Carbonara en lata, el plato precocinado que ha desatado la tercera guerra mundial de la comida
Hace pocos d¨ªas fue presentada en sociedad desde la cuenta oficial de Heinz en Reino Unido. Los ingleses aplaudieron con un asentimiento de cabeza comedido. Los italianos soltaron a los perros
Es rubia, descarada, viste de amarillo y rosa chicle, y va a ser la causante de la tercera guerra mundial. No es Barbie. Es la lata de espaguetis a la carbonara, la m¨¢s joven hija favorita del gigante de la alimentaci¨®n Heinz. Hace pocos d¨ªas fue presentada en sociedad desde la cuenta oficial de la empresa en Reino Unido. Los ingleses aplaudieron con un asentimiento de cabeza comedido. Los italianos, que en 2017 acusaron a Nigella Lawson, estrella brit¨¢nica de la cocina e hija del que fuera ministro de Hacienda de Thatcher, de haber matado la cocina italiana por a?adir tres cucharadas de nata en su receta de carbonara, soltaron a los perros. Hoy, el se?or Heinz, con un fulgor extra?o en los ojos, toma el fresco en la terraza de su palacio y contempla Roma arder tocando la lira y entonando versos a la ca¨ªda de Troya mientras su ayudante cuenta billetes.
En esa lata colisionan dos formas diametralmente opuestas de relacionarse con la comida.
Por un lado, est¨¢n los italianos, efusivos, pasionales, expansivos, para quienes el comer es una cuesti¨®n m¨¢s que emocional, sacramental. Su vivencia de la gastronom¨ªa es de una visceralidad que trasciende lo literal de la palabra. Se expresa ruidosa y vehementemente, y va mucho m¨¢s all¨¢ de ver en la cocina un acto de amor, de cuidado o de vinculaci¨®n con el linaje familiar y con la tierra. Mediante la comida articulan su identidad, expresan qui¨¦nes son y de d¨®nde vienen con meticulosidad puntillosa: a cada regi¨®n del pa¨ªs le corresponden una forma de pasta, unos ingredientes y un dialecto concreto; combinar espaguetis con alb¨®ndigas o poner albahaca en unos paccheri con mejillones son motivos de excomuni¨®n y hasta de retirada del saludo. Para los italianos, la comida es el palo mayor de la familia y del sentimiento identitario, tanto a nivel individual como colectivo, y a ¨¦l se han aferrado, cuando ha fallado el f¨²tbol, para atravesar cada tormenta. Los ingleses, en cambio, para ese menester tienen la corona.
Para los brit¨¢nicos, campeones mundiales de levantamiento de ceja con suspicacia, el hambre es un insidioso inconveniente que a?ade a la cotidianidad la necesidad de intercambiar dinero y tiempo por saciedad.
Hay muy diversas aproximaciones acad¨¦micas a este fen¨®meno de aparente desconexi¨®n de los brit¨¢nicos con la comida. Por un lado, hay quien sostiene que el Imperio Brit¨¢nico ha estado demasiado ocupado ganando guerras mundiales como para prestar atenci¨®n a los placeres de la mesa, y que d¨¦cadas de racionamiento, austeridad y bloqueos comerciales a lo largo del siglo XX llevaron a la poblaci¨®n de Gran Breta?a a olvidar las recetas, las t¨¦cnicas y el v¨ªnculo con los ingredientes aut¨®ctonos de las ¨¦pocas victoriana y eduardiana. El 1 de julio de 1916, los ingleses entraron en la Primera Guerra Mundial. Cuando despertaron, con el fin del racionamiento en 1954, el huevo en polvo, la carne en lata y la leche evaporada se hab¨ªan instalado en sus despensas, y generaciones enteras no hab¨ªan tenido ning¨²n tipo de contacto con el recetario tradicional.
Aun as¨ª, esta hip¨®tesis no lo puede explicar todo. Muchos otros pa¨ªses han sufrido escasez de alimentos y racionamiento y, pese a eso, han mantenido viva su tradici¨®n culinaria. La necesidad ha sido motor de creatividad para los recetarios tradicionales: la gran mayor¨ªa de grandes platos populares actuales nacieron como respuesta a un problema de escasez. As¨ª que, para los brit¨¢nicos, tiene que haber algo m¨¢s.
No s¨®lo fueron los primeros en industrializarse, sino que fueron los que lo hicieron con m¨¢s intensidad. A medida que crec¨ªa la densidad de poblaci¨®n en las grandes urbes, aquellos que una vez hab¨ªan vivido en el campo fueron perdiendo el contacto con el mundo agrario, la estacionalidad y el frescor de los ingredientes. La intensificaci¨®n y rigidez de los horarios laborales convirtieron la alimentaci¨®n en una mera forma de dar combustible al cuerpo para seguir trabajando en las f¨¢bricas. Abrazaron la revoluci¨®n de la producci¨®n en masa de comida enlatada estandarizada, y su distribuci¨®n a gran escala fue difuminando las diferencias regionales en las islas brit¨¢nicas.
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A todo esto, Italia no s¨®lo no se unific¨® en una sola entidad estatal hasta finales del siglo XIX, sino que no se puede decir que se industrializase completamente hasta finales de la pasada d¨¦cada de los sesenta. Esto permiti¨® a los caracteres gastron¨®micos regionales llegar a la era moderna en plena forma y reaccionar con m¨²sculo a la invasi¨®n de la comida procesada en el mercado.
Sin embargo, en el fondo de la cuesti¨®n late algo m¨¢s gordo y muy interesante. La sobriedad protestante corre por las venas del brit¨¢nico medio. Para una cultura que se alza sobre los pilares de la reserva, la contenci¨®n y la discreci¨®n, las muestras de emotividad y pasi¨®n en p¨²blico de la cultura cat¨®lica, mucho m¨¢s laxa ante los placeres sensoriales de la vida, resultan embarazosas. El griter¨ªo con que una familia italiana recibe una lasa?a en la mesa es una visi¨®n extravagante y profundamente inc¨®moda para la mentalidad brit¨¢nica.
No es casual que Heinz presentase sus espaguetis a la carbonara al mundo con el lema ¡°It¡¯s time for fuss-free Carbonara with zero drama¡±, es decir, ¡°ha llegado la hora de una carbonara sin jaleos y sin dramas¡±. En esa lata coliden dos universos incomprensibles el uno para el otro. Heinz lo sabe. La campa?a publicitaria es perfecta.
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