Suntuosidad milanesa
Desde Villa Real, residencia de Napole¨®n, hasta Villa Necchi Campiglio, donde se rod¨® 'Io sono l'amore', una original ruta por la ciudad italiana que visita ocho soberbios palacios
Cuando se aterriza en Mil¨¢n se tiene en la cabeza el hierro dulce de las armas que suministraba al imperio espa?ol, o la visita inexcusable al Duomo o a la antigua bas¨ªlica de San Ambrosio o a los frescos de San Mauricio. Y qu¨¦ decir de Santa Mar¨ªa de la Gracia, donde Leonardo dej¨® para la eternidad los secretos de su ?ltima Cena. Ahora bien, un viajero que tenga curiosidad por saber que la ciudad fue capital del imperio romano, que san Agust¨ªn inici¨® su revoluci¨®n religiosa en ella o que el escritor Ernest Hemingway se recuper¨® en uno de sus hospitales de las heridas en el frente italiano durante la primera guerra, no dejar¨¢ de valorar una zona al noroeste que guarda uno de los tesoros arquitect¨®nicos de Italia: el barrio de Porta Venezia.
A finales del siglo XVIII la nobleza milanesa comenz¨® a construir sus palacios y villas a lo largo de Corso Venezia, y desde entonces no han parado: todo ese bot¨ªn nos aguarda a cualquier hora. Si llegamos desde la plaza Oberdan entrando por las Barreras de Porta Venezia, tendremos a nuestra derecha un estallido de verdor en el primer parque p¨²blico que tuvieron los citadinos, ahora dedicado a Indro Montanelli, el periodista e historiador que antes de que las Brigadas Rojas le disparasen cuatro tiros en 1977, un atentado del que sobrevivi¨®, sol¨ªa sentarse en sus bancos para leer y supongo que pensar frases como: ¡°Se puede otorgar el poder absoluto a un hombre durante no m¨¢s de cinco a?os, pero con el compromiso de fusilarlo al vencimiento del plazo¡±. El parque alberga el Museo de Historia Natural, y si continuamos por su filo hasta la Via Palestro encontraremos uno de los prodigios prometidos: la Villa Real. Este edificio neocl¨¢sico era la residencia milanesa de Napole¨®n y en ¨¦l muri¨® el mariscal Ra?detzky ¡ªs¨ª, el de la marcha de Strauss o la novela de Joseph Roth¡ª, pero ahora lo encontramos lleno de cuadros de Morandi, Fontanessi, Piccio¡ puesto que alberga en sus salas el Museo del Novecento y una galer¨ªa de arte moderno. No se pierdan el espectacular parque a sus espaldas, uno de los primeros de estilo ingl¨¦s que se hizo en Italia.
Siguiendo hasta la plaza Cavour, a su derecha tenemos otro palacio de ensue?o, el Dugnani, pintado al fresco por Ferdinando Porta y Tiepolo, que alberga la sede del Museo de Cine, as¨ª que tambi¨¦n estar¨¢n en compa?¨ªa de Fellini, Dino Rissi, Visconti y Monicelli. Tendr¨ªamos que regresar sobre nuestros pasos en la Via Palestro para entrar en el cogollo de Porta Venezia, y en la Via Cappuccini, 8, encontraremos uno de mis palazzos preferidos, el Berri-Meregalli, una fantas¨ªa ecl¨¦ctica que a ratos te parece un edificio art d¨¦co neoyorquino y a ratos un castillo g¨®tico que mezcla Renacimiento con Rom¨¢nico con querubines rococ¨® y hierros forjados: una alucinaci¨®n psicod¨¦lica.
Flamencos rosados
En la misma calle Cappuccini, en el 14, est¨¢ la Villa Invernizzi, un edificio cl¨¢sico privado pero en el que, a trav¨¦s de las rejas, podemos asombrarnos con su inmenso jard¨ªn lleno de flamencos rosados meditando sobre una sola pierna, a quienes el cuidador suministra un delicado men¨² de vitaminas y marisco para mantener su lustroso color. Al lado, en la Via Mozart, 14, la Villa Necchi Campiglio despliega todo el esplendor del art d¨¦co crepuscular mezclado con un cl¨¢sico y elegante racionalismo italiano, con el orgullo de quien se sabe construida sin l¨ªmite de presupuesto. En su interior podemos disfrutar una amalgama de donaciones art¨ªsticas que van desde Jean Arp hasta Chirico. Obra de 1932 proyectada por el arquitecto Piero Porta?luppi, en ella se rod¨® la pel¨ªcula de Luca Guadagnino Io sono l¡¯amore, con Tilda Swinton y Pippo Delbono.
En el n¨²mero 2 de la adyacente calle de Luigi Melegari encontramos el palacio Fidia, construido en los a?os veinte, en el que Michelangelo Antonioni rod¨® sus primeras im¨¢genes con Lucia Bos¨¨ en Cronaca di un amore (1950) frente al portal de piedra del edificio. Y al este, en Corso Venezia n¨²mero 16, se levanta el palacio Serbelloni, que tuvo alojados a gente tan insigne como Metternich, Vittorio Emanuele?I o Napole¨®n?III. No hay que perderse los trampantojos del atrio.
Para terminar con este esplendor palaciego, una rareza: el hermoso art d¨¦co del palacio Sola-Busca, el edificio-oreja sito en Via Serbelloni, 10, denominado as¨ª debido al enorme interfono de bronce en forma de oreja que coloc¨® Adolfo Wildt. Ahora no est¨¢ en funcionamiento, pero pueden acercarse y susurrarle sus m¨¢s secretos deseos. Nunca se sabe.
Ignacio del Valle es autor de la novela Soles negros (Alfaguara).
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