Parador Ariston, la triste historia de una joya de la arquitectura que agoniza en los acantilados de Mar del Plata
Marcel Breuer dise?¨® el edificio por encargo de la facultad de Arquitectura, Dise?o y Urbanismo de Buenos Aires, Argentina, en 1947. Con este proyecto en forma de tr¨¦bol de hormig¨®n y fachadas de vidrio sinuoso, el arquitecto se anticip¨® a la propia modernidad, pues no se hab¨ªa visto algo as¨ª en ning¨²n otro lugar
Junto a los acantilados de Mar del Plata, en la costa m¨¢s tur¨ªstica del Atl¨¢ntico argentino hay un edificio en ruinas. Est¨¢ destartalado y, entre suciedad, abandono y pintadas mal hechas, se adivina un nombre: ¡°Parrilla Perico¡±. No es una parrilla, no es un restaurante y, en realidad, ahora casi no es nada, pero en su momento fue un tr¨¦bol de hormig¨®n y fachadas de vidrio sinuoso y c¨®cteles de lujo a la orilla del mar. Una obra maestra con may¨²sculas de la arquitectura moderna que se construy¨® en ese costado del segundo mundo, como dec¨ªa el gran Quino en la boca de sus personajes. Un edificio hijo de un arquitecto h¨²ngaro que huy¨® de los nazis y de un estudiante argentino que estaba tan enamorado de la obra de su maestro como de su mujer.
El arquitecto h¨²ngaro se llamaba Marcel Lajos Breuer y, si bien hab¨ªa nacido y crecido en P¨¦cs (una de las cinco ciudades m¨¢s grandes de Hungr¨ªa), a los 18 a?os se traslad¨® a la ciudad alemana de Weimar para estudiar en una escuela de dise?o y arquitectura que estaba llamada a revolucionar el mundo: la Staatliches Bauhaus. Efectivamente, la Bauhaus. All¨ª fue alumno de Walter Gropius, el padre de la arquitectura moderna.
Tras terminar sus estudios y pasar un breve tiempo en Paris, Breuer regres¨® a Alemania donde comenz¨® a ser reconocido como dise?ador industrial. De esos a?os veinte y primeros a?os treinta del siglo pasado son las famosas sillas Cesca y Wassily que todos hemos visto alguna vez sin saber que se llamaban Cesca y Wassily ni que su autor se llamaba Marcel Breuer ni que ten¨ªan casi cien a?os de antig¨¹edad. Primero porque parece incre¨ªble que un dise?o tan moderno tenga casi un siglo: un tubo de acero inoxidable que se curva sobre s¨ª mismo en un solo gesto, conformando la estructura de la silla, sobre la que se colocan los plementos de rat¨¢n o cuero que forman el respaldo y el asiento. Segundo porque los dise?adores industriales no suelen ser personajes famosos para quienes no son aficionados (o profesionales) del dise?o. Y tercero, y quiz¨¢ m¨¢s relevante, porque Marcel Breuer nunca fue considerado uno de los grandes. Pese a que tanto Le Corbusier como Mies van der Rohe reconocieron el talento de un arquitecto al que sacaban m¨¢s de quince a?os, nunca lo vieron como un igual. Tan solo el ya mencionado Walter Gropius crey¨® firmemente en Breuer, hasta el punto de que, adem¨¢s de maestro, se convirti¨® en su mentor.
De hecho, fue el consejo del propio Gropius lo que convenci¨® a Breuer para abandonar Alemania tras la llegada al poder de Hitler. Fue la mejor decisi¨®n que pudo tomar, no solo (y evidentemente) para su integridad f¨ªsica, ya que era judi¨®, sino tambi¨¦n para su futuro profesional.
Tras regresar a Hungr¨ªa en 1935 y mudarse a Londres en el 1936, Breuer emigr¨® definitivamente a Cambridge, Massachussets, en 1937. All¨ª comenz¨® a dar clases en la Graduate School of Design de Harvard y conoci¨® a un alumno argentino muy brillante llamado Eduardo Catalano.
Catalano, bonaerense de nacimiento, estudiaba en Harvard porque era hijo de familia pudiente pero tambi¨¦n porque era muy brillante. Tanto que, al poco de terminar la carrera en 1945, comenz¨® a construir obras notables tanto en Argentina como en Estados Unidos. Entre estas ¨²ltimas estar¨ªa la torre Eastgate del MIT o su propia casa, la casa Catalano, una delicad¨ªsima joya de hormig¨®n alabeado levantada en Raleigh, Carolina del Norte, en 1955.
Entre los edificios construidos en Argentina, Catalano tambi¨¦n se encontr¨® con una joya. Pero esta vez la joya no era suya, o al menos no enteramente. El creador fue Marcel Breuer, su profesor y maestro.
Estamos en 1946, tiempos del Primer Gabinete de Juan Domingo Per¨®n, cuando todav¨ªa se tomaba fotograf¨ªas con el cabello sin engominar, sonriente junto a una a¨²n m¨¢s sonriente Evita. Tiempos en los que la Naci¨®n Argentina peleaba por sacar la cabeza del segundo mundo.
