S?o Paulo, la resurrecci¨®n del grafiti
Qui¨¦n lo pinta, qui¨¦n lo paga, qui¨¦n lo borra. En la metr¨®poli m¨¢s poblada y rica de Am¨¦rica Latina, los murales callejeros han ganado una batalla pol¨ªtica y cultural por el espacio p¨²blico. Ahora, la lucha es que un arte que naci¨® rebelde no se convierta en una herramienta del mercado
La ¨²ltima gran batalla del grafiti en S?o Paulo se libr¨® un d¨ªa de enero de 2017 con una cuidada puesta en escena. Jo?o Doria, gran aficionado al marketing pol¨ªtico y a los golpes de efecto, no llevaba ni un mes como alcalde cuando se uni¨® a los funcionarios municipales de limpieza para pulverizar con pintura gris los murales de la avenida del 23 de Maio, el escaparate m¨¢s emblem¨¢tico del arte urbano local. Como un operario m¨¢s, llevaba casco, mono y mascarilla. Los artistas protestaron con dibujos e...
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La ¨²ltima gran batalla del grafiti en S?o Paulo se libr¨® un d¨ªa de enero de 2017 con una cuidada puesta en escena. Jo?o Doria, gran aficionado al marketing pol¨ªtico y a los golpes de efecto, no llevaba ni un mes como alcalde cuando se uni¨® a los funcionarios municipales de limpieza para pulverizar con pintura gris los murales de la avenida del 23 de Maio, el escaparate m¨¢s emblem¨¢tico del arte urbano local. Como un operario m¨¢s, llevaba casco, mono y mascarilla. Los artistas protestaron con dibujos en otras paredes. Era el ¨²ltimo coletazo del pulso que los grafiteros y las autoridades de la capital econ¨®mica de Brasil mantienen desde hace m¨¢s de dos d¨¦cadas. Pero la puesta en escena de Doria era un gesto est¨¦ril: no comprend¨ªa a¨²n que los murales callejeros ya hab¨ªan ganado aquella guerra pol¨ªtica y cultural por el espacio p¨²blico.
El escenario del duelo es esta ciudad inabarcable, donde caminar sin prisa es un lujo. Las distancias son inmensas. Los atascos, monstruosos. Los megarricos van a la oficina en helic¨®ptero, sobrevolando la jungla infinita de rascacielos. Gris. Hostil para los millones de personas que pueden permitirse poco m¨¢s que ir y venir como aut¨®matas en trayectos eternos de casa al trabajo. En ese universo de cemento, ca¨®tico, ruidoso, a veces, al alzar la vista o doblar una esquina, ?zas! Un destello. Un respiro. Una explosi¨®n de colores en un muro atrapa por unos instantes la atenci¨®n de alguien entre esas masas en movimiento.
Esta es la historia de quien pinta, quien paga y quien borra los grafitis desplegados ante los ojos de sus 20 millones de habitantes.
En medio de la pandemia, en tiempos sombr¨ªos para la democracia en Brasil, la ciudad asiste a una resurrecci¨®n del grafiti como arte y como negocio. Nacido de la transgresi¨®n al ritmo del hip hop neoyorquino como un grito inconformista, se ha atemperado. Conquista nuevos espacios mientras lucha para no sucumbir al mercado. Los artistas se mueven hoy en un fr¨¢gil equilibrio porque al apoyo de las autoridades ¡ªel grafiti es legal en S?o Paulo desde 2011 y hoy hay incluso proyectos p¨²blicos para embellecer con ellos zonas de la ciudad¡ª se han sumado con entusiasmo las marcas, que tambi¨¦n quieren capitalizar su potencial. El respaldo financiero se agradece, pero acecha el temor a verse devorados por el insaciable apetito de las empresas por asociar sus productos a lo aut¨¦ntico, a lo disruptivo.
