C¨®mo disfrutar paso a paso de Santander, la ciudad junto al mar que lo tiene todo
No importa si lo que deseas es ba?arte en sus playas, perderte en una exposici¨®n de arte en el Centro Bot¨ªn o llenarte hasta reventar de sus famosas rabas, un paseo por la costa de esta comunidad norte?a ofrece posibilidades para disfrutar de todo
Si en algo Santander resulta imbatible es en la calidad de sus paseos mar¨ªtimos, en su disposici¨®n relajante, balnearia; por no hablar de su oferta cultural y culinaria a pie de ola, un continuo de panor¨¢micas sin agobio de paseantes, como no sea entre el Centro Bot¨ªn y Puertochico. Ayudan a esta placentera sensaci¨®n las zonas verdes, a ratos salvajes, y la configuraci¨®n estirada y volcada al Cant¨¢brico que en todo momento permite regalarnos la vista. Pionera del turismo, la capital c¨¢ntabra brinda estos ocho recorridos costeros, que no hacen sino reafirmar su paradigm¨¢tica calidad de vida.
El eje cultural
El arquitecto Renzo Piano se inspir¨® en dos cantos ovalados, recogidos de la playa por uno de sus alumnos, para perge?ar el Centro Bot¨ªn, que env¨ªa un mensaje de modernidad a Santander casi desde el mar, puesto que se extiende en voladizo sobre la bah¨ªa, al punto que se podr¨ªa pescar con ca?a desde su fachada. Este espectacular centro ejercer¨¢ de tercera pata del futuro tr¨ªpode cultural de la capital c¨¢ntabra, junto con el Museo Reina Sof¨ªa-Archivo Lafuente y la futura pinacoteca Faro Santander, que abrir¨¢ en la antigua sede del Banco Santander.
El suelo de este centro de arte, suspendido sobre pilares, es el techo del paseante, con un Cant¨¢brico que parece extenderse por el pavimento pintado de azul verdoso, lo mismo que por las cer¨¢micas de las fachadas. Entre las exposiciones veraniegas destaca una de retratos, desde Matisse a Bacon, y otras dedicadas a Roni Horn y Eva F¨¢bregas, a las que se suman talleres, cine de verano y actuaciones, como la de Fred Wesley, leyenda del soul y del funky, que tocar¨¢ junto a The New JBS el 29 de julio.
Tambi¨¦n merece la pena visitar en los jardines de Pereda el cl¨¢sico tiovivo de dos plantas. Entre estos jardines urbanos, con su rico arbolado de magnolios, cedros e incluso tejos, se encuentran dos esculturas de Mir¨®, antes de cruzar el paseo en pos de un repertorio de helader¨ªas, a cu¨¢l mejor. Desde las tradicionales Regma y Capri, a las modernas Vacanze Romane y Via Mazzini.
El muelle de Calder¨®n comienza en la gr¨²a de Piedra, de 1900, emblema portuario pr¨®ximo al historicista Palacete del Embarcadero (1932), antigua terminal de pasajeros que alberga este verano la muestra fotogr¨¢fica Picasso visto por Otero, en el 50 aniversario de la muerte del artista malague?o. Al ser zona azul (aparcamiento m¨¢ximo de dos horas), solo se puede evitar pagar el aparcamiento subterr¨¢neo buscando estacionamiento entre la Biblioteca Central de Cantabria y el barrio pesquero.
Entre tamarices y pescadores
Los Reginas, la empresa n¨¢utica m¨¢s famosa del Cant¨¢brico, brinda conexiones mar¨ªtimas a Pedre?a y Somo, una excusa perfecta para descubrir singulares perspectivas del palacio de la Magdalena. Tambi¨¦n presta servicio, solo en temporada de verano, hasta El Puntal (Ribamont¨¢n al Mar), un sue?o de arena para paseantes y naturistas. Desde la terraza abierta junto a las taquillas de Los Reginas, uno puede tomar refrescos entreteni¨¦ndose en los detalles de la bah¨ªa, con los montes Porracolina, Castro Valnera y Pe?a Cabarga a lo lejos. El espig¨®n situado justo delante se remata con una farola de factura cl¨¢sica, fuente de inspiraci¨®n para numerosos influencers.
