Verdades como pu?os
El amor y la familia son melodramas donde nos tragamos las palabras para salvar los lazos y los afectos
Tu hijo te mira con ojos interrogantes, en el umbral de la sospecha. Mil veces le has repetido que diga siempre la verdad. Sin embargo, le ense?as a callar, a medir las palabras, a envainar las frases hirientes: el arte de la mentira amable. Aunque un regalo le decepcione, debe agradecerlo. Cuando lo invitan, tiene que elogiar la comida incluso si sabe a rayos. Prohibido decir a la gente que es antip¨¢tica o pesada, no vale la excusa de que sea cierto. La vida ser¨ªa imposible sin delicadeza, y eso implica ¡ªa veces¡ª fingir.
El ni?o est¨¢ aprendiendo a subirse al escenario de ese gran teatro del mundo que so?¨® Calder¨®n de la Barca. La espontaneidad puede resultar ofensiva, mientras el deseo de convivir y ser amables exige dotes para el disfraz y la simulaci¨®n. Si alguien dice: ¡°Voy a hablarte con franqueza¡±, prep¨¢rate para lo peor. Como cantaba Taylor Swift en All Too Well, hay quien es cruel en nombre de la sinceridad. Tal vez la madurez consista en asumir que el mundo no necesita escuchar nuestros pensamientos crudos ni nuestros exabruptos en bruto y en quitar importancia a las minucias que nos irritan en el pr¨®jimo. Erasmo de Rotterdam afirm¨® en su Elogio de la locura que es sabio tomarnos las cosas como vienen y divertirnos con la comedia de la vida, tan llena de afanes ca¨®ticos. El constante espionaje de las faltas propias o ajenas ¡ªescribi¨®¡ª destruir¨ªa la convivencia. La realidad est¨¢ tejida de errores y desaciertos, por eso conviene cierto desenfado para comprender las debilidades de los dem¨¢s. As¨ª construimos la relativa uni¨®n y concordia que nos permiten vivir juntos. En una ¨¦poca de intransigencias y divisiones, Erasmo defendi¨® la indulgencia y la risa que nos consuelan de tanta cordura.
Para ser sinceros, debemos admitir que todos fingimos. En lat¨ªn la palabra ¡°persona¡± nombraba la m¨¢scara del actor. Qui¨¦n no interpreta un papel, en mayor o menor medida, aunque sea para parecerse a quien desear¨ªa ser. La personalidad tiene algo de teatro, como revela la etimolog¨ªa, y la amabilidad es hasta cierto punto impostura. El amor y la familia son melodramas donde nos tragamos las palabras para salvar los lazos y los afectos. La maternidad exige un gran despliegue de actuaci¨®n: con sue?o, con agotamiento y preocupaciones propias, chapoteando entre llantos, fiebre y canciones infantiles en bucle, sostenemos la ficci¨®n tranquilizadora de saber derrotar el caos. Cuidar una amistad herida supone no arrojar nuestra fr¨ªa opini¨®n, sino ofrecer apoyo, calor y alivio. En la vida p¨²blica colaborar implica transigir: cuando un pol¨ªtico presume de autenticidad suele estar al borde ¡ªmuy borde¡ª de lanzar andanadas de insultos.
Como escribe el fil¨®sofo Jorge Freire en su ensayo Hazte quien eres, ¡°seg¨²n comparecemos ante otro, ya somos personaje. La fachada es necesaria, a despecho de lo que la casa albergue en su interior. Basta ver un baile de m¨¢scaras para entender la esencia del mundo¡±. Fingir y pasar por alto muchas cosas nos hace la vida m¨¢s f¨¢cil; tal vez por eso, el teatro o el cine, las novelas nos ayudan a ser mejores actores en este escenario de la vida. Resulta curioso que el culto a la autenticidad inunde las redes sociales, reino del artificio, o triunfe en la pol¨ªtica de la mano de l¨ªderes descarados ¡ªotra m¨¢scara?¡ª, que abrazan una sinceridad calculada, con colmillo y sin complejos, solo cuando les permite asestar una estocada al adversario. En tiempos de verdades como pu?ales, lo original es no perder los papeles y saber disfrazarse con elegancia.
Hace 2.000 a?os, en la soledad de su insomnio, lejos de casa, entre campa?as militares y desvelos de gobierno, Marco Aurelio comenz¨® un diario ¨ªntimo. All¨ª volcaba su fatiga y su irritaci¨®n, para despu¨¦s recordarse a s¨ª mismo que deb¨ªa ocultarlas y practicar la paciencia aprendida en la filosof¨ªa: ¡°Al amanecer, dite a ti mismo: me voy a tropezar con un indiscreto, un desagradecido, un insolente, un envidioso, un insociable. No puedo enfadarme ni odiarlo, porque hemos nacido para una tarea com¨²n¡±. El emperador estoico conoc¨ªa las tramoyas del poder y el hechizo de la imagen. Quiz¨¢ intuy¨® que la autenticidad insobornable es solo una pose m¨¢s.
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