Los secretos palaciegos de Isabel II que guardaba su bi¨®grafo
Sus perros le despiertan m¨¢s empat¨ªa que sus hijos, Margaret Thatcher "hablaba demasiado" y lady Di se aburr¨ªa profundamente con el pr¨ªncipe Carlos
Isabel II tiene 93 a?os y sigue dando titulares. En los ¨²ltimos d¨ªas son los diarios escritos por Kenneth Rose, uno de los bi¨®grafos de la realeza brit¨¢nica, los que est¨¢n descubriendo los peque?os secretos de palacio y pinceladas sobre la personalidad de la monarca con m¨¢s a?os de reinado a sus espaldas.
Poca empat¨ªa con sus hijos y mucha con sus perros. No es la primera vez que se debate sobre el car¨¢cter de Isabel II en las distancias cortas, si es o no cercana con sus hijos y con el resto de personas con las que se relaciona. Todo el mundo coincide en que tiene sentido del humor, pero Rose afirma en sus diarios: ¡°Estamos de acuerdo en que la reina es buena con los ministros, embajadores y representantes de la Commonwealth, pero no con sus hijos y con otras muchas personas¡±. Un detalle que relaciona con otra an¨¦cdota que el periodista refleja en sus libros. Durante un fin de semana que pas¨® con los decoradores David y Pamela Hicks, ella le confiesa que a veces escribe a la reina para contarle cosas de supuesto inter¨¦s pero que solo recibi¨® respuesta en una ocasi¨®n: ¡°La ¨²nica vez que respondi¨® fue cuando le env¨ªe un mensaje de cari?o despu¨¦s de la muerte de uno de sus perros a causa de una pelea con otro can de Clarence House. Escribi¨® seis p¨¢ginas dedicadas al recuerdo de su perro¡±.
Diana de Gales, Carlos de Inglaterra y la reina. El cronista apunta a dos fuentes fiables para reflejar la fr¨ªa relaci¨®n entre lady Di y el heredero al trono brit¨¢nico despu¨¦s de una boda que parec¨ªa un cuento de hadas de cara al p¨²blico. Por un lado, Raine Spencer, la madrastra de lady Di, le cuenta sobre la pareja: ¡°No parecen dos personas enamoradas. Duermen en habitaciones diferentes y ella nunca parece querer tocarlo¡±. La otra fuente de informaci¨®n es Dake Hussey, que lleg¨® a ser presidente de la BBC y quien, tras pasar un fin de semana en Balmoral, le coment¨®: ¡°Los rumores sobre el aburrimiento de Diana son ciertos, el pr¨ªncipe Carlos sale a las nueve de la ma?ana para cazar o pescar y ella no le vuelve a ver hasta las siete de la tarde¡±.
Cuando la pareja formada por Diana y Carlos ya hab¨ªa sido motivo de titulares y programas de televisi¨®n, ambos acudieron a una cena con el primer ministro en Spencer House, el hogar natal de la princesa, a la que tambi¨¦n acud¨ªa la reina. Lady Di solicit¨® ver a Isabel II antes de que diera comienzo la cena para comunicarle que quer¨ªa separarse de Carlos, pero la monarca prioriz¨® las prisas por arreglarse para el evento y contest¨® que esa conversaci¨®n tendr¨ªa que esperar. Mientras los pr¨ªncipes de Gales estuvieron alterados durante toda la noche, la reina Isabel II se mostr¨® sorprendentemente serena y alegre, obviando aparentemente la tristeza y gravedad de la situaci¨®n.
La escasa empat¨ªa ante la separaci¨®n de su primog¨¦nito por las consecuencias que provoc¨® de cara a la corona, se traslad¨® a una actitud de cierto desd¨¦n de toda la familia brit¨¢nica hacia la princesa Diana. Kenneth Rose afirma en sus diarios que algunos de sus miembros se mostraron totalmente contrarios a promover un monumento dedicado a su memoria en Kensington, el palacio en el que vivi¨® y en el que se sucedieron miles de mensajes de apoyo y cari?o despu¨¦s de su tr¨¢gica muerte. Una de las personas que rechaz¨® la idea fue la princesa Margarita, hermana de la reina. Seg¨²n Rose, ella dijo: ¡°Por supuesto que no lo queremos. Al fin y al cabo, ella viv¨ªa en la parte trasera de la casa¡±.