Siguiendo el muelle de Calder¨®n, uno se tropieza inesperadamente con las esculturas del Monumento a los Raqueros, obra de Jos¨¦ Cobo. El escritor santanderino ?lvaro Pombo recuerda a menudo a ¡°esos chavales que se buscaban la vida en el puerto y que se tiraban a la bah¨ªa desnudos al grito de: ¡°??cheme una perra al agua que se la saco con el culo, se?or!¡±. Al lado, en su monumento, se rinde tributo al poeta Jos¨¦ Hierro. De nuevo, el paseo mar¨ªtimo desprende confort con su miscel¨¢nea de tamarices, p¨¦rgolas, bancos, correteadores y el Cant¨¢brico; respirando aire fresco y oyendo el sonido del oleaje.
Por su parte, Puertochico, como puerto pesquero que fue, es uno de los barrios simb¨®licos de la capital c¨¢ntabra, que se identifica enseguida con el magn¨ªfico edificio racionalista del Real Club Mar¨ªtimo de Santander. Y si lo que nos interesa son las rabas ¨Dcomo se denomina en Cantabria a los calamares fritos y no se acostumbra a a?adirles lim¨®n¨D, en la calle Hern¨¢n Cort¨¦s es recomendable el Bar del Puerto, tambi¨¦n famoso por sus gambas a la gabardina. La marcha nocturna de Puertochico incluye locales de copas, como el Kings o el disco pub Stop.
Arquitectura de Zaera
Desde el Palacio de Festivales y Congresos de Cantabria, firmado por S¨¢enz de Oiza, nos aproximaremos a una mancha verde de la que surgen las gradas dise?adas por el arquitecto Alejandro Zaera a ra¨ªz del Campeonato Mundial de Vela Ol¨ªmpica de 2014. Esta suerte de moderna duna arquitect¨®nica con forma de proa invita al silencio ¨Del tr¨¢fico rodado, como no sea el de los barcos que surcan la bah¨ªa, queda lejos¨D; hay pasamanos met¨¢licos y las farolas tubulares se inclinan al desgaire figurando los m¨¢stiles de una embarcaci¨®n. Detr¨¢s del grader¨ªo, se conserva el dique seco de carena de 1908 que remite a la era industrial; su caseta de bombas de achique hoy es un bar-restaurante con una atractiva terraza.
Como novedad de este segmento de costa, figuran las Naves de Gamazo, sede de la colecci¨®n Enaire de Arte Contempor¨¢neo, que exhibe en su exterior la escultura de Pablo Serrano B¨®veda para el hombre, Tramontana. Este verano, adem¨¢s, las naves cuentan con la muestra Mujeres de la Academia de Espa?a en Roma y las Fantas¨ªas en el Prado, del fot¨®grafo Alberto Garc¨ªa-Alix.
El grader¨ªo dista 400 metros de la zona de hamacas de madera, dise?ada tambi¨¦n por Alejandro Zaera: para una o dos plazas y gratuitas. Un poco m¨¢s all¨¢, el Museo Mar¨ªtimo del Cant¨¢brico atrae con su osamenta de rorcual, sus acuarios y su sardina con dos cabezas.
De playas, focas y biquinis
Tres playas capitalinas se unen en bajamar formando un continuo arenoso: Los Peligros, la Magdalena y Bikini. Como la bah¨ªa de Santander est¨¢ orientada al Sur, solo registra oleaje con viento meridional. La playa de Los Peligros es todo un ox¨ªmoron, al ser la m¨¢s segura y preparada para el ba?o asistido, y acotada con boyas. Detr¨¢s de la playa familiar de la Magdalena se yergue el selecto hotel Real, abierto para alojar a la corte de Alfonso XIII. Y a la hora de buscar rincones de singular belleza, nada como la pen¨ªnsula de la Magdalena. Es, con 25 hect¨¢reas, el mayor parque de Santander, y en ella comienza la Costa Quebrada. La visita comentada en el cl¨¢sico Magdaleno, veh¨ªculo rodante con forma de tren, dura 25 minutos y realiza una ¨²nica parada en el palacio.
A pie llegamos enseguida a la playa de Bikini, cuya toponimia debe su nombre a las audaces estudiantes escandinavas de idiomas que luc¨ªan en los a?os sesenta este novedoso atuendo. Se cuenta que el n¨²mero de mirones superaba ampliamente al de ba?istas. Enfrente est¨¢n la isla de la Torre y su escuela de vela.
