La org¨ªa diab¨®lica de Barcel¨® con el ¡®Fausto¡¯
El artista espa?ol ha culminado su interpretaci¨®n del cl¨¢sico de Goethe. Sus m¨¢s de 200 ilustraciones ofrecen una visi¨®n sobrecogedora del mito. Nos abre su estudio en Mallorca para mostrarnos c¨®mo ha concebido una obra que habla como pocas del mundo de hoy.
CINCO D?AS ANTES de morir, Goethe escribi¨® una carta a su amigo Guillermo de Humboldt: ¡°Confusas teor¨ªas sobre confusas acciones imperan hoy en el mundo¡¡±, le dec¨ªa el 6 de enero de 1832. Gran parte de aquellas sospechas las hab¨ªa desmenuzado en Fausto, su obra de vida, con la misma vitalidad que lo hacen sus p¨¢ginas 200 a?os m¨¢s tarde.
Miquel Barcel¨® ha culminado ahora su ilustraci¨®n. En su casa mallorquina con vistas a la bah¨ªa de Alc¨²dia, parece haber exorcizado al diablo entre sus trazos. Pero no a Goethe: a ¨¦l s¨ª que le ha vendido con gusto su alma, como previamente se la ofreci¨® a Dante para ilustrar La divina comedia o m¨¢s tarde a Kafka, de quien ha dibujado La metamorfosis. ¡°Siempre tengo un libro entre manos. Me gusta mucho este trabajo, aunque yo no soy un ilustrador y necesito mucha libertad para abordarlo¡±, explica el artista. La disfruta. Sus editores en diversos pa¨ªses se la conceden a placer para que les devuelva una obra de arte a cambio. Lo fue la gran obra de Dante en sus tres vol¨²menes. Lo es este Fausto en dos entregas publicadas por Galaxia Gutenberg en espa?ol. Y lo ser¨¢ La metamorfosis, que va a aparecer en 2020 en Francia bajo el sello de Gallimard. ¡°En cierto modo, que haya trabajado sobre las tres obras consecutivamente tiene mucha coherencia¡±, admite Miquel Barcel¨® con su traje de faena salpicado de goterones.
Lo dice tambi¨¦n consciente de haber atravesado infiernos imaginados a los que pone en jaque con su pintura virulenta y sus visiones en sombra de ciertos abismos bifurcados. Sin duda le sirven para certificar otros presentes, muy pegados a la tierra y al oc¨¦ano. La serie de barcas atracadas entre las salpicaduras de ¨®leo que borbotean en el mar esparcidas por su estudio lo certifican: naves de las que se elevan esp¨ªritus en lucha hacia el cielo cuando sabes que en realidad sus cuerpos descienden asfixiados a las profundidades. ¡°Es lo que estamos viviendo. Y la tragedia aumentar¨¢ porque no dejar¨¢n de venir. No lo queremos ver, pero es un fracaso colectivo¡±.
Barcel¨® ha transfigurado para la geograf¨ªa de sus pinceladas abruptas el p¨¢lpito prof¨¦tico de Goethe en Fausto. ¡°Lo empieza como un poeta rom¨¢ntico y lo termina como un hombre descre¨ªdo pero profundamente moderno¡±, asegura. El autor pasa de vender el alma del doctor al diablo en la primera parte a establecer todo un tratado de sociolog¨ªa, pol¨ªtica, arte y ciencia en la segunda: ¡°Le ocurre como a Cervantes con El Quijote, la ¨²ltima entrega es mucho m¨¢s compleja¡±.
Del capitalismo a la biogen¨¦tica; de la ansiedad que produce la saturaci¨®n de saberes al nihilismo sin salida hacia donde conducen los espejismos de Narciso¡ Por ah¨ª instala su puente de mando Fausto, con el que un Goethe visionario predijo en gran medida el mundo de hoy: ¡°Fue la primera obra en la que se menciona el papel moneda. Cuando habla del hom¨²nculo anticipa los beb¨¦s probeta¡±, asegura el artista. ¡°Del deseo carnal que late en la primera parte pasa a preguntarse en la segunda qu¨¦ hacer con toda la complejidad que se deriva del ansia de conocimiento. Viaja de la construcci¨®n de un h¨¦roe a una actitud muy esc¨¦ptica¡±. Para ello se vale de todo lo que le vaya a servir. Realiza a conciencia un voraz ejercicio vamp¨ªrico de tendencias e influencias. ¡°Goethe aplica el pastiche; resulta absolutamente posmoderno¡±, cree Barcel¨®. El mismo autor lo reivindicaba en vida: ¡°Lo que es grande no surge m¨¢s que por apropiaci¨®n de tesoros ajenos. Mi obra es la de un ente colectivo que lleva el nombre de Goethe¡±.
