El aire que nos hace falta
Aumentan en todo el mundo las protestas contra el racismo. ?Es posible crear otra forma de vincularnos que vaya erradicando esa perversa pr¨¢ctica tan instalada en cuerpos y almas?
Pocas cosas tan cruelmente metaf¨®ricas en este tiempo como la imagen de George Floyd tirado en el piso, con una rodilla en el cuello y clamando, desde sus ¨²ltimos alientos, ¡°no puedo respirar¡±. Le faltaba el aire en un momento l¨ªmite, cuando ya se le iba la vida, como a miles de personas, en todo el mundo, les falta en este momento un flujo de ox¨ªgeno providencial.
El polic¨ªa que pudo darle un respiro no lo hizo y ahora, tras su muerte, buena parte de la comunidad humana, no solo en Estados Unidos, ha estallado de indignaci¨®n, con una fuerza que no parece circunstancial. Hay algo en esa marea de protestas que se asemeja a un batall¨®n de anticuerpos que estaban semi-dormidos, y que hoy luchan encarnizadamente contra un virus.
El racismo, como dice Tzvetan Todorov, es un comportamiento, algo que millones de personas pueden tener, incluso sin darse cuenta y a lo largo de sus vidas. En los pa¨ªses de Am¨¦rica Latina, por ejemplo, se suele mamar desde la infancia en la f¨®rmula de frases estereotipadas sobre los afrodescendientes, los ind¨ªgenas o sobre quienes guardan la herencia de la migraci¨®n asi¨¢tica.
El mal est¨¢ extendido en todo el planeta, desde hace siglos, pero lo de Estados Unidos es especialmente dram¨¢tico, y emblem¨¢tico, por algunas razones: es un pa¨ªs poderoso que quiere proyectarse como un faro para otras naciones; tiene un presidente que no es precisamente devoto de los derechos humanos, y cuenta con una herencia de abusos raciales profusa y lamentable.
La esclavitud estuvo clavada desde el nacimiento de esa naci¨®n, para aludir a la pel¨ªcula de D.W. Griffith (El nacimiento de una naci¨®n), que hoy vuelve al epicentro de la discusi¨®n por su contenido racista. Pero lo triste no es solo saber que Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores de EE UU, tuvo esclavos, sino tambi¨¦n preguntarse por qu¨¦ el desprecio persisti¨®.
El cruel r¨¦gimen fue oficialmente abolido por la Enmienda XIII de la Constituci¨®n, promovida por Abraham Lincoln. Pero como cuenta el demoledor documental, llamado justo Enmienda XIII, sobrevivi¨® en diversos formatos, como las Leyes de Jim Crow, que duraron casi un siglo en varios estados (1876-1965), o el monstruoso Experimento Tugskegee, que dur¨® 40 a?os
Este ¨²ltimo consisti¨® en que el mism¨ªsimo Servicio de Salud P¨²blica del pa¨ªs dej¨®, por ese tiempo (1932-1972), sin tratamiento a cerca de 400 afroamericanos que ten¨ªan s¨ªfilis. Para observarlos y ver s¨ª pod¨ªan ser longevos¡ ?Hay que sorprenderse en el presente de que la herida en la comunidad negra norteamericana sea tan grande, profunda, permanente y furiosa?
En la historia tormentosa de Latinoam¨¦rica la esclavitud dej¨® tambi¨¦n una herencia abominable, sobre afrodescendientes e ind¨ªgenas
Como explica Enmienda XIII, hoy las c¨¢rceles albergan m¨¢s norteamericanos. Y como sostienen las cifras recientes, a prop¨®sito del crimen de Floyd, son muchos m¨¢s los afroamericanos que mueren por una agresi¨®n policial. Es como si las cadenas de la esclavitud hubieran sobrevivido, ya no colgadas en cuerpos, pero s¨ª en leyes y pr¨¢cticas horrendas.
A una parte de la comunidad mundial le encanta ver a los norteamericanos como el s¨²mmum de las taras sociales, a pesar de su poder. Sin embargo, en la historia tormentosa de Latinoam¨¦rica la esclavitud dej¨® tambi¨¦n una herencia abominable, sobre afrodescendientes e ind¨ªgenas, que en estos d¨ªas han vuelto a saltar a la escena, en medio de la amenaza creciente del coronavirus.
