La relaci¨®n malsana entre los espa?oles y el m¨®vil: por qu¨¦ el ¡®smartphone¡¯ va a arruinar sus vacaciones
La desconexi¨®n es el objetivo principal de unas vacaciones, pero resulta imposible con un aparato en nuestro bolsillo que no deja de reclamar nuestra atenci¨®n y los terror¨ªficos datos sobre nuestra incapacidad para descansar del trabajo
Antonio M., economista de 41 a?os, tiene buenas razones para pensar que el derecho a la desconexi¨®n digital es una quimera. Hace ahora 11 meses, Antonio disfrutaba de un ¡°corto¡± retiro espiritual en el monasterio trapense de San Isidro de Due?as (Palencia), sus primeras vacaciones en a?o y medio. Se alojaba en la hospeder¨ªa de La Trapa y madrugaba para asistir a las vigilias y las laudes matutinas. El resto del d¨ªa lo dedicaba a pasear por las vegas del Carri¨®n y del Pisuerga, ¡°con el tel¨¦fono m¨®vil desconectado y a buen recaudo¡± en la guantera de su 4x4.
¡°Acab¨¢bamos de completar un proceso de absorci¨®n empresarial en la compa?¨ªa biosanitaria en que trabajo¡±, nos cuenta, ¡°y mi jefe me hab¨ªa ordenado, en tono afable, que esta vez s¨ª desconectase de verdad¡±. El tercer d¨ªa, este profesional abnegado y que se declara en estado de estr¨¦s ¡°casi perpetuo¡± cometi¨® el error de poner en marcha su ordenador port¨¢til mientras almorzaba en una cafeter¨ªa de Due?as: ¡°Quise comprobar que todo estaba en orden, para quedarme tranquilo y seguir disfrutando de mi retiro. Pero el caso es que ten¨ªa m¨¢s de cien mensajes en mi cuenta de empresa, muchos de ellos con la palabra ¡°URGENTE¡±, as¨ª, en may¨²sculas, escrita en el asunto¡±.
En cuanto encendi¨® el m¨®vil, pudo comprobar que el mismo jefe de equipo que lo hab¨ªa instado a tomarse unas ¡°verdaderas¡± vacaciones llevaba 36 horas intentando localizarle ¡°por tierra, mar y aire, incluso a trav¨¦s de contactos comunes a los que solo conoc¨ªa vagamente, para que volviese a Madrid lo antes posible¡±. Se hab¨ªa producido ¡°un incendio¡±, en realidad, una simple discrepancia contable derivada del proceso de absorci¨®n. Pero a su superior aquello se le antojaba un desastre de dimensiones b¨ªblicas, una plaga de langosta que solo pod¨ªa conjurar el miembro del equipo que acababa de tomarse unos d¨ªas libres. Y no iba a resolverlo, por supuesto, desde la humilde hospeder¨ªa de un monasterio trapense en la vega del Carri¨®n.
Antonio volvi¨® a Madrid, decidido a exigir un aumento de sueldo y que se a?adiese a su contrato (¡°de directivo, pero sin una remuneraci¨®n a la altura de esa palabra¡±) una cl¨¢usula de desconexi¨®n digital expl¨ªcita. Por supuesto, no lo hizo. ¡°No es as¨ª como funciona el mundo corporativo, al menos no en Espa?a¡±, concluye resignado. Antonio se pregunta ahora qu¨¦ hubiese ocurrido si su m¨®vil y su port¨¢til se hubiesen quedado un par de d¨ªas m¨¢s a buen recaudo en la guantera. Probablemente nada. Alg¨²n otro compa?ero hubiese resuelto la incidencia.
Con el m¨®vil en la mano en Playa del Carmen
Mariana F., inform¨¢tica de 33 a?os, reconoce que no necesita injerencias externas, que ella misma se basta y se sobra para sabotear sus intentos de desconexi¨®n digital. Mariana acaba de volver de unas vacaciones familiares en Playa del Carmen, en el Caribe mexicano. Se ha ba?ado en Punta Esmeralda, ha paseado por el Parque de los Fundadores, ha visitado cavernas de agua y las ruinas mayas de Chich¨¦n Itz¨¢, pero en casi ning¨²n momento ha dejado de contestar correos y mensajes de WhatsApp o de asomarse una y otra vez a las redes sociales. Se ha mantenido ¡°hiperconectada¡± tanto a la sombra de las palmeras como junto a los arrecifes de coral.
