El cerebro nos impide ver la fuerza de los argumentos que nos contradicen
Los cient¨ªficos observan un ¨¢rea cerebral que podr¨ªa influir en que hagamos o¨ªdos sordos a otras opiniones
Si un amigo le dijera que acaba de ver un elefante rosa volando no le creer¨ªa. Los elefantes no son rosas y no vuelan, por lo que usted necesita algo m¨¢s que un supuesto testigo para cambiar su idea de c¨®mo funciona el mundo. El cerebro rechaza de primeras informaci¨®n que contradice lo que usted ya sabe y as¨ª funciona bien, porque en la abrumadora mayor¨ªa de los casos est¨¢ en lo correcto. Pero ?qu¨¦ ocurre cuando el argumento es bueno ¡ªno un elefante volador¡ª y al menos deber¨ªamos tenerlo en cuenta aunque nos contradiga? "Me da igual", responder¨ªa el cerebro.
"?Por qu¨¦ hemos desarrollado un cerebro que descarta informaci¨®n perfectamente v¨¢lida cuando esa informaci¨®n no se ajusta a su visi¨®n del mundo? Esto puede parecer un mal dise?o que puede conducir a muchos errores de juicio. Entonces, ?por qu¨¦ no se ha corregido este fallo en el transcurso de la evoluci¨®n humana?", se pregunta la neurocient¨ªfica Tali Sharot en The influential mind (La mente influyente, editorial Little Brown). Para tratar de responder a estas preguntas, Sharot, de la University College de Londres, ha realizado una serie de experimentos que mostrar¨ªan, de confirmarse, c¨®mo el cerebro se niega a abrir la puerta cuando quien llama es una opini¨®n que lo contradice, por muy convincente que pudiera ser.
En estos experimentos, se hac¨ªa jugar a los participantes en una especie de El precio justo con el coste de varios inmuebles. Se les muestra un precio y tienen que decidir si es mayor o menor y, despu¨¦s, decidir cu¨¢nto apuestan a que est¨¢n en lo cierto: entre 1 y 60 centavos. De esta manera, se puede medir lo seguros que est¨¢n de sus decisiones. Entonces, se les mostraba lo que hab¨ªa apostado su acompa?ante en el juego y se les daba la opci¨®n de cambiar la cantidad apostada, pero no el sentido de la apuesta. Para los cient¨ªficos, no fue una sorpresa lo que observaron: cuando el otro sujeto les daba la raz¨®n, aumentaban la apuesta. Y si el otro estaba muy seguro, la aumentaban mucho m¨¢s. Es decir, que ten¨ªan en cuenta la fuerza de la convicci¨®n del compa?ero cuando coincid¨ªan.
Sharot define el sesgo de confirmaci¨®n como "buscar e interpretar datos de una manera que fortalezca nuestras opiniones preestablecidas"
Pero cuando el compa?ero apostaba lo contrario, no ten¨ªa tanta influencia y apenas reduc¨ªan lo apostado. Lo m¨¢s interesante es lo que ocurr¨ªa cuando el compa?ero opinaba lo contrario y adem¨¢s apostaba mucho por esa opci¨®n, es decir, cuando su convicci¨®n transmit¨ªa mucha fuerza. En ese caso, segu¨ªa sin tener mucha influencia: daba igual la intensidad de la apuesta. "Descubrimos que cuando las personas no est¨¢n de acuerdo, sus cerebros no logran registrar la fuerza de la opini¨®n de la otra persona, lo que les da menos razones para cambiar de opini¨®n", resume Andreas Kappes, investigador de la?Universidad de la City de Londres y coautor de este estudio, que publica Nature Neuroscience. "Nuestros hallazgos sugieren que ni siquiera los argumentos m¨¢s elaborados del otro lado convencer¨¢n a las personas m¨¢s polarizadas porque el desacuerdo ser¨¢ suficiente para rechazarlo", asegura Kappes. Y a?ade: "El hecho de no observar la calidad del argumento opuesto hace que los cambios en la mente sean menos probables".
Estos cient¨ªficos dieron un paso m¨¢s all¨¢ en el entendimiento de este sesgo de confirmaci¨®n, que Sharot, directora del Affective Brain Lab en la University College de Londres, define as¨ª: "Buscar e interpretar datos de una manera que fortalezca nuestras opiniones preestablecidas". Sharot y su equipo realizaron estos experimentos observando la actividad del cerebro de los participantes mediante resonancia magn¨¦tica. Y pusieron el foco en una regi¨®n muy concreta, la corteza prefrontal medial posterior, un ¨¢rea que se activa al escudri?ar la confianza o la calidad de la evidencia que se nos presenta y luego nos lleva a cambiar nuestras creencias y opiniones de acuerdo con la calidad de esas pruebas. Si escucho a un m¨¦dico confiado sugiriendo que deber¨ªa comenzar el tratamiento, entonces la corteza prefrontal medial posterior rastrea la confianza del m¨¦dico y me lleva a ajustar mi opini¨®n en consecuencia: mi creencia de que debo tratarme aumenta, explica Kappes.
