El librepensador cuyo coraje sigue siendo rompedor 300 a?os despu¨¦s
Un ensayo biogr¨¢fico retrata a Diderot, autor y editor de la 'Enciclopedia' de la Ilustraci¨®n, cuya libertad de pensamiento sirve de ejemplo frente al sectarismo
Durante los a?os que siguieron a la fuga de Diderot del monasterio carmelita y su regreso a Par¨ªs, sus padres se fueron dando poco a poco cuenta de que se hab¨ªa alineado con los librepensadores y esc¨¦pticos de la capital. El sentimiento de culpa y la decepci¨®n debieron de ser lacerantes. Qu¨¦ desolador era que su primog¨¦nito osara sustituir la verdad revelada por las creencias personales. Y qu¨¦ absolutamente miope, adem¨¢s, renunciar a una eternidad de felicidad a cambio de los fugaces placeres del sacrilegio. Ang¨¦lique Diderot lloraba por su hijo (¡).
Diderot contemplaba su deslizamiento a la apostas¨ªa desde un punto de vista completamente distinto. Liberarse de la empalagosa comodidad del cristianismo no era un gesto irreflexivo ni interesado; se trataba de un acto serio, transformador y m¨¢s fruto de la lucidez que de la ceguera. Puede que la idea m¨¢s cr¨ªtica que Diderot hab¨ªa tenido cuando dej¨® la Sorbona era que la gente razonable ten¨ªa derecho a someter a la religi¨®n al mismo an¨¢lisis que a cualquier otra tradici¨®n o pr¨¢ctica humanas. Vista desde esta perspectiva, la misma fe cat¨®lica pod¨ªa ser racionalizada, mejorada y, tal vez, incluso descartada.
El siglo XVI alumbr¨® una era en que ¡°la mitad de la naci¨®n se ba?aba piadosamente en la sangre de la otra mitad¡±
La propensi¨®n de Diderot a ideas tan gangrenosas proced¨ªa de varias fuentes. Para empezar, el futuro philosophe ten¨ªa una arraigada tendencia a irritar a la autoridad y a cuestionar las ideas en las que se basaba esa autoridad. Pero tambi¨¦n hubo varias razones m¨¢s concretas que explicaban su relaci¨®n cada vez m¨¢s esc¨¦ptica con el catolicismo. De joven, al antiguo abate le hab¨ªa preocupado lo que cre¨ªa que era una serie de incoherencias importantes del dogma cristiano, la m¨¢s famosa de las cuales era el inmemorial problema del mal. ?C¨®mo era posible, se preguntaba, que la deidad cristiana fuera a la vez un padre ben¨¦volo que amaba y proteg¨ªa a su reba?o y un implacable magistrado que condenaba con indignaci¨®n a los imp¨ªos a un eterno rechinar de dientes en un mar de fuego y tormento? (...)
M¨¢s adelante, como editor de la Encyclop¨¦die, se divertir¨ªa escribiendo (o encargando) ir¨®nicos art¨ªculos que se mofaban de las diversas subculturas del catolicismo por sus disputas acerca de cuestiones metaf¨ªsicas arcanas e irresolubles.
