La cara b del alquiler en Madrid: cuatro familias latinoamericanas en un s¨®tano de 40 metros por 2.500 euros al mes
Son 20 personas, incluidas dos ni?as y dos beb¨¦s, que sobreviven en un bajo, sin ventanas, sin calefacci¨®n y con un solo ba?o para todos
Si la protagonista de esta historia pudiera dar marcha atr¨¢s al reloj, si volviera a empezar, no se hubiera fiado nunca de la mujer que le asegur¨® que encontrar piso en Madrid era sencillo. Unos 10 d¨ªas hab¨ªa calculado que tardar¨ªa en instalar a su familia en la capital espa?ola con los ahorros de su vida. Lo suficiente como para buscar trabajo, recuperar el gasto que hizo en cinco billetes de avi¨®n desde Lima (Per¨²), los de sus tres ni?as, el de su madre y el suyo. So?ar con que su hija mayor, de 18 a?os, podr¨ªa por fin ir a la universidad, sus otras hijas peque?as, a la escuela, y dejar de explicarles que en su pa¨ªs la m¨¢xima de plata o vara (dinero o enchufe) era la ¨²nica alternativa que ten¨ªan para no terminar sirviendo a los ricos. Pero este viernes desayunan cacao disuelto en agua en un s¨®tano h¨²medo de menos de 40 metros cuadrados, sin ventanas, sin calefacci¨®n, sin ox¨ªgeno. En este espacio sobreviven adem¨¢s otras 15 personas, entre ellas, dos beb¨¦s de menos de un a?o. Colombianos, venezolanos y peruanos. Desde este rinc¨®n asfixiante del distrito de Usera, al sur de la capital, por el que entre todos pagan 2.500 euros al mes, no se atisba la nueva Miami, como han apodado a la ciudad cientos de latinoamericanos millonarios que se instalan en el rico distrito de Salamanca.
La mujer pide no poner su nombre porque su mayor miedo estos d¨ªas es que los echen a todos de ah¨ª. El lugar donde no se puede vivir se ha convertido en el ¨²nico refugio posible. Unos d¨ªas antes, su hija mayor ya estaba calculando cu¨¢l era el mejor banco del parque para pasar la noche. La mediana hab¨ªa pensado en c¨®mo colocar los paraguas para no mojarse bajo el aguacero madrile?o. Y la peque?a, de ocho a?os, se distra¨ªa escuchando reguet¨®n en el m¨®vil, mientras todo a su alrededor era angustia y desesperaci¨®n. ¡°Le juro que en mi vida me hab¨ªa visto explic¨¢ndole a mi ni?a que ten¨ªamos que dormir en la calle¡±, cuenta.
¡ªA m¨ª no me importa, Mam¨¢.
Todo comenz¨® hace dos semanas. Ella lleg¨® con sus hijas y su madre a un Airbnb en el Puente de Vallecas. Al piso se uni¨® su sobrina y su novio, de 24 y 22 a?os, que llevaban viviendo en Espa?a ocho meses, en un pueblo de Cantabria. Los siete se dedicaron d¨ªa y noche a buscar una casa en la capital. Se patearon cada calle, bucearon en todos los anuncios que encontraban en internet. Ten¨ªan 10 d¨ªas para encontrar algo. Milanuncios, Idealista, Fotocasa. Fueron a inmobiliarias, preguntaron en portales. En todos los anuncios ped¨ªan condiciones que ninguno de los cinco adultos pod¨ªa aportar. Las dos ¨²ltimas n¨®minas, contrato indefinido, un salario que les permitiera no destinar m¨¢s de un tercio al pago del alquiler, dos meses de fianza, garant¨ªas adicionales.
Los requisitos se iban ampliando conforme escuchaban su acento: m¨¢s n¨®minas, m¨¢s meses de fianza, algunos de reserva solo para mostrar el piso. ¡°No nos podemos fiar, ?y si luego no pueden pagar?¡±, ¡°Ah, tienen menores, mucho menos¡±, ¡°?C¨®mo voy a cargar con la conciencia de echar a la calle a unas ni?as?¡±. Ya se estaban quedando en la calle. Ten¨ªan un presupuesto de 800 euros al mes y unos ahorros que les permit¨ªan pagar seis meses por adelantado. No hab¨ªa manera.
Entonces, entraron en Facebook. Pisos y habitaciones en alquiler Madrid. Rooms & Flats for rent Madrid. Alquiler sin papeles Madrid. Una mujer les ped¨ªa que ingresaran en su cuenta 800 euros solo para ense?arlo, les dijo que estaba de viaje de novios, les hizo videollamada y les mand¨® una foto de su DNI. Casi cuela. Otro les ofreci¨® una caba?a en Arganda del Rey. ¡°Tienen que tener coche. T¨² y tu esposo¡±, advert¨ªa el anunciante. ¡°?Por cu¨¢nto estar¨ªa alquilando la caba?a?¡±, pregunt¨® la sobrina. ¡°Gratis. Con la condici¨®n de cuidar y mejorar la finca, mejorar la caba?a, poner un panel solar y construir una fosa s¨¦ptica¡±, respondi¨® el anunciante. No hab¨ªa luz, ni agua corriente, propon¨ªa que vivieran ah¨ª y trabajaran para ¨¦l a cambio de tener un techo a 40 kil¨®metros del centro de Madrid. ¡°Si no les interesa, pero sabe de alg¨²n amigo o familiar peruano que le interese vivir en el campo, me avisa¡±.
¡ª?C¨®mo es posible que en Espa?a el salario m¨ªnimo sea de 950 euros y en Madrid no haya pisos que bajen de 700?, ?C¨®mo lo hace la gente?¡ª, pregunta la sobrina.