Cuando Mag Magrela (S?o Paulo, 36 a?os) empez¨® a pintar muros en los a?os dos mil, hab¨ªa que actuar r¨¢pido para que la polic¨ªa no te atrapara. Los dibujos duraban solo horas; los empleados municipales los borraban con pintura gris y sin miramiento. Magrela tuvo sus encuentros con la polic¨ªa, que lleg¨® a esposarla y a confiscarle los aerosoles. En momentos as¨ª, ser blanca y mujer es una ventaja. Aunque abomina de la persecuci¨®n a la que eran sometidos, le seduce que las obras fueran ef¨ªmeras porque eso dinamitaba los egos. ¡°No pod¨ªas adue?arte del muro¡±, recalca en su estudio.
Hoy, una de las creaciones de Magrela ¡ªuna estilizada mujer desnuda inspirada en la pintora modernista Tarsila do Amaral¡ª interpela a los peatones desde los imponentes 90 metros de un rascacielos sobre una ancha avenida. Como S?o Paulo est¨¢ punteada por solares vac¨ªos entre los rascacielos, las medianeras, esas paredes laterales sin una sola ventana, se cuentan por miles. Son el nuevo lienzo favorito de los artistas urbanos. Cada semana aparece un nuevo grafiti en un muro ciego.
Para pintar su proyecto, que se titula Yo resisto, la artista tuvo que trabajar siete d¨ªas subida a una gr¨²a. La satisfacci¨®n de tener una obra de ese calibre en su ciudad a la vista de millones de conciudadanos de todas las clases y colores se entremezcl¨® con el v¨¦rtigo de realizarlo suspendida en el aire. Pero lo habitual es que trabaje en tierra. Magrela adora salir en bici a buscar muros por el barrio. Cuando ve uno de los que le gustan ¡ªlos desgastados que piden a gritos una mano de pintura¡ª, consulta al propietario y, si le da permiso, saca sus aerosoles del carrito de la compra con el que sustituy¨® la pesada mochila.
El arte urbano inunda el centro con el trabajo de artistas de discursos elaborados y trabajadas investigaciones. Alg¨²n reflejo tiene tambi¨¦n el fen¨®meno en las favelas. La variedad es infinita. Aparece en las vallas de obra, quioscos, fachadas de tiendas, garajes, persianas de negocios que echaron el cierre, bajo los pasos elevados donde duermen los sin techo, en los t¨²neles¡
En el epicentro de S?o Paulo se encuentra una galer¨ªa de arte a cielo abierto: el Minhoc?o (la gran lombriz, en portugu¨¦s), un paso elevado atestado de coches de lunes a viernes que el fin de semana sufre una agradable metamorfosis. Se reinventa como un reino de peatones, patinadores, carritos de beb¨¦, bicicletas y corrillos con sillas de playa regados con caipirinha, flanqueado de pinturas tan enormes como espectaculares. Da la impresi¨®n de que cada poco se suma una nueva. A veces con un sutil mensaje pol¨ªtico; a veces, con uno evidente. Otros ofrecen una simple alegr¨ªa a la vista en medio de un horizonte gris.
Eduardo Kobra (S?o Paulo, 46 a?os) es pionero de las medianeras y uno de los grafiteros brasile?os m¨¢s conocidos en el mundo. Autodidacta, tiene obra en los cinco continentes (incluido un colorido retrato de Dal¨ª en Murcia) y 1,1 millones de seguidores en Instagram. Una proeza para alguien que parece t¨ªmido y que tuvo que irse de casa a los 17 a?os ante la incomprensi¨®n familiar por su necesidad de plasmar sus inquietudes en paredes callejeras. Sentado en una placita al aire libre, Kobra confiesa el asombro que le genera que madres y padres le busquen para que inicie a sus hijos en algo que naci¨® como una v¨ªa para expresar rebeld¨ªa y acab¨® como una profesi¨®n de lo m¨¢s respetable y admirada.