En cuanto a los parques, ser¨ªa arduo encontrar uno tan cuidado y acogedor como el regalado por suscripci¨®n popular a Alfonso XIII. All¨ª se esconde uno de los tres faros de Santander, el de la Cerda, el menos conocido y el que se?aliza la barra de entrada a puerto. Alfonso XIII verane¨® en esta pen¨ªnsula, de ah¨ª la temprana automatizaci¨®n de la linterna (1924), no fuera a ser que el farero perturbara la real intimidad. Al de la Cerda se le conoc¨ªa por el apelativo de La casa del m¨¦dico, debido a la s¨²bita mejor¨ªa que experimentaban al pasar a su altura quienes regresaban mareados de las traves¨ªas.
En lo alto de la pen¨ªnsula se halla el palacio de la Magdalena, antigua residencia real que acoge los cursos de verano de la Universidad Internacional Men¨¦ndez Pelayo (UIMP). A su lado, se puede contemplar sentado en un banco el faro de la isla de Mouro, zona de nidificaci¨®n de aves marinas y a la que las olas sobrepasan los d¨ªas de mar arbolada. A mano izquierda se encuentra el estanque oculto, junto al que se halla otro banco panor¨¢mico, esta vez orientado a El Sardinero.
En la exposici¨®n El Hombre y el Mar se exhiben las naves utilizadas por el aventurero santanderino Vital Alsar en sus traves¨ªas transoce¨¢nicas, para m¨¢s tarde fotografiar los lobos marinos, ping¨¹inos y focas del Parque Marino. El descanso reparador llegar¨¢ en la playa de El Camello, cuyo nombre se justifica por el roquedo con forma de cam¨¦lido acostado en la rompiente. Que el juego de pala es se?a de identidad de Cantabria se comprueba en esta playa familiar.
Bah¨ªa de porte aristocr¨¢tico
En pocas partes la conjunci¨®n afortunada de playa y acci¨®n humana se verifica de una manera tan armoniosa como en El Sardinero, marco en el que la naturaleza exhibe toda su fuerza contenida entre el La Concha y el cabo Menor. El Balneario de La Concha, de tres plantas, adem¨¢s de restaurante y taberna, cuenta con un bar de comida r¨¢pida en la primera planta y la terraza chill out BNS, acr¨®nimo de Buenas Noches Santander, id¨®nea para el tardeo y la noche.
La playa Primera de El Sardinero, de grano fin¨ªsimo, ten¨ªa el encanto de principios del siglo XX y el marchamo real que le otorg¨® Alfonso XIII al veranear en ella de 1913 a 1930. En la Primera se socializa con intensidad, se ejercita el juego de pala, si bien las olas son m¨¢s propias para practicar el surf. Detr¨¢s queda la plaza de Italia, n¨²cleo de El Sardinero, con sus hoteles y el emblem¨¢tico Gran Casino (1916), con un gusto como de Belle ?poque importado de la Costa Azul.
Detr¨¢s de la gasolinera se esconde el palacete Los Pinares (1917), obra del arquitecto Valent¨ªn Lav¨ªn, ejemplo de arquitectura monta?esa se?orial y puro lujo cant¨¢brico, de terrazas y tamarices, para la vista. La pleamar es el momento en que las playas de El Sardinero se ven divididas por la proa rocosa que forman los exquisitos jardines de Piqu¨ªo. M¨¢s resguardada, larga y ancha es la playa Segunda. A esta acud¨ªa el pueblo llano, reserv¨¢ndose la Primera para la nobleza. No hay mejor plan que, al amanecer, recorrer ambos arenales ¨Dunos tres kil¨®metros, ida y vuelta¨D descalzos por la orilla.
A la hora de comer, encabeza las opciones la estrella Michelin que ostenta el restaurante El Serbal. Dispone de variados men¨²s. Desde el Gastron¨®mico (66 euros) o el de Degustaci¨®n (87 euros), hasta los men¨²s maridados con Mo?t & Chandon Vintage 2015 (78 euros) o con Dom Perignon Vintage 2013 (198 euros). De aire m¨¢s informal es la marisquer¨ªa Acuario, tambi¨¦n muy pr¨®xima. Unos y otros comensales se re¨²nen despu¨¦s en las Letras de Santander para el preceptivo selfie. Finalmente, desde el mirador de Garc¨ªa Lago, delante del hotel Chiqui, se ofrece ancha y libre a la mirada la costa oriental hasta el cabo de Ajo.
