Remeros del periodismo
Tan necesario para el oficio son un gran timonel y una brillante oficialidad como la mariner¨ªa que deja an¨®nimos jirones a mayor gloria de los de cubierta
Los siete samur¨¢is de Akira Kurosawa es uno de mis filmes fetiche, he empezado un coleccionable de coches de James Bond y llegu¨¦ tarde a una charla de M¨°nica Bernab¨¦ sobre su experiencia como corresponsal en Afganist¨¢n. Estoy hablando de lo mismo, no crean. La cosa arranca a finales de los a?os 80, cuando se baraj¨® mi nombre para corresponsal en Londres del diario donde estaba. Hice una papillita con vagas excusas familiares...
Los siete samur¨¢is de Akira Kurosawa es uno de mis filmes fetiche, he empezado un coleccionable de coches de James Bond y llegu¨¦ tarde a una charla de M¨°nica Bernab¨¦ sobre su experiencia como corresponsal en Afganist¨¢n. Estoy hablando de lo mismo, no crean. La cosa arranca a finales de los a?os 80, cuando se baraj¨® mi nombre para corresponsal en Londres del diario donde estaba. Hice una papillita con vagas excusas familiares y mi paup¨¦rrimo nivel de ingl¨¦s (My tailor is rich and my mother is in the kitchen: a¨²n hoy, poco m¨¢s all¨¢ de esto de Los Toreros Muertos) y declin¨¦.
Aquello marc¨® mi sino: a la vuelta, sin duda, siempre eres otra persona; quiz¨¢ tambi¨¦n otro profesional. O no, pero este oficio recompensa con estatus a aqu¨¦l que dej¨® el nido, firma noble para siempre jam¨¢s. Hacedores de reportajes golosos, lo normal como corresponsal es regresar ungido con laureles que te libran de la grasa de la cadena de montaje de la producci¨®n period¨ªstica diaria. Antes, seguro. Ahora, quiz¨¢ no tanto. ¡°Eso ya no te garantiza un futuro profesional mejor¡±, denunciaba Bernab¨¦ en 2017 a la vuelta de una de sus visitas a Afganist¨¢n, donde vivi¨® entre 2006 y 2014. ¡°Si a los tres meses no produces nada notorio, la gente se olvida de ti; no se te valora¡±. El periodismo, cada vez m¨¢s ef¨ªmero¡ Y lo dec¨ªa quien, tras su Afganist¨¢n. Cr¨®nica de una ficci¨®n (2012) ahora escribe de las p¨¢ginas m¨¢s preclaras para, sabiendo del ayer, entender hoy lo que pasar¨¢ ma?ana en esa topograf¨ªa de la verg¨¹enza occidental que es Afganist¨¢n; como Rusia y Putin con El imperio (1994) de Ryszard Kapuscinski.
Bernab¨¦ dej¨® un contrato fijo en El Punt para pasar a ser free-lance: lamento de sus padres y, con los a?os, renuncia a una vida personal y familiar. Un triple salto al que nunca me atrev¨ª, escudado en papillitas que me fui comiendo a lo largo de una vida period¨ªstica ubicada en la dorada median¨ªa. Pero tambi¨¦n por la convicci¨®n, eso s¨ª, de que tan necesario para el oficio son un gran timonel y una brillante oficialidad francotiradora como la mariner¨ªa que rema como posesa, en un maremoto cotidiano de comas ajenas entre sujeto y verbo, generosa en el bracear en informaciones que no alcanzar¨¢n el Pulitzer pero que deben estar ah¨ª, dejando an¨®nimos callos, jirones de uno a mayor gloria de textos (o tiempo) de los dem¨¢s de cubierta.
En esa bancada cada vez hay menos remeros. No hay tiempo, ni conciencia, ni esp¨ªritu de sacrificio, ni el valor de lo colectivo sobre lo individual. Nada que no se d¨¦ en la vida. ¡°El estanque se est¨¢ secando; los peces est¨¢n nerviosos. Consigue alg¨²n gran perfil, gana un premio. Quiz¨¢ as¨ª encuentres un estanque m¨¢s grande¡±, suelta, ¨¢cido, un veterano del Baltimore Sun a un joven y ambicioso periodista en The Wire.
