, el desmoronamiento del imperio sovi¨¦tico y el fin de la Guerra Fr¨ªa en las siguientes semanas. Las cosas pod¨ªan haber sucedido de una manera muy diferente y el mundo que ahora vivimos ser¨ªa otro.
Lo predijo Mija¨ªl Gorbachov un mes antes en el mismo Berl¨ªn: ¡°Aquellos que llegan tarde son castigados por la historia¡±. Polibio estableci¨® una teor¨ªa de la historia seg¨²n la cual el mundo pol¨ªtico se mueve en ciclos que se suceden alternando las formas buenas y malas de gobierno, repitiendo el ciclo indefinidamente. Maquiavelo rompi¨® el ciclo de Polibio: es el hombre quien mueve la historia, dijo, se producen circunstancias que abren ventanas, pero tiene que haber alguien en el lugar y el momento precisos para mover la palanca que pone en marcha el cambio, y depende de qui¨¦n y c¨®mo lo haga, tomar¨¢ uno u otro rumbo. Son las acciones individuales las que fuerzan el cors¨¦ y dinamitan el presente.
¡°Esto ya no vuelve a cerrarse nunca m¨¢s. Esto se acab¨®¡±. El mundo bipolar en el que hab¨ªamos vivido desaparec¨ªa
El r¨¦gimen de la Alemania comunista atravesaba una crisis sin precedentes y hab¨ªa perdido incluso el apoyo de Mosc¨². Todo se mov¨ªa en el bloque sovi¨¦tico bajo el impulso de la perestroika. En Polonia, pocos meses antes, se hab¨ªa formado el primer Gobierno no comunista desde 1948, presidido por el miembro de Solidaridad Tadeusz Mazowiecki. En agosto se abri¨® la frontera entre Hungr¨ªa y Austria por la localidad h¨²ngara de Sopron para lo que se bautiz¨® como una comida campestre de confraternizaci¨®n entre ciudadanos de ambos pa¨ªses. Ya no se volver¨ªa a cerrar. Por all¨ª escaparon los alemanes orientales que pasaban sus vacaciones en el lago Balat¨®n ¡ªeran los ricos del bloque sovi¨¦tico¡ª, un fen¨®meno que pronto alcanz¨® la condici¨®n de fuga masiva. Mientras, los que se quedaban en el pa¨ªs se manifestaban abiertamente sin miedo a la represi¨®n bajo el lema ¡°Wir sind das Volk¡± (Nosotros somos el pueblo).
Cay¨® el viejo l¨ªder de la RDA, Erich Honecker, y el nuevo liderazgo encabezado por Egon Krenz estaba ansioso por transmitir la sensaci¨®n de que adoptaba las reformas que ped¨ªa la sociedad, pero aunque algunas transformaciones eran evidentes, como la que afect¨® a la cadena estatal de televisi¨®n, cuyos noticiarios empezaron a hablar de la realidad, era obvio que el r¨¦gimen no estaba en condiciones de acceder a las verdaderas demandas porque se enfrentaba a un dilema irresoluble; Polonia, Hungr¨ªa o Checoslovaquia seguir¨ªan existiendo aunque dejaran de ser comunistas, pero si la RDA dejaba de ser comunista, ya no ten¨ªa sentido como Estado.
La fecha estaba llena de significados. Era, por ejemplo, el aniversario de la Kristallnacht, la Noche de los Cristales Rotos, cuando en 1938 ocurri¨® la primera gran matanza organizada por los nazis contra los jud¨ªos. Se cumpl¨ªa medio siglo del comienzo de la II Guerra Mundial y hab¨ªan pasado 200 a?os del comienzo de la Revoluci¨®n Francesa. A primera hora de la ma?ana, tres altos mandos de la Stasi, la polic¨ªa del Ministerio del Interior de la RDA, se hab¨ªan reunido con el nuevo encargado de la Unidad de Control de Pasaportes, Gerhard Lauter, en su despacho, para redactar una nueva normativa de viajes que deb¨ªa permitir salir legalmente a los ciudadanos que quer¨ªan abandonar el pa¨ªs de forma ¡°permanente¡± para que no lo hicieran a trav¨¦s de los pa¨ªses vecinos, como estaba sucediendo, lo que estaba creando graves problemas diplom¨¢ticos. Unos d¨ªas antes se hab¨ªa hecho p¨²blico un proyecto de ley que, por insuficiente, hab¨ªa causado una gran decepci¨®n.
