¡°Nos han quitado los recuerdos¡±: el sinvivir de las 24 familias desalojadas por la l¨ªnea 7B de Metro de Madrid
Realojados en pisos tur¨ªsticos, los damnificados por las obras del suburbano relatan c¨®mo es su d¨ªa a d¨ªa
Las vidas rotas de las 24 familias de San Fernando de Henares desalojadas de sus viviendas por los desperfectos causados por la l¨ªnea 7B de Metro de Madrid se cuentan a trav¨¦s de olores que ya no est¨¢n, de habitaciones vac¨ªas, y de l¨¢grimas. Muchas l¨¢grimas.
A Rosario, viuda y ya al borde de los 70 a?os, se le resbalan por las mejillas cuando mira a la habitaci¨®n del apartahotel en el que le ha realojado la Comunidad, y que ella ha decorado con el coj¨ªn de Daniela, los mu?ecos de Daniela, la sillita de Daniela y la manta de Daniela: su nieta, que viv¨ªa con ella cinco d¨ªas a la semana cuando resid¨ªa en San Fernando, ya solo viene uno. Ahora la abuela vive demasiado lejos del colegio.
¡°Esto ha sido un destrozo¡±, lamenta Rosario sentada en el sal¨®n del apartamento en el que descuenta sola d¨ªas grises y noches en vela en espera de una soluci¨®n.
Eva, andaluza de Linares, un torrente de energ¨ªa, ha tra¨ªdo sus sof¨¢s para convertir en un hogar el impersonal piso tur¨ªstico en el que la Administraci¨®n aloja a su familia, pero hasta all¨ª no le han acompa?ado el olor de su madre, a la que cuid¨® durante cuatro a?os en la casa donde ha vivido 30, ni las paredes que le cuentan que aqu¨ª empez¨® a andar Iv¨¢n, su hijo, que all¨¢ se ba?aba, y que en aquel rinc¨®n gateaba y jugaba.
Y llora. Llora porque abandonar su piso lleno de grietas provocadas por las obras de la l¨ªnea 7B es abandonar su vida, y adem¨¢s, no saber cu¨¢ndo podr¨¢ recuperarla: tras desalojar a estas familias en septiembre, la Comunidad se plantea ahora derribar el edificio.
¡°Hemos luchado mucho para pagar ese piso, y nos queda todav¨ªa hasta 2025¡å, resume Eva. ¡°Tengo pavor. No he pegado ojo. ?Qu¨¦ nos va a pasar? Ya no vivo el d¨ªa a d¨ªa, vivo el minuto a minuto¡±, sigue. ¡°Se sufre mucho¡±, recalca. ¡°Cuando sal¨ª de mi casa, lo dejamos todo: los recuerdos de mi hijo, de mi madre, que simplemente con oler el sill¨®n parec¨ªa que mi madre estaba all¨ª. Son cosas que nos han quitado¡±, evoca. ¡°Yo no pido un piso en La Moraleja, pido lo que yo ten¨ªa, donde yo lo ten¨ªa, y rodeado de la gente que yo ten¨ªa. En siete meses he perdido a mi madre y a mi casa¡±.
Las 24 familias viven en medio de un pol¨ªgono. Por la ma?ana les despierta el agradable olor de la f¨¢brica de Bimbo. Como despertador, sin embargo, podr¨ªa actuar el traquetear de los inmensos camiones que sirven a los negocios aleda?os. Es un lugar desangelado: el viento sopla frio por las amplias calles, roto el asfalto por las ruedas inmensas de los transportistas. De repente, el coraz¨®n de las vidas de todas estas familias, aquello que siempre estaba cerca, queda a ocho kil¨®metros. Aunque la Comunidad corre con todos los gastos que genera el alojamiento, y les paga un taxi al d¨ªa para ir y volver, eso ha convertido gestiones rutinarias en una odisea: ir al colegio, ir al m¨¦dico, ir al trabajo¡
¡°Estamos desterrados de nuestras casas, en un entorno triste¡±, resume Juan, el marido de Eva, sobre el complejo en el que ha alojado la Comunidad a todas estas familias, que un d¨ªa vieron aparecer unas grietas en sus casas, al otro observaron c¨®mo ventanas y puertas se descuadraban, y al final fueron desalojadas porque el suelo sobre el que se asientan sus hogares se ha movido desde que el metro lleg¨® a San Fernando.
