Lo peor que te puede pasar en un restaurante
De un restaurante puedes salir contento... o traumatizado. Recopilamos experiencias terror¨ªficas vividas con la comida o el servicio, contadas por v¨ªctimas a las que les cost¨® recuperarse del golpe.
Nuestros padres siempre nos dec¨ªan que ten¨ªamos com¨¦rnoslo todo. Si hubi¨¦ramos seguido sus instrucciones a pies juntillas en todos los restaurantes a los que hemos ido, ya habr¨ªamos probado moho, cristales, u?as, cucarachas, secreciones ajenas y un sinf¨ªn de cuerpos extra?os de dudosa digesti¨®n.
Vamos a un restaurante pensando que todo ir¨¢ bien, que cuidar¨¢n de nosotros; pero los restaurantes pueden ser lugares oscuros y destrozar m¨¢s vidas que el episodio de Chiquetete disfrazado de Rey Mago. El restaurante como pesadilla kafkiana -por lo de la cucaracha-, el terror con mantel a cuadros: muchas veces tenemos al enemigo m¨¢s cerca de lo que nos pensamos, tan cerca que puede llegar a estar dentro del plato¡ o tra¨¦telo.
Los ricos tambi¨¦n potan
El verano pasado, la camarera de un exquisito y caro restaurante asi¨¢tico de Barcelona verti¨® media botella de agua en el vaso y la otra media sobre el mantel y parte de mis tejanos. Despu¨¦s de limpiar el desaguisado, la chica me dijo que aquello era por mi culpa, que si no me hubiera movido, nunca me habr¨ªa arrojado el l¨ªquido encima. En un mundo perfecto, tendr¨ªa que haberme calzado el pato Pek¨ªn a modo de biso?¨¦ y salir de all¨ª a zancada ligera, pero me call¨¦ y engull¨ª la comida perturbado por un episodio de terror psicol¨®gico que todav¨ªa recuerdo con escalofr¨ªos. Humillado v¨ªa dim sum.
Los restaurantes pueden ser trampas mortales para la psique. Su condici¨®n de refinados santuarios hedonistas acent¨²a con un dramatismo salvaje sus fallos. Cuando te la pegan, la ca¨ªda es de morros: tus ilusiones cercenadas por un moco en la dorada a la sal; tu declaraci¨®n de amor destruida por una tirita en la tostada de caviar; el cumplea?os de la abuela millonaria frustrado por unas vieiras que cantan black metal. Nadie se libra, incluso los cr¨ªticos gastron¨®micos m¨¢s reputados tienen hematomas psicol¨®gicos indelebles.
No hace mucho, el cr¨ªtico Philippe Regol colgaba en Twitter las aterradoras fotos de un restaurante supuestamente cool de Par¨ªs que parec¨ªa el zulo de Brody en Homeland: en lugar de servilletas ten¨ªa Kleenex (con loci¨®n, eso s¨ª). El a?o pasado, Jay Rayner, cr¨ªtico de The Guardian, pon¨ªa a caldo un restaurante parisino car¨ªsimo y advert¨ªa que ¡°sus cebollas gratinadas eran negras como una pesadilla y pegajosas como el suelo de un botell¨®n.¡± El reparto de traumas gastron¨®micos no es patrimonio exclusivo de los restaurantes de clase obrera. Basta con leer Confesiones de un chef (RBA Libros) de Anthony Bourdain para ver que incluso en las cocinas m¨¢s gastropijas se producen cerdadas colosales y que pedir pescado los lunes, incluso en los sitios m¨¢s ponderados del momento, es m¨¢s arriesgado que decirle a Pocholo que te corte el pez globo.
?Que vienen los ognis!
Los Objetos Gastron¨®micos No Identificados son el principal causante de nuestras pesadillas en restaurantes. Casi toda la gente con la que he hablado para recabar an¨¦cdotas se las ha visto con entidades extra?as en alg¨²n momento de sus vidas. El periodista y escritor Juan Soto Ivars tuvo un encuentro en la tercera, cuarta y quinta fase. ¡°Una vez me com¨ª una pastilla de Avecrem en una sopa de un bar de men¨². Casi me muero. Deber¨ªa ser un dado antediluviano para no estar disuelto. Se me puso la boca como un erial¡±, rememora un Soto Ivars que todav¨ªa hoy intenta encontrar una explicaci¨®n para aquel fen¨®meno.
Ni siquiera nuestro director Mikel L¨®pez Iturriaga se ha librado de intrusiones indeseadas. De hecho, su caso es uno de los cl¨¢sicos del verano: en un restaurante de Madrid presenci¨® c¨®mo un gotarr¨®n se desprend¨ªa del rostro del camarero y se zambull¨ªa en su plato de lentejas, aportando un extra de sal al potaje. ¡°Mientras me serv¨ªa, vimos c¨®mo una gota de sudor ca¨ªa desde su frente a mi plato, para disolverse en el mar de lentejas con la llegada del siguiente cuchar¨®n. Fue de esas escenas que si pasaran en el cine ser¨ªan a c¨¢mara lenta, con planos de nuestras caras de asco-p¨¢nico. Por supuesto, no me tom¨¦ el potaje: comer fluidos ajenos puede estar bien para historias como la de Call me by your name, pero un d¨ªa de curro normal no te apetece nada sentir dentro a un camarero desconocido¡±, comenta Iturriaga.
