A la vaca que r¨ªe
Te busqu¨¦ en las estrellas distantes, en los agujeros de gusano, en los laberintos de la filosof¨ªa, en el sue?o dentro del sue?o
Te recuerdo, vaca, la calle mojada, la sonrisa ancha. Fuiste mi primer encuentro con el infinito. No lo provoc¨® la reminiscencia de un sabor, sino el v¨¦rtigo de una imagen. La caja de quesitos ocupaba el centro del escaparate del ultramarinos. Mi abuela sol¨ªa comprar all¨ª. La tapa ten¨ªa dibujada la cabeza de una vaca. Lo extra?o no era la carcajada de la vaca, lo extra?o era el sarcasmo de su mirada. Que una vaca te mire y se r¨ªa es de por s¨ª inquietante, sobre todo si uno est¨¢ a punto de ingerir los productos de sus ubres, pero todav¨ªa no conoc¨ªa al doctor Freud. Me qued¨¦, lo recuerdas, petrificado. Tu cabeza era un umbral, una entrada a abismos que entonces desconoc¨ªa.
Ahora que soy mayor puedo hablarte con franqueza. Lo que m¨¢s me inquiet¨® fueron tus pendientes. No me opon¨ªa a que los animales utilizarais bisuter¨ªa, pero me resultaba siniestro lo que colgaba de tus orejas. Cada uno de tus pendientes reproduc¨ªa a su vez una caja de quesitos, con el mismo dibujo en su tapa. En cada uno de ellos sonre¨ªa una vaca entre un par de pendientes, que a su vez dibujaban otras vacas risue?as.
Aquella impresi¨®n infantil, aquel primer encuentro, lo reviv¨ª en la Facultad. Los primeros f¨ªsicos de part¨ªculas conceb¨ªan el ¨¢tomo como un sistema solar en miniatura. El n¨²cleo era el sol y alrededor orbitaban los electrones, sus planetas. Imaginaba en cada uno de esos planetas seres diminutos que estudiaban la materia de su mundo microsc¨®pico, y esa impresi¨®n me retrotra¨ªa al ultramarinos donde te conoc¨ª. Luego me encontr¨¦ con autores que fueron personajes de sus novelas, como Vyasa, el prol¨ªfico hind¨², o el irland¨¦s Flann O¡¯Brien, en cuya novela un estudiante de Dubl¨ªn escribe una novela sobre un tabernero de Dubl¨ªn que escribe una novela sobre su clientela, entre la que est¨¢ el estudiante, que a su vez escribe una novela en la que figura el tabernero y el estudiante. Esas narraciones me devolv¨ªan a ti, querida vaca risue?a, y acab¨¦ encontrando en esa sensaci¨®n de irrealidad un valor terap¨¦utico. Me aliviaba ser parte del dibujo de otro, del teatro de otro, personaje de otro que nos cuenta o deletrea.
Quiero agradecerte aquella temprana iniciaci¨®n. Desde entonces me has acompa?ado en mis estudios y mis viajes. Peregrin¨¦ a la India y te vi de nuevo a orillas del Ganges, donde sois sagradas. Te busqu¨¦ en las estrellas distantes, en los agujeros de gusano, en los laberintos de la filosof¨ªa, en el sue?o dentro del sue?o del Chuang Tzu, en las praderas del cielo, la noche del sentido y los mecanismos de las met¨¢foras. Te llev¨¦ conmigo all¨ª donde fui v¨ªctima del v¨¦rtigo antropol¨®gico. Desde aquel primer encuentro ya no temo adentrarme en ruinas circulares o advertir que soy el sue?o de otro. Como dijo Borges, bastan dos espejos opuestos para construir un laberinto.
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