¡®Joker¡¯: psicopat¨ªa neoliberal, payasos y populismos
La pel¨ªcula de Todd Phillips retrata la desprotecci¨®n del individuo frente al poder real, que no es el pol¨ªtico, sino el econ¨®mico
De un tiempo a esta parte el cine comercial se esfuerza por convertirse en un testigo directo de la confusi¨®n pol¨ªtica y social del presente. Los ejemplos son tan abundantes que resulta ocioso mencionarlos; unos m¨¢s afortunados que otros, dir¨ªase que su vocaci¨®n y el m¨¦rito buscado es interpretar una realidad que de puro embrollada se asemeja a una dimensi¨®n desconocida. Precisi¨®n obligada: el cine y la cultura popular siempre han percibido con extraordinaria precisi¨®n la temperatura del entorno. Ahora bien, lo que los cineastas John Ford, King Vidor, Alfred Hitchcock, Fritz Lang o, por citar una pel¨ªcula aislada, King Kong, consiguieron elaborar como formas simb¨®licas, el mercado cinematogr¨¢fico contempor¨¢neo lo fabrica en forma metaf¨®rica. Joker, de Todd Phillips, pertenece a esta ¨²ltima categor¨ªa, simp¨¢tica por sus ambiciones, modesta por sus resultados estrictamente cinematogr¨¢ficos. Como pel¨ªcula, ofrece m¨¢s de lo que da; como retrato indirecto del embrollo social de los tiempos que corren, cumple esforzadamente la funci¨®n de lo que entendemos por alegor¨ªa: hacer visible lo que no tiene imagen.
El envoltorio de Joker tiene el discreto encanto de la audacia. T¨®mese una figura del c¨®mic, malvada en este caso, e int¨¦ntese explicar el porqu¨¦ de su maldad, que, por su propia condici¨®n de antagonista o villano, tiene que ser extremada o absoluta. Equivale, como si dij¨¦ramos, a dotar de tres dimensiones a un personaje bidimensional. El libreto (ahora se llama as¨ª al guion) salva la dificultad con el recurso de ir cargando con el peso de las desgracias el hilo del que pende la cordura del personaje, lastrado de partida por una enfermedad mental. El m¨¦todo de destrucci¨®n del personaje recuerda al procedimiento de tortura conocido como squassamento. Al atormentado se le atan las manos a la espalda, se le suspende por ellas en el techo y, a continuaci¨®n, se van a?adiendo pesos en los pies hasta que se produce el descoyuntamiento de brazos y hombros. Dada la futilidad del empe?o de conceder espesor a una imagen similar a la de un dibujo animado, solo cabe suponer que Phillips y sus guionistas quieren hablarnos de otra cosa: de la desprotecci¨®n del individuo frente al poder real, que no es el poder pol¨ªtico, como sostienen con insistencia sospechosa los seguidores del liberalismo, sino el poder econ¨®mico. En particular, el poder econ¨®mico que desde las instituciones aplica el orden de la ganancia. ¡°No es una necesidad f¨ªsica ni una obligaci¨®n de iure, sino una raz¨®n de facto lo que hace innegociable la maximizaci¨®n del beneficio¡±, puntualiz¨® con raz¨®n Rafael S¨¢nchez Ferlosio. Ese es el t¨®tem del poder real que la sociedad asume con terror¨ªfica naturalidad y, por lo tanto, nunca se menciona ¡ªni siquiera cuando las consecuencias de su adoraci¨®n desembocan en la miseria o en la deses?peraci¨®n¡ª.