Hace poco particip¨¦ en un programa de radio en el que los oyentes explicaban sus pesadillas en restaurantes. Una se?ora afirmaba haber encontrado una tirita usada flotando en la sopa: casi vomito el caf¨¦. A nuestra compa?era Sabina Urraca le toc¨® un hit que nunca pasa de moda: un pelo ¡°negro y rizad¨ªsimo¡± en la ensalada de un restaurante madrile?o. Cuando se quej¨®, los camareros pusieron pies en polvorosa y nadie le hizo caso: es muy posible que en ese mismo momento hubiera una animada reuni¨®n de staff para determinar a qui¨¦n pertenec¨ªa ese pelo y de qu¨¦ zona corporal hab¨ªa surgido.
Donde hay pelo hay alegr¨ªa, y a veces tambi¨¦n skinheads. El director de cine Carlo Padial sabe que esta demente conexi¨®n entre violencia urbana, gastronom¨ªa y alopecia es posible. ¡°Una vez encontr¨¦ lo que parec¨ªa pelo humano en unas croquetas. Cuando mi compa?ero de piso y yo llamamos para quejarnos, vino un skinhead con tatuajes hasta las cejas y la tocha partida por lo que parec¨ªa un pu?etazo, dici¨¦ndonos que las croquetas estaban bien¡±, asegura el director de Algo muy gordo.
Secreciones, cabellos, caspa: todo lo que provenga de otro cuerpo humano y vaya a tu plato es causa de repugnancia inmediata. No obstante hay un objeto que aparece en muchas an¨¦cdotas y es el m¨¢s temido por todos, a menos que seas un faquir cojonudo: el cristal. La encargada de sala de un excelente restaurante de Barcelona admite que un cliente se cort¨® una vez la lengua por culpa de un cristal escondido en su ensalada. Nuestro nutricionista de cabecera Juan Revenga tuvo el privilegio de masticar un delicioso trozo de este elemento en un buffet libre de Guadalajara. ¡°El ¡®ma?tre¡¯ se acerc¨® a la bandeja, la hurg¨® con un palillo de los que se utilizan para comer -nuevo no parec¨ªa estar- y me dijo que no ve¨ªa nada. Y all¨ª se qued¨® la bandeja. Mas tarde me coment¨® que el cocinero le hab¨ªa confesado que hac¨ªa un rato en cocina se hab¨ªa roto un frasco de cristal que estall¨® en mil pedazos¡±, asegura Revenga.
La patita de atr¨¢s
A la cucaracha hay que darle un premio. Desde que los restaurantes existen, el bicho se ha codeado con chefs, stagiaires, pinches y camareros, como uno m¨¢s. Las cocinas le pertenecen y cuanto antes lo aceptemos, antes aprenderemos a recibir su presencia en el plato con el debido agradecimiento y humildad. Yo mismo, en una ilustre cocteler¨ªa de Barcelona, me deleit¨¦ con el gr¨¢cil traqueteo de un ejemplar de este insecto, que tuvo a bien contonearse por la barra, frotar su exoesqueleto con los cacahuetes y desaparecer de nuevo en la negrura de las neveras.
Nuestro cr¨ªtico gastron¨®mico Jordi Luque tambi¨¦n tuvo su raci¨®n de quitina en un legendario restaurante para guiris de Barcelona. ¡°De repente Gregor Samsa se autoinvit¨®. Sali¨® de la cesta del pan, se pase¨® por la mesa y se fue sin pagar. Nos dijeron que guardaban el pan junto al caf¨¦ y que en el caf¨¦ hab¨ªa cucarachas. Evidentemente no pedimos caf¨¦¡±, recuerda Luque.
El tambi¨¦n periodista Jos¨¦ Manuel Ruiz Blas conoce los restaurantes de Madrid como la palma de su mano. Ha estado en trincheras dur¨ªsimas. Puede decir que ha mirado a uno de estos bichos a los ojos y ha vivido para contarlo. ¡°Mi momento Lovecraft tiene que ver con un restaurante chino aleda?o a Plaza de Castilla, hoy desaparecido. Me sirvieron un bol de arroz con un vivaz topping de¡ ?cucaracha! No sin sarcasmo interrogu¨¦ al camarero acerca del rompedor ingrediente y si se trataba de alguna locura tipo Ren¨¦ Redzepi¡±, explica Ruiz .
Aqu¨ª huele a muerto
La carne es d¨¦bil. Y se pudre. Y, a veces, acaba en tu plato: hay restaurantes que solo arrojan los filetes a la basura cuando han desarrollado varias colonias de sapos en su superficie. La carne podrida es uno de los terrores m¨¢s ancestrales del comensal, pero lo m¨¢s chocante es que en pleno siglo XXI todav¨ªa se sirve con jolgorio. La periodista gastron¨®mica Lourdes L¨®pez, por ejemplo, fue atacada por un pedazo de tocino radioactivo. ¡°En un restaurante bastante bueno del extrarradio barcelon¨¦s me sirvieron secreto ib¨¦rico podrido. Lo tra¨ªan en bolsas envasadas desde Guijuelo, pero nadie percibi¨® el pestufo del cochino. Acab¨® en mi mesa, en mi boca y en el mantel¡±, comenta la periodista.