Con Lauter estaban el general Gotthard Hubrich y dos coroneles, todos ellos muy cr¨ªticos con el Gobierno y hartos de las incoherencias de sus l¨ªderes, a los que ya ni tem¨ªan ni respetaban. Adem¨¢s, les parec¨ªa muy injusto que se permitiera salir a los ¡°malos ciudadanos¡± y, en cambio, no se autorizara a viajar a quienes quer¨ªan salir y volver a casa para quedarse. As¨ª que introdujeron algunas modificaciones en el texto. ¡°Se podr¨¢n realizar viajes privados al extranjero sin condici¨®n previa¡±, escribieron. ¡°Las autorizaciones ser¨¢n concedidas con rapidez y las denegaciones s¨®lo ser¨¢n posibles en casos excepcionales¡±, a?adieron. Eran conscientes de que aquel proyecto no ten¨ªa ninguna posibilidad de salir adelante, pero lo firmaron y se lo dieron al motorista para que se lo entregara a Krenz en la reuni¨®n del Comit¨¦ Central del partido. Este tipo de acciones eran una de las formas que ten¨ªan los alemanes orientales de ¡°comunicarse¡± con el poder. En una pausa, Krenz lo mostr¨® a algunos de los presentes. Todos creyeron que se trataba de lo que hab¨ªan acordado dos d¨ªas antes. Alguien pregunt¨® si los sovi¨¦ticos estaban de acuerdo. ¡°S¨ª¡±, dijo Krenz. Luego le entreg¨® el documento a Schabowski, quien se lo meti¨® en el bolsillo y sali¨® hacia el Centro de Prensa Internacional para la comparecencia ante los periodistas extranjeros. En el edificio del Zentralkomitee la jornada se cerr¨® con una discusi¨®n sobre el futuro del socialismo. Todos se despidieron y se fueron a sus casas, a Wandlitz, un lugar protegido en un precioso bosque donde viv¨ªa la oligarqu¨ªa comunista. Dice la leyenda que no se enteraron de lo que sucedi¨® a continuaci¨®n; que Krenz, en alg¨²n momento, se fue a dormir, dijo que no le molestaran y dej¨® que las cosas siguieran su curso.
El ba?o de felicidad que la multitud euf¨®rica transmit¨ªa funcion¨® como queroseno e incendi¨® el espacio sovi¨¦tico
Hasta ese momento, el desmontaje del modelo comunista, lo que se conoc¨ªa como el ¡°socialismo real¡±, se estaba produciendo de modo gradual. Primero lleg¨® la quiebra econ¨®mica, despu¨¦s Gorbachov impuls¨® la perestroika desde Mosc¨²; pasaron a?os hasta que hubo elecciones libres en Polonia y las gan¨® Solidarnosc; a continuaci¨®n, Hungr¨ªa abri¨® su frontera con Austria de forma coordinada con las autoridades austriacas. No pasaba gran cosa en Ruman¨ªa o Bulgaria, ni tampoco en Checoslovaquia, todav¨ªa bajo los efectos de la represi¨®n de la Primavera de Praga de 1968 y donde disidentes como el dramaturgo V¨¢clav Havel eran encarcelados. Pero lo que sucedi¨® la noche del 9 de noviembre lo cambi¨® todo. Las im¨¢genes de la multitud euf¨®rica encima del Muro, de las colas de gente y coches cruzando de un lado a otro, del ba?o de felicidad global que aquello transmit¨ªa funcionaron como queroseno e incendiaron el espacio sovi¨¦tico. En cuesti¨®n de semanas, Checoslovaquia, Ruman¨ªa, Bulgaria e incluso Albania se deshicieron de la dictadura del proletariado para adoptar el modelo de democracia parlamentaria occidental. El recuerdo de las ¨²ltimas semanas del a?o 1989, que acab¨® con la esperp¨¦ntica ejecuci¨®n del matrimonio Ceausescu en Ruman¨ªa, es de un caos total. Dos a?os m¨¢s tarde desaparec¨ªa la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
Hab¨ªa que reconstruir el equilibrio geopol¨ªtico mundial y no parec¨ªa que nadie hubiera hecho planes para tal contingencia. Se hab¨ªan escrito cientos de libros sobre c¨®mo pasar de una sociedad capitalista a una comunista, pero ninguno sobre el proceso inverso. En Bonn, el canciller Helmut ?Kohl tard¨® unas semanas en reaccionar, pero en un viaje a Dresde poco antes de la Navidad para entrevistarse con el nuevo l¨ªder de la RDA, Hans Modrow, cuando escuch¨® que las multitudes ya no coreaban ¡°Wir sind das volk¡± (Nosotros somos el pueblo), sino ¡°Wir sind ein Volk¡± (Somos un pueblo), comprendi¨® que se abr¨ªa la ventana de la reunificaci¨®n y se lanz¨® a por ella a toda velocidad, de modo que menos de un a?o despu¨¦s, en octubre de 1990, Alemania se reunificaba superando todas las reticencias, tanto de sus socios europeos como de Washington o Mosc¨².
