Werner Herzog no se trajo la mochila de Bruce Chatwin, pero s¨ª todo lo dem¨¢s
El cineasta record¨® de manera conmovedora a su amigo al presentar en la Filmoteca de Catalu?a su documental sobre el escritor
Velada apasionante la del jueves en la Filmoteca de Catalu?a con Werner Herzog evocando a su amigo Bruce Chatwin (fallecido de sida en enero de 1989) con motivo del pase del documental del gran cineasta sobre el no menos grande escritor viajero. Apasionante y conmovedora: un espectador confes¨® en el intens¨ªsimo coloquio posterior con el director haberse pasado llorando toda la pel¨ªcula. ¡°Es una pel¨ªcula muy cercana a mi coraz¨®n¡±, dijo Herzog.
Realmente, N¨®mada: tras los pasos de Bruce Chatwin (2019), proyectada como arranque del Ciclo de cine alem¨¢n actual, es una obra de gran emotividad, con un momento casi insoportable al aparecer en pantalla el protagonista con semblante cadav¨¦rico en los ¨²ltimos compases de su enfermedad. Lejos de una biograf¨ªa f¨ªlmica al uso, Herzog se centra en buscar la esencia de Chatwin, de su vida y de su pensamiento. El propio cineasta aparece en la pel¨ªcula como conductor, psicopompo y partero en la acepci¨®n socr¨¢tica del t¨¦rmino: en el sentido de acompa?ar al p¨²blico hacia el resplandor, a veces inexplicable, que brota del hermoso y malogrado autor de En la Patagonia (muerto a los 48 a?os, ¡°s¨®lo asistimos a su primer acto¡±, dijo otro gran amigo suyo, Salman Rushdie).
Herzog, que culminaba una estancia muy activa en Barcelona para marcharse hacia un taller de cine en Lanzarote, cerca de otra incandescencia que le atrae, la del volc¨¢n de La Palma, explic¨® que cuando la BBC decidi¨® producir un documental sobre Chatwin en el 30 ? aniversario de su muerte, ¡°les dije, ¡®?no se lo pid¨¢is a nadie, yo soy la persona competente para hacerlo!¡±.
Era tan amigo de Chatwin (¡±en cierta manera un hermano¡±) que este al final de su vida le regal¨® su preciada mochila, esa mochila ic¨®nica (como sus moleskines) con la que le retrat¨® Lord Snowdon en 1982 en su m¨¢s famosa fotograf¨ªa y que, como ¨¦l mismo explic¨® en una carta (a su mujer Elizabeth Chatwin en 1975, desde Punta Arenas), iba adquiriendo la p¨¢tina de sus viajes. La mochila, copia de la del actor Jean Louis Barrault con el que Chatwin, fetichista de tomo y lomo y esteticista amamantado en Sotheby¡¯s, hab¨ªa coincidido en un avi¨®n, se la hab¨ªa hecho por encargo un talabartero y era un morral sin marco, de cuero marr¨®n oscuro y con bolsillos.
El escritor se la dio a Herzog pocos d¨ªas antes de morir. Su bi¨®grafo, Nicholas Shakespeare afirma que llam¨® al cineasta a su lado porque cre¨ªa que ten¨ªa poderes curativos. A Herzog le impresion¨® su estado. Era un puro esqueleto. El cineasta le hab¨ªa llevado Pastores de sol, su documental sobre los n¨®madas wodaabe de N¨ªger, y se la pas¨® en trozos de diez minutos, tras los cuales Chatwin se desvanec¨ªa o deliraba. ¡°?Tengo que ponerme otra vez en camino!¡±, gritaba. Le pidio a Herzog que le acompa?ara y le llevara la mochila. Y luego, consciente de que se mor¨ªa, se la regal¨®.
La escena de N¨®mada en la que Herzog cuenta eso es tremenda. El cineasta afirma que si se incendiara su casa la mochila ser¨ªa de todas sus pertenencias lo que salvar¨ªa. ¡°Es una de mis posesiones m¨¢s queridas¡±.
En el coloquio, aparte de decir que es ¡°muy doloroso y violento ver a alguien muri¨¦ndose¡±, se neg¨® a comentar nada sobre sus momentos junto al viajero moribundo, remiti¨¦ndose a la pel¨ªcula. Revel¨® que hab¨ªa venido a Barcelona sin la mochila, ¡°con una maleta normal, para que me cupiera todo¡±.
