Los aplausos en el balc¨®n: el ritual de esta crisis es un redescubrimiento mutuo
Cada tarde, el aplauso deja ver que aun confinados cada uno en su intimidad, estamos todos en el mismo barco, como el ¡°animal desinteresado¡± que somos
En el futuro imaginado, una de las pocas certezas de este presente pand¨¦mico ser¨¢ esta: cada d¨ªa al atardecer sal¨ªamos a aplaudir a los balcones. Es el s¨ªmbolo de esta crisis. Un gesto a todas luces improductivo, anal¨®gico como pocos ¡ªen un momento de soberbia digital¡ª, pero obstinadamente real. Sabemos que la cita exacta de las ocho de la tarde es un momento de agradecimiento a todas las personas que velan por nuestra salud y a todos los que siguen trabajando para que el mundo no se paralice. Pero este gesto in¨¦dito es algo m¨¢s. Es un misterio m¨¢s a desentra?ar en la tarea de preguntarnos por qu¨¦ hacemos lo que hacemos. Para empezar, nunca hay que subestimar los gestos aparentemente cotidianos ni el poder de los balcones. La historia reciente nos ofrece algunos ejemplos paradigm¨¢ticos, como cuando el 26 de diciembre de 1989 la dictadura de Nicolae Ceausescu en Rumania fue herida de muerte: desde el mismo balc¨®n de la sede central del partido comunista un joven onde¨® la bandera rumana con un agujero en medio: hab¨ªa recortado con unas tijeras el s¨ªmbolo comunista que hab¨ªa en ella.
Enfrascados en nuestra propia vida, aterrorizados ante el reguero de muerte, el balc¨®n es un altar civil donde cada individualidad se transfigura y se diluye en la comunidad. Cedida nuestra libertad, entre las rejas de nuestra propia casa, el balc¨®n ¡ªo la ventana¡ª es un espacio f¨ªsico, mental y social donde cada tarde, por unos minutos, velamos por nosotros, los nuestros y todos los dem¨¢s.
Desde all¨ª, en ese breve espacio exterior, se sue?a, se esp¨ªa y se desea. Hay un cap¨ªtulo en la serie Friends en el que Chandler implora a M¨®nica tener sexo en el balc¨®n. Quiere que lo m¨¢s ¨ªntimo suceda en el espacio m¨¢s p¨²blico de su propio hogar. Es un escenario al que llegamos desde las bambalinas del interior y donde meditamos nuestras alegr¨ªas, nuestras dudas o preocupaciones, donde buscamos momentos de evasi¨®n. Ahora, en estos d¨ªas, el balc¨®n es una herida donde el dolor se hace visible, donde nuestra identidad se disuelve en un consuelo colectivo.
Al lado de mi casa, desde una ventana vecina, ruge El rock de la c¨¢rcel, de Elvis Presley. As¨ª andamos todos, encerrados, compartiendo la condici¨®n de astronautas de nuestro planeta interior. Descre¨ªdos, tememos el futuro pero no podemos esperar m¨¢s para sumergirnos en ¨¦l. ¡°Vivimos en un mundo en el que el enemigo es invisible, y hasta podemos ser nosotros mismos. El gran riesgo para la raza humana no es abrazar ideolog¨ªas insanas, sino no creer en nada¡±, declar¨® el escritor J. G. Ballard en una entrevista ¡ª?por fax!¡ª al diario argentino P¨¢gina 12 en 2005.
Una liturgia propia
El espacio p¨²blico ha sido siempre el teatro de la historia de la humanidad, seg¨²n Daniela Colafranceschi, catedr¨¢tica de Arquitectura del Paisaje en la Universit¨¤ Mediterranea di Reggio Calabria. Ahora, ante esta in¨¦dita situaci¨®n de confinamiento, el balc¨®n es el nuevo escenario de relaci¨®n entre las personas, forzados habitantes de interior en busca de un di¨¢logo con el espacio exterior. Es la conexi¨®n entre una condici¨®n de absoluta anormalidad, ba?ada en miedo e incertidumbre, y la b¨²squeda de una cierta normalidad y cotidianeidad, dice Colafranceschi, autora de Carme Pin¨®s. Arquitecturas (Gustavo Gili). Es el momento social, de encuentro y solidaridad del d¨ªa. ¡°Somos mejores cuando salimos al balc¨®n¡±, afirma la arquitecta.
