Dos escenas did¨¢cticas
Cada nueva Ley de Educaci¨®n empeora la anterior, y miren que es dif¨ªcil. No creo que nadie imaginara una m¨¢s necia que la Wert
En un paseo por mi barrio, el de los Austrias a cuyos habitantes el alcalde Almeida hostiga y castiga sin compasi¨®n ¡ªcon ¨¢nimo no s¨¦ si da?ino o s¨®lo tonto, nos monta un bel¨¦n gigante para que la gente se aglomere y se contagie bien¡ª, me siento ante un convento. All¨ª est¨¢ un gu¨ªa con un grupito de treinta?eros de aspecto normal. Les se?ala la fachada de la iglesia: ¡°Ah¨ª est¨¢ la Virgen Mar¨ªa con el arc¨¢ngel Gabriel, la Anunciaci¨®n, ya sab¨¦is¡±. Cara de pasmo, lo cual lleva al gu¨ªa a preguntar algo que tiempo atr¨¢s habr¨ªa sido insultante: ¡°?Sab¨¦is lo que es la Anunciaci¨®n?¡± Respuesta un¨¢nime: ¡°No, ni idea¡±. Insisto: treinta?eros, no ni?os ni siquiera estudiantes de instituto. El gu¨ªa est¨¢ tentado de abandonar: ¡°Bueno, no importa¡±. Se lo piensa un instante y lo intenta: ¡°Lo de la concepci¨®n de Jesucristo, ?os suena? A Mar¨ªa la visit¨® el Esp¨ªritu Santo como paloma y as¨ª se qued¨® embarazada. Por eso es Inmaculada, es decir, sin m¨¢cula¡±. Dos o tres inquieren sin rubor: ¡°?Qu¨¦ es ¡®m¨¢cula¡¯?¡± ¡°Pues sin mancha, sin sexo por medio¡±. ¡°Ah¡±, cae uno por fin, ¡°sin consumaci¨®n, ?no?¡± El pobre gu¨ªa pas¨® pronto a otra cosa.
Ya s¨¦ que no se puede ni debe elevar una an¨¦cdota a categor¨ªa, pero es que esta es muy sintom¨¢tica, porque los escuchantes eran personas hechas y derechas, no reci¨¦n aterrizadas en el mundo; gente que habr¨¢ cursado sus estudios obligatorios en los a?os 90 como tarde. A m¨ª me parece bien que los mitos de la religi¨®n cat¨®lica no se estudien como durante siglos, dogmas de fe en los que hab¨ªa que creer velis nolis, aceptarlos como verdades inamovibles y reveladas. Es un avance que se destierren las f¨¢bulas y las supersticiones (aunque ahora nos invadan otras m¨¢s dementes). Lo que no comprendo es que se pueda no estar al tanto de su existencia, porque equivale a ignorar dos mil a?os de la historia de Occidente, donde vivimos en teor¨ªa. La reacci¨®n no me pill¨® de sorpresa. Cont¨¦ hace tiempo que mi hermano el catedr¨¢tico de Arte hab¨ªa padecido alumnos que describ¨ªan una Crucifixi¨®n como ¡°Pintura de un hombre con barba y pelo largo clavado en una gran cruz¡±. Uno puede no creerse nada, pero ?desconocerlo? Uno se pregunta qu¨¦ clase de educaci¨®n reciben los espa?oles desde hace d¨¦cadas. Cada nueva Ley de Educaci¨®n empeora la anterior, y miren que es dif¨ªcil. No creo que nadie imaginara una m¨¢s necia que la Wert, del PP. Y sin embargo, la de Cela¨¢, que nos endosan Podemos y PSOE, la supera en servil, idiota y enloquecida, en casi todos los aspectos. (Digo ¡°casi¡± por buena voluntad, aunque ahora mismo no caigo en ninguno en el que no lo sea.)
Sigo mi paseo, y en la Plaza de Oriente me topo con una joven profesora y un grupo de ni?os de seis o siete a?os, calcu?lo. Les va a mostrar las estatuas que all¨ª hay de reyes visigodos y medievales, toscas, pero mejor que las haya y no que las turbas las derriben por ¡°opresoras¡± u otra sandez. ¡°A ver, ?sab¨¦is lo que fue la Edad Media?¡± Los ni?os ten¨ªan idea: ¡°Lo que vino despu¨¦s de los romanos¡±. ¡°Pues fue largu¨ªsima, dur¨® mil a?os, y claro, ocurrieron muchas cosas. ?Qui¨¦nes estaban en Espa?a entonces?¡± ¡°Los musulmanes¡±, aventura un cr¨ªo. ¡°S¨ª, pero antes. Estaban los visigodos, y aqu¨ª tenemos a algunos de sus reyes. Los m¨¢s importantes, porque unieron, fueron Chindasvinto, Recaredo y Wamba, y aqu¨ª est¨¢ Wamba, vestido con esas ropas que hoy nos parecen tan raras¡±. Un ni?o apunta con sentido: ¡°A ellos, si nos vieran, les parecer¨ªamos raros nosotros, ?no?¡± Los chavales estaban impacientes por acercarse a las estatuas y observarlas de cerca, se les iban los ojos, se escabull¨ªan hacia ellas, preguntaban, sent¨ªan curiosidad y todo les interesaba desde su edad temprana. La profesora explicaba con sencillez y claridad.
Exactamente lo opuesto a los treinta?eros. Ya que ignoraban qu¨¦ era la Anunciaci¨®n y su gu¨ªa hab¨ªa hecho amago de explic¨¢rselo, pod¨ªan haber indagado, pero les tra¨ªa sin cuidado. ?De d¨®nde sale tan fant¨¢stica historia? ?Qui¨¦n la invent¨® y por qu¨¦ y cu¨¢ndo? ?Se trat¨® de una ins¨®lita violaci¨®n colombina (de ¡°colomba¡±, no de Col¨®n, s¨®lo faltar¨ªa que al descubridor se le atribuyera tambi¨¦n esa infamia) o es todo una met¨¢fora? ?C¨®mo se lo tom¨® San Jos¨¦? (Claro que quiz¨¢ tampoco supieran qui¨¦n era el marido de Mar¨ªa.) ?C¨®mo es que la gente ha cre¨ªdo durante siglos semejante cuento para ni?os? No s¨¦, algo. Dudo que el pobre gu¨ªa hubiera estado dispuesto a meterse en explicaciones ¡ªno era su cometido, les describ¨ªa el convento¡ª, pero los treinta?eros ni probaron a saber m¨¢s. Como si fueran individuos sin curiosidad ni tal vez mucho intelecto. Me pregunt¨¦ por qu¨¦ visitaban el convento. Tal vez porque lo recomienda una p¨¢gina web y basta.
La escena de este grupo me result¨® descorazonadora. La de los ni?os, en cambio, me provoc¨® esperanza y enorme simpat¨ªa, hacia ellos y hacia su profesora. Mi nieto de apenas cuatro a?os acaba de descubrir los globos terr¨¢queos y est¨¢ entusiasmado y alucinado. Todo le despierta curiosidad, quiere ¡°aprender todo lo que pueda¡±, ha dicho. ?Se pierden esas ganas con la adolescencia, de manera natural e inevitable? No lo creo. Creo m¨¢s bien que ministros como Wert y Cela¨¢ (y los anteriores) se dedican fervorosamente a quit¨¢rselas desde el primer d¨ªa de clase, y a convertirlos en embotados holgazanes.
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