Paisaje despu¨¦s de la batalla
Hay poqu¨ªsimas personas como ella, capaces de decir No cuando todo el mundo a su alrededor dice S¨ª
Me encuentro por la calle con una vieja amiga, aguerrida militante de a pie del partido socialista de Catalu?a. Despu¨¦s de la alegr¨ªa y los abrazos, se lamenta: ¡°Qu¨¦ desastre, Javier. Durante el proc¨¦s, en mi pueblo, las asambleas del partido estaban vac¨ªas, ¨¦ramos literalmente cuatro gatos. Una vez los cuatro asistimos a un acto p¨²blico sobre lo que estaba pasando y los secesionistas se tiraron encima de nosotros, nos insultaron, nos llamaron fascistas e hijos de puta, pens¨¦ que nos iban a linchar; varias veces acosaron la sede del partido, y en una de ellas cre¨ª que iban pegarle fuego con nosotros dentro. Mientras tanto, desde sus poltronas madrile?as los se?oritos de derechas nos acusaban de c¨®mplices del nacionalismo catal¨¢n, y los se?oritos de izquierdas, de c¨®mplices del nacionalismo espa?ol¡ Pero ahora, sobre todo desde que gobernamos la Generalitat, todo ha cambiado: las asambleas del partido est¨¢n abarrotadas y m¨¢s de una vez me ha parecido reconocer entre la gente a los que nos insultaban y acosaban, y sobre todo a los peores, los que se hac¨ªan el sueco, los que dec¨ªan que no eran ni de unos ni de otros, los que fing¨ªan que no pasaba nada; esos est¨¢n ahora en primera fila, a ver si cae algo¡ Maldita sea.¡±
Mientras hablaba, un brillo de rabia ha asomado a los ojos de mi amiga, y, temiendo que rompa a llorar, intento quitar importancia a lo que me cuenta, le digo que no se preocupe, que deber¨ªa estar contenta, que en realidad lo que ha pasado es lo mejor que pod¨ªa pasar. ¡°?Lo mejor?¡±, me pregunta, furiosa. Le digo que s¨ª, que lo que ha pasado significa que ganaron los buenos, los que defend¨ªan como ella la ley y la Constituci¨®n -o sea, la democracia- y no los que se lanzaron contra la democracia en nombre de la democracia, y la prueba de que ganaron es precisamente que ahora, en su pueblo, las asambleas de su partido est¨¢n abarrotadas, le digo que no hay que olvidar, pero quiz¨¢ s¨ª hay que fingir lo mejor posible que uno olvida, y que desde luego hay que aprender a perdonar, sobre todo a perdonar a los que se hac¨ªan el sueco y se apuntaron o fingieron apuntarse al carro del proc¨¦s por miedo y para no quedar mal o para no significarse, al fin y al cabo la inmensa mayor¨ªa de las personas act¨²a seg¨²n sopla el viento, Vicente va donde va la gente, siempre ha ocurrido eso y siempre va a ocurrir, le digo, y, por temor a halagarla -porque la conozco y s¨¦ que no soporta los halagos-, no le digo la verdad, y es que hay poqu¨ªsimas personas como ella, capaces de decir No cuando todo el mundo a su alrededor dice S¨ª. M¨¢s tarde, sin darle tiempo a replicar, le cuento historias ver¨ªdicas de tipos que al estallar la guerra civil eran anarquistas y se pusieron a quemar iglesias y a perseguir curas y monjas, y que tres a?os despu¨¦s, cuando llegaron las tropas franquistas, las recibieron brazo en alto, convertidos en falangistas fervorosos, y durante el franquismo hicieron pr¨®speras carreras al calor del poder. Tambi¨¦n le cuento historias de militantes antifranquistas que padecieron persecuci¨®n, c¨¢rcel y torturas en lo m¨¢s duro del franquismo, cuando todo el pa¨ªs callaba, y que, nada m¨¢s llegar la democracia, vieron que su partido se llenaba de supuestos militantes antifranquistas que no conoc¨ªan de nada y a quienes jam¨¢s hab¨ªan visto, momento en el cual optaron por volver a su casa, avergonzados, y por dejarles el campo libre a los oportunistas. Le pido a mi amiga que no cometa el mismo error, que no se vuelva a su casa, que no tire la toalla y siga peleando por lo que cree, que volver¨¢n a venir mal dadas y volveremos a necesitarlos, a ella y a los que son como ella¡ Mi amiga me escucha en silencio, mir¨¢ndome de reojo y cabeceando, reticente, pero yo tengo la impresi¨®n de que he conseguido calmarla un poco; al final me las arreglo para cambiar de tema, hablamos de los viejos tiempos y nos re¨ªmos con los mismos chistes con que nos re¨ªamos cuando ¨¦ramos adolescentes. Al despedirnos, mi amiga me se?ala con un ¨ªndice amenazante y me sonr¨ªe con su sonrisa de hero¨ªna rom¨¢ntica mientras dice: ¡°Que sepas que no me has convencido, ?eh?¡±
No hac¨ªa ninguna falta que lo dijese.
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