24 horas para desmontar una vida
Eso ocurri¨® el 22 de septiembre. Tuvieron 24 horas para dejar sus casas. 24 horas para decidir qu¨¦ dejar y qu¨¦ llevar. 24 horas para desmontar sus vidas sin saber durante cu¨¢nto tiempo: a algunos les ha pillado la llegada del crudo invierno sin un buen abrigo.
¡°Resuelvo declarar en estado o situaci¨®n de ruina f¨ªsica inminente las edificaciones sitas en la calle de la Presa n¨²mero 4 y en las edificaciones sita en la Calle Rafael Alberti n¨²meros 1 y 3¡å, se lee en la notificaci¨®n oficial, donde se especifica: ¡°Edificaciones con tres portales, distribuidos en 24 viviendas de uso residencial y dos locales y 39 plazas de garaje¡±.
Desde entonces, los vecinos aguardan fuera de sus casas a que se encuentre soluci¨®n a un problema detectado hace m¨¢s de una d¨¦cada, y que est¨¢ oculto bajo tierra. La obra para construir la l¨ªnea 7B de metro, inaugurada en 2007, ha afectado a los cimientos de m¨¢s de 200 casas, seg¨²n datos del Ayuntamiento. La pasada semana se derribaron dos viviendas. Desde 2015, al menos otros tres negocios. Los siguientes ser¨¢n probablemente los edificios que acogen a estos vecinos, que no saben cu¨¢l ser¨¢ su futuro mientras viven como si protagonizaran un largo viaje en un lugar lejano: siguen en Madrid, pero muchas de las cosas que les rodean son de lo m¨¢s extra?as.
Los pasillos del apartahotel en el que viven est¨¢n inundados por los olores que desprenden las cocinas fantasmas que han escogido el edificio para alimentar los pedidos de las aplicaciones para m¨®viles. La piscina del lugar, en el que se paga por d¨ªa, y no hay necesidad de n¨®mina para vivir, se puebla de chicas con mucho tiempo libre durante el d¨ªa. Todos viven con el temor de que les roben sus pertenencias, ya que esto es como un hotel, y est¨¢ lleno de gente que va y viene, todos con tarjetas de acceso pese a los carteles de ¡°no molesten¡± que han colgado de sus puertas.
Igual que si sufrieran una maldici¨®n, y las grietas y las humedades les persiguieran, en el lugar abundan las paredes desconchadas por el agua, y las ventanas rodeadas de fisuras que los residentes tapan con cinta aislante. ¡°?Mire, mire!¡±, dicen se?alando las heridas que rompen de negro el blanco de la pintura en uno de los pisos, por lo general modernos y bien dispuestos.
Todos han perdido sus referencias diarias. Esas cosas del d¨ªa a d¨ªa que eran su norte y su sur, su br¨²jula. Ahora viven en una comunidad como poco variopinta: se mezcla desde un famoso mago que aparca su Jaguar en el garaje, a estas 24 familias de San Fernando que solo quieren volver cuanto antes a sus casas, y que temen que nunca podr¨¢n hacerlo.
¡°Esperamos a ver qu¨¦ nos ofrecen, qu¨¦ nos dan, yo no quisiera salir de San Fernando, donde llevo 60 a?os¡±, dice Rosario. ¡°Ah¨ª, en el barrio, se queda todo, lo bueno, y lo malo¡±.
Es el adi¨®s a toda una vida, y el saludo a un torrente de preguntas que avanzan un futuro complicado. ?Con cu¨¢nto dinero indemnizar¨¢ la Comunidad a los afectados? ?Ser¨¢ suficiente para que reconstruyan sus vidas, o perder¨¢n su vivienda a cambio de recibir un dinero que no les alcanzar¨¢ para comprar una nueva? ?Habr¨¢ que llegar a los tribunales? ?Qu¨¦ pasa con el lucro cesante de quienes explotaban los bajos comerciales y han tenido que bajar la persiana?
Son preguntas por ahora sin respuesta. Con frecuencia, representantes de las 24 familias se re¨²nen en la cafeter¨ªa, o en las zonas comunes, para charlar y que pase m¨¢s r¨¢pido el tiempo de espera. ?Logran hablar de f¨²tbol, de pol¨ªtica, de cine? ¡°No. Solo de las casas. ?No hay otro tema!¡±, contesta Rosario. Y se le quiebra la voz.
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