Bajo esa premisa, el alem¨¢n bebi¨® de Grecia, de Shakespeare, de Ovidio, de Mozart: ¡°La m¨²sica de mi obra deb¨ªa tener el car¨¢cter de la de Don Giovanni¡±, dijo. Despu¨¦s vinieron las de Gounod y Berlioz, por ejemplo: curiosamente, visiones francesas de un mito alem¨¢n. Tambi¨¦n de Calder¨®n de la Barca y su comedia El pr¨ªncipe constante; de Christopher Marlowe, que escribi¨® la primera gran versi¨®n del asunto, y, por supuesto, de la primera vez que vio la tragedia de ni?o representada en un gui?ol¡
A veces las pesadillas de la infancia son un latido de vida en clave de cadena perpetua. Comenz¨® a concebir el gran texto que bien pod¨ªa ser representado como poema ¨¦pico con sus 250 personajes en la veintena y lo termin¨® pasados los 80. Todo ese universo sirve al mallorqu¨ªn como una identidad desdoblada. Primero con el propio Goethe: ¡°Su libro Teor¨ªa de los colores lo he tenido muy presente¡±, asegura. Pero tambi¨¦n con el Fausto cient¨ªfico: ¡°?Qu¨¦ hacemos nosotros en nuestros talleres al mezclar? Buscar lo que no se ha logrado antes mediante nuestra particular alquimia¡±.
O adentrarse tambi¨¦n por medio de ese camino en mundos paralelos, como deciden las criaturas de Marlowe y Goethe: ¡°En eso, ambos se muestran hartos de lo conocido, lo ya explorado no les sirve, deciden avanzar¡¡±. Pese a correr el riesgo de enredarse, de fracasar, de arrepentirse. ¡°Da lo mismo, no hay condena¡±, comenta Barcel¨®. O s¨ª, al menos en el caso de Goethe. No pudo lograr muchos de sus ideales en vida. De ah¨ª su conclusi¨®n ante Guillermo de Humboldt, creador de la universidad que lleva su nombre en Berl¨ªn y hermano de Alexander, el famoso explorador. ¡°Confusas teor¨ªas¡¡±.
Entre esas aspiraciones se encontraba la determinaci¨®n de convertirse en un escritor europeo y universal. Reivindic¨® sin pausa ese gran encuentro: ¡°No cabe hablar de que las naciones concuerden en su pensamiento, sino tan solo de que tomen nota unas de otras, se entiendan y, si no son capaces de amarse mutuamente, al menos aprendan a tolerarse¡±, dej¨® escrito. En este aspecto, Barcel¨® lo secunda: ¡°Yo me reivindico tambi¨¦n como artista europeo. Lo he sido siempre. Y m¨¢s cuando he vivido fuera, con una identidad transitoria¡±. Aquellos postulados los defendi¨® Goethe en un encuentro cient¨ªfico en Berl¨ªn celebrado en 1828. Corr¨ªan los tiempos de la era posnapole¨®nica y el continente se enconaba entre vibraciones nacionales. Su aspiraci¨®n como literato de ambici¨®n universal se vio traicionada, precisamente debido a Fausto. Las interpretaciones chovinistas que se dieron en el entorno prusiano engendraron una visi¨®n cerrada y local de lo que podr¨ªa representar el esp¨ªritu alem¨¢n.
Ya Friedrich Schelling, tras una publicaci¨®n fragmentaria de la obra en 1790, lo reivindic¨® as¨ª: ¡°Es nuestro principal personaje mitol¨®gico¡±. El triunfo de Bismarck con la creaci¨®n del imperio hizo el resto. Aquel personaje subyugante y ambiguo representaba una especie de tit¨¢n fundacional para echarle sobre las espaldas la justificaci¨®n expansionista: ¡°Ese ingeniero emprendedor que trata de dominar y someter a la naturaleza, ganar tierra al mar y proporcionar espacio a millones¡¡±, comenta Albert Sch?ne en la introducci¨®n de la versi¨®n biling¨¹e publicada en Espa?a por Penguin.
Barcel¨® prefiere centrarse en lo que Fausto representa para el futuro m¨¢s que por lo que ha dejado esparcido en el camino durante el pasado. Aunque tambi¨¦n ¨¦l haya elegido sus referentes previos en la ilustraci¨®n, como Delacroix: ¡°Lo he tenido muy presente todo el proceso. Al llegar a Par¨ªs en los a?os ochenta compr¨¦ dos litograf¨ªas de su serie. Eran baratas¡±.
Delacroix es uno entre una lista infinita de creadores fascinados por Fausto. Son muchos los que han querido adentrarse en el poder emanado desde las p¨¢ginas de una obra traducida a 50 idiomas. El pintor estableci¨® un canon ic¨®nico para la primera edici¨®n francesa de la obra que asombr¨® al propio Goethe en 1828: ¡°Es la persona capaz de producir im¨¢genes que nadie hubiera podido pensar¡±, dijo.
