El anhelo de Europa se agazapa en Nuadib¨² esperando zarpar a Canarias: ¡°Si todo el mundo quiere ir all¨ª, ser¨¢ porque habr¨¢ algo bueno¡±
Miles de j¨®venes migrantes, muchos de ellos malienses que huyen de un pa¨ªs en guerra, malviven en el extremo norte de Mauritania a la espera de una oportunidad que los lleve hasta las islas
La ¨²nica ruta en condiciones que cruza de Mal¨ª a Mauritania se llama la Carretera de la Esperanza, un pomposo nombre para una lengua de asfalto que atraviesa miles de kil¨®metros de dunas y pedregales. A lomos de ella lleg¨® Dahabass Soumar¨¦, de 19 a?os, hasta la remota Nuadib¨². ¡°Por fin¡±, pens¨®, ¡°solo queda un salto hacia Europa. Si todo el mundo quiere ir all¨ª, ser¨¢ porque habr¨¢ algo bueno¡±. Pero la ciudad que deb¨ªa ser su trampol¨ªn a Canarias result¨® ser una trampa y este joven agricultor sin estudios de la regi¨®n de Kayes qued¨® atrapado en ella. Sin dinero, sin trabajo, sin poder avanzar ni retroceder. Hoy malvive con otros 11 chicos como ¨¦l en tres humildes habitaciones a las que llaman hogar, donde el ¨²nico mobiliario son colchones compartidos tirados en el suelo.
Nuadib¨² es la ciudad de los sue?os rotos. Uno de cada tres de sus 150.000 habitantes son for¨¢neos, j¨®venes de Mal¨ª, Senegal o Guinea que llegaron hasta esta esquina inmisericorde de Mauritania, aislada del mundo por el desierto y conectada a ¨¦l por el mar, muchos con el anhelo de Europa. Sobre el mapa, todo parece f¨¢cil. Hasta Canarias son tres o cuatro d¨ªas de navegaci¨®n en alguno de los miles de imponentes cayucos que pueblan su puerto artesanal, que en los ¨²ltimos tres meses se ha convertido en el epicentro de las salidas de migrantes desde ?frica hacia las islas. Sin embargo, las cosas no siempre salen bien. La Guardia Civil espa?ola y los guardacostas peinan sus aguas y la Polic¨ªa mauritana tiene confidentes por toda la ciudad. Un pasaje al para¨ªso vale unos 1.500 euros, frente a 500 desde Senegal. M¨¢s cerca, m¨¢s caro y mucha gente a la que pagar. Todo se compra y se vende en Nuadib¨², hasta las voluntades. La UE destinar¨¢ 210 millones para convertir a Mauritania en barrera de la emigraci¨®n irregular hacia Canarias.
Un viento helado recorre sus calles de arena por las noches. Como no tienen ni mantas para taparse, Dahabass y sus amigos duermen vestidos, con sudaderas que simulan ser de marcas famosas pero son falsas, y se arriman unos a otros para darse calor. ¡°Hasta las dos es soportable, pero en la madrugada es mortal, no puedes ni descansar¡±, dice Bacar, de 28 a?os, de los pocos que ha conseguido trabajo, como cocinero. Con sus exiguos ingresos paga el alquiler de las habitaciones a un mauritano acaudalado y compra espaguetis y arroz para comer de vez en cuando. Desde que salieron de su Mal¨ª natal con los ojos y la cabeza pre?ados de Europa, no han probado ni un trozo de carne. Enfrente de su hogar, situado en el pretencioso barrio de Bagdad, un vecino se ha construido un palacete con columnas y balcones de volutas neocl¨¢sicas.
¡°Sin la complicidad de las autoridades es imposible¡±, asegura Yunus, un joven mauritano de pelo ensortijado que prob¨® suerte en 2023, lleg¨® hasta Canarias y fue expulsado de vuelta a Nuadib¨². ?l zarp¨® del puerto artesanal en un cayuco tripulado por pescadores senegaleses y vio con sus propios ojos c¨®mo el capit¨¢n sobornaba a un agente para que les dejara pasar. Otros salen de puntos alejados de la ciudad para evitar la vigilancia. En los ¨²ltimos meses, el antiguo enclave espa?ol de La G¨¹era, situado a pocos kil¨®metros, perteneciente al S¨¢hara Occidental y bajo control del Ej¨¦rcito mauritano, se ha convertido en el punto de encuentro de espectros. Basta que una embarcaci¨®n navegue hasta all¨ª con sigilo y recoja a los j¨®venes que, en grupos de cuatro o cinco, han ido llegando al amparo de la noche.
De d¨ªa, los j¨®venes malienses pasan el rato jugando a las cartas o tomando t¨¦ para burlar el hambre, a la espera de un golpe de suerte, de un cambio en la direcci¨®n del viento. No se atreven ni a pasear por miedo a que los atrape la Polic¨ªa. Nuadib¨² est¨¢ a reventar de casas como esta, cuartos abarrotados de las que emergen cada ma?ana y a la que regresan al caer el sol los m¨¢s afortunados, aquellos que tienen un trabajo para conseguir los cuatro o cinco euros diarios que les permiten aguantar un poco m¨¢s. Por esta ciudad fluye el man¨¢ de Mauritania, los preciados tesoros que abundan en su tierra y sus aguas, el hierro y el pescado. Pero a estos africanos de mirada perdida, esclavos del siglo XXI que cocinan, construyen, pescan o vigilan, apenas les caen las migajas.