Incluso decidi¨® participar en una pol¨¦mica laboral ¡°sin la menor importancia¡± a altas horas de la madrugada, desde la habitaci¨®n de su hotel, a 8.400 kil¨®metros de Barcelona, la ciudad en que trabaja: ¡°En aquel cruce de mensajes, bastante improductivo y delirante, nos involucramos 10 o 12 compa?eros, de los que al menos 3 est¨¢bamos de vacaciones. Pero supongo que somos unos enfermos y no podemos evitarlo¡±, concede Mariana con humor. Hoy se refiere a sus vacaciones como ¡°un experimento sociol¨®gico frustrado¡±: no ha sido capaz de resistirse a ¡°la dictadura de las pantallas¡±.
Francisco Mej¨ªa, psic¨®logo cordob¨¦s residente en Madrid, experto en adicciones tecnol¨®gicas, confirma que, a juzgar por su experiencia, el caso de Mariana es bastante m¨¢s frecuente que el de Antonio: ¡°En Espa?a existe una Ley de Garant¨ªa de los Derechos Digitales, en vigor desde 2018, que regula la obligaci¨®n de respetar los periodos de descanso, vacaciones y permisos de los trabajadores, y prev¨¦ multas por infracciones graves de hasta 7.500 euros. As¨ª que Antonio podr¨ªa haber ignorado las intempestivas peticiones de auxilio de su jefe e incluso denunciar esta flagrante violaci¨®n de su derecho al descanso en caso de que se le insistiese en que renunciase a sus vacaciones. Aunque es evidente que decidi¨® no hacerlo, puede que por un sentido de la responsabilidad no del todo bien entendido¡±. En el caso de Mariana, en cambio, ¡°estamos hablando de un cuadro de conducta que podr¨ªa considerarse adictivo, sobre todo si me dices que ella es consciente de que esa hiperconectividad continua le resulta insatisfactoria y poco saludable, pero, aun as¨ª, no es capaz de renunciar a ella¡±.
En palabras de otra psic¨®loga, Isabel Aranda, especializada en trabajo, en los ¨²ltimos tiempos ¡°se est¨¢ detectando en consultas psicol¨®gicas un n¨²mero creciente de personas que desarrollan cuadros depresivos y de ansiedad por cuestiones relacionadas con la no desconexi¨®n¡±. Aranda a?ade que, en muchos casos, esta situaci¨®n no se debe tanto a la actitud de la empresa como ¡°a la incapacidad del trabajador para gestionar el flujo constante y continuado de informaci¨®n que reciben¡±. Las empresas deben, por supuesto, facilitar la desconexi¨®n, pero es el trabajador el que debe asumirla.
Un tirano en el bolsillo
Para Mej¨ªa, parte del problema consiste en que ¡°hemos desarrollado una dependencia compulsiva de un aparato, el tel¨¦fono m¨®vil, que ha acabado convirti¨¦ndose en una extensi¨®n de nuestros cerebros. En ¨¦l lo hemos centralizado casi todo, desde nuestra conexi¨®n directa y permanente con el trabajo a nuestras opciones de entretenimiento e interacci¨®n social, por no hablar de m¨²ltiples acciones cotidianas como buscar una direcci¨®n, pagar una compra, consultar el men¨² QR de un restaurante¡¡±.
