Contra la innovaci¨®n
Vivimos en sociedades que celebran con entusiasmo los avances tecnol¨®gicos, pero, ?alguien se ha parado a pensar si las a menudo cacareadas disrupciones son positivas para el conjunto de la sociedad?
Si uno busca el uso de la palabra espa?ola ¡°innovaci¨®n¡± o la inglesa innovation en Google Ngram Viewer (que mide el uso de t¨¦rminos en los millones de libros de su base de datos), se encontrar¨¢ con que se ha quintuplicado a lo largo del ¨²ltimo medio siglo. ?Qu¨¦ ha ocurrido? En sus or¨ªgenes remotos, este derivado del lat¨ªn s¨®lo indicaba la acci¨®n de ¡°mudar o alterar las cosas, introduciendo novedades¡± (como dice la Academia Espa?ola a principios del XIX). Pero bajo esta apariencia de objetividad late un profundo problema filos¨®fico¡ y econ¨®mico: ?es bueno o es malo cambiar las cosas?
En general, hasta la llegada de la modernidad los cambios se ve¨ªan con sospecha. Un tratadista del XVII, Carlos de Sig¨¹enza y G¨®ngora, retoma las palabras de Isidoro de Sevilla, un milenio antes, para recordar en su Teatro de virtudes pol¨ªticas que constituyen a un pr¨ªncipe que ¡°no es grave ni malo hacer alguna innovaci¨®n cuando la utilidad est¨¢ unida a la novedad, pues lo da?oso y lo ¨²til no se juzgan por la antig¨¹edad¡±. Las connotaciones de la palabra ¡°innovaci¨®n¡± siguieron siendo negativas durante largo tiempo. En el siglo XVIII se puede describir un territorio como ¡°propenso a tumultos e innovaciones¡±, en el que la palabra casi equivale a ¡°rebeli¨®n¡±.
Cada a?o se lanzan en EE UU m¨¢s de 30.000 productos de consumo, de los cuales el 80% fracasan
El ¨¦nfasis contempor¨¢neo en la innovaci¨®n, su especializaci¨®n en el campo econ¨®mico, as¨ª como su caracterizaci¨®n positiva se deben al economista austriaco, luego afincado en Estados Unidos, Joseph Schumpeter (1883-1950). El contexto en el que aparece es una famosa aportaci¨®n de Schumpeter a la teor¨ªa econ¨®mica (1942): la ¡°destrucci¨®n creativa¡±, un ¡°proceso de mutaci¨®n industrial que incesantemente revoluciona la estructura econ¨®mica desde dentro, destruyendo constantemente lo viejo y creando incesantemente lo nuevo¡±. La fuerza que impulsa este cambio es la innovaci¨®n.
Este concepto, que parte de una teor¨ªa evolucionista del desarrollo econ¨®mico, no ha dejado de extenderse desde entonces. Millares de libros tienen la palabra en su t¨ªtulo, as¨ª como infinidad de art¨ªculos; 2.200 millones de p¨¢ginas web contienen el t¨¦rmino. No menos curiosa que su proliferaci¨®n es la amplitud de campos en los que se aplica como elemento positivo: hoy se puede hablar de innovaci¨®n en alimentaci¨®n, en educaci¨®n, en turismo, en cosm¨¦tica, en agricultura, en fiscalidad, en arte, en edici¨®n, en medicina, en espiritualidad, en dise?o, en deporte, en software, en democracia, en banca, en ingenier¨ªa o en organizaci¨®n empresarial; incluso el presidente Obama puso de moda la innovaci¨®n social. No menos sorprendente que su extensi¨®n son los vasos comunicantes que se establecen entre sectores: un famoso innovador en cocina puede impartir ense?anzas de innovaci¨®n para empresas de cualquier ¨¢mbito. Eso significa que la innovaci¨®n se percibe como una calidad separada del resto de conocimientos, que puede circular entre ¨¢mbitos diferentes y aplicarse ¡°desde fuera¡± para producir algo nuevo. El t¨¦rmino est¨¢ tan extendido y se usa de manera tan acr¨ªtica que, repasando la bibliograf¨ªa especializada, muchas veces no se puede saber exactamente de qu¨¦ se est¨¢ hablando¡ salvo de hacer las cosas de una manera nueva, y tampoco se sabe siempre muy bien para qu¨¦. Ya hace tres lustros que un famoso dise?ador lamentaba la ¡°obsesi¨®n con la innovaci¨®n, o al menos con repetir incesantemente la palabra innovaci¨®n¡±. En 2012, incluso un medio tan pronegocios como The Wall Street Journal se?alaba: ¡°El t¨¦rmino ha empezado a perder significado¡±. De hecho, lo que le ha quedado es un solo significado: ¡°bueno¡± o ¡°mejor¡±.