Ibrahima Ciss¨¦ conduce un desvencijado coche como taxista clandestino. Huy¨® de su Mal¨ª natal cuando la guerra toc¨® a las puertas de casa, lo que le convierte en uno de los 70.000 refugiados que han entrado en Mauritania desde octubre debido al preocupante deterioro de la situaci¨®n en su pa¨ªs. Comparte habitaci¨®n con dos amigos en una casa del barrio de Cinema donde tienen agua corriente solo medio mes. ¡°No sabemos por qu¨¦, nosotros pagamos religiosamente el alquiler, pero es as¨ª¡±, asegura Ciss¨¦ mientras se encoge de hombros. Abdoulaye y Seydou Coulibaly, que cruzaron como un rayo hasta Nuadib¨² desde Kati, tambi¨¦n en Mal¨ª, asienten con la cabeza. Hace meses que se cansaron de pedir trabajo en el vecindario. Demasiadas preguntas sin respuesta. Ellos son migrantes y su amigo, refugiado, pero los tres visten la misma ropa vieja y sufren id¨¦ntica penuria.
De las 12.000 personas llegadas a Canarias en 2024 al menos el 60% son malienses, seg¨²n fuentes del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Una gota en el oc¨¦ano que inunda Mauritania. La guerra que se libra en Mal¨ª es sin cuartel. Las Fuerzas Armadas y sus aliados, los mercenarios de Wagner, intensificaron el a?o pasado la ofensiva contra los grupos yihadistas, filiales de Al Qaeda y Estado Isl¨¢mico, y los rebeldes tuaregs. Los asesinatos de civiles se suceden, la poblaci¨®n de las regiones del norte, estigmatizada y perseguida por su supuesta complicidad con los grupos armados, huye en desbandada.
Un buen samaritano permiti¨® a Aicha Wallet y a su hermano Mahmoud, procedentes de Tombuct¨², instalarse en una caseta de madera situada en un solar de Nuadib¨². Sus hijos se cr¨ªan all¨ª en la desesperanza: no pueden regresar a un pa¨ªs en guerra y tampoco tienen a d¨®nde ir. Hablan tamashek, una lengua extra?a por estos lares. Cada d¨ªa, Mahmoud se mezcla con el r¨ªo de j¨®venes africanos que se sienta a esperar en una rotonda del centro de la ciudad a que pase alguien y lo contrate por unas horas. Pero es demasiado mayor. ¡°Es muy dif¨ªcil vivir as¨ª, no tenemos ni agua¡±, asegura. Aicha trabaja como traductora. Se ha convertido en el pilar de la familia.
En ocasiones, los cayucos que llegan a Canarias son robados. Y no solo en Nuadib¨². De la playa de la capital del pa¨ªs, Nuakchot, donde cada tarde se desembarca el pescado, desaparecen uno o dos por semana. Como si se los hubiera tragado el mar. Nounou Abderram¨¢n, un peque?o armador, sabe bien su destino. ¡°Lo que estamos viviendo estos d¨ªas es tremendo, mucha gente se est¨¢ yendo a la emigraci¨®n. Ponen en peligro sus vidas. Uno de mis barcos se esfum¨® una noche¡±, comenta mientras se coloca la derr¨¢, el t¨ªpico traje mauritano. Sobre la arena, al caer la tarde, la actividad es fren¨¦tica.
Miles de senegaleses est¨¢n empleados en el sector de la pesca en Mauritania, que otorga unas 500 licencias anuales a cayucos del pa¨ªs vecino. Los malienses son gente de tierra adentro, pero los pescadores de Saint Louis conocen el mar y son quienes suelen conducir las embarcaciones hasta Canarias. ¡°En Senegal hay un control muy grande y adem¨¢s las condiciones clim¨¢ticas complican el viaje en invierno. Los pasadores se han instalado en Nuadib¨² porque desde aqu¨ª son apenas tres o cuatro d¨ªas de traves¨ªa si todo va bien¡±, asegura Elhadji Kebe, quien trabaja para el consulado honorario senegal¨¦s en esta ciudad.
Un polic¨ªa mauritano que colabora con las fuerzas de seguridad espa?olas en Nuadib¨² y habla bajo condici¨®n de anonimato confirma la intensidad de las salidas y de las detenciones de los ¨²ltimos meses. ¡°Tenemos much¨ªsimo trabajo, pero la relaci¨®n es magn¨ªfica. Hemos desmantelado varias redes¡±, explica. Para tratar de frenar las llegadas a Canarias, Mauritania y la UE acaban de firmar un acuerdo que prev¨¦ una inversi¨®n de 210 millones de euros en este pa¨ªs e implica un refuerzo del control migratorio. Pero no todos lo celebran. Decenas de personas se han intentado manifestar en Nuakchot en los ¨²ltimos d¨ªas. ¡°No queremos que nuestro pa¨ªs se convierta en una c¨¢rcel para emigrantes¡±, asegura Bachir, un joven mauritano. El tema es sensible y pol¨¦mico.
Pero Nuadib¨² es implacable. Ni siquiera la memoria de los m¨¢s desafortunados permanece mucho tiempo. En la margen derecha de la ¨²nica carretera que conduce a la ciudad, la arena y el olvido han devorado el cementerio improvisado de uno de los peores naufragios de migrantes que ha vivido la ciudad. Fue una ma?ana de 2019. M¨¢s de 60 cad¨¢veres fueron recuperados del agua y las rocas despu¨¦s de que una ola provocara el vuelco de un cayuco en apuros. El cartel que anunciaba el camposanto hace tiempo que no cumple su funci¨®n. Las letras se han borrado y el ¨®xido ha destrozado los cuatro bidones que delimitan el espacio. A pocos metros bajo tierra, solo huesos sin nombre.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.