Lamento por la muerte de Gasset
Era enamoradizo, sentimental, hipocondriaco, cari?oso, leal a su manera intermitente y gracioso hasta la infinidad.
Escribo esto tres d¨ªas despu¨¦s de que nuestro amigo haya muerto. Yo lo conoc¨ª hacia mis 20 a?os, ¨¦l tendr¨ªa 25 y llevaba camino de ser director de cine, como su ¨ªntimo Jaime Ch¨¢varri, Emilio Mart¨ªnez-L¨¢zaro, mi primo Ricardo Franco, Augusto M Torres e Iv¨¢n Zulueta. Fue el ¨²nico de ellos que nunca firm¨® un largometraje, y es una l¨¢stima, porque su hoy desconocido cortometraje, Los h¨¢bitos del incendiario, me pareci¨® en su d¨ªa muy bueno. Claro que de esto hace una vida. Gasset (as¨ª sol¨ªamos referirnos a ¨¦l) era hijo de marino mercante y padec¨ªa una leve cojera de infancia, de la que logr¨® sentirse orgulloso calific¨¢ndola de ¡°byroniana¡±. No s¨¦ por qu¨¦, acab¨® encontrando acomodo en TVE, primero en Informe Semanal, luego en D¨ªas de cine, programa que, contra su voluntad, lleg¨® a presentar para convertirse en uno de los rostros y voces m¨¢s apreciados durante una d¨¦cada o as¨ª. Yo creo que, para sus comentarios ingeniosos e impertinentes, se inspir¨® vagamente en los de su admirado Hitchcock en sus series televisivas. Parecida seriedad aparente, parecida impasibilidad, les permit¨ªan a ambos soltar toda clase de inconveniencias y de bromas, pol¨ªticamente incorrectas en el caso de Antonio, macabras en el de Sir Alfred. Corren por ah¨ª antolog¨ªas de las ¡°insolencias¡± y salidas de tono de aqu¨¦l. Mi favorita no la recuerdo bien, pero, al anunciar una de sus detestadas pausas publicitarias, recomend¨® a los espectadores aprovecharla para fisgar en los cuartos de sus v¨¢stagos adolescentes, que estar¨ªan probablemente de farra, ¡°o haci¨¦ndose un tatuaje o algo a¨²n peor¡±.
Cuantos han escrito sobre ¨¦l en estos escasos d¨ªas han subrayado que nunca se hab¨ªan re¨ªdo tanto con nadie como con ¨¦l, y corroboro la afirmaci¨®n. Era hombre de inagotable ingenio y lengua muy afilada, que no sab¨ªa o no quer¨ªa controlar. Esto lo llev¨® a problemas con sus jefes, pues era incapaz de no gastarles las bromas (con burradas) que gastaba a todo el mundo, y algunos de esos superiores se lo intentaban hacer pagar. Gasset, sin embargo, pose¨ªa una extraordinaria habilidad para salir de los l¨ªos en que se met¨ªa. Se hac¨ªa tanto querer, y era tan gracioso, que se le acababa perdonando casi todo. Le daba p¨¢nico volar, m¨¢s que a m¨ª, porque nunca llegu¨¦ a su extremo: en un viaje de trabajo, y con todo el pasaje embarcado, le entr¨® tal angustia (o tal convencimiento de que aquel avi¨®n se iba a caer) que decidi¨® bajarse. Ante los obst¨¢culos de la tripulaci¨®n ¡ªera demasiado tarde¡ª, insisti¨® tanto que no qued¨® m¨¢s remedio que abrirle la portezuela, con el consiguiente retraso en el despegue, la p¨¦rdida del billete y de su misi¨®n en el Festival de Cannes o Berl¨ªn. Estaba seguro de que lo despedir¨ªan, pero se libr¨® con una temporada haciendo pasillo en TVE como castigo. Tiempo despu¨¦s, sin embargo, ¨¦sta lo oblig¨® a jubilarse por tener¡ ?m¨¢s de 52 a?os! (TVE siempre ha sido est¨²pida y ha servido s¨®lo a sus Gobiernos.)
En una ¨¦poca cen¨¢bamos juntos casi a diario, con un grupo formado por Tano D¨ªaz Yanes, Eduardo Calvo, el a?orado Toni Oliver, Edmundo Gil, ocasionalmente Paloma Aristegui, Maru Valdivielso y otras j¨®venes de entonces. Como Gasset era arbitrario, por una tonter¨ªa de j¨®venes un d¨ªa volvi¨® su afilada lengua contra m¨ª. Me enfad¨¦ y me alej¨¦ de ¨¦l. Al cabo del tiempo, a trav¨¦s de Tano, pidi¨® ¡°permiso¡± para unirse a las cenas que ¨¦ste y yo celebr¨¢bamos con regularidad. Le fue ¡°concedido¡±, claro est¨¢, y desde aquel momento las cenas fueron de tres. Un ?Gasset m¨¢s calmado, pero tan divertido y agudo como siempre. Le gustaban sobremanera las mujeres y ten¨ªa gran ¨¦xito con ellas. Tambi¨¦n era enamoradizo, y cuando se enamoraba en serio, era el m¨¢s apasionado. Su amor por la alemana Andrea, madre de su hija C¨®sima, lo llev¨® a pasar la mitad del a?o en Berl¨ªn; pero cuando ven¨ªa a Madrid era como si no se hubiera ido jam¨¢s. Era sentimental, hipocondriaco, melanc¨®lico, cul¨¦ por provocar en Madrid, cari?oso y leal a su manera intermitente. Ya he dicho que casi todo se lo hac¨ªa perdonar, porque la risa es el mejor regalo que se nos puede hacer.
En los ultim¨ªsimos a?os lo vimos poco, Tano y yo. Aduc¨ªa disculpas raras para no acudir a nuestras cenas, que le encantaban, por lo dem¨¢s. Creo que decidi¨® no dejarse ver apenas en cuanto supo de su enfermedad, comport¨¢ndose como un personaje de Peckinpah, al que adoraba, o como el John Wayne de John Ford, con silencio y dignidad. Habl¨¢bamos por tel¨¦fono o nos cruz¨¢bamos sms a veces. El ¨²ltimo suyo fue tras mandarle yo Le¨®n en el jard¨ªn, las entrevistas con Faulkner que publiqu¨¦ en abril. Dec¨ªa: ¡°?Mi venerado Faulkner! Gracias, Javier¡±. Ignoro si alcanz¨® a leerlo, ojal¨¢ s¨ª, era un lector impenitente y magn¨ªfico y una de las personas m¨¢s entendidas en cine, aunque jam¨¢s hac¨ªa alarde de ello. Pero para m¨ª era sobre todo el amigo antiguo y querido, que con unas bromas atenuaba nuestros pesares, y nos levantaba el ¨¢nimo y hac¨ªa re¨ªr. Las cenas, ay, volver¨¢n a ser de dos. Me disculpo con cuantos asistieron a su entierro o cremaci¨®n. Esas ceremonias me vencen, y para m¨ª Gasset seguir¨¢ en su peque?o piso de la calle Zurbano. As¨ª que esta es mi p¨¢lida manera de darle sepultura y un ¨²ltimo abrazo, y de despedirme s¨®lo un poco de ¨¦l.
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