Cuesti¨®n nacional
Ante la amenaza secesionista solo cabe apoyar al Estado, tribunales y Ejecutivo
Las representantes del Partido Popular y Ciudadanos en el primer debate televisivo de la campa?a, Cayetana ?lvarez de Toledo e In¨¦s Arrimadas, interpelaron a la del Partido Socialista, Adriana Lastra, con la insistente pregunta de cu¨¢ntas naciones hay en Espa?a. Ambas candidatas no pretend¨ªan obtener una informaci¨®n que est¨¢ a disposici¨®n de cualquier ciudadano que se asome a la Constituci¨®n y los Estatutos, sino criticar la pol¨ªtica del Gobierno en Catalu?a, acorralando a la representante socialista para que, dijera el n¨²mero que dijera, tuviera un coste electoral para su partido. La reiteraci¨®n de este mismo interrogante en los d¨ªas posteriores al debate revela que el Partido Popular y Ciudadanos han decidido hacer de la cuesti¨®n nacional, y no solo de la crisis constitucional en Catalu?a, uno de los asuntos centrales de la campa?a.
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La estrategia es oportunista y la ejecuci¨®n equivocada, porque las fuerzas independentistas no han aspirado nunca a una secesi¨®n de su naci¨®n que sab¨ªan de antemano imposible, sino a una claudicaci¨®n del Estado constitucional que mermara su legitimidad, de manera que la secesi¨®n se convirtiese en una perversa combinaci¨®n de necesidad inaplazable y de profec¨ªa autocumplida. Desde esta perspectiva, no es la naci¨®n espa?ola la que necesita ser defendida frente a la naci¨®n catalana, sino el Estado constitucional, cuyas reglas y procedimientos violaron los independentistas desde las instituciones auton¨®micas. Ante la amenaza de que lo har¨ªan de nuevo, no cabe responder polemizando sobre la naci¨®n, sino cerrando filas con el Estado. Con los tribunales, por descontado. Pero tambi¨¦n con el Ejecutivo, y m¨¢xime cuando se encuentra en funciones. La eventual ventaja electoral que podr¨ªa obtener el Gobierno quedar¨ªa autom¨¢ticamente contrarrestada por el ejercicio de responsabilidad compartida.
Lo que el independentismo tom¨® por debilidad del Estado espa?ol frente a la naci¨®n catalana fue, en realidad, un espejismo producido por la ausencia del principal instrumento para hacer frente a desaf¨ªos como los que plantearon en su d¨ªa y siguen planteando en estos momentos: un acuerdo entre partidos en el que, m¨¢s all¨¢ de las acciones de gobierno concretas, se estableciera qu¨¦ es lo que las fuerzas independentistas pueden y no pueden esperar del Estado, gobierne quien gobierne. Sus argucias para imponer una agenda propagand¨ªstica que obligara al resto de los partidos a pronunciarse sobre la independencia de Catalu?a, enarbolando la bandera de la naci¨®n, solo pueden ser contrarrestadas por otra agenda en la que les corresponda a ellos pronunciarse sobre dilemas propios de la gobernabilidad del Estado, del que son sus representantes en Catalu?a. Dilemas como negociar o no un nuevo Estatut y una nueva financiaci¨®n.
El hecho de que el independentismo trate de justificar las escenas de violencia en algunas ciudades de Catalu?a es la prueba m¨¢s concluyente de su fracaso, puesto que, como ha reconocido sin escr¨²pulos la presidenta de la ANC, sin esa violencia ser¨ªa invisible. De ah¨ª la paradoja en la que incurren el Partido Popular y Ciudadanos al agitar la cuesti¨®n nacional, concediendo protagonismo a una estrategia que no es capaz de conquistarlo por s¨ª sola. Y de conced¨¦rselo, adem¨¢s, en unos t¨¦rminos que son los suyos, porque anteponen el oscurantismo de la naci¨®n al compromiso ciudadano que representa el Estado.
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