Las ventajas del miedo
Lo que nos asusta tiene una parte inmutable que nos acompa?a desde la Biblia y otra cultural, que va mutando con los vaivenes sociales y econ¨®micos. Casi siempre es ¨²til para defendernos, casi nunca es leg¨ªtimo para atacarnos.
El miedo tiene una mala fama inmerecida. Al menos en parte. Recordemos que si estamos aqu¨ª es porque nuestros antepasados se apartaban cuando ve¨ªan una serpiente y no probaban a meterle un dedo en el ojo a un le¨®n mientras se echaba la siesta. El temor es un mecanismo de defensa, como nos explica Enric Soler, psic¨®logo relacional y profesor en la Universitat Oberta de Catalunya. Gracias al miedo evaluamos la percepci¨®n de una amenaza y c¨®mo podemos actuar ante ella. De hecho, muchas historias de monstruos son relatos exagerados ¡°con los que los padres preparan a sus hijos para amenazas reales¡±...
El miedo tiene una mala fama inmerecida. Al menos en parte. Recordemos que si estamos aqu¨ª es porque nuestros antepasados se apartaban cuando ve¨ªan una serpiente y no probaban a meterle un dedo en el ojo a un le¨®n mientras se echaba la siesta. El temor es un mecanismo de defensa, como nos explica Enric Soler, psic¨®logo relacional y profesor en la Universitat Oberta de Catalunya. Gracias al miedo evaluamos la percepci¨®n de una amenaza y c¨®mo podemos actuar ante ella. De hecho, muchas historias de monstruos son relatos exagerados ¡°con los que los padres preparan a sus hijos para amenazas reales¡±, nos recuerda por correo electr¨®nico Stephen T. Asma, fil¨®sofo, autor de On Monsters y copresentador con Paul Giamatti del podcast Chinwag. Es decir, nos contamos historias para enfrentarnos a la incertidumbre.
Si nos fijamos en nuestros temores, vemos que no son nuevos. Los tiempos cambian, y los monstruos tambi¨¦n, y pasan de la mitolog¨ªa y la religi¨®n a los viajes de exploradores y a los excesos de la ciencia. Pero ¡°bajo la diversidad encontramos algunos universales comunes¡±, recuerda Asma, como el miedo a las serpientes, a las ara?as y a la oscuridad.
?Acaso las novelas y pel¨ªculas sobre inteligencias artificiales que se rebelan, de Terminator a Ex Machina, no son un remake de Frankenstein, de Mary Shelley? Historias como estas nos ayudan a detenernos en peligros a los que no hab¨ªamos dado importancia, como ocurre en los mejores episodios de Black Mirror, o nos permiten verlos bajo otra perspectiva: en la novela de Shelley, la criatura no es el verdadero villano, por muy monstruosa que sea. Al contrario, es un personaje sensible e inteligente que se ve traicionado y abandonado por Victor Frankenstein. Y ese es uno de los peligros de la inteligencia artificial: que alguien la programe solo porque puede y se despreocupe de las consecuencias, como hizo Elon Musk cuando compr¨® Twitter.
Eso, suponiendo que alguien llegue a crear una superinteligencia. Nuestra imaginaci¨®n va m¨¢s deprisa que la tecnolog¨ªa: a¨²n estamos esperando que un doctor malvado resucite a un cad¨¢ver, o que una empresa fabrique clones que sean bancos de ¨®rganos para millonarios. Es m¨¢s, ?d¨®nde est¨¢n los robots que nos iban a quitar el trabajo? Y, lo que es m¨¢s importante, ?alguien sabe si llegar¨¢n antes del lunes?
Pero el objetivo del miedo no es convertirnos en adivinos, sino ayudarnos a intuir los posibles peligros para enfrentarnos a ellos. Ya sea un algoritmo asesino o el fin del mundo.
El fin de la civilizaci¨®n no es un temor nuevo: el G¨¦nesis ya narra el diluvio universal y el Antiguo Testamento cierra con el Apocalipsis. Aparte del origen divino, el caos puede tener causas econ¨®micas, como en la novela Los Mandible, de Lionel Shriver. O clim¨¢ticas, como en El mundo sumergido, de J. G. Ballard. O, por supuesto, pand¨¦micas, como en el videojuego y serie The Last of Us. No se trata solo de ficciones: Enric Soler nos recuerda c¨®mo la guerra de Ucrania ha recuperado en Europa el miedo a la amenaza nuclear, como durante la Guerra Fr¨ªa.
Estas historias cuentan algo que nos aterra: podemos perderlo todo sin que podamos evitarlo ni tengamos ninguna culpa, m¨¢s all¨¢ de olvidarnos la bolsa reutilizable cuando vamos al s¨²per. Los protagonistas heroicos de estos relatos intentan recuperar el control como pueden, a menudo cuidando de alg¨²n ni?o, que representa la esperanza, el futuro, la humanidad¡ Todas esas cosas que nos hacen bostezar porque, seamos sinceros, nosotros nos parecer¨ªamos m¨¢s al Will Forte de El ¨²ltimo hombre sobre la Tierra, quien, tras sobrevivir a una pandemia por casualidad, se dedica a saquear licorer¨ªas.
Ojo: como dice tu cu?ado, todos los excesos son malos. Si la anarqu¨ªa nos da miedo, tambi¨¦n nos da aterra el exceso de orden que vemos en distop¨ªas como 1984. Pero hoy en d¨ªa el terror no viene de un dictador todopoderoso como el Gran Hermano, al estilo de Hitler o Stalin, sino de un agente del caos como Donald Trump, Javier Milei o la populista interpretada por Emma Thompson en la serie Years and Years.