El pasado 24 de mayo, en el municipio colombiano de Puerto Tejada (departamento del Cauca) el joven de 19 a?os Anderson Arboleda fue golpeado en la cabeza por un polic¨ªa, en la puerta de su casa y al filo del toque de queda decretado por la pandemia. Pocas horas despu¨¦s, falleci¨®. Habr¨ªa muerto por la paliza y por ese desprecio que sobrevive a la nueva normalidad.
En Brasil, como ha informado la BBC de Londres recientemente, fallecen m¨¢s afrodescendientes en manos de la polic¨ªa que en Estados Unidos, sin que el asunto importe tanto como el f¨²tbol. Seg¨²n el Foro Brasile?o de Salud P¨²blica, son casi ocho de 10 ciudadanos que terminan muertos luego de una operaci¨®n policial. Al a?o ser¨ªan alrededor de 4.491 sobre 6.000 v¨ªctimas totales.
Estamos, entonces, ante una suerte de plaga de dimensiones globales, que pasa algo desapercibida en tiempos normales. Aun cuando incluso hoy muestra su rostro pernicioso al comprobarse que en EE UU, y probablemente en otros pa¨ªses, la mayor¨ªa de v¨ªctimas de la covid-19 tienen el rostro de uno de esos colores que han sufrido una brutal condena hist¨®rica.
?Se puede salir de esta espiral que nos asfixia por tantos siglos? Al ver la persistencia de la crueldad, no solo en las manos policiales sino en la vida cotidiana, uno se descorazona. Pero la misma historia demuestra que, incluso en las situaciones m¨¢s dif¨ªciles y aplastantes, hay seres humanos, de todas las etnias y biotipos, que alimentan la atm¨®sfera social con otros aires.
Para suerte de nuestra especie, han existido un Nelson Mandela, un Martin Luther King, o un Fray Bartolom¨¦ de las Casas, quien defend¨ªa a los ind¨ªgenas en pleno siglo XVI, cuando era normal esclavizarlos sin piedad. Tambi¨¦n un Peter Buxtun, el m¨¦dico que denunci¨® el Experimento Tugskegee. O una Nadine Gordimer y un J.M. Coetzee, dos novelistas sudafricanos, ambos Premios Nobel, que retrataron en sus obras la miseria del apartheid
Cualquier ciudadano puede hacer su exorcismo personal de prejuicios
Incluso el cine y la literatura norteamericanos han luchado contra la corriente del racismo oficial y extraoficial. Una figura se?era en ese territorio es el entra?able abogado Atticus Finch, protagonista de Matar un ruise?or, la novela de Harper Lee llevada luego al cine por Robert Mulligan en 1960. Gregory Peck le dio tanta vida en el cine que fue y es inolvidable.
N¨®tese que no es necesario estar en el lado de los oprimidos para sentir el dolor de la injusticia y luchar contra ella, como hace Finch en la historia al defender a un joven afroamericano en un juicio, contra la marea de amenazas. En estos d¨ªas, se ha visto a muchos estadounidenses blancos sumarse a la protesta por la muerte de Floyd, con un fervor que sugiere una posible esperanza.
Si ese contagio benigno de asumir que todos somos iguales y podemos hermanarnos de alg¨²n modo, como so?aba Luther King, creciera, tal vez este momento doloroso sea fundamental. Sin duda los desbordes violentos de algunas manifestaciones turban el panorama, pero, en el fondo, se puede percibir cierto horizonte en el cual el racismo ser¨¢ por lo menos m¨¢s cuestionado.
No hay que sentarse a esperarlo. Cualquier ciudadano ¡ªya sea en Londres, en Minneapolis, en Lima, en R¨ªo de Janeiro, en Bogot¨¢ o en Ciudad del Cabo¡ª puede hacer su exorcismo personal de prejuicios, su propia ruta para darse cuenta de cu¨¢nta falta nos hace otro aire social. De modo que, alg¨²n d¨ªa, la brutalidad racial llegue a ser algo que realmente el viento se llev¨®¡
Ramiro Escobar Lacruz es periodista y profesor de la Pontificia Universidad Cat¨®lica del Per¨², de la Universidad Antonio Ruiz de Montoya y de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas. Colabora regularmente con Planeta Futuro.
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