Preguntas sin respuesta
Al observar la actividad cerebral durante el experimento, vieron que cuando las personas estaban de acuerdo esa regi¨®n del cerebro estudiaba el nivel de confianza de la otra persona, lo que llevaba a ajustar sus creencias de acuerdo con la confianza de la otra persona. "Sin embargo, cuando las personas no estaban de acuerdo el cerebro no lo hizo, dando a las personas pocas razones para cambiar de opini¨®n", resume Kappes. ?Por qu¨¦ ocurre esto? "Nuestros hallazgos no brindan una respuesta a esa pregunta, solo ofrecen un mecanismo que subyace a la renuencia de las personas a cambiar de opini¨®n", responde este psic¨®logo social. Sharot public¨® un estudio este verano en el que descubrieron que la gente deja de realizar b¨²squedas en Internet cuando los primeros resultados proporcionan la informaci¨®n deseada, otra forma de sesgo de confirmaci¨®n digital. "La tendencia conductual a descartar la informaci¨®n discrepante tiene implicaciones significativas para los individuos y la sociedad, ya que puede generar polarizaci¨®n y facilitar el mantenimiento de creencias falsas", afirma la cient¨ªfica.
"A la hora intentar alcanzar un consenso, busquemos un punto de partida en el que estemos de acuerdo, y a partir de ah¨ª ser¨¢ m¨¢s f¨¢cil", razona Mart¨ªnez-Conde
"Este estudio es un buen primer paso para estudiar los mecanismos del sesgo de confirmaci¨®n, porque encuentran una correlaci¨®n con las diferencias en esta regi¨®n del cerebro, pero esto sigue sin explicar esa discrepancia entre nuestra opini¨®n y la evidencia que nos contradice", opina la neurocient¨ªfica Susana Mart¨ªnez-Conde, especialista en estos autoenga?os de la mente. "Seguimos sin saber el mecanismo neural; el hecho de encontrar actividad asociada no da una explicaci¨®n, cualquier comportamiento va a estar basado en el cerebro, lo extra?o ser¨ªa que no se observara diferencia", apunta la directora del laboratorio de Neurociencia Integrada de la Universidad del Estado de Nueva York. Ella s¨ª cree, no obstante, que se puede encontrar una respuesta en el cerebro "quiz¨¢ no con estas herramientas actuales, pero a nivel te¨®rico el mecanismo neural tiene una respuesta f¨ªsica que debemos poder observar".
Pero Mart¨ªnez-Conde es optimista sobre lo que muestran estos experimentos. "Los resultados no son tan alarmantes: las opiniones negativas influyen, aunque mucho menos, aunque no tienen el mismo peso, pero s¨ª las consideramos m¨ªnimamente. Es un comienzo", asegura. Al desarrollar su argumento, Mart¨ªnez-Conde coincide con lo que asegura Tali Sharot en su libro: "Los n¨²meros y las estad¨ªsticas son necesarios y maravillosos para descubrir la verdad, pero no son suficientes para cambiar las creencias, y son pr¨¢cticamente in¨²tiles para motivar la acci¨®n". La mejor forma de abordar este sesgo de confirmaci¨®n es plantear los argumentos envueltos en una narrativa que implique que se est¨¢ de acuerdo. Como si en el experimento hubieras votado lo mismo, porque es cuando s¨ª se atienden los argumentos del otro. "A la hora de intentar alcanzar un consenso, busquemos un punto de partida en el que estemos de acuerdo, y a partir de ah¨ª ser¨¢ m¨¢s f¨¢cil moderar las opiniones de los dem¨¢s", razona Mart¨ªnez-Conde.
Trump y las estaciones tozudas
"Escuchamos lo que queremos o¨ªr y lo que no, lo descartamos: no le damos el mismo peso a las opiniones que nos contradicen", afirma Susana Mart¨ªnez-Conde sobre los resultados del estudio que publica Nature Neuroscience y en el que ella no ha participado. Pero a?ade: "El problema del sesgo de confirmaci¨®n es bastante m¨¢s amplio y profundo que unas posturas ideol¨®gicas". Para ilustrarlo, recurre a un experimento de su colega Matthew Schneps, que ha trabajado en la resistencia para cambiar las propias ideas err¨®neas con respecto a los conceptos de astronom¨ªa b¨¢sica. Gran parte de los graduados de Harvard cre¨ªan que las estaciones se producen por la cercan¨ªa al Sol y no por la inclinaci¨®n de la Tierra. Schneps descubri¨® que, aunque se corrigiera el error sin que los participantes opusieran resistencia, al cabo del tiempo volv¨ªan de nuevo a su explicaci¨®n equivocada inicial. "Creo que hay unos periodos cr¨ªticos en los que la solidez de las sinapsis convierten en algunos circuitos casi en algo inamovible", asegura Mart¨ªnez-Conde. "Por eso tenemos que buscar nuevas herramientas", a?ade, "porque tal y como lo hemos llevado hasta ahora no est¨¢ funcionando".
Pero unos investigadores de la Universidad de Londres s¨ª han descubierto un caso en el que estamos dispuestos a aceptar datos que nos contradicen: cuando esos datos respaldan lo que queremos creer. Cuando en agosto de 2016 le preguntaban a futuros votantes de Donald Trump qui¨¦n cre¨ªan que iba a ganar las presidenciales, la mayor¨ªa apostaban por Hillary Clinton, con parecida convicci¨®n a la de los votantes dem¨®cratas. Cuando se les mostraba una encuesta que apoyaba esa idea, su apuesta no cambiaba gran cosa. Pero cuando les ense?aban una encuesta que daba ganador a Trump, los republicanos s¨ª estaban dispuestos a darle la vuelta a su opini¨®n. Aunque opinaban que ganar¨ªa Clinton, quer¨ªan que ganara Trump, por lo que sus cerebros reciben con los brazos abiertos un dato en ese sentido.
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