?Resistir¨¢n?
El autor teme que de tanto hablar de nosotros, de lo que nos ocurre y de las consecuencias que el virus tiene y tendr¨¢, nos olvidemos de aquellos a quienes no vemos, de los que han desaparecido de la actualidad informativa. Para ellos ha creado esta campa?a
La pandemia ha tra¨ªdo consigo muchos cambios en nuestras rutinas, algunos han llegado para quedarse, avanz¨¢ndonos un futuro que cre¨ªamos lejano, otros desaparecer¨¢n poco a poco hasta ser solo el recuerdo de un extra?o periodo.
Se ha hablado mucho de la corriente de generosidad que hemos desarrollado como un mecanismo para protegernos y proteger a los dem¨¢s, una especie de anticuerpo en forma de empat¨ªa. Y es cierto que, por primera vez, sociedades que tradicionalmente han sido donantes, ayudantes, se han convertido en beneficiarias, ayudadas, lo que ha permitido que muchos descubran la verdadera dimensi¨®n y el valor de un gesto que deber¨ªa regir siempre nuestras vidas.
Por primera vez en mucho tiempo, hemos estado algo m¨¢s cerca de sentir lo que millones de personas sienten cada d¨ªa: la imposibilidad de acceder a un diagn¨®stico y un tratamiento, la desprotecci¨®n frente a un enemigo mortal, la incertidumbre del futuro, el tedio, la ausencia de afectos y, sobre todo, la falta de libertad.
Me asusta que esta capacidad de empatizar con los dem¨¢s que hemos desarrollado est¨¦ ligada exclusivamente a una circunstancia y momento concretos, al miedo que provoca ver tambalearse el estado de bienestar de una sociedad, la nuestra, a la que cre¨ªamos invencible.
Cuando cre¨¦ la campa?a Pastillas contra el dolor ajeno sent¨ª que por primera vez hab¨ªamos conseguido expresar ese sentimiento de dolor que debe provocarnos el sufrimiento de los dem¨¢s, de aquellos a los que no conocemos, pero a los que estamos unidos por un v¨ªnculo ancestral e indestructible.
Empiezo a estar muy preocupado con el hecho de que hayamos decidido colocarnos a nosotros mismos en el foco de atenci¨®n de esta crisis, mirarnos el ombligo y lamer nuestras heridas
Mi deseo era que el dolor ajeno doliera, incluso m¨¢s que el propio, y aquellas pastillas intentaban ser la forma de vehiculizar ese deseo de ayuda, de dar respuesta al sentimiento que ha de provocar en todos nosotros la angustia de otros seres humanos.
Empiezo a estar muy preocupado con el hecho de que hayamos decidido colocarnos a nosotros mismos en el foco de atenci¨®n de esta crisis, mirarnos el ombligo y lamer nuestras heridas mientras celebramos nuestra capacidad de resistencia, sin preguntarnos si otros lograr¨¢n resistir.
Que de tanto hablar de nosotros, de lo que nos ocurre y de las consecuencias que el virus tiene y tendr¨¢, nos olvidemos de aquellos a quienes no vemos, de los que han desaparecido de la actualidad informativa y de nuestras vidas, de los que ya eran pr¨¢cticamente invisibles antes de todo esto. Me angustia que el dolor ajeno deje de dolernos, porque estemos demasiado centrados en intentar curar solo el nuestro. Para millones de personas en el mundo, el coronavirus es la gota que desbordar¨¢ un vaso ya repleto, una pesada piedra m¨¢s en una mochila que ya era insoportable.
Los medios construyen una realidad limitada y monotem¨¢tica, los pol¨ªticos hablan de compatriotas a los que proteger, de homenajes de Estado para honrar a los muertos, solo a los nuestros, y la poblaci¨®n se enzarza en discutir que peque?o territorio est¨¢ m¨¢s a salvo, qui¨¦n lograr¨¢ alcanzar antes la nueva vieja normalidad, o peor, sintiendo alivio ante el hecho de que otros nos superen en n¨²mero de casos.
Sin darnos cuenta, empeque?ecemos nuestro mundo hasta convertirlo en un espejo en el que solo podemos contemplar nuestro reflejo, dejando fuera todo lo que dem¨¢s. Si antes resultaba dif¨ªcil sensibilizar a la sociedad sobre los grandes dramas humanitarios que acontecen en el mundo, hoy, dicha tarea, se convierte casi en imposible. La sociedad est¨¢ demasiado centrada en hablar de sus heridas, como para prestar atenci¨®n a las de otros.
Si creen que el coronavirus es letal, no se imaginan los estragos que es capaz de hacer la pobreza, de la mano del peor virus de todos: la indiferencia
Ya nadie habla de la necesidad de luchar por erradicar una pobreza galopante, los 70,8 millones de refugiados y desplazados en el mundo no tienen cabida en el nuestro, y la tragedia que se cierne sobre muchos pa¨ªses y sus poblaciones, no soporta el pulso ante problemas formulados en primera persona.
Frente al hecho terrible de haber apartado de nuestras vidas todo lo que no nos ata?e de forma directa, todo lo que no sea el dolor propio, el discurso de la mayor¨ªa de organizaciones me resulta tibio, cuando no inexistente, como si no quisieran molestar, como si hablar de los otros, precisamente ahora, fuera un gesto de mala educaci¨®n que pueda pasar factura.
El problema es que para millones de personas invisibles, estas organizaciones son su ¨²nica ventana hacia nosotros, y nosotros, su ¨²nica esperanza. Si creen que el coronavirus es letal, no se imaginan los estragos que es capaz de hacer la pobreza, de la mano del peor virus de todos: la indiferencia.
Ahora que vamos pasando de fase como qui¨¦n pasa de curso, que empezamos a lograr volver a ser lo que fuimos, recuerden que el mundo en el que vivimos es mucho m¨¢s grande que aquel que hemos confinado durante semanas, que all¨¢ fuera hay millones de personas que nos necesitan, y que solos, no resistir¨¢n.
Esta pieza audiovisual que lanzo de la mano de ONG Rescate, como un mensaje en una botella, quiere ser una forma de recordarnos ese mundo que un presente arrollador se ha llevado por delante, un golpe en ese espejo que solo proyecta nuestra imagen. No tengan reparos en sentir ese punzante dolor ajeno que solo alivia ayudar a los dem¨¢s. Ese dolor se llama empat¨ªa y es lo que nos convierte en seres humanos. Disculpen la osad¨ªa.
Jorge Mart¨ªnez es publicista y creador de campa?as de impacto social.
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