M¨¢s que del entorno laboral en s¨ª, de lo que no conseguimos desconectar es ¡°del peque?o tirano que llevamos en el bolsillo de las bermudas o, cada vez m¨¢s, a todas horas en la palma de la mano¡±. Mej¨ªa considera que la soluci¨®n pasa, necesariamente, ¡°por imponernos un protocolo personal de desconexi¨®n forzosa¡±. Es decir, una serie de pautas personales que regulen, por ejemplo, el n¨²mero m¨¢ximo de veces que podemos consultar el m¨®vil en una hora (¡°no deber¨ªan ser m¨¢s de cuatro, una cada 15 minutos¡±, apunta Mej¨ªa), las franjas horarias es que ser¨ªa preferible que no lo hici¨¦semos en absoluto o las circunstancias concretas en que deber¨ªamos ¡°apagarlo o, mejor a¨²n, dejarlo en casa, guardado en un caj¨®n¡±.
?Qui¨¦n se somete a ese tipo de autodisciplina hoy en d¨ªa? El psic¨®logo reconoce que ¡°muy pocas personas, por no decir pr¨¢cticamente nadie¡±. Pero, precisamente por ello, propone el par¨¦ntesis estival como el momento id¨®neo para empezar a cortar el nudo gordiano de los malos h¨¢bitos adquiridos.
?l mismo, durante unas vacaciones veraniegas en la comarca abulense de Valle del Tormes que supusieron ¡°un punto de inflexi¨®n en su vida¡±, realiz¨® un autodiagn¨®stico de sus h¨¢bitos digitales y se impuso una regla que acabar¨ªa cumpliendo a rajatabla: ¡°Consultaba el m¨®vil solo en d¨ªas alternos. Es decir, el lunes s¨ª, pero el martes no. La primera jornada de desconexi¨®n completa sufr¨ª algo que casi podr¨ªa describirse como un s¨ªndrome de abstinencia en miniatura: pens¨¦ que m¨²ltiples desastres se estar¨ªan produciendo en todas partes, y yo sin enterarme. Por supuesto, al conectarme de nuevo constataba que nada muy rese?able hab¨ªa ocurrido en mi ausencia. A partir del sexto d¨ªa, cambi¨¦ de estrategia y decid¨ª permitirme un m¨¢ximo de hora y media de conexi¨®n diaria repartida en dos franjas de tres cuartos de hora, una por la ma?ana y otra por la tarde. El resto del d¨ªa, sin m¨®vil. El mundo no se hundi¨® y a m¨ª no me supuso ning¨²n trauma¡±.
Una pantalla para dominarlos a todos
Las cifras son elocuentes: seg¨²n un estudio de Smartme Analytics, los espa?oles dedicamos una media de 3 horas y 40 minutos diarios a usar nuestros m¨®viles. Del an¨¢lisis de m¨¢s de 310 millones de huellas digitales registradas en el ¨²ltimo a?o se deduce que los m¨¢s proclives a encerrarse en la pantalla de sus smartphones son los pertenecientes a la Generaci¨®n Z (de 18 a 24 a?os), que alcanzan las 4 horas y 15 minutos. Sin embargo, el uso entre los mayores de 25 a?os creci¨® en 2022 un llamativo 10,5%, un dato que sugiere que la brecha digital entre generaciones est¨¢ empezando a cerrarse. La mensajer¨ªa instant¨¢nea y el correo electr¨®nico, es decir, las aplicaciones que garantizan un alto grado de hiperconectividad, tanto laboral como personal y de ocio, tienen una penetraci¨®n superior al 96%. Si hablamos de conectividad estrictamente laboral, un 59% de los espa?oles, seg¨²n datos de Adecco, siguen conectados al trabajo (es decir, atienden llamadas o consultan el correo) tras el final de su jornada.
Francisco Javier Arrieta, profesor titular de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad de Deusto, considera que, en materia de desconexi¨®n digital, ¡°queda much¨ªsimo por hacer por parte de todas las personas y entidades implicadas¡±. Cinco a?os despu¨¦s de que se aprobase la citada Ley org¨¢nica de Garant¨ªa de los Derechos Digitales, ¡°la falta de desarrollo y concreci¨®n por parte de muchos convenios colectivos, sobre todo sectoriales, dificulta su apreciaci¨®n pr¨¢ctica¡±.