De otra de sus relaciones importantes, el conflictivo Klaus Kinski, dijo que era muy diferente a Chatwin pero que posiblemente de haber envejecido, el escritor se habr¨ªa parecido f¨ªsicamente al actor.
Curiosamente, vista la amistad con Chatwin, Herzog no conoci¨® personalmente a otro gran amigo de ¨¦ste, Patrick Leigh Fermor. Al preguntarle al respecto durante la visita, me dijo que admiraba mucho al autor de El tiempo de los regalos, otro gran paseo a pie, record¨®, y su libro favorito del escritor. Leigh Fermor tambi¨¦n pose¨ªa una mochila famosa, la del escritor y viajero Robert Byron, precisamente el ¨ªdolo de Chatwin.
El documental, lleno de momentos que ponen la piel de gallina, aunque forzosamente reduccionista de la poli¨¦drica personalidad de Chatwin, capaz de parecer un ¨¢ngel y un calientabraguetas, un genio y un diletante, un mochilero y un dandy, un marido tierno de Elizabeth y un gay al que le gustaban especialmente los hombres m¨¢s bien guarros (¡±era alarmantemente guapo para los dos sexos¡±), arranca con los famosos restos de piel del perezoso gigante extinto milodonte que impulsaron, como el vellocino a los Argonautas, la pasi¨®n viajera del escritor llev¨¢ndole a la Patagonia; y con el propio Chatwin leyendo la primera p¨¢gina de ese libro que le convirti¨® en figura de culto.
El filme, que defiende al escritor de las acusaciones de inventarse episodios de sus viajes (¡°modificaba los hechos para mostrar m¨¢s que media verdad, verdad y media¡±) enfatiza la conexi¨®n entre Herzog y Chatwin, expresada en las apariciones continuas del cineasta conversando con testigos de la existencia del escritor como su viuda Elizabeth y visitando lugares emblem¨¢ticos (¡°paisajes del alma¡±) de su vida: Punta Arenas, Silbury Hill, los desiertos australianos... Chatwin y Herzog (Mr H como lo llama en sus cartas) se conocieron en 1983 Melburne, donde ambos estaban interesados en los mitos de los abor¨ªgenes, y sintonizaron en el acto. Empezaron conversando sobre los poderes salv¨ªficos del acto de caminar (Chatwin llevaba siempre encima el libro de Herzog sobre su viaje a pie de Par¨ªs a M¨²nich, Del caminar sobre el hielo), de acuerdo ambos en que desplazarse a pie es una virtud y el turismo un pecado mortal. Hablaron durante 48 horas sin parar, record¨® Herzog, ¡°un delirio, un torrente de historias¡±.
El documental recuerda la visita de Chatwin, ya enfermo, al rodaje en Ghana de Cobra verde, la adaptaci¨®n de Herzog de la novela del escritor El virrey de Ouidah, donde pudo ver c¨®mo el cineasta, Klaus Kinski y 800 mujeres semidesnudas recreaban el ataque del esclavista Souza y sus amazonas de su libro, cuyos derechos hab¨ªa pretendido David Bowie.
La sesi¨®n tuvo un curioso momento emotivo ajeno a Chatwin al saludar Herzog la presencia en la sala de un antiguo colaborador suyo, Paco Joan, c¨¢mara en varias pel¨ªculas suyas y que se salv¨® con el cineasta por los pelos al perder un avi¨®n que se estrell¨® en la selva en 1971 durante el rodaje de Aguirre, la c¨®lera de Dios (Herzog record¨® que luego hicieron un documental, Alas de esperanza, sobre la ¨²nica superviviente del accidente).
Al salir de la Filmoteca era imposible dejar de ver el mundo a trav¨¦s del prisma de Herzog, sus poderosas im¨¢genes simb¨®licas. Su visi¨®n se junt¨® con el recuerdo de Chatwin en las mismas calles de Barcelona, donde en julio de 1978 se le pudo ver (lo cuenta Nicholas Shakespere) ¡°en una zona peligrosa cerca del puerto¡±, solo y despeinado, todo de blanco salvo por un reguero de sangre en la camisa desabotonada. Hermoso y maldito, caminando.
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