Ciberfascismo
Las llamadas ¡°tormentas de mierda¡± consiguen adue?arse de debates que denuncian problemas que no existen
No podr¨ªa entenderse el avance del populismo sin el uso de estrategias masivas de comunicaci¨®n digital. Estas utilizan una agresividad argumentativa y una din¨¢mica de viralizaci¨®n que adapta en clave posmoderna la violencia que el fascismo utilizaba en la calle durante el periodo de entreguerras. El ¨¢gora de entonces son las redes sociales de hoy. Un espacio p¨²blico que hegemoniza progresivamente el populismo y, en particular, un neofascismo que emplea una guerra rel¨¢mpago contracultural que desestabiliza las bases emocionales y epistemol¨®gicas de la democracia.
El objetivo es desplazar el eje de legitimidad de la democracia del liberalismo al populismo. ?Con qu¨¦ fin? Con el de poner las bases para una dictadura que no utilizar¨¢ la violencia expl¨ªcita y masiva del pasado, sino una estrategia algor¨ªtmica que predecir¨¢ y prescribir¨¢ lo que el pueblo quiere de antemano. Para lograrlo, antes hay que deshacer por dentro la institucionalidad de la democracia liberal y desacre?ditarla socialmente. Una tarea que el ciberpopulismo afronta a diario al golpear con precisi¨®n los mecanismos argumentativos de la democracia liberal. Primero, cuestionando a sus defensores, a quienes difama y caricaturiza con pr¨¢cticas comunicativas que fueron denunciadas por Victor Klemperer en su famosa LTI. La lengua del Tercer Reich. Y segundo, criticando la l¨®gica de veracidad y las din¨¢micas de contrastabilidad del conocimiento, as¨ª como los razonamientos de autoridad asociadas a ¨¦l, que emplea la democracia liberal al ser heredera de la modernidad ilustrada.
El desenlace est¨¢ en el avance del estado de malestar hacia la democracia liberal que crece en todos los pa¨ªses desarrollados de forma alarmante. Lo denuncia el Centro para el Futuro de la Democracia de la Universidad de Cambridge. Un fen¨®meno que est¨¢ directamente relacionado con el ciberpopulismo que prende en las redes sociales y que consumen masivamente las clases medias de todo Occidente. No hay que olvidar que la complejidad argumentativa y el matiz narrativo que esgrimen los medios de comunicaci¨®n anal¨®gicos y la academia ceden ante la simpleza emocional de narraciones ef¨ªmeras que fluyen aliadas de im¨¢genes potent¨ªsimas que distorsionan la percepci¨®n del destinatario de sus mensajes.
El matonismo de los fasci di com?battimento que llev¨® la guerra a las ciudades ha sido resignificado en una clave posmoderna en las redes sociales. Pone en evidencia las disfuncionalidades operativas de la democracia mediante campa?as de desinformaci¨®n que no pueden ser contrastadas ni contraargumentadas en tiempo real. Utiliza adem¨¢s una incorrecci¨®n pol¨ªtica que propaga un lenguaje de bayoneta y uniformidad adoctrinada que se vierte en tromba y sin mediaciones sobre los enemigos anonimizados que tiene enfrente. Los linchamientos y las llamadas ¡°tormentas de mierda¡± consiguen adue?arse de debates que denuncian problemas que no existen. Y todo ello con el prop¨®sito de fijar un marco dentro del que extender la alarma y el malestar en destinatarios que, con el big data y otras estrategias de microtargeting, son identificados como consumidores y difusores de esos contenidos.
El fascismo se viraliza de forma poderos¨ªsima y, con ¨¦l, un decisionismo dictatorial que ponga orden y seguridad frente a una democracia en estado de descomposici¨®n. Una viralizaci¨®n que muta subversivamente al orientar su din¨¢mica de apropiaci¨®n del espacio de comunicaci¨®n de Twitter a Instagram. Una migraci¨®n que incorpora patrones propagand¨ªsticos de la est¨¦tica fascista del periodo de entreguerras. Por un lado asume la imagen emocional con la que la Konservative Revolution combati¨® los conceptos modernos y racionales que esgrim¨ªa la Rep¨²blica de Weimar. Y por otro interioriza la obsesi¨®n por la velocidad, la m¨¢quina, la ¨¦pica y la bofetada irreverente que el futurismo inocul¨® al fascismo italiano al atribuirle una pulsi¨®n vanguardista y de cambio que fue tan seductora en los a?os veinte y treinta.
La democracia liberal se debilita cotidianamente frente a un ciberfascismo que manipula con eficacia la emocionalidad herida de unas clases medias atemorizadas por su p¨¦rdida de status econ¨®mico y de rol pol¨ªtico. Unas clases medias que consumen sin filtros la simplicidad argumentativa de las redes y que retroalimentan el malestar de verse apu?aladas por una democracia que pospone sus intereses en la agenda de la pol¨ªtica actual. De este modo, el camino hacia la dictadura se allana digitalmente.
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