Aunque pueda confundirse con la invenci¨®n, la innovaci¨®n es algo diferente. Una invenci¨®n puede conducir o no a un cambio en procesos econ¨®micos. De hecho, es la figura del emprendedor o entrepreneur (que no suele coincidir con la del inventor) la que, al lanzarla al mercado, crea la innovaci¨®n. Pero, adem¨¢s, no siempre hay una invenci¨®n en el origen de una innovaci¨®n. Puede ser simplemente una reorientaci¨®n: la ba?era de burbujas para enfermos de artritis de los hermanos Jacuzzi se replante¨® como ba?o de lujo. Tampoco toda invenci¨®n conduce a una innovaci¨®n: de los cinco millones de patentes registradas en Estados Unidos desde 1991, s¨®lo una ¨ªnfima parte ha dado lugar a productos o procesos en el mercado. Y, por otro lado, en una determinada innovaci¨®n pueden confluir varios inventos o patentes: hasta 200 diferentes formaron parte del lanzamiento del iPhone. Y ya que hemos mencionado el smartphone, digamos que ¨¦ste es un caso t¨ªpico de innovaci¨®n que cambia las cosas. De hecho, para muchos lo que m¨¢s caracteriza a la innovaci¨®n es precisamente el hecho de que cambie la forma de funcionar de una sociedad, a menudo concebida como sin¨®nimo de mercado. Es lo que se denomina ¡°innovaci¨®n disruptiva¡±, concepto debido a Clayton M. Christensen en 1995. Como muestra del grado de enajenaci¨®n en la que puede incurrir esta forma de pensar, veamos su dilema del innovador: ¡°Hacer lo correcto¡± (es decir, lo que una compa?¨ªa ha venido haciendo para triunfar) ¡°es equivocarse¡±.
La ideolog¨ªa de la innovaci¨®n puede hacer especial da?o en terrenos como la sanidad
Este pensamiento revolucionario ha ido dominando primero la academia y luego la pol¨ªtica. En numerosas universidades espa?olas (por lo general, por acuerdo con empresas del sector) existen ¡°c¨¢tedras de innovaci¨®n¡±; se pueden encontrar, por ejemplo, c¨¢tedras de innovaci¨®n en cer¨¢mica, diabetes o productos l¨¢cteos. Por cierto: el ministerio que supervisa estas creaciones se llama ¡°Ministerio de Ciencia, Innovaci¨®n y Universidades¡±. Dado el car¨¢cter ideol¨®gico del concepto (puro darwinismo econ¨®mico), no es extra?o que Gobiernos de todos los colores pol¨ªticos se declaren a favor de la innovaci¨®n: no hacerlo equivaldr¨ªa, desde la ¨®ptica dominante, a estar en contra del ¡°progreso¡±. Tanto el Gobierno chino como la Comunidad Econ¨®mica Europea llevan d¨¦cadas favoreciendo expl¨ªcitamente pol¨ªticas de innovaci¨®n.