El coronavirus paraliz¨® de un d¨ªa para otro sus proyectos internacionales, incluida la fachada de una de las nuevas torres del World Trade Center de Nueva York. Convertido en cotizado artista, la calle todav¨ªa le resulta especialmente atractiva: ¡°Es el espacio m¨¢s democr¨¢tico, tienes contacto con las personas m¨¢s humildes, que nunca entraron en una galer¨ªa ni van a entrar, y con personas supercultas, que han viajado por todo el mundo y conocen los nombres de los artistas. La calle permite ese intercambio. Ocupar la calle con tus obras es un privilegio¡±. Ya vacunado, cuenta que se tom¨® muy en serio el coronavirus porque, tras tantos a?os entre tintas, arrastra problemas respiratorios. De los cientos de obras que estamp¨® en la ciudad desde que era adolescente, decenas han sobrevivido a los vaivenes pol¨ªticos, las envidias y el desgaste natural.
F¨¢cilmente reconocible, su gran se?a de identidad son los dise?os geom¨¦tricos coloridos que superpone a fotograf¨ªas cl¨¢sicas. Su Ayrton Senna, que observa hace a?os el frenes¨ª de una gran avenida, fue pagado por Audi. Juntos acaban de rehabilitar la pintura dedicada al corredor de f¨®rmula 1 fallecido en una carrera al que Brasil venera. ¡°Sin empresas patrocinadoras, muchos de esos murales no existir¨ªan¡±, explica Kobra, al que buscan infinidad de marcas. Pero ?d¨®nde acaba el arte y comienzan las servidumbres? ¡°Es la parte m¨¢s compleja, m¨¢s delicada y m¨¢s vulnerable a la cr¨ªtica. Yo tengo una regla. Mis colaboraciones son poqu¨ªsimas, y las hago cuando se inscriben en el contexto de mi trabajo, de lo que creo, sin interferir en mi arte¡ No me asociar¨ªa con cualquier marca por dinero¡±.
El arte pagado reconquista unos edificios despojados de toda publicidad por la ley municipal Ciudad Limpia en 2006, cuando la proliferaci¨®n de neones multicolores y anuncios se volvi¨® insoportable. La publicidad en los edificios de S?o Paulo est¨¢ vetada hasta hoy, pero no el arte. Y ah¨ª, emulando experiencias en otras capitales internacionales ¡ªaunque cada una lo regula a su manera¡ª, algunos emprendedores brasile?os han descubierto un fil¨®n. Ejercen de intermediarios entre los artistas, las marcas que buscan nuevos lenguajes para atraer clientela y los propietarios de los edificios.
En una comunidad de enamorados del grafiti en Instagram germin¨® la empresa Instagrafite, cuenta Marina Bortoluzzi, de 38 a?os. Seleccionan artistas y los emparejan con una pared y un patrocinador. Tanto ella como su socio vienen del mundo de la publicidad. ¡°Empezamos a educar a las marcas. Y, como el arte est¨¢ permitido en las fachadas, les empezamos a plantear: ¡®?Por qu¨¦ no haces un regalo a la ciudad para romper el gris de S?o Paulo?¡±. Funcion¨®. O, como dice esta productora cultural, ¡°convertimos un problema en una oportunidad¡±. As¨ª nacieron algunos de los espectaculares muros ciegos que dan un respiro frente a los agobios de la vida. El negocio funciona as¨ª: las marcas no pueden colocar su logo en el dibujo, pero s¨ª contarle al mundo en redes que han patrocinado este o aquel mural.
Otro gran patrono es el Ayuntamiento. Gracias al proyecto Museu de Arte de Rua 360¡ã han brotado decenas de grafitis en el centro hist¨®rico, una zona carcomida por la pobreza y las drogas donde languidecen edificios que alguna vez tuvieron solera. Gracias al proyecto municipal, Soberana Ziza, de 32 a?os, coloc¨® una mujer de espectaculares rizos, vestido blanco y un collar en la mano en un muro ciego para contarles a sus conciudadanos que el barrio japon¨¦s de S?o Paulo naci¨® como refugio para antiguos esclavos. Por eso se llama Liberdade.