Uno de los procesos emprendido por cualquier pa¨ªs que quiere avanzar r¨¢pidamente dentro de la sociedad capitalista global, es el desarrollo del turismo. Crecimiento r¨¢pido, ingresos r¨¢pidos, divisas r¨¢pidas. Sin embargo, con el tiempo apostar todo a la carta del turismo es una manera casi segura de perder hasta la camisa en el casino. Pero a mediados del siglo XX no hab¨ªa nadie que pudiese (o quisiese) preverlo. Por eso, el gobierno de Per¨®n consider¨® que uno de sus objetivos de consolidaci¨®n tur¨ªstica pasar¨ªa por prestigiar la ciudad de Mar del Plata y, espec¨ªficamente, la costa sur, que a¨²n estaba en esencia sin urbanizar.
Para atraer dicho prestigio, la FADU (Facultad de Arquitectura, Dise?o y Urbanismo) de Buenos Aires encarg¨® al reci¨¦n licenciado Eduardo Catalano que convenciese a Marcel Breuer para dise?ar un edificio junto a los acantilados de Playa Serena. En uno de los solares en los que se hab¨ªa compartimentado toda la zona costera sur.
En vez de decepcionarse por el hecho de que la FADU decidiera contar con los servicios de un arquitecto extranjero en lugar de con los suyos propios, Catalano convenci¨® a Breuer de que llevara a cabo el encargo. Posiblemente porque sab¨ªa que uno de los modos que tiene un pa¨ªs del segundo mundo para prestigiarse es confiar en el talento del supuesto primer mundo. Breuer pareci¨® verlo claro cuando el argentino le dijo que el edificio deb¨ªa ser un icono de la arquitectura moderna y que no deb¨ªa haber ninguno igual en el mundo. El h¨²ngaro acept¨® el encargo y proyect¨® un doble tr¨¦bol flotante de hormig¨®n rodeado por ondas de vidrio y madera como no exist¨ªa en ning¨²n otro lugar. Breuer, a quien los grandes maestros nunca hab¨ªan considerado a su altura, se anticipaba a la propia modernidad.
Las obras del Parador Ariston comenzaron en 1947 y se prolongaron durante m¨¢s de un a?o. Hasta el punto de que Eduardo Catalano, que acababa de casarse, decidi¨® arrastrar a su esposa para pasar la luna de miel en Mar del Plata y as¨ª poder ir con frecuencia a visitarlas. Pues, aunque el proyecto era de Breuer, la supervisi¨®n siempre fue responsabilidad del bonaerense.
La alba?iler¨ªa algo rudimentaria de la ¨¦poca se enfrentaba a unas formas y a unas solicitaciones como no hab¨ªa tenido nunca que acometer: obreros colocados de puntillas sobre una placa de hormig¨®n que, a su vez, se pon¨ªa de puntillas sobre pilares para para mirar al Atl¨¢ntico.
Una vez terminado, el Parador Ariston, adem¨¢s de joya de la arquitectura mundial, sirvi¨® como sala de baile, cocteler¨ªa y bar para la ¨¦lite de la ¨¦poca, y quiz¨¢ de esa actitud semiaristocr¨¢tica le viniese su nombre. Sin embargo, tras un par de d¨¦cadas de esplendor, a partir de los a?os setenta, el Ariston comenz¨® a caer en desgracia. Poco a poco, sus sucesivos due?os e inquilinos fueron destruyendo partes y a?adiendo otras sin ning¨²n respeto ni pudor.
El problema no era que el Ariston dejase de ser elitista, el problema es que no se le tuvo respeto. As¨ª pas¨® a ser la discoteca Maryana y, en la ¨¦poca del esplendor surfero de principios de los ochenta, fue el caf¨¦-bar Bruma y Arena. Pero claro, el Ariston estaba sobre el acantilado y no dispon¨ªa de acceso directo a la playa, por lo que, al no ser demasiado bueno para los surfistas, el Bruma y Arena tampoco funcion¨®.
A finales de los a?os ochenta, el Parador Ariston se convirti¨® en la Parrilla Perico, letrero que a¨²n se intuye en la pintura de la fachada. Y despu¨¦s ya no fue nada. Abandonado desde 1993, el Parador Ariston vive una muerte lenta de la que solo parecen separarlo los esfuerzos individuales de unos pocos enamorados de este edificio. Esfuerzos que, al menos, consiguieron que fuese declarado Monumento Nacional en 2019. Tal vez es demasiado tarde y tal vez no es suficiente con una declaraci¨®n sin apoyo econ¨®mico expreso, pero es una manera de que el mundo descubra esta joya dise?ada por un orfebre h¨²ngaro que se esconde en un acantilado del sur de Mar del Plata.
* Pedro Torrijos es arquitecto y en mayo publicar¨¢ su primer libro, ¡®Territorios Improbables¡¯, donde habla de esta y otras historias curiosas relacionadas con joyas de la arquitectura.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.