Dado el evidente riesgo de fracaso, el terreno en el que se intenta innovar son empresas puntocom nacientes y spin-offs de grandes compa?¨ªas. Y la mortandad de estas estructuras que se lanzan a terrenos desconocidos es muy grande: durante el periodo de despegue de las compa?¨ªas de Internet en EE UU, en torno al a?o 2000, casi 5.000 compa?¨ªas cerraron sus webs o fueron adquiridas. Aunque las puntocom han sido el ejemplo perfecto de innovaci¨®n disruptiva a lo largo de las ¨²ltimas dos d¨¦cadas, no siempre sus logros vinieron de la investigaci¨®n o de la implementaci¨®n de nuevos sistemas en sus estructuras. Un caso claro es el de Google, que primero, efectivamente, revolucion¨® con su algoritmo page rank el mundo de los buscadores. Pero otros de sus servicios clave, como Blogger, Google Maps o YouTube, en realidad fueron comprados a otros desarrolladores. Y algunas de sus innovaciones propias han fracasado, como las gafas Google Glass o la red social Google+.
S¨ª: el n¨²mero de innovaciones que fallan es muy grande; seg¨²n el mencionado profesor Christensen, cada a?o se lanzan en EE UU m¨¢s de 30.000 productos de consumo, de los cuales el 80% fracasan. Un museo en Ann Arbor (Michigan, EE UU) re¨²ne 140.000 envases de lanzamientos fallidos en el campo del hogar y la alimentaci¨®n. Un Museo del Fracaso en Helsingborg (Suecia) tiene 70 productos y servicios, sobre todo digitales, que no llegaron a buen puerto. Las cifras de mortandad son tan grandes que hay quienes prefieren reservar el nombre de ¡°innovaci¨®n¡± s¨®lo para los ¨¦xitos. Se puede leer que ¡°una innovaci¨®n es una innovaci¨®n que triunfa¡±, lo cual claramente es hacer trampa. Y hay millares de procesos, objetos o productos (por ejemplo, el ventilador, muchos componentes de los autom¨®viles o la humilde aspirina) que llevan d¨¦cadas funcionando de manera b¨¢sicamente igual y prestando un gran servicio a sus usuarios aunque no ocupan ning¨²n espacio en la bibliograf¨ªa sobre empresas.
La ba?era de burbujas para enfermos de artritis de los hermanos Jacuzzi se replante¨® como ba?o de lujo
Adem¨¢s, muchas de las innovaciones m¨¢s aclamadas en realidad act¨²an acr¨ªticamente en un medio preexistente: el coche el¨¦ctrico, por ejemplo, se basa en una idea de circu?laci¨®n privada, en una infraestructura viaria consolidada, incluso en una forma-dise?o tradicional. ?Pero, adem¨¢s, no es en absoluto una idea nueva! A finales del siglo XIX hubo taxis el¨¦ctricos en Londres y en Nueva York. Pero cuando aparecieron grandes reservas de petr¨®leo en Am¨¦rica, la pr¨¢ctica se abandon¨®. Y no olvidemos que, aunque haya investigaci¨®n en el seno de muchas empresas, incluso ella se levanta sobre la base de investigaciones de base realizadas en instituciones p¨²blicas y con dinero p¨²blico. Con lo que la pregunta clave deber¨ªa ser: ?tiene un retorno positivo sobre la sociedad?
Y aqu¨ª podemos volver a la definici¨®n que cre¨® hace muchos siglos Isidoro de Sevilla: ¡°No es grave ni malo hacer alguna innovaci¨®n cuando la utilidad est¨¢ unida a la novedad¡±. La clave, por supuesto, es ¡°utilidad¡±, pero ?para qui¨¦n?: ?para sus consumidores finales?, ?para el conjunto de la sociedad?, ?o para las empresas que lo llevan a cabo?
Un terreno en el que la innovaci¨®n ha resultado sorprendentemente poco beneficiosa para la gente (tanto en el aspecto cualitativo como en el econ¨®mico) es el consumo musical. Es muy posible que a estas alturas, como postula el creador David Byrne, estemos escuchando m¨¢s m¨²sica que en ning¨²n otro momento, pero las t¨¦cnicas de grabaci¨®n y las formas de recepci¨®n no han mejorado su calidad. Visto con perspectiva, se trata de un movimiento que ya cuenta con 40 a?os (que podemos iniciar cuando Morita, de Sony, cre¨® el walkman) para hacernos o¨ªr m¨²sica constantemente, lo cual no es que fuera una demanda popular. Una de las consecuencias de la sucesi¨®n de innovaciones ha sido que muchas personas han pagado por la misma grabaci¨®n primero en vinilo y luego en CD¡ para acabar pagando de nuevo para escucharla por Spotify. Por no mencionar que la retribuci¨®n de los creadores en los servicios de streaming ha bajado a niveles antes nunca vistos.
