Domingos
El deseo, las ganas, el ansia de escribir. Es como una lujuria. Algo denso. Que pesa ¡ªque pasa¡ª en el cuerpo
Ahora sucede los domingos. Funciona mejor si es un d¨ªa fr¨ªo y celeste, si la casa est¨¢ limpia, si estoy sola. Lo siento desde temprano, desde que me levanto, desde que la luz de la ma?ana lava el aire del estudio en que trabajo. Pero, a veces, no hago nada con eso. No lo uso. Lo desperdicio. Es algo lujoso y s¨¦ que dejarlo pasar es un despilfarro. El dispendio, el derroche, es parte del asunto: sentirse acaudalada y echarlo todo por la borda. Ser un apostador extraordinario.
Antes, hace algunos meses, pod¨ªa suceder en cualquier momento. Un martes por la tarde, un jueves. Casi nunca un s¨¢bado. Ahora sucede los domingos: el deseo, las ganas, el ansia de escribir. Es como una lujuria. Algo denso. Que pesa ¡ªque pasa¡ª en el cuerpo. A veces tiene la forma de una frase, de una idea. Otras, la de un balbuceo, una m¨²sica de fondo, algo que hay que convocar. Nunca es una cosa abstracta sino concreta, como el dolor de cabeza. Sucede en los ¨®rganos, con los ¨®rganos. En ocasiones, cuando ese deseo sobreviene, escribo. O tomo algunas notas. Otras no. Lo dejo pasar, lo desperdicio. Sobre todo cuando es muy fuerte y dura mucho. Como una adicta que arroja por el desag¨¹e la droga que prefiere cuando la ha conseguido m¨¢s pura. Adrede, no escribo. Entonces es como ser invulnerable. Todo lo que hago lo hago sumergida en ese deseo descomunal. Cocino o me ducho o camino o lavo los pisos o lustro los muebles. La voluntad de escribir es m¨¢s fuerte que la escritura. Y se manifiesta como una elevaci¨®n, una claridad. Las cosas est¨¢n hechas de vidrio y se puede ver en su interior: entender el mundo, saber de qu¨¦ est¨¢ hecho.
No conozco una vida m¨¢s fuerte que esa: es como vivir a todo volumen. Un superpoder. El cuerpo joven y la cabeza milenaria. En esos momentos, todo pasa dentro de m¨ª (la guerra y la paz, la memoria y el olvido), y afuera no sucede nada: no hay afuera. Nada est¨¢ mal, desalineado, fuera de sitio. No es la desaparici¨®n de la tristeza: es la certeza de su desaparici¨®n. El paisaje es puro horizonte, o puro r¨ªo. Algo limpio y tajante. Lleno de temperatura, decisivo, repleto de velocidad y movimiento. Lo opuesto a ese poema de Ezra Pound que dice: ¡°Y los d¨ªas no est¨¢n lo suficientemente llenos / y las noches no est¨¢n lo suficientemente llenas / y la vida se pasa como pasa un rat¨®n de campo / sin agitar la hierba¡± (que es como suele transcurrir el tiempo de estos d¨ªas inm¨®viles, esa neblinosa vida enferma y anest¨¦sica, supurante de tedio). Esto es lo contrario. Es una irradiaci¨®n. Una alegr¨ªa dolorosa. Algo inhumano. S¨¦ que, al d¨ªa siguiente, me despertar¨¦ como un mortal com¨²n, lenta y destronada. Toda aquella luz perdida.
El domingo pasado me sucedi¨®. Fue enorme. Pero lo dej¨¦ pasar. Compr¨¦ harina en un mercado del barrio de Palermo, camin¨¦, mir¨¦ una pel¨ªcula, mir¨¦ el atardecer. Mientras dispon¨ªa las cosas para tomar el t¨¦, record¨¦ un libro. Se llama Para no olvidar, y recoge cr¨®nicas y textos varios de la escritora brasile?a Clarice Lispector. Lo busqu¨¦ en la biblioteca, en el estante de literatura brasile?a. No me cost¨®, porque Lispector est¨¢ por delante de todos. Ten¨ªa un peque?o sticker de color rosa en la p¨¢gina 39. Se lo hab¨ªa pegado yo, hac¨ªa tiempo. Lo abr¨ª y le¨ª esto: ¡°Hasta hoy no sab¨ªa que se puede no escribir. Gradualmente, gradualmente, hasta que de repente se hace el descubrimiento muy t¨ªmido: qui¨¦n sabe, yo tambi¨¦n podr¨ªa no escribir. Qu¨¦ infinitamente m¨¢s ambicioso: es casi inalcanzable¡±.
En ese estado de lucidez inhumana, entend¨ª la frase de maneras que ahora soy incapaz de escribir o recordar. O mejor: de maneras que ahora ¡ªdestronada, devuelta a estos d¨ªas de anestesia imb¨¦cil¡ª no quiero escribir o recordar.
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