Sara Ferguson y el fantasma de Diana. Formar parte de la familia real brit¨¢nica sin ser miembro de ella de nacimiento no parece tarea sencilla leyendo algunas de las informaciones del cronista real que ha estado al tanto de sus secretos. El escritor mantuvo buenas relaciones con Sara Ferguson, la exesposa del pr¨ªncipe Andr¨¦s, y en 1994 ella le hizo una confidencia relacionada con su suegro, el pr¨ªncipe Felipe. Ferguson guardaba algunas cartas que le escribieron sus suegros y, en una de ellas, Felipe de Edimburgo le comenta que estaba leyendo un libro sobre Edwina Mountbatten y le dice que le recuerda mucho a ella. Un pasaje que Kenneth Rose interpreta como ¡°cruel¡± porque la condesa de Mountbatten era especialmente conocida por tener varios amantes.
En otro pasaje de los diarios entra en juego el esoterismo: la doncella de la reina madre le cont¨® al bi¨®grafo que algunos empleados de Sandrigham, una de las residencias de la familia real, no quer¨ªan entrar en una de las habitaciones del palacio porque afirmaban que estaba embrujada. La soluci¨®n no fue otra que invitar al p¨¢rroco local a realizar en ella un servicio religioso para espantar ¡°la atm¨®sfera perturbadora que hab¨ªan detectado y que atribu¨ªan a la presencia de la princesa Diana despu¨¦s de su muerte¡±.
Un intruso en los aposentos reales. En 1982 Michael Fagan logr¨® sortear todos los controles de seguridad del palacio de Buckingham, llegar hasta la habitaci¨®n de Isabel II y sentarse en su cama durante unos minutos. La reina coment¨® a?os despu¨¦s el incidente con personas de su entorno y afirm¨® con cierto humor: ¡°Por supuesto, fue m¨¢s f¨¢cil para m¨ª de lo que hubiera sido para cualquier otra persona. Al fin y al cabo, estoy muy acostumbrada a hablar con extra?os¡±.
Primeros ministros afines y no tanto. Winston Churchill se gan¨® el respeto de Isabel II y sab¨ªa vadear bien sus golpes de iron¨ªa. En un almuerzo en un exclusivo club masculino de Londres, Edward Ford, exsecretario privado y asistente de la reina le cuenta al bi¨®grafo que a principios de los a?os cincuenta el primer ministro visit¨® a la reina en Balmoral en v¨ªsperas de conocer el resultado de una prueba con un nuevo tipo de bomba y le dijo a la monarca: ¡°Ma?ana sabremos si ha sido un estallido o una explosi¨®n¡±.
La reina de Inglaterra no ten¨ªa tanta paciencia con Margaret Thatcher, la dama de hierro, con quien no coincid¨ªa, por ejemplo, en su opini¨®n sobre la importancia de la Commonwealth. Ambas coincidieron en una gala en Covent Garden, pero estaban sentadas en distintas zonas de la sala. La reina no dud¨® en hacer saber a sus asistentes que prefer¨ªa no tener que encontrarse con Thatcher durante el intermedio del espect¨¢culo, por lo que la primera ministra fue desviada a otra zona distinta de la que ocup¨® Isabel II cuando lleg¨® el momento. La pol¨ªtica ni siquiera consigui¨® despedirse de ella como era su deseo. La monarca no estaba esa noche con ganas de ver a la primera mandataria del Gobierno de su pa¨ªs.
La baronesa Jean Trumpington, que fue miembro del partido conservador y de la C¨¢mara de los Lores, le cont¨® al autor de estos diarios palaciegos que en una conversaci¨®n con la reina, ella dud¨® en retratar a Thatcher con una frase contundente en referencia a sus obligatorios encuentros para despachar asuntos del pa¨ªs: ¡°Ella se queda demasiado tiempo y habla demasiado. Ha vivido demasiado tiempo entre hombres¡±.
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