La ruta senderista
Si hay una ruta a pie que nunca puede faltar en Santander, esa es la Senda de Matale?as, de unos dos kil¨®metros y medio, perteneciente a la senda Norte Litoral Costa Quebrada. Las escaleras situadas junto a la cafeter¨ªa Corona conducen al paseante a trav¨¦s de un reciente y colorista mural inspirado en la costa, antes de acceder al parque de Matale?as, un remanso en el trayecto desde el que disfrutar del abra de El Sardinero. Orillaremos seguidamente la cala de Molinucos y el campo de golf, para bajar despu¨¦s y tocar el extremo del cabo Menor.
Luego, llega la belleza a bocajarro del mirador de Cabo Menor, con los bancos enfocados a un segmento y poco conocido de costa acantilada, cuya ¨²nica huella humana es el faro de Cabo Mayor. Los candados oxidados recuerdan que esta costa fue desde siempre coto de parejas. Y, al final, surge paulatinamente la cala de Matale?as, enmarcada entre lajas grises, de aguas verdosas y 158 escalones, duro peaje que criba a la parroquia de ba?istas. Durante la pleamar, Matale?as semeja una piscina.
Queda despu¨¦s la ventosa aproximaci¨®n al faro de cabo Mayor, el m¨¢s antiguo (1839) y grande de Cantabria. Mejor que atajar al faro por los praos, es ir siempre bordeando el litoral encontrando restos de bater¨ªas costeras. Frente a este blanco torre¨®n de 30 metros de alto, los que llegan desde el mar o por tierra reciben una impresi¨®n de poder¨ªo y majestuosidad abrumadora: base anular, primer cuerpo octogonal y resto cil¨ªndrico. Las antiguas dependencias fareras contienen el Centro de Arte Faro de Cabo Mayor, una exposici¨®n con obra de Eduardo Sanz, pintor santanderino que, como pocos, supo plasmar la pasi¨®n por las costas en general y los faros en particular. El atardecer, donde mejor se disfruta es desde la Cafeter¨ªa El Faro, al tiempo que se degusta una raci¨®n de rabas. Pero si estamos cansados, el regreso hasta el campo de f¨²tbol de El Sardinero se puede cubrir desde el faro en el autob¨²s municipal n¨²mero 15 (solo hasta septiembre).
Los peligros del acantilado
Caminando desde el faro sentido Oeste se circula por los acantilados salvajes de Cueto, de los que nunca hay que fiarse. De hecho, dos monumentos recuerdan los peligros de recorrerlos bajo los temporales. Es recomendable visitar primero el monumento que rememora la muerte de tres boy scouts en 1978; y, m¨¢s adelante, el pante¨®n del Ingl¨¦s (1892), levantado a 800 metros del faro en memoria de William Rowland, fallecido en 1889 tras asustarse su caballo por el oleaje.
La patrona y su isla
La Maruca es una playa dotada con la peque?a r¨ªa de San Pedro del Mar, restos de ambiente marinero y de un molino de marea, sin contar su tradici¨®n gastron¨®mica. Por eso, lo ideal es ir all¨ª a paladear los pescados a la parrilla que desde 1986 preparan en el restaurante Las Olas. Hay parrillada de pescado para dos (36 euros), bonito en tacos encebollados y pudin de cabracho. Despu¨¦s, se puede bajar la comida paseando hasta la antigua bater¨ªa de defensa.
Quiz¨¢ ya no sea preciso ir a pie, sino en coche, hasta la ermita de la Virgen del Mar, del siglo dieciocho, que cobija la venerable imagen rom¨¢nica de la patrona de Santander, inmersa en un paraje sumamente seductor. El templo corona una isla a la que se accede por un peque?o puente y que, atisbada desde el aparcamiento, resulta m¨¢s grande de lo que aparenta. Su visi¨®n acongoja los d¨ªas tempestuosos.
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