Me erotiza la gente buena
En un oc¨¦ano de islas amuralladas, sin tacto ni contacto, la bondad acabar¨¢ por ser nuestro placer prohibido
La l¨®gica de la competici¨®n a ultranza nos exige convertirnos en triunfadores. Mil veces escuchaste la advertencia: quienes te rodean son rivales. Se aprovechar¨¢n de ti. Ense?a los dientes, jam¨¢s te muestres d¨¦bil. Eres demasiado ingenua, vas con un lirio en la mano. No sabes poner l¨ªmites. Como si el problema fuera tuyo; como si la bondad fuese una deficiencia de car¨¢cter, una insignia de perdedores.
Hace casi veinticinco siglos, el historiador griego Tuc¨ªdides diseccion¨® esta contradicci¨®n con afilada lucidez: ¡°La mayor¨ªa de los hombres prefieren que los llamen listos por ser unos canallas, a que los consideren necios siendo honrados. De esto ¨²ltimo, se averg¨¹enzan; de lo otro, se enorgullecen¡±. Tras siglos de fascinaci¨®n por el misterio y el imperio del mal, nuestras historias sobre gente bien intencionada se cuentan en clave cursi o remilgada, incluso par¨®dica. Salvo en las monsergas a los ni?os que incordian ¡ª?p¨®rtate bien!¡ª o agazapada en la sobredosis de alm¨ªbar navide?o, la bondad tiene una reputaci¨®n aburrida, insulsa, moralizadora y pusil¨¢nime. Se elogia epis¨®dicamente, pero se deval¨²a por sistema. Pese a los disimulos y tapujos ocasionales, nadie se enga?a: lo deseable de verdad es el liderazgo arrogante, carism¨¢tico y con colmillo. Desde las redes sociales a las encuestas electorales, se premia la agresividad. La guerra de todos contra todos es ortodoxia, la victoria sobre el pr¨®jimo es la medida de todas las cosas, la evoluci¨®n nace de una lucha feroz por la supervivencia. Sin embargo, incluso Charles Darwin reconoci¨® que la empat¨ªa hacia los dem¨¢s es tan instintiva como el ego¨ªsmo.
Durante una tertulia televisada hace d¨¦cadas, nuestra poeta de guardia, Gloria Fuertes, inmune al sarcasmo de sus compa?eros de programa, declar¨® con voz ronca y total convicci¨®n: ¡°A m¨ª solo me erotiza la gente buena¡±. Curiosamente, tanto la palabra ¡°bonito¡± como ¡°bello¡± son, en su ra¨ªz latina, diminutivos de ¡°bueno¡±, como si en otro tiempo el magnetismo que proclamaba la escritora hubiera sido una evidencia. Hoy, el t¨¦rmino latino bonus alude a un incentivo econ¨®mico: nuestro mundo prefiere el lujo a la lujuria. Solo en su acepci¨®n dineraria parece alcanzar la bondad su perdido prestigio.
En esta ¨¦poca zarandeada por la incertidumbre, la avalancha de pron¨®sticos apocal¨ªpticos y los diagn¨®sticos fatalistas nos empujan a fijarnos mejor en lo peor. Sin embargo, a nuestro alrededor, mucha gente es buena a diario, sin que nadie parezca advertirlo o agradecerlo. La teor¨ªa de la competencia descarnada desacredita aquello que hace funcionar el mundo: los cuidados gratuitos a hijos, ancianos y enfermos. Las personas que se esmeran en sus quehaceres y sus trabajos. Las peque?as virtudes escondidas, fuera de los focos. El fil¨®sofo romano S¨¦neca, asm¨¢tico desde la infancia en su Corduba natal, vivi¨® marcado por una salud d¨¦bil y la necesidad constante de asistencia para afrontar sus achaques. En una carta evocaba: ¡°Todas las incomodidades del cuerpo, todas sus angustias y borrascas han pasado por m¨ª¡±. Consciente de que la enfermedad y la debilidad forman parte de nuestras vidas, escribi¨® que el sabio quiere amigos no por inter¨¦s propio, sino para colmar el deseo de ayudar al pr¨®jimo, porque la colaboraci¨®n es sanadora. ¡°Nadie tiene una vida feliz si lo vuelca todo en sus fines¡±. En sus famosas Ep¨ªstolas a Lucilio describi¨® la convivencia como una arquitectura del cuidado: ¡°La sociedad se parece a una b¨®veda, que se desplomar¨ªa si unas piedras no sujetaran a otras, y solo se sostiene por el apoyo mutuo¡±. No somos islas, sino hilos entretejidos.
La bondad asusta porque nos vuelve conscientes de la vulnerabilidad ajena, y de la propia. No queremos afrontar la fragilidad acechante de nuestros cuerpos. Preferimos el ideal de suficiencia, menos promiscuo, que promete fortaleza e independencia, al precio de aislarnos. Por eso, nos obsesionamos con encontrar la seguridad en el ¨¦xito y, en esa carrera despiadada, negamos la alegr¨ªa y el disfrute de los actos generosos. Reprimimos nuestros instintos, nos refrenamos. En un oc¨¦ano de islas amuralladas, sin tacto ni contacto, la bondad acabar¨¢ por ser nuestro placer prohibido.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.