Los convenios que recogen ese derecho tienden a hacerlo ¡°en los mismos o muy parecidos t¨¦rminos que la ley o incluso remiti¨¦ndose a un futuro desarrollo en la empresa¡±, con lo que se convierte en ¡°algo puramente program¨¢tico¡±, una declaraci¨®n de intenciones. Eso dificulta la plena aplicaci¨®n de una ley conforme a la cual ¡°cada empresario, tras recibir a los representantes de los trabajadores, debe elaborar su propia pol¨ªtica interna, as¨ª como formar y sensibilizar a los trabajadores en el uso razonable de las herramientas tecnol¨®gicas para evitar la fatiga inform¨¢tica¡±.
El acad¨¦mico cita un informe de Infojobs-ESADE, correspondiente a 2022, que aporta datos incluso peores que los ya citados de Adecco: ¡°El 75% de los trabajadores espa?oles responden llamadas o correos electr¨®nicos fuera del horario laboral¡±. El mismo informe se?ala que ¡°el 64% de los trabajadores no desconecta digitalmente en sus d¨ªas de descanso y una de cada cuatro personas declara que se conecta siempre que sea necesario durante sus vacaciones¡±.
No vuelva a conectarse hasta ma?ana
Aunque la ley garantiza el amparo activo a aquellos a lo que se niegue el derecho al descanso y prev¨¦ sanciones cuantiosas a los infractores, Arrieta a?ade que ¡°la mayor¨ªa de las empresas cuentan con plantillas muy reducidas y muchas de ellas carecen de representaci¨®n legal de los trabajadores¡±, lo que dificulta, en la mayor¨ªa de los casos, que los afectados puedan actuar contra esta vulneraci¨®n de sus derechos. Con los nuevos h¨¢bitos organizativos que ha tra¨ªdo la pandemia (en especial, la generalizaci¨®n del teletrabajo), han aumentado, en opini¨®n de Arrieta, ¡°los riesgos psicosociales a prevenir¡±. Por supuesto, tambi¨¦n los profesionales que trabajan a distancia tienen derecho a desconectar. Pero ¡°el alejamiento del entorno f¨ªsico de la empresa y, por tanto, la ruptura de la relaci¨®n espacio-temporal entre trabajo y descanso, hace que aumente el riesgo de tecnoestr¨¦s¡±, una categor¨ªa en la que el profesor engloba trastornos como ¡°tecnoansiedad, tecnofobia, tecnofatiga o tecnoadicci¨®n¡±. Es decir, un completo cat¨¢logo de afecciones tecnol¨®gicas con el que cada vez m¨¢s trabajadores est¨¢n familiarizados.
Para Arrieta, la soluci¨®n pasar¨ªa, en primer lugar, porque los empresarios concreten sus propias pol¨ªticas internas de desconexi¨®n digital, incluyendo una regulaci¨®n adecuada de ¡°situaciones de guardia, disponibilidad, ret¨¦n o puestos similares¡±, y realicen un efectivo ¡°registro de jornada¡±, ya sea esta presencial o a distancia. Llegado ese punto, el trabajador dispondr¨ªa de unas reglas de juego claras que le permitir¨ªan ¡°exigir a la empresa que cumpla sus obligaciones o, en caso de que persista en su conducta, denunciarlo ante la Inspecci¨®n de Trabajo y Seguridad Social¡±.
Eso es algo que Antonio M. ni siquiera se plantea. Denunciar a sus superiores ser¨ªa, en su opini¨®n, una medida ¡°dr¨¢stica¡± que tampoco resolver¨ªa nada. El sufrido economista recuerda que antes de su desconexi¨®n frustrada en el monasterio trapense le hab¨ªa ocurrido algo similar mientras recorr¨ªa a pie la ¨²ltima etapa del camino de Santiago: ¡°Por entonces trabajaba en otra empresa. Mis compa?eros de departamento me pidieron muy amablemente que me reincorporase al trabajo unos d¨ªas antes, para resolver un par de asuntos, y lo hice, aunque pod¨ªa haberme negado. Supongo que de quien debo aprender a desconectar es, en primer lugar, de m¨ª mismo y de mi relaci¨®n malsana con el trabajo¡±.
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