La cita de las ocho de la tarde es un ritual de agradecimiento con liturgia propia que nos evade de la rutina del confinamiento, siendo, a su vez, ¡°un acto de exhibicionismo y de voyerismo, donde nos mostramos y queremos ver a los dem¨¢s en ese dentro-fuera de casa que es el balc¨®n¡±, seg¨²n Ion Mart¨ªnez Lorea, doctor en Sociolog¨ªa por la Universidad Complutense de Madrid. Para este experto en la obra de Henri Lefebvre y traductor de su cl¨¢sico El derecho a la ciudad (Capit¨¢n Swing), el rito de cada atardecer incluye algunos rasgos semejantes a los de los festejos colectivos. Adem¨¢s de los aplausos hay m¨²sica, risas, incluso bailes, y tambi¨¦n est¨¢ la b¨²squeda de cohesi¨®n, de querer estar juntos en un momento en el que se da una ruptura espacial y temporal con la vida cotidiana. La clave es, a juicio de este soci¨®logo, ver qu¨¦ h¨¢bitos seremos capaces de mantener una vez finalice el confinamiento y retornemos a nuestra vida habitual. Las redes de apoyo y los gestos de ayuda que a lo largo de estas semanas se han ido desarrollando entre vecinos deber¨ªan quedarse entre nosotros para siempre. En este sentido, la vida urbana no debe ser considerada tanto un problema como una soluci¨®n, seg¨²n Mart¨ªnez Lorea.
El ritual del balc¨®n y los aplausos es una reafirmaci¨®n y una celebraci¨®n de la vida ¡ªseg¨²n Marta Segarra, directora de investigaci¨®n del Centre National de la Recherche Scientifique (Centro Nacional de Investigaciones Cient¨ªficas) de Par¨ªs¡ª donde demostramos, al asomarnos al mundo, que no padecemos la enfermedad y gozamos de buena salud. Segarra, autora de Teor¨ªa de los cuerpos agujereados (Melusina), y La habitaci¨®n, la casa, la calle (CCCB), cree tambi¨¦n que el balc¨®n representa el ¨²nico espacio donde ahora mismo se puede socializar sin pasar por una pantalla o por un aparato. Y precisamente porque preserva una cierta distancia de seguridad, es el lugar ideal para relacionarse con personas que quiz¨¢s ni conoc¨ªamos, sin temor. Segarra coincide con Colafranceschi en que el balc¨®n tiene algo de teatro: ¡°Es un palco donde hacemos de p¨²blico, pero tambi¨¦n es un escenario donde actuamos¡±, afirma.
El fil¨®sofo lituano Emmanuel L¨¦vinas destac¨® que los humanos somos los ¨²nicos seres dispuestos a morir por los dem¨¢s
La paradoja es que cada uno est¨¢ en su balc¨®n, pero todos estamos en el mismo barco. El fil¨®sofo Emmanuel L¨¦vinas destac¨® que los humanos somos ¡°el ¨²nico animal desinteresado¡±, dispuesto a morir por los dem¨¢s. Entonces, el otro no es un b¨¢rbaro, sino uno de casa, uno que es como nosotros. El aplauso de cada tarde es tambi¨¦n ese redescubrimiento mutuo, el espejo desde donde nos miramos y nos reconocemos unos y otros. Paul Celan escribi¨®: ¡°No veo diferencia alguna entre un apret¨®n de manos y un poema¡±. Ahora que el distanciamiento social es obligado y los efusivos saludos del pasado son un recuerdo, las manos aplauden cada tarde, en un brindis urgente donde nos miramos a los ojos y nos deseamos lo mejor. En ese escenario, asistimos a una conversaci¨®n sin palabras, una acci¨®n colectiva que anhela la calle, las terrazas de los bares llenas de gente, el bosque, el trabajo y la playa. Aplaudimos todos sin conocer la verdadera naturaleza del significado de nuestro gesto, como profetas alucinados, imaginando el silencio glacial, de muerte, de una tarde sin aplausos.
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