La cuesti¨®n alemana era central, y cualquier movimiento hac¨ªa sonar todas las alarmas. Se le atribuye al entonces presidente franc¨¦s, Fran?ois Mitterrand, la famosa frase: ¡°Me gusta tanto Alemania que prefiero que haya dos¡±. En Londres, el Gobierno conservador de Margaret Thatcher compart¨ªa esta opini¨®n. S¨®lo en determinados sectores de Estados Unidos despertaba cierta simpat¨ªa. De hecho, el general Vernon Walters, reci¨¦n nombrado embajador en Bonn, fue de los primeros en vaticinar la ca¨ªda del Muro. Incluso en la Rep¨²blica Federal hab¨ªa grandes reticencias. Muchos analistas y periodistas, como algunos de los corresponsales con base en Bonn ¡ªveteranos soldados de la Guerra Fr¨ªa agazapados en su trinchera¡ª, cre¨ªan que cualquier cambio en el statu quo supondr¨ªa el inicio de la tercera guerra mundial.
La realidad de los pa¨ªses de Europa Central y del Este que sal¨ªan de la ¨®rbita sovi¨¦tica, opaca para las sociedades occidentales, se hizo presente, con sus promesas y sus problemas. Por primera vez el tema de la inmigraci¨®n se convirti¨® en un asunto central en la Europa comunitaria y, al igual que ahora, no se abord¨® de manera funcional y efectiva. Trabajadores polacos, n¨®madas gitanos de Ruman¨ªa o minor¨ªas encapsuladas como los vietnamitas y mozambique?os que trabajaban en la RDA para pagar las deudas de sus pa¨ªses transformaron el paisaje cultural de la acomodada y pr¨®spera Europa Occidental. El Tratado de Maastricht de 1992, por el que se cre¨® la Uni¨®n Europea, vino a poner algo de orden e intentar impedir la aparici¨®n de una Europa alemana por la v¨ªa de potenciar una Alemania europea, o as¨ª se dijo. Enseguida se vio que, m¨¢s pronto que tarde, la estabilidad pasaba por abrir las puertas de la Uni¨®n a estos pa¨ªses e integrarlos en la Europa comunitaria.
Alemania decidi¨® recuperar Berl¨ªn como capital y la mudanza se produjo durante el verano de 1999, y la llev¨® a cabo un Ejecutivo formado por una in¨¦dita coalici¨®n entre el SPD y Los Verdes liderado por el canciller Gerhard Schr?der. El pa¨ªs estaba exhausto. Seg¨²n una contundente portada de The Economist, era ¡°el hombre enfermo de Europa¡±. Algunos c¨¢lculos situaban el coste de la reunificaci¨®n en dos billones de euros. Ahora se hace dif¨ªcil recordar que esa Alemania que ha dominado Europa durante la ¨²ltima d¨¦cada se encontrara en una situaci¨®n tan precaria a principios de este siglo.
Cuando todav¨ªa no nos hemos recuperado de los efectos de la Gran Recesi¨®n y ya estamos inmersos en nuevas crisis que ya nada tienen que ver con la que se produjo hace tres d¨¦cadas, es un ejercicio interesante preguntarse por el papel que desempe?a el azar en el devenir de las naciones. ?D¨®nde estar¨ªamos si el reglamento sobre viajes redactado por Gerhard Lauter, un joven funcionario reci¨¦n ascendido, y los tres mandos de la Stasi no hubiera llegado al bolsillo del miembro del politbur¨® G¨¹nter Schabowski la tarde del 9 de noviembre de 1989?
J. M. Mart¨ª Font fue corresponsal de EL PA?S en Alemania de 1989 a 1994. Es autor de ¡®El d¨ªa que acab¨® el siglo XX¡¯ (Anagrama, 1998) y ¡®Despu¨¦s del Muro¡¯ (Galaxia Gutenberg, 2014).
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