Tenemos una versi¨®n m¨¢s llevadera del apocalipsis en algunas pel¨ªculas de los a?os ochenta y noventa, que formaron lo que el cr¨ªtico Barry Keith Grant llam¨® ¡°terror yuppy¡±. La amenaza a la clase media ven¨ªa de ni?eras (La mano que mece la cuna), amantes (Atracci¨®n fatal), amigos que echan droga¨ªna en el refresco (Malas influencias) o incluso inquilinos aterradores: el guion de De repente, un extra?o lo podr¨ªa firmar un militante de Vox, salvo porque Michael Keaton, el inquiokupa, es blanco. Esta tradici¨®n de terror de clase media ha llegado a los telefilmes alemanes y canadienses que le alegran a mi madre la sobremesa de los s¨¢bados.
El miedo ya no est¨¢ en las casas encantadas, sino en la hipoteca, y el horror econ¨®mico sigue presente, aunque de otro modo. En La filosof¨ªa, el terror y lo siniestro, el fil¨®sofo Enrique Lynch habla del nuevo monstruo que apareci¨® tras la crisis de 2008: la precariedad, que nos hace ver con m¨¢s placer que miedo pel¨ªculas como El men¨², donde las v¨ªctimas son los pijos.
Otro temor actualizado es el de las maldiciones, que ya no vienen del diablo, sino de la gen¨¦tica. Nuestras familias no est¨¢n malditas por robarle un amuleto a una bruja, sino porque a lo mejor nos encuentran dos copias del gen APOE4 y tenemos m¨¢s probabilidades de desarrollar alzh¨¦imer. Las maldiciones tambi¨¦n sirven para hablar de la salud mental y del trauma, como La maldici¨®n de Hill House, la serie de Mike Flanagan.
En realidad, le perdimos el miedo a lo fant¨¢stico hace d¨¦cadas: en los sesenta, Los Monster y La familia Addams nos mostraron que los vampiros y hombres lobo nos dan risa y lo inquietante es la familia y los adolescentes (como en El exorcista). Pasa algo parecido en la comedia Lo que hacemos en las sombras: dan m¨¢s miedo las charlas del vampiro de energ¨ªa que los colmillos, la sangre y los ata¨²des.
El terror de pandemia suele tener como enemigos a los zombis (o infectados, seg¨²n el caso). David J. Skal cuenta en su reci¨¦n reeditado Monster Show que estas historias eran una met¨¢fora de la propaganda comunista que amenazaba con contagiar a ciudadanos honrados. Esto empieza a cambiar en 1978, escribe Skal. Zombi, de George A. Romero (secuela de La noche de los muertos vivientes), transcurre en un centro comercial y los zombis ya no son una met¨¢fora del enemigo, sino de nosotros mismos. ?No nos comportamos como cad¨¢veres andantes cuando nos metemos en el autob¨²s para ir a la oficina, o cuando llegan las rebajas y peleamos a mordiscos por una camiseta?
Chuck Klosterman propone otra lectura en su libro X: nosotros somos los cazadores de zombis. Y los zombis son esas tareas que se repiten y que, igual que los zombis, no se terminan nunca. Siempre hay un informe que terminar, otra reuni¨®n a la que asistir o un correo electr¨®nico al que contestar. Cuando tachas algo de tu lista de tareas es como si clavaras un hacha en la cabeza de un muerto viviente: siempre hay otro detr¨¢s. O, peor, en Teams.
Las historias que nos contamos nos ayudan a entender nuestros temores, pero tambi¨¦n nos hacen m¨¢s manipulables. Como escribe Bernat Castany Prado en Una filosof¨ªa del miedo, ¡°hay opciones pol¨ªticas que obtienen r¨¦dito del miedo. Por eso necesitan demonizar y reprimir los impulsos de colaboraci¨®n¡± y excitar ¡°los de desconfianza y agresi¨®n¡±, que presentan como realistas y patri¨®ticos. Estos pol¨ªticos usan el miedo para volvernos paranoicos y xen¨®fobos.
Como en las historias de extraterrestres. Skal escribe que, durante la Guerra Fr¨ªa, los alien¨ªgenas se infiltraban en Estados Unidos igual que los esp¨ªas sovi¨¦ticos, como en Invasores de Marte.
Hay historias que intentan ver este choque de culturas de otro modo. Por ejemplo, como un intento de comunicarnos con otras civilizaciones. A veces, fallido, como en Fiasco, de Stanis?aw Lem. En ocasiones, m¨¢s exitoso, como en La llegada, el relato de Ted Chiang llevado al cine en 2016 por Denis Villeneuve. Tambi¨¦n hay espacio para la s¨¢tira sobre el racismo y el apartheid, como en District 9.
No solo podemos ver como amenazas a los extranjeros. Con la polarizaci¨®n pol¨ªtica, corremos el peligro de pensar que cualquier persona con ideas diferentes es malvada o est¨²pida. No se contempla la posibilidad del error o el objetivo del acuerdo: el otro es un marciano que amenaza nuestra forma de vida y la ¨²nica respuesta es que se vuelva a su planeta. El hecho de que no haya otro planeta solo es un detalle t¨¦cnico que ya resolveremos m¨¢s adelante.
La historiadora Joanna Bourke escribe en El miedo: una historia cultural que el temor nos ha llevado ¡°a reflexionar de forma profunda¡± y a ser conscientes de que no podemos controlarlo todo. Pero tambi¨¦n es una emoci¨®n peligrosa, si en lugar de pensar y actuar nos escondemos detr¨¢s de un arbusto o bajo el grito de un eslogan. Tener miedo no es de cobardes. Lo que es de cobardes es no usar ese miedo para averiguar qu¨¦ nos asusta de verdad y c¨®mo podemos responder sin que nos paralice o nos divida.