Fue el mismo d¨ªa en que ya ten¨ªan sus maletas en la calle y no sab¨ªan qu¨¦ hacer, cuando les escribi¨® un hombre por Facebook en un mensaje en el que les dec¨ªa que entraran al bajo de Usera ese mismo d¨ªa. Todos creyeron entonces que hab¨ªa sido un milagro. ¡°Luego sospechamos, porque nos dijo que ten¨ªamos que entrar por la noche para que no nos viera nadie¡±, apunta la sobrina. Y entraron los siete ¡ª¡°como delincuentes¡±, se?ala la mayor del grupo, de 62 a?os¡ª a una habitaci¨®n donde ya llevan viviendo dos semanas. No descubrieron hasta la ma?ana siguiente, a la hora del desayuno, que en ese s¨®tano de cuatro habitaciones hab¨ªa mucha m¨¢s gente como ellos. Que ni siquiera cab¨ªan todos en la cocina.
La cabeza de familia, sus hijas, su madre, su sobrina y su novio se metieron en el ¨²nico espacio libre. Un cuarto de 8,60 metros cuadrados de paredes de pladur instalado en un rinc¨®n de la cocina, con unos muros de papel que no llegan ni siquiera hasta el techo. Por vivir ah¨ª, el que dice ser el casero les cobra 700 euros al mes. Por la noche, mueven todas sus maletas para colocar dos colchones de 90 y uno de matrimonio y ah¨ª se aprietan todos. Ni siquiera se puede abrir la puerta. Arriba, de lo que era una ventana alta, pero que ahora se encuentra tapiada con maderas y cinta aislante, chorrea el agua de la lluvia que se ha acumulado en el patio interior del edificio. El pasillo que da al ¨²nico ba?o est¨¢ encharcado. El moho se ha comido la mitad de una de las paredes de la ducha. La humedad empapa los pulmones y cuesta respirar. La ¨²nica forma de que entre aire es abriendo la puerta de la calle que da al rellano del portal.
2.500 euros por un bajo sin ventanas
A un lado de la cocina hay otra habitaci¨®n donde vive una familia colombiana que lleg¨® hace tres meses al s¨®tano. Tambi¨¦n son siete, incluidos dos ni?os, una de ellas tiene menos de un a?o, pagan otros 700 euros. Y en la entrada, dos cuartos de tres metros cuadrados, donde solo cabe una cama individual. En una de ellas duerme otra mujer con su marido y su beb¨¦ de seis meses. Ah¨ª se queda todo el d¨ªa con su ni?a, mientras ¨¦l sale a buscar trabajo en la construcci¨®n. ¡°Creo que tengo depresi¨®n, hay d¨ªas que no me quiero ni mover de la cama¡±, cuenta. En el cuarto de al lado vive otro matrimonio venezolano con una ni?a que naci¨® hace 20 d¨ªas. Entre todos pagan al mes por este espacio inhabitable 2.500 euros.
Mientras que en uno de los barrios m¨¢s ricos de Madrid, el de Salamanca, otros acentos como los suyos significan inversi¨®n, en Usera, con la renta per capita m¨¢s baja de la capital, significa miseria. Es la cara oscura de la nueva Miami, como se ha apodado a la ciudad por la cantidad de millonarios latinoamericanos que han elegido la capital como su nuevo lugar de residencia. Los mexicanos, peruanos, colombianos y venezolanos ricos comen en los restaurantes de moda en la calle de Jorge Juan, compran ropa y joyas en la de Serrano y adquieren viviendas rehabilitadas a una media de 12.000 euros el metro cuadrado. Luego est¨¢n los que no cobran m¨¢s de 500 euros al mes limpiando casas o levantando ladrillos.
Desde Usera no se ve ese Miami. Los latinos de clase media que pudieron emigrar para darle un futuro a su familia, se convierten en el ¨²ltimo eslab¨®n de la cadena cruel del sistema. Sin residencia, ni papeles, acechados por estafadores que buscan c¨®mo sacar tajada, cada vez con menos ahorros, engrosan las filas de los comedores sociales, de la Cruz Roja, de las ayudas de las parroquias. ¡°Si estuvi¨¦ramos en Miami, yo cobrar¨ªa el triple la hora por cuidar a unos ni?os¡±, menciona la protagonista. Pero el sueldo en negro no alcanza ni para un alquiler. Apenas para un bajo asfixiante e insalubre que cuesta m¨¢s que lo que pagar¨ªa alguien con contrato fijo en un piso de m¨¢s de 100 metros cuadrados en el barrio de Salamanca.
El viernes se cay¨® parte del techo mientras dorm¨ªan. La tapia que cubr¨ªa la ventana alta del s¨®tano colaps¨® por la lluvia. La ropa tendida en las paredes de pladur se empap¨® de agua negra. Las perchas cayeron sobre los colchones de la habitaci¨®n y sinti¨® el estruendo desde los cuartos peque?os de la entrada. La ¨²nica luz natural que tiene el s¨®tano entra ahora por ese hueco abierto por el mal tiempo. Saben que tienen que salir de ah¨ª cuanto antes. ¡°?Pero a d¨®nde?¡±, se pregunta la sobrina, que ya se ha planteado volver a Cantabria con su novio. A la cabeza de familia se le saltan las l¨¢grimas. Su mayor miedo ahora es que le quiten a sus hijas, as¨ª se lo recomend¨® un asistente social: ¡°Nos dijeron que ser¨ªa duro, ven¨ªamos preparadas para todo. Pero nunca nos imaginamos esto¡±.
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