La palabra amo
Quiz¨¢ no hay palabra m¨¢s machirula que amo. Y sin embargo su origen es femenino, y ahora se usa para mascotas y otras confusiones
Las palabras son como las sociedades: nos gusta pensar que siempre ser¨¢n lo que son y, sin embargo, cambian todo el tiempo. Nada mejor para transformar una palabra que un par de siglos de uso. Algunas cambian porque lo que nombraban ya no existe, otras porque se ha vuelto muy distinto, algunas por pudor o correcci¨®n. La palabra amo, sospecho, cambi¨® por verg¨¹enza.
Su origen es sorprendente: todo empez¨® hace m¨¢s de 1.000 a?os con la palabra ama, del lat¨ªn vulgar amma, que significaba ¡°nodriza¡± ¡ªama de leche¡ª o ¡°due?a de su hogar¡± ¡ªama de casa¡ª; de ese femenino deriv¨® el masculino. O sea que una palabra que nos suena tan macha, tan llena de testosterona, viene en verdad del regazo de una mujer con ni?o.
Pero la transici¨®n fue veloz y, como suelen, muy desprovista de memoria. R¨¢pidamente el se?or amo pas¨® a ser amo y se?or, incluso de la ama. Creada en una ¨¦poca en que las relaciones entre las personas se basaban en el sometimiento sin disfraces, la palabra empez¨® a designar a los que somet¨ªan. Yo soy tu amo y me obedeces, s¨ª mi amo, el amo ha dicho que, s¨ª mi amo, cuidado con el amo, s¨ª mi amo. Amo se transform¨® en la palabra menos amable y m¨¢s amarga, m¨¢s ominosa de la lengua: decir amo era la forma de declararse bajo el poder de otro, en tiempos en que ese poder era aun m¨¢s poderoso. El amo feudal pod¨ªa hacerte trabajar, pegarte, echarte, llevarte a la guerra, violar a tu familia; el amo esclavista pod¨ªa hacer todo eso y adem¨¢s venderte o matarte o lo que le pluguiese. Y, sin derecho a tanto, los amos siguieron si¨¦ndolo mientras hubo personas que, en caserones o campos o cortijos, se sometieron a sus ¨®rdenes. De ah¨ª, durante siglos, esa consigna sin tapujos: ¡°Ni dios ni amo¡±.
Ahora, en cambio, la palabra amo suena arcaica, rancia. Ya nadie o casi nadie dir¨ªa que tiene amo, ya nadie o casi nadie dir¨ªa que es el amo de alguien, as¨ª que la reformularon: ahora los ¨²nicos que los tienen son los animales de compa?¨ªa, la legi¨®n de cuadr¨²pedos caseros. El perro escucha la voz de su amo y corre hacia ¨¦l, el gato la de su ama y corre lejos de ella, los bichos y bichas tienen amos y amas. Si uno fuera mal pensado podr¨ªa pensar que la deriva de la palabra dice mucho: que aquellos que antes aceptaban un amo son, para el diccionario, el equivalente de estos gatos y perros, que hubo tiempos en que tantas personas eran vistas como animales de sus amos.
Y el mascotismo avanza: casi la mitad de los hogares iberos poseen un bicho, se mantienen amos. En nuestros pa¨ªses urbanizados, los animales que viven con personas han cambiado de funci¨®n como la mayor¨ªa de la econom¨ªa: si hace un siglo lo importante era el sector primario, la producci¨®n ¡ªlos animales eran fuerza de trabajo y alimento¡ª, ahora lo que se impone es el terciario, los servicios ¡ªy los animalitos se dedican al entretenimiento de sus amos.
As¨ª que la palabra amo se ha vuelto cari?osa, casi dulce. Aunque el espa?ol contempor¨¢neo tambi¨¦n la guarda como una especie de insulto o chascarrillo, una forma burlona. De hecho, quien le dio m¨¢s circulaci¨®n fue un catal¨¢n bastante ista, Pep Guardiola, cuando llam¨® a su colega Mourinho ¡°el puto amo¡± para decir que se cre¨ªa mucho m¨¢s que lo que era.
O sea: los amos ya no ejercen ¡ªen principio¡ª sobre gente; son los que tienen animales de sof¨¢ o los que se creen que son lo que no son ni pueden ser. Quiz¨¢ sea eso, exactamente, lo que produce la confusi¨®n primaria, el cruce estrepitoso del vocablo amo. ?A qu¨¦ lengua se le puede ocurrir que la palabra que m¨¢s claramente defini¨® el poder de una persona sobre otra sea, al mismo tiempo, la primera del presente del verbo amar, el verbo amar hecho sujeto, esa expresi¨®n que estas fiestas y los culebrones deval¨²an y que la vida de tanto en tanto vuelve a poner en su lugar? O estamos muy chiflados o no nos importa nada o hay algo en nuestra cultura que funciona raro. Lo que es seguro es que las palabras, cuando se ponen, dicen lo que quieren ¡ªy nos lo hacen decir.
Yo amo, digamos, o yo, amo. ?O ser¨¢ yo amo y yo, amo, todav¨ªa?
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