Siempre fue as¨ª, s¨®lo que hoy es a¨²n m¨¢s invisible. Pero alguien confi¨® en esos jovenzuelos de Local de The Washington Post, Woodward y Bernstein, cuando se iba enmara?ando ese Watergate que ser¨ªa historia del periodismo; especialmente en el segundo, mujeriego e irresponsable dilapidador de notas de gastos. Con un l¨¢piz rojo y exigiendo hasta cuatro filtros por cada informaci¨®n estaban un an¨®nimo Barry Sussman, especialista de Municipal que pusieron a coordinar, y el mism¨ªsimo director, Ben Bradlee, que el verano de 1973 sufri¨® la ca¨ªda descontrolada de un p¨¢rpado, amenaza de tumor cerebral que qued¨® en nervios. Quiz¨¢ aun sea la serie period¨ªstica m¨¢s delicada y larga con menos errores jam¨¢s publicada.
Tras la Hiroshima de John Hersey, pieza may¨²scula del Nuevo Periodismo, estaba el director de The New Yorker, William Shawn, que le propuso un enfoque in¨¦dito: un reportaje de factor humano sobre los supervivientes de las bombas at¨®micas. Shawn y el a¨²n m¨¢s an¨®nimo editor Harold Ross intervinieron en 200 cambios en el original y decidieron que el art¨ªculo de 150 p¨¢ginas destinado a cuatro entregas mutara en monogr¨¢fico por vez primera en la cabecera.
Todos califican ahora de cl¨¢sico a Gay Talese y a sus reportajes, pero fue un tal Harold Hayes quien, desde Esquire, apost¨® por un redactor del The New York Times que quer¨ªa explorar la cr¨®nica, frustrado por las apenas dos mil palabras que le dejaban en el diario. Hace falta valor y olfato para encargar para The Nation un reportaje sobre la banda de Los ?ngeles del Infierno a un d¨ªscolo Hunter S. Thompson expulsado de Time por robar whisky y material de oficina: se la jug¨® el ignoto Carey McWilliams.
No mucho m¨¢s segura era la apuesta de Clay Felker para que Norman Mailer escribiera el que ser¨ªa su innovador Superman va al supermercado, sobre la convenci¨®n dem¨®crata de 1960 que encumbr¨® a Kennedy: se lo propuso en el mismo bar y a los pocos minutos de ser testigo de la pelea a bofetadas del escritor con su mujer. En este caso, el retoque de un titular provoc¨® que Mailer no colaborara en Esquire dos a?os¡ Nadie es perfecto y los egos, incontrolables. ¡°Esta llamada s¨ª debo cogerla¡±, se me disculp¨® Jon Lee Anderson en una entrevista. Caballeroso, se explic¨®. ¡°Era mi editora: quer¨ªa ratificar si la planta que digo que ten¨ªa Fidel Castro es esa porque no se da en un clima tropical¡±. Chequeaban su perfil del dictador en The New Yorker¡ As¨ª tambi¨¦n se escribe el periodismo: con solidaria y an¨®nima empat¨ªa, cada d¨ªa.
¡°Arrepentirse no es profesional¡±, suelta M. a un intr¨¦pido (tipo Bernab¨¦) Bond, en el que proyecto lo vital y lo profesional (Ian Fleming cambi¨® periodismo por novelas), lo que nunca har¨¦. Para satisfacci¨®n de mi fetichismo, compruebo que en la colecci¨®n de coches no estar¨¢ el modelo que conservo de ni?o, el Aston Martin DB5: el que m¨¢s ha aparecido en sus filmes (ocho). Le veo simbolismos y esencias¡ Y est¨¢ tambi¨¦n, claro, una filosof¨ªa de vida, no tan alejada como parecer¨ªa de la de los samur¨¢is de Kurosawa: el valor del grupo y aquel final donde asoma un sacrificio incomprendido.