Adi¨®s globalizaci¨®n, empieza un mundo nuevo. O por qu¨¦ esta crisis es un punto de inflexi¨®n en la historia
La hiperglobalizaci¨®n de las ¨²ltimas d¨¦cadas se acaba. El capitalismo liberal est¨¢ en quiebra, asegura el prestigioso fil¨®sofo pol¨ªtico brit¨¢nico John Gray. Asistimos a un punto de inflexi¨®n hist¨®rico
Las calles desiertas se volver¨¢n a llenar y saldremos de nuestras madrigueras iluminados por la luz de las pantallas parpadeando con alivio. Pero el mundo ser¨¢ diferente de como lo imagin¨¢bamos en lo que pens¨¢bamos que eran tiempos normales. Esto no es una ruptura temporal de un equilibrio que, de lo contrario, ser¨ªa estable. La crisis por la que estamos pasando es un punto de inflexi¨®n en la historia.
La era del apogeo de la globalizaci¨®n ha llegado a su fin. Un sistema econ¨®mico basado en la producci¨®n a escala mundial y en largas cadenas de abastecimiento se est¨¢ transformando en otro menos interconectado, y un modo de vida impulsado por la movilidad incesante tiembla y se detiene. Nuestra vida va a estar m¨¢s limitada f¨ªsicamente y a ser m¨¢s virtual que antes. Est¨¢ naciendo un mundo m¨¢s fragmentado, que, en cierto modo, puede ser m¨¢s resiliente.
El otrora formidable Estado brit¨¢nico se est¨¢ reinventando r¨¢pidamente y a una escala nunca vista. El Gobierno, actuando con poderes de emergencia autorizados por el Parlamento, ha tirado por la borda la ortodoxia econ¨®mica. El Servicio Nacional de Salud, maltratado por a?os de est¨²pida austeridad ¡ªal igual que las Fuerzas Armadas, la polic¨ªa, las prisiones, los bomberos, los cuidadores y los limpiadores¡ª, est¨¢ contra las cuerdas, pero, gracias a la noble dedicaci¨®n de sus trabajadores, se mantendr¨¢ a raya el virus. Nuestro sistema pol¨ªtico sobrevivir¨¢ intacto. No habr¨¢ muchos pa¨ªses tan afortunados. Los Gobiernos de todo el mundo se debaten en el estrecho callej¨®n entre suprimir el virus y aplastar la econom¨ªa. Muchos tropezar¨¢n y caer¨¢n.
Que un pa¨ªs elimine la agricultura y dependa de otros se desechar¨¢ como el disparate que siempre fue
En la visi¨®n a la que se aferran los intelectuales progresistas, el futuro es una versi¨®n m¨¢s bonita del pasado reciente. Sin duda, eso les ayuda a preservar cierta apariencia de cordura. Su visi¨®n tambi¨¦n socava el que en estos momentos es nuestro atributo m¨¢s vital: la capacidad de adaptarnos y crear modos de vida diferentes. La tarea que nos espera consiste en construir econom¨ªas y sociedades m¨¢s duraderas y humanamente habitables que las expuestas a la anarqu¨ªa del mercado global.
Esto no significa pasar a un localismo a peque?a escala. La poblaci¨®n humana es demasiado numerosa para que la autosuficiencia local sea viable, y la mayor parte de la humanidad no est¨¢ dispuesta a regresar a las comunidades peque?as y cerradas de un pasado m¨¢s distante. Pero la hiperglobalizaci¨®n de las ¨²ltimas d¨¦cadas tampoco va a volver. El virus ha dejado al descubierto puntos d¨¦biles fatales del sistema econ¨®mico parcheado tras la crisis financiera de 2008. El capitalismo liberal est¨¢ en quiebra.
A pesar de toda su palabrer¨ªa sobre la libertad y la elecci¨®n, en la pr¨¢ctica el liberalismo era un experimento de disoluci¨®n de todas las fuentes tradicionales de cohesi¨®n social y legitimidad pol¨ªtica y su sustituci¨®n por la promesa de un aumento del nivel material de vida. Ahora este experimento ha llegado a su fin. Para acabar con el virus es imprescindible un cierre econ¨®mico que solo puede ser temporal, pero cuando la econom¨ªa vuelva a arrancar, ser¨¢ en un mundo en el que los Gobiernos actuar¨¢n para poner freno al mercado mundial.
Creer que la crisis se puede resolver con un estallido de cooperaci¨®n internacional es pensamiento m¨¢gico
No se tolerar¨¢ una situaci¨®n en la que una parte tan importante de los suministros m¨¦dicos mundiales m¨¢s necesarios se produzca en China o en cualquier otro pa¨ªs exclusivamente. La producci¨®n en este y otros sectores delicados se devolver¨¢ a los territorios de los Estados por motivos de seguridad nacional. La idea de que un pa¨ªs como el Reino Unido pudiese eliminar poco a poco la agricultura y depender de las importaciones de alimentos se desechar¨¢ como el disparate que siempre ha sido. El sector a¨¦reo se contraer¨¢ porque la gente viajar¨¢ menos y las fronteras duras se convertir¨¢n en un rasgo duradero del paisaje mundial. El mezquino objetivo de la eficacia econ¨®mica ya no ