De la huerta a la mesa en 40 kil¨®metros
El creciente inter¨¦s en consumir productos ecol¨®gicos y de cercan¨ªa impulsa cooperativas de consumo local en Madrid
Una marea de cestas negras inunda la entrada de la casa de Javier de Miguel todos los lunes. Por la ma?ana se van llenando de alimentos reci¨¦n recogidos de sus huertos, en la vega del Taju?a. Ese mismo d¨ªa las lleva a Madrid, a unos puntos de recogida establecidos para sus casi 200 fieles clientes. Son 40 kil¨®metros de la huerta a la mesa, sin m¨¢s intermediarios que el hortelano. El proyecto de De Miguel se llama Los Esquimos, y es uno de los centenares que est¨¢n aflorando en la comunidad y que permiten a los ciudadanos acceder de manera directa a alimentos locales cultivados de manera ecol¨®gica. Las razones para acercarse a estos modelos son muy variadas, pero en casi todos subyace el creciente inter¨¦s de la poblaci¨®n en consumir productos m¨¢s naturales, ecol¨®gicos y respetuosos con el medio ambiente, como constata un estudio sobre canales cortos de comercializaci¨®n del Instituto Madrile?o de Investigaci¨®n y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario (IMIDRA). Sin embargo, la naturaleza de los propios proyectos limita la escala a la que pueden llegar y tambi¨¦n la capacidad de ser una alternativa al modelo productivo y de distribuci¨®n basado en las grandes superficies comerciales.
El sistema m¨¢s com¨²n son los llamados grupos de consumo. Aunque es imposible saber a ciencia cierta cu¨¢ntos hay en Madrid, porque no existe un recuento oficial, la plataforma Madrid Agroecol¨®gico ha creado un mapa interactivo donde se puede ver que est¨¢n presentes en pr¨¢cticamente todos los distritos de la ciudad. Son grupos de personas ¡ªsuelen tener entre 10 y 100 miembros¡ª que compran alimentos de forma regular y conjunta directamente a un productor y se los reparten semanalmente en cestas de productos de temporada. Algunos, m¨¢s grandes, se han establecido como cooperativas que venden al p¨²blico productos ecol¨®gicos de todo tipo, como La Osa, recientemente inaugurada en Tetu¨¢n. Tambi¨¦n se ha extendido el modelo de cooperativa en la que el agricultor y sus socios comparten los frutos de la cosecha, y tambi¨¦n las posibles p¨¦rdidas.
Franco Llobera, consultor y profesor de desarrollo Rural y Agroalimentario y miembro de la Sociedad Espa?ola de Agroecolog¨ªa, se?ala que estos proyectos benefician tanto a los consumidores como a los productores y tambi¨¦n al medio ambiente. ¡°Los ciudadanos quieren cambiar su forma de consumir por temas de salud, pero los agricultores tambi¨¦n quieren cambiar su manera de vender, que les deja tan pocos beneficios¡±, explica. Adem¨¢s, se?ala que han hecho estudios sobre este tipo de iniciativas y han comprobado que, al consumir productos de cercan¨ªa exclusivamente, se reduce hasta un tercio la huella de carbono individual, por el transporte y la forma de cultivo, principalmente. ¡°El modelo predominante de monocultivos extensivos y distribuci¨®n dominada por unas cuantas empresas, que ha generado el descontento del sector, queda expuesto como ineficiente e insostenible en comparaci¨®n¡±, sostiene Llobera.
Pero esto no es completamente nuevo. Los movimientos agroecol¨®gicos empezaron en Madrid hace alrededor de 20 a?os con proyectos como Bajo el Asfalto est¨¢ la Huerta (BAH) o Surco a Surco (SAS), que incorporan un elemento pol¨ªtico importante, al basarse en la horizontalidad y la cooperaci¨®n. Estos grupos tienen su propio huerto, y las labores de cultivo y transporte las asumen sus miembros. Sin embargo, el modelo tiene limitaciones, admite Jorge Cabello, del SAS en Aluche. ¡°Estamos atados a lo que puede producir la tierra. Nuestra huerta da para unas 75 cestas. Adem¨¢s, nuestro sistema no es tan atractivo para mucha gente porque requiere mucho sacrificio¡±, explica, aunque aclara que ¨¦l se convence de que vale la pena cada vez que le lleva a su madre un tomate de la huerta.
En ese ambiente tambi¨¦n comenz¨® a cultivar su inter¨¦s Javier de Miguel. Hace seis a?os, cuando ten¨ªa 21, dej¨® la carrera de ingenier¨ªa electr¨®nica para dedicarse de lleno a la huerta de BAH, que tambi¨¦n est¨¢ cerca de Morata de Taju?a. ¡°Aprend¨ª mucho en la pr¨¢ctica y estando con la gente mayor del pueblo, que es tradicionalmente hort¨ªcola. Para m¨ª esto se trata de recuperar el estilo de vida rural¡±, cuenta De Miguel, que dej¨® BAH hace tres a?os para emprender con una furgoneta de 700 euros, una tienda de acampar y unos cuantos metros cuadrados para producir. Desde entonces ha crecido de manera estable y vende cestas semanales de alrededor de unos ocho kilos de productos frescos y de temporada, por un precio mensual de 60 euros.
Mientras camina por los caminos de tierra que separan casi imperceptiblemente una parcela de la otra, De Miguel se?ala las diferentes porciones de tierra que ha ido alquilando hasta llegar a las cuatro hect¨¢reas, donde actualmente crecen decenas de alimentos. ¡°Tengo muchos objetivos, a corto y largo plazo, pero todos atados al mismo modelo. Me interesa que la gente valore conocerte y verte las manos con tierra; que consideren que todos somos due?os de los productos de la huerta. Supone contribuir a una transformaci¨®n de la sociedad, y para ello son muchas motivaciones que se unen en este proyecto, si fuera solo una se puede satisfacer de otra manera¡±, se?ala este agricultor criado en ciudad, pero cuya espalda evidencia el intenso trabajo en el campo.
Aunque la producci¨®n hort¨ªcola ecol¨®gica en la Comunidad ha aumentado m¨¢s del 60% desde el 2013 seg¨²n un estudio de AgroecologiCAM, un programa oficial de innovaci¨®n agr¨ªcola, todav¨ªa hacen falta m¨¢s agricultores que identifiquen este sistema de producci¨®n como un beneficio para ellos. Pero mientras los productores alegan que las certificaciones ecol¨®gicas son tr¨¢mites largos y dif¨ªciles de cumplir, en la ciudad los grupos de consumo afloran. Solamente en Lavapi¨¦s hay m¨¢s de 20, seg¨²n la red agroecol¨®gica del barrio. Daniel Tornero es miembro de LaDinamo, un grupo con alrededor de 70 miembros que reparte cestas abiertas ¡ªen las que se pueden elegir los productos¡ª. ¡°Es un poco un t¨®pico, porque muchos de nuestros miembros son profesionales de entre 30 y 40 a?os que se pueden catalogar como alternativos. Pero hay espacio para reproducir a diferentes niveles el mensaje de todos los beneficios que tiene este modelo de consumo¡±, asegura Tornero, que tambi¨¦n valora la dimensi¨®n de comunidad que se produce alrededor del grupo.
Por ahora el impacto en las tendencias generales de consumo es peque?o, explica Franco Llobera, porque competir con la conveniencia y los precios que puede ofrecer un supermercado es muy dif¨ªcil y requiere de una concienciaci¨®n previa del consumidor. Sin embargo, esa concienciaci¨®n es cada vez mayor y Llobera, al igual que los miembros de los grupos de consumo y productores como De Miguel, conf¨ªan en que a largo plazo se ver¨¢ que es el ¨²nico modelo realmente sostenible.
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