Tenemos un problem¨®n
Necesitamos una nueva ley de partidos (y, de paso, una nueva ley electoral). La pega es que s¨®lo pueden hacerla los partidos
Se llama partidos pol¨ªticos. El problem¨®n lo ten¨ªamos antes de 2015, cuando el viejo sistema entr¨® en crisis y surgieron nuevos partidos, y lo tenemos ahora, cuando los partidos nuevos han demostrado ser peores que los viejos y el sistema ha degenerado. El problema no es s¨®lo que los partidos colonicen o intenten colonizar la sociedad entera, incluidos los medios de comunicaci¨®n; el problema es que tienden a ser clubes antidemocr¨¢ticos, sectarios, verticales y militarizados, donde la cr¨ªtica brilla por su ausencia y se funciona a golpe de pito.
Pongo un ejemplo flagrante, que incumbe al partido que vot¨¦ en las ¨²ltimas elecciones, y a la izquierda en general. Como Sumar, el PSOE se present¨® a los comicios con un programa donde ni siquiera se mencionaba la posibilidad de una amnist¨ªa a los l¨ªderes del proc¨¦s; m¨¢s a¨²n: tanto los votantes como los militantes del PSOE pod¨ªamos albergar la certeza de que esa amnist¨ªa no iba a producirse, porque as¨ª lo hab¨ªa dicho durante a?os el partido, por activa y por pasiva, incluso durante la propia campa?a electoral. Pero una carambola entreg¨® a los secesionistas la llave del gobierno del PSOE y Sumar y, en un pisp¨¢s, el PSOE dio un giro de 180 grados para obtener el apoyo de los secesionistas. Fue incre¨ªble: lo que dos semanas antes era ilegal e inaceptable para el PSOE y sus sat¨¦lites medi¨¢ticos pas¨® a ser, dos semanas despu¨¦s, no s¨®lo legal sino tambi¨¦n bueno para todos. ?Alguien en el PSOE pidi¨® explicaciones por ese cambio inaudito? ?Protest¨® alguien? Que yo sepa, nadie salvo la vieja guardia, que no tiene cargos que perder ni que ganar, y uno de los llamados barones, blindado por una mayor¨ªa absoluta en su feudo. Fue de chiste o¨ªr a una dirigente del PSOE impartir lecciones de democracia interna a la vieja guardia rebelde dando la vuelta a una frase de Alfonso Guerra (¡°aqu¨ª, el que se mueve, s¨ª sale en la foto¡±), d¨ªas antes de expulsar del PSOE a un miembro rebelde de la vieja guardia, por hablar mal del partido; el chiste incluye tambi¨¦n a los viejos rebeldes, tan obedientes en tiempos de Guerra como los j¨®venes en el nuestro, y al propio Guerra, autoerigido en estadista responsable y azote del populismo de izquierdas tras haber sido un preclaro precursor del populismo de izquierdas, adem¨¢s de responsable de algunas de las frases m¨¢s incendiarias de la Transici¨®n. Dicho esto, no les quepa duda: si el PP hubiera dispuesto de la m¨¢s m¨ªnima oportunidad de pactar con Puigdemont, habr¨ªa hecho lo mismo que el PSOE, los cuadros y la militancia lo hubieran aceptado con la misma mansedumbre y, al d¨ªa siguiente del acuerdo con los secesionistas, la prensa de derechas ¡ªtan sumisa como la de izquierdas, ambas salvo contad¨ªsimas excepciones¡ª lo hubiera bendecido como un acto de patriotismo responsable y hubiera titulado a toda p¨¢gina: ¡°Puigdemont, espa?ol del a?o¡±. ?Que c¨®mo lo s¨¦? Porque esto ya ha ocurrido (y, si no lo remediamos, volver¨¢ a ocurrir): en 1996, un PP necesitado de los votos nacionalistas para formar gobierno pas¨® en un pisp¨¢s de corear ¡°Pujol enano, habla castellano¡± a corear ¡°Pujol, guaperas, habla lo que quieras¡± y Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar, pol¨ªtico de principios inconmovibles y baluarte frente al nacionalismo perif¨¦rico, le dio a Pujol lo que no est¨¢ escrito, arranc¨® a hablar catal¨¢n (en la intimidad) y no enton¨® el Virolai haciendo el pino porque Dios es misericordioso. Y en el PP y sus sat¨¦lites nadie dijo ni p¨ªo.
S¨ª: tenemos un problem¨®n. Necesitamos partidos de verdad: sin ellos, no hay democracia de verdad. Necesitamos partidos que no se sirvan de nosotros, sino que nos sirvan, que fomenten la cr¨ªtica y la autocr¨ªtica, que no confundan la disciplina con la sumisi¨®n, partidos aireados, plurales y generosos, idealistas y realistas, integrados por militantes libres y no amedrentados y por cargos elegidos en listas abiertas. En suma: necesitamos una nueva ley de partidos (y, de paso, una nueva ley electoral). La pega es que s¨®lo pueden hacerla los propios partidos, que no quieren hacerla. As¨ª que, se?oras y se?ores, o los obligamos nosotros a cambiar, o no cambiar¨¢n. Y el problem¨®n seguir¨¢ siendo nuestro, no suyo.
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