El problema es que cualquier innovaci¨®n se asienta en el interior de una sociedad que, a su vez, cambia por su est¨ªmulo. Los efectos que tendr¨¢ la novedad a medio o largo plazo muchas veces pueden resultar nulos o directamente contraproducentes. La gran eclosi¨®n de electrodom¨¦sticos, como lavadoras o aspiradoras, que se desarroll¨® con el siglo pasado pretend¨ªa liberar a las amas de casa de trabajos ingratos y repetitivos, pero, como describi¨® Ruth Schwartz Cowan en su libro de 1983 More Work for Mother, tuvieron el efecto de elevar los est¨¢ndares de limpieza, con lo que la carga de trabajo dom¨¦stico sobre las mujeres permaneci¨® inalterada.
Cualquier innovaci¨®n se asienta en el interior de una sociedad que, a su vez, cambia por su est¨ªmuo
El ¨¦nfasis actual en la innovaci¨®n coincide con la expansi¨®n y ubicuidad de las t¨¦cnicas digitales. Eso significa que hay procesos e interacciones que se reformulan digitalmente. Podr¨ªamos pensar que, si una manufactura cl¨¢sica incorpora sistemas de control digitales, el proceso puede abaratarse (pasaremos por alto, de momento, la posible influencia sobre la disminuci¨®n del n¨²mero de trabajadores). Pero tambi¨¦n experimentan mutaciones procesos relacionados con las personas, y no siempre con resultados positivos. La interacci¨®n de las instituciones con los ciudadanos ha pasado en gran medida a la Red. Quienes hayan interactuado con chatbots o hayan necesitado rellenar complejos formularios en la web habr¨¢n experimentado la frustraci¨®n de no tener nadie al otro lado y de verse forzados a ajustar sus necesidades a la horma de los sistemas previstos. Quiz¨¢s as¨ª se han ahorrado muchos sueldos de trabajadores, pero la calidad de la atenci¨®n ha disminuido much¨ªsimo y se ha dificultado su acceso a personas de edad avanzada o con deterioros cognitivos.
La ideolog¨ªa ligada a la innovaci¨®n puede hacer especial da?o en los terrenos m¨¢s pr¨®ximos a las personas. El campo de la sanidad es uno de los que est¨¢n experimentando mayor sustituci¨®n de contacto humano por monitorizaciones autom¨¢ticas o a distancia, y no siempre con resultados positivos. En educaci¨®n, da la impresi¨®n, err¨®nea, de que los profesores que usan la tiza y la explicaci¨®n, en vez de pizarras electr¨®nicas o la gamificaci¨®n, no est¨¢n cumpliendo realmente con su deber.
Puestas as¨ª las cosas, hay que pensar que el mundo de la empresa, de la universidad, los think tanks y los Gobiernos necesitan una reformulaci¨®n de objetivos y m¨¦todos. No es sano que un concepto tan vacuo, por una parte, y tan ideol¨®gicamente dudoso, por otra, como ¡°innovaci¨®n¡± sea el que est¨¦ pilotando el desarrollo de nuestras sociedades, con evidente desprecio de sus posibles efectos sobre los ciudadanos. Desarrollos tecnol¨®gicos como la biotecnolog¨ªa, la inteligencia artificial, la nanotecnolog¨ªa o la impresi¨®n 3D tienen cada vez m¨¢s potencial de cambiar la vida de la gente, pero convendr¨ªa que se saliera del c¨ªrcu?lo vicioso de aplicaciones acr¨ªticas / resultados indeseados para las personas / soluciones tecnol¨®gicas paliativas para afrontar la responsabilidad social de quienes quieren innovar en productos y en procesos sin contestar a la pregunta clave: ?para bien de qui¨¦n?
Jos¨¦ Antonio Mill¨¢n?es escritor e investiga sobre aspectos ideol¨®gicos de la lengua, la educaci¨®n y las nuevas tecnolog¨ªas.
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