Joker cuenta la identificaci¨®n de una persona herida, Arthur Fleck, con la m¨¢scara (tambi¨¦n persona) a la que est¨¢ condenado, la de un payaso sin gracia. Esta metamorfosis est¨¢ inducida por la presi¨®n de un orden social que se describe en descomposici¨®n, en el que est¨¢n destruidas las pautas de convivencia. El s¨ªntoma del desorden, el estigma del horror, es la risa. La mueca espasm¨®dica e incontinente de Arthur pone a su entorno en contacto con lo prohibido, es decir, con la locura, individual y colectiva; y la locura es, como se ha comprobado el 10-N, contagiosa e intimidante. La imagen de la enfermedad mental vale para el individuo Arthur y para la ciudad de Gotham. El fil¨®sofo Byung-Chul Han sostiene que as¨ª como la enfermedad por antonomasia del capitalismo era el estr¨¦s, la del neocapitalismo es la depresi¨®n. ¡°Yo solo tengo pensamientos negativos¡±, dice Arthur. La tesis en?globa el supuesto de que el desorden neocapitalista ha abolido la racionalidad por pura y simple obsolescencia econ¨®mica y ha liquidado el bienestar de sus ciudadanos como prop¨®sito de las funciones p¨²blicas y privadas. ¡°Para el r¨¦gimen neoliberal¡±, dice Han, ¡°la racionalidad es un obst¨¢culo. Las emociones aumentan la productividad¡±. La explotaci¨®n emocional, dirigida por el management emocional, descoyunta la estabilidad (dig¨¢moslo as¨ª) ¨ªntima del individuo y lo recluye en el ¨¢mbito min¨²sculo del consumo; solo all¨ª es libre.
Si la enfermedad del capitalismo era el estr¨¦s, la del neocapitalismo es la depresi¨®n, dice el fil¨®sofo Byung-Chul Han
Hegel nos advirti¨® que la condici¨®n inexcusable para la democracia es la homogeneidad; sin ella, la pretensi¨®n de la igualdad ante la ley puede convertirse en un sarcasmo. Adem¨¢s, defini¨® el concepto radical que sostiene el orden individual y social, que es una ¨¦tica compartida por todos los que forman parte de una sociedad (sittlichkeit). Cuando esta ¨¦tica se rompe hay consecuencias. La construcci¨®n del populismo, igual que la fabricaci¨®n de la m¨¢scara del Joker y la revuelta civil de los payasos, se cuece en el perol de la bruja Aver¨ªa con los ingredientes de la ignorancia, la desmemoria, la frustraci¨®n pol¨ªtica continuada, la destrucci¨®n de la protecci¨®n social y el desarraigo individual. Cuando una parte de los ciudadanos, tras la maceraci¨®n adecuada en un sistema econ¨®mico-social desquiciado, percibe sus males como una humillaci¨®n, aparecen las primeras eflorescencias populistas; se buscan uno o varios culpables que, por la propia irracionalidad de la respuesta emocional y la diversidad de intereses de los humillados y ofendidos, son entes inespec¨ªficos. Desaparecen las clases, la comprensi¨®n exacta de los mecanismos de extracci¨®n abusiva de rentas, el respeto a la mediaci¨®n de las instituciones democr¨¢ticas, la atribuci¨®n de responsabilidades precisas a ¨®rdenes concretos, en beneficio de la acusaci¨®n convulsa a ¡°los de arriba¡±, los ¡°ricos¡±, los ¡°pol¨ªticos¡±, los ¡°extranjeros¡± o, el colmo del maligno difuminado, ¡°los de siempre¡±. Al mismo tiempo, desaparece la conexi¨®n entre derechos y deberes; aquel que se autoproclama v¨ªctima no entiende de d¨¦ficit.
Es imposible desvincular la psicopatolog¨ªa que aqueja a los sistemas democr¨¢ticos contempor¨¢neos del descoyuntamiento social causado por el apocalipsis neoliberal. El populismo no es una perturbaci¨®n mostrenca, una anomal¨ªa sin causa ni culpables, tal como se tipifica en el relato construido desde la ceguera (interesada) del an¨¢lisis vigente; fructifica sobre el poso de malas pol¨ªticas p¨¦simamente explicadas, la desigualdad prepotente ¡ªv¨¦ase en Joker el retrato de Thomas Wayne¡ª, la acumulaci¨®n de riqueza sostenida imp¨²dicamente sobre la destrucci¨®n de empleo ¡ªcomo, por ejemplo, que los equipos directivos, los ¨²nicos que han sobrevolado la segunda gran depresi¨®n con ping¨¹es ganancias, negocien sus retribuciones en funci¨®n directa del n¨²mero de despedidos¡ª y como respuesta insatisfactoria a la reaparici¨®n de formulaciones ideol¨®gicas malignas que cre¨ªamos superadas desde la implantaci¨®n de los Estados del bienestar. Como la que, en Am¨¦rica (?o habr¨ªa que decir Gotham?) tipifica a la pobreza como enfermedad incurable; para el paradigma neoliberal, la vida de los pobres ser¨ªa una mezcla de resignaci¨®n y rabia, escapismo y violencia, m¨¢s sexualidad promiscua.
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