Cocina medieval
Todo el cuerpo de este ser humano ha sido colonizado por los s¨ªmbolos: las manos, por los bastones o cetros, o como quiera que se llamen; la cabeza, por la corona, que le tuvieron que colocar a la fuerza, como si fuera a rosca; los brazos y el t¨®rax, por las vestimentas confeccionadas con abundante oro, de cuyas rozaduras le protege la camisola blanca que se aprecia debajo y que debe tratarse asimismo de una par¨¢bola textil. No se le ven los muslos ni los pies, pero no hay duda alguna de que sobre ellos se prolonga la alegor¨ªa, se desparrama la met¨¢fora, se esparce la ficci¨®n como una mancha de aceite o como un melanoma ¨¢ureo con vocaci¨®n totalitaria. No nos ha sido permitido ver su ropa interior, pero seguro que sus calzoncillos, igualmente, significan algo relacionado con el mando. Por cierto, que el sill¨®n en el que aparece acomodado no es un sill¨®n com¨²n, sino un trono, con todo lo que ello implica desde el punto de vista de la supremac¨ªa. S¨®lo ha faltado que le pusieran por ah¨ª, en alg¨²n sitio, quiz¨¢ en el regazo, un mando a distancia de la tele que representara la capacidad de apag¨¢rnosla y encend¨¦rnosla cuando le viniera en gana. Pero de ese poder carece el rey Carlos III. Debido a ello, todos pudimos apreciar el carnaval de su coronaci¨®n, as¨ª como su cara de rey pasmado, podr¨ªamos decir, ante tanta ceremonia vac¨ªa, aunque divertida a ratos por la seriedad con la que actores e invitados asist¨ªan al circo.
Cabe preguntarse si el pensamiento del monarca, a juzgar por su mirada inexpresiva, ha sido invadido tambi¨¦n por esas cantidades ingentes de simbolismo medieval.
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