Sin embargo, una de esas disputas ¡ªel especialmente destructivo debate que separ¨® a jesuitas y jansenistas¡ª no era cosa de risa. La fisura hab¨ªa empezado en la d¨¦cada de 1640, cuando un combativo grupo de eclesi¨¢sticos cat¨®licos franceses empez¨® a diseminar las creencias de Cornelius Jansen, obispo de Ypres. En un momento en que Francia todav¨ªa sufr¨ªa penosamente las consecuencias de la Reforma protestante, los jansenistas cuestionaban la fundaci¨®n de la Iglesia gala desde dentro. Condenando la supuesta laxitud moral y la mundanidad de la poderosa orden jesuita, defend¨ªan un retorno a una concepci¨®n mucho m¨¢s austera de la condici¨®n humana, en la que el pecado original y la depravaci¨®n defin¨ªan qui¨¦nes ¨¦ramos. Y, m¨¢s chocante si cabe desde el punto de vista jesuita, los seguidores de Jansen (entre los que lleg¨® a contarse Blaise Pascal) diseminaban una torva visi¨®n de la vida que subrayaba la predestinaci¨®n de un grupo limitado de personas bendecidas por la gracia de Dios. Los te¨®logos jesuitas, con su ¨¦nfasis en la educaci¨®n y la perfectibilidad humana, manten¨ªan a todas luces una posici¨®n mucho m¨¢s conciliadora. (¡)
Como alumno tanto de los jesuitas de Langres como del clero de inclinaciones jansenistas del Coll¨¨ge d¡¯Harcourt de Par¨ªs, Diderot estaba muy al tanto de estas luchas intestinas pol¨ªticas y teol¨®gicas. Los sucesos que preocupaban especialmente a la generaci¨®n de Diderot empezaron con la decisi¨®n que tom¨® Luis XIV en 1709 de disolver y luego arrasar Port-Royal des Champs, la plaza fuerte del movimiento jansenista. Esta violenta tentativa de aplastar a los jansenistas fue retomada cuatro a?os m¨¢s tarde por el papa Clemente IX, que emiti¨® el decreto de m¨¢s alto nivel ¡ªuna constituci¨®n apost¨®lica¡ª que condenaba los principios fundamentales del movimiento como falsos, escandalosos, temerarios y perjudiciales para el bienestar de la Iglesia. Diversas formas de persecuci¨®n papal y regia prosiguieron durante el reinado de Luis XV, lo que, a su vez, hab¨ªa generado una inacabable oleada de panfletos jansenistas. Versalles respondi¨® exiliando o encarcelando a numerosos l¨ªderes jansenistas. (¡)
Un conflicto as¨ª distaba de ser una anomal¨ªa desde la perspectiva de Diderot; m¨¢s bien era representativo de c¨®mo funcionaba la religi¨®n a escala general en el mundo. En lugar de unir a la gente, parec¨ªa que cada facci¨®n religiosa considerase a sus adversarios o bien como infieles espirituales o bien como enemigos pol¨ªticos que hab¨ªa que aplastar. Diderot explicar¨ªa m¨¢s adelante este fen¨®meno con los t¨¦rminos m¨¢s sencillos: ¡°He visto al de¨ªsta armarse (¡) contra el ateo; el de¨ªsta y el ateo atacan al jud¨ªo; el ateo, el de¨ªsta y el jud¨ªo se unen contra el cristiano; el cristiano, el de¨ªsta, el ateo y el jud¨ªo se oponen al musulm¨¢n; el ateo, el de¨ªsta, el jud¨ªo, el musulm¨¢n y una multitud de sectas cristianas atacan al cristiano¡±.
Las diferencias en el dogma, como bien sab¨ªa Diderot, ten¨ªan una larga y cruenta historia en Francia. Durante el siglo XVI, los obispos y reyes cat¨®licos hab¨ªan expulsado, colgado, quemado y masacrado a miles de protestantes, dando lugar a una era en que, en sus palabras, ¡°la mitad de la naci¨®n se ba?aba piadosamente en la sangre de la otra mitad¡±. Esa persecuci¨®n e intolerancia no era s¨®lo historia antigua. Menos de veinte a?os antes de que naciera Diderot, Luis XIV hab¨ªa emitido el Edicto de Fontainebleau, en 1685, que puso fin a una era de relativa tolerancia que hab¨ªa sido permitida por el Edicto de Nantes de 1598. En los d¨ªas posteriores a la firma de la promulgaci¨®n, Versalles orden¨® un ataque doble contra los protestantes del pa¨ªs; el ej¨¦rcito franc¨¦s cruz¨® el territorio del pa¨ªs, destruyendo y asolando las iglesias y santuarios hugonotes mientras, al mismo tiempo, grupos organizados de dragones irrump¨ªan en hogares protestantes con la instrucci¨®n expl¨ªcita de aterrorizar, convertir o exiliar a los supuestos herejes franceses. M¨¢s de 200.000 fueron expulsados de Francia y huyeron a Inglaterra, Alemania, Holanda y Am¨¦rica. ?D¨®nde, se preguntaba Diderot, estaba la voluntad de Dios en todas esas persecuciones y luchas intestinas religiosas?
Andrew S. Curran es profesor de Humanidades en la Universidad Wesleyana, Middletown (EE UU). Este texto es un adelanto del libro ¡®Diderot y el arte de pensar libremente¡¯, de la editorial Ariel, que se publica el pr¨®ximo 28 de enero.
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