Nuestra Defensora del Cocinero, Marta Miranda, casi tiene que llamar a un traductor de klingon para comunicarse con el cacho carne que le sirvieron en un tugurio de Lanzarote. ¡°Recuerdo un tocho de carne espantoso, duro, fr¨ªo y con d¨ªas de reposo ¨Cespero que en la c¨¢mara¨C, acompa?ado de una guarnici¨®n de patata asada en el pleistoceno, gris y dura como una roca. Recuerdo que nos cobraron unos 40 euros por darnos basura para tres, y tambi¨¦n el enjambre de moscas que aterrizaban a lo loco en nuestra mesa¡±, rememora con ternura.
No obstante la carne caducada no es m¨¢s que una cruda met¨¢fora del paso del tiempo, tiene un romanticismo vomitivo, pero romanticismo al fin y la cabo. Algo de lo que carece otro tipo de carne acaso m¨¢s da?ina y t¨®xica. La carne humana. Viva. Hablo de los camareros guarros con u?as de minero. Los camareros maleducados. Los camareros incapaces de respetar el espacio personal, como el que intent¨® destensar a nuestra editora M¨®nica Escudero con un masaje improvisado. O los camareros perturbados, como el que se encontr¨® Carlo Padial para cerrar esta pesadilla.
¡°Cenando en una pizzer¨ªa, ped¨ª un milhojas de fresa y el camarero desapareci¨®: ?lo vi marcharse en un taxi desde la ventana que ten¨ªa junto a la mesa! Todav¨ªa me pregunto qu¨¦ pas¨®. Cuando me levant¨¦ para pagar, nadie del restaurante supo explic¨¢rmelo". Ni Black Mirror, ni Stephen King, ni Cronenberg ni la Nave del Misterio: lo m¨¢s inquietante del mundo pueden ser los restaurantes.
Las experiencias de los lectores
Mar¨ªa Isabel Maestre L¨®pez
Momentazo de mis padres: plato de pescadito frito, entre el que hab¨ªa una cucaracha, tambi¨¦n adecuadamente frita. Al reclamar al camarero, encima tuvo la desfachatez de cobrarles el plato. Lo peor es que ?han vuelto a ir!! Lo peor de lo peor: el domingo pasado nos invitaron all¨ª a comer.
Bea A Secas Cumbre?o
Un d¨ªa ped¨ª un pincho de tortilla. Al preguntar al camarero si estaba caliente pone la mano encima de la tortilla y me responde : ¡°M¨¢s bien templadita¡±.
Mar¨ªa Campos
Mi padre se encontr¨® un diente postizo con tornillo en la ensaladilla rusa de una taberna de C¨®rdoba, yo estaba all¨ª y lo vi con mis ojos.
Marta Alagmagnac
En Sevilla, despu¨¦s de casi dos horas esperando, nos dieron una mesa en la que dos de nosotros ten¨ªamos que estar de pie. Cuando nos negamos, la camarera nos insult¨®, se volvi¨® loca y tir¨® una jarra al suelo a grito de hijos de p....
Edurne Arroyo
En un local de Barcelona celebramos una comida familiar. Entre otras bebidas, muchos pidieron Coca-Cola. Despu¨¦s de comer le pedimos al camarero unos chupitos de crema de orujo. Nos dijo que no nos los serv¨ªa porque la crema de orujo con la coca-cola ¡°se corrumpe¡± (sic).
Eugenia Garc¨ªa Barrero
Unos amigos llaman al camarero para decir que un pescado no est¨¢ en buenas condiciones y el fen¨®meno coge el tenedor del se?or y se pone a probar del plato para comprobarlo.
Elena Vergara
Preguntamos los ingredientes de la ¡±ensalada del chef" y nos respondieron ¡°pues lo que quiera el chef¡±.
Palma Marabot Diaz
Una camarera me parti¨® un plato en la cabeza. Berenjenas con miel de ca?a, imaginad c¨®mo me dej¨® el pelo, adem¨¢s del golpe del plato al romperse en mi cabeza.
David Tello
Una vez vi como mataban un rat¨®n delante de medio mundo en un restaurante de parrillas.
Patricia del R¨ªo
Una vez me sent¨¦ en las mesas de fuera de un local, que estaban vac¨ªas. El camarero me pregunt¨® si era fumadora, le dije que no. Me advirti¨® que ese lugar era para fumadores y le contest¨¦ que no me molestaba el humo. Me dijo que me fuera, ?que alguien pod¨ªa quejarse si no me ve¨ªan fumando!
?A ti tambi¨¦n te han pasado cosas terribles en restaurantes? Cu¨¦ntanos tu experiencia en los comentarios.
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