Rescatar del olvido la historia negra de Brasil es una de las misiones de la artista, que naci¨® y a¨²n vive en una barriada de la periferia. Cuenta que descubri¨® el grafiti en un cursillo para adolescentes. Diecis¨¦is a?os ten¨ªa cuando, aerosoles en mano, se lanz¨® a explorar. ¡°Fue la puerta con la que conoc¨ª la ciudad, porque hasta entonces no sab¨ªa moverme en autob¨²s, en metro o en tren. Para los j¨®venes de la periferia es dif¨ªcil salir de aqu¨ª¡±. Consciente del riesgo a?adido que corren siempre los negros ante la polic¨ªa en el muy desigual y racista Brasil, desde siempre pide permiso antes de pintar. Prueba de la buena marcha del negocio, conf¨ªa en renunciar pronto a la ense?anza para vivir solo del arte.
El ritual de pintar sobre la pared deseada empieza con una proyecci¨®n desde el edificio de enfrente. El artista delinea la obra que luego colorea. Tutano N?made (S?o Paulo, 38 a?os) da los ¨²ltimos toques al dibujo de dos mujeres que supone su debut en el centro de la urbe mientras un bombero vigila la operaci¨®n desde una azotea apta para unos pocos¡ No tiene barandilla. Lo mejor, observar desde la acera opuesta. Una de las magias que impulsan este renacimiento es que basta ver la firma del autor para encontrar en Instagram el resto de su obra. Los hay que tienen tienda, venden reproducciones u originales. Cada vez es m¨¢s frecuente que un cliente los invite a dejar huella en una pared del sal¨®n de casa.
Mena011 (S?o Paulo, 29 a?os) es una excepci¨®n porque empez¨® pintando en viviendas y, gracias a ese dinero, emprendi¨® proyectos en la calle. Aunque lleva poco en el oficio, est¨¢ lanzado. En un descanso antes de volver a subirse a la gr¨²a para terminar una de sus geometr¨ªas sagradas con los colores del arco iris, cuenta que tiene ¡°la agenda repleta, s¨¢bados y domingos incluidos, hasta febrero o marzo del a?o que viene¡±.
Cuando el alcalde Doria ¡ªhoy gobernador de S?o Paulo¡ª convoc¨® a la prensa y sepult¨® grafitis con tinta gris en 2017, el argumento oficial fue deshacerse del picha??o, una caligraf¨ªa tipificada como delito. Para muchos de los paulistanos que adoran y defienden el arte urbano, las letras negras que cubren cornisas y fachadas son puro vandalismo.
El picha??o es cap¨ªtulo aparte, otra se?a de identidad de la ciudad: letras de ¨¢ngulos rectos (imitando rascacielos y avenidas). El artista visual y pichador Cripta Djan, de 37 a?os, sostiene que S?o Paulo ha ensalzado el grafiti como ant¨ªdoto al picha??o.
Multicolor/monocolor. Legal/ilegal. Diurno/nocturno. Seguridad/riesgo. Un peligro doble: acabar en un calabozo o morir desnucado por una ca¨ªda. Son pulsos entre bandas para ver qui¨¦n hace algo m¨¢s radical o llega al punto m¨¢s inaccesible. ¡°Es una reconquista simb¨®lica de la ciudad por parte de los excluidos porque S?o Paulo tiene una historia basada en la especulaci¨®n inmobiliaria, expulsa a los pobres a la periferia¡±, explica el artista en su estudio de Osasco, en la zona metropolitana de S?o Paulo.
Los equipos municipales de limpieza tienen la misi¨®n de eliminar esta caligraf¨ªa ilegal y ¨²ltimamente tambi¨¦n han borrado dos inmensos grafitis patrocinados porque algunas marcas, con la excusa del arte, burlan la prohibici¨®n de hacer publicidad en los edificios. El grafiti disfruta de su reinado en las calles de S?o Paulo sin perder de vista la amenaza de ser cooptado por el mercado.