Pero despu¨¦s de su muerte vinieron otras versiones, entre las que destacan las de Beckmann o Dal¨ª. Aun as¨ª, Barcel¨® confiesa haberse centrado en Delacroix m¨¢s que en ning¨²n otro para sus m¨¢s de 200 ilustraciones, la mayor parte de ellas acuarelas. S¨ª, en cambio, ha tenido presentes distintas lecturas. Las literarias: de Marlowe al Bulg¨¢kov de El maestro y Margarita o el Doktor Faustus de Thomas Mann. Las cinematogr¨¢ficas: Murnau y ciertos aspectos de la obra de Tarkovski: ¡°Como esos monjes que retrata y que deben pecar mucho para arrepentirse m¨¢s. Puros ascetas por exceso¡±.
Tesoros ajenos, que dir¨ªa el escritor, para concebir un monumento propio en el que no faltan los referentes mediterr¨¢neos. Para ellos Barcel¨® prefiere el travestismo perpetuo de Mefist¨®feles, todo un compendio est¨¦tico de la posmodernidad en su permanente baile camale¨®nico: ¡°La concepci¨®n del personaje, aparte de alertarnos de que el diablo anda por todas partes, nos viene a decir que somos nosotros mismos. Siempre me ha gustado representarlos con cuernos y cola. Aqu¨ª tenemos una tradici¨®n plagada de demonios. En La divina comedia ya lo dibuj¨¦ como una especie de bomba que explota en todas direcciones. Al fin y al cabo, posee un componente de qu¨ªmica, de energ¨ªa diluida y en expansi¨®n continua¡±.
La sospecha inherente a todas las tentaciones que Barcel¨® encuentra tambi¨¦n en Kafka. ¡°Tiene el poder de transformarte en otra persona cuando lo lees. Pero mi visi¨®n de La metamorfosis est¨¢ directamente relacionada con la adolescencia, con aquel muchacho avergonzado que se siente un monstruo cuando empieza a experimentar erecciones, la culpa del pecado ¨ªntimo, observado desde detr¨¢s de las puertas porque ve tentaciones por todas partes. Kafka, al fin y al cabo, es un gran c¨®mico. Parece mentira, pero es eso: nos ofrece un gran chiste de amor jud¨ªo¡±. Pero en su mundo, como en las profec¨ªas de Goethe, tambi¨¦n entra la premonici¨®n: ¡°La de la Gran Guerra y el cataclismo del siglo. Kafka las anuncia como nadie¡±. ?Hemos salido ya de ah¨ª? ¡°Vivimos, como antes, un nacionalismo muy analfabeto¡±, dice Barcel¨®. ¡°Volvemos a lo mismo¡±.
Su identificaci¨®n con el Goethe crepuscular, el autor descre¨ªdo del Fausto II, lo ha empujado a terminar la obra. En su propia carne, Barcel¨® ha indagado en paralelo sobre la mutaci¨®n de sus propios ideales. Cree que hoy el sistema ha desarrollado sus muy particulares y sofisticadas vacunas. Antiguas aspiraciones cumplidas resultar¨ªan irrealizables en el presente, piensa. Las suyas mismas.
A?os setenta: el pintor abandonaba un destino de oro como superdotado en las matem¨¢ticas por la Facultad de Bellas Artes. ¡°Mi profesor se lo tom¨® como una traici¨®n. Me ve¨ªa mucho futuro en Ciencias Exactas. Cuando me inscrib¨ª en Bellas Artes, me ech¨® en cara que lo hac¨ªa por vago¡±. Se enrol¨® en los primeros movimientos ecologistas mallorquines. ¡°Ocupamos la isla de Dragonera. Quer¨ªan urbanizarla. Salimos hasta en Le Monde. Y result¨® bien, de milagro. Quiz¨¢ porque ¨¦ramos ingenuos. Ahora las fuerzas del mal nos combatir¨ªan con m¨¢s poder. Acabar¨ªamos en la trena. La resistencia es hoy casi in¨²til en muchos aspectos. Yo ya he hecho, como Goethe, el viaje del esp¨ªritu de la primera parte a la segunda y casi estoy por inventarme una tercera¡±.
Deber¨ªa concebirla a la medida de su estado vital y art¨ªstico. Sin embargo, despu¨¦s de mucho tiempo tratando de desgranar los ¨¢tomos de las tinieblas, desea buscar luz en otros cl¨¢sicos que aguardan entre sus preferencias: caballeros andantes nacidos en lugares de cuyo nombre no quiere acordarse, quiz¨¢¡
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