Las vacaciones tienen que acabar
Los aeropuertos son, adem¨¢s del no lugar donde comienzan y terminan los d¨ªas de asueto de algunos, un gran sal¨®n de baile donde todos nos sabemos la coreograf¨ªa
¨DEl aeropuerto Adolfo Su¨¢rez Madrid-Barajas te da la bienvenida.
¨DGracias, aeropuerto Adolfo Su¨¢rez Madrid-Barajas de Todos los Santos, pero ya llevo un rato aqu¨ª sentada ¨Drespondo para mis adentros.
?Ups! Un inciso. Escribir de viajar en vacaciones causa la misma sensaci¨®n que viajar en vacaciones: apuro. Reparo por ser consciente de los problemas que genera el turismo ¨Dhace lustros ya era inc¨®modo visitar Dubrovnik, por poner un ejemplo de ciudad convertida en una congregaci¨®n de sombrillas de terrazas que okupan las calles¨D, y fomentarlos, de la manera m¨¢s responsable que puedo y todo lo que una dice para justificarse, pero et¨¦rea no soy. Responsabilidad porque se entienda que hacer turismo no es un derecho, el derecho para los trabajadores es tener un periodo de asueto, lo que hacer con ¨¦l no aparece en ninguna ley. De hecho, viajar no es la norma; viajar es la excepci¨®n. Son m¨¢s los que no pueden hacerlo que los que pueden permitirse pasar horas oyendo la megafon¨ªa del aeropuerto debido al retraso de un vuelo porque saben que tras ese adoqu¨ªn inoportuno est¨¢ la playa, la muralla China, Yosemite o San Marcos de Venecia. Con esa dicotom¨ªa de privilegiada, amante de viajar y sabedora de que por alg¨²n lado hay que frenar, vuelvo al banco donde estaba sentada, junto a mi puerta de embarque y frente a un ventanal desde el que puedo observar las pistas y los movimientos de los aviones.
¨DPresta atenci¨®n a la informaci¨®n mostrada en los monitores. Tu vuelo puede sufrir cambios.
¨DLa que los sufro soy yo ¨Dvuelvo a contestar sin emitir sonido a la voz del aeropuerto que tutea a los viajeros.
Todo es un baile, una coreograf¨ªa id¨¦ntica en la mayor¨ªa de los aer¨®dromos del mundo. Precisamente, eso hace que todos repitamos los mismos movimientos, los mismos pasos: me quito el cintur¨®n. R¨¢pido. Lo dejo en la bandeja, paso por el arco, hago contacto visual con el vigilante, me hace un leve gesto con el que entiendo que he de pasar, me pongo el cintur¨®n. R¨¢pido. Meto el ordenador y los cables en su funda. Camino hacia la pantalla, me paro, alzo la mirada, busco mi vuelo, giro la cabeza hacia los dos lados, encuentro el camino hacia las puertas D, sigo la flecha, bordeo lentamente los estantes del duty free, el ritmo se ha ralentizado, se arrastran los pies por desgana o como manera de matar el tiempo... ?Os suena? Tenemos interiorizada la misma coreograf¨ªa sin ir a clase de danza. Tambi¨¦n ocurre en Ikea y en El Corte Ingl¨¦s (que se lo pregunten a Julianne Moore), y en otros tantos espacios sin identidad particular, los famosos no lugares de Marc Aug¨¦. Pero como cada vez hay m¨¢s lugares no lugares y todo se homogeneiza, me propongo buscar las diferencias, personificar, sacar lo particular. ?Acaso los aeropuertos no est¨¢n llenos de historias?
El verano pasado toc¨® rosa Barbie; este, rosa Karol G; ?cu¨¢l ser¨¢ el siguiente?
Un carro lleno de lechugas pasa por el pasillo que hay a mi espalda, no me lo esperaba. Las lechugas aparentemente no son ni flora ni mucho menos fauna de los aer¨®dromos, pero tambi¨¦n tienen su hueco, claro, de algo hay que rellenar los centenares de recipientes de pl¨¢stico ¨Dque se venden a precio de oro¨D con ensalada C¨¦sar, mediterr¨¢nea, de pasta, de pavo con manzana...
Un grupo de mujeres uniformadas ¨Dcamiseta fucsia, vaqueros cortos (tirando a muy cortos) y sombrero de lentejuelas tambi¨¦n fucsias¨D arrastra sus maletas mientras busca un lugar donde sentarse. Podr¨ªan venir directas de los conciertos de Karol G en el Bernab¨¦u, pero no, ya hace un mes de aquello. Si estuvi¨¦ramos en 2023, en lugar de pensar en la cantante colombiana, hubiera pensado en Barbie. Cada verano se pinta de un rosa, ?cu¨¢l ser¨¢ el siguiente? Esto no lo podemos adivinar, pero s¨ª intuimos que, para entonces, la ¨²nica chica que lleva el sombrero blanco estar¨¢ casada. O qui¨¦n sabe... quiz¨¢ ya no.
En una tienda de golosinas y peluches con grandes ojos brillantes y semiesf¨¦ricos que no se sabe si generan m¨¢s ternura o terror, dos dependientes hablan detr¨¢s de la caja:
¨DSalgo corriendo que tengo una cita... una amiga, no pienses cosas raras.
¨D?Lo sabe tu novia?
¨DS¨ª, la conoce.
¨D?Y no se pone celosa?
Me alejo para no meter baza. No entiendo esa conversaci¨®n entre veintea?eros en 2024.
Vuelvo a mi banco de controladora de fingers. A mi lado, una mujer lee 1984, siempre hay alguien con un orwell entre manos. El vigilante vigilado. Estoy apuntando en las notas del m¨®vil todo lo que me rodea para utilizarlo en esta columna. Soy el Gran Hermano.
Para finalizar con un toque de normalidad aeroportuaria: una monja con su h¨¢bito sale de un avi¨®n que llega de Fiumicino. Todo est¨¢ bien, las monjas siguen viniendo de Roma.
La normalidad laboral llega tambi¨¦n en poco tiempo, las vacaciones no son eternas. A la vuelta, la misma danza en ese gran sal¨®n de baile que son los aeropuertos y un pensamiento: ¡°Las vacaciones, para que lo sean, tienen que acabarse¡±. Recuerdo con angustia el ¨²ltimo est¨ªo en el que no trabaj¨¦ ¨Destaba en el paro¨D. Cuando alguien me dec¨ªa: ¡°Bueno, es verano, t¨®matelo como vacaciones¡±, rabiaba. Las vacaciones sin fecha final no lo son. Intr¨ªnseco al concepto vacaci¨®n es el principio y el d¨ªa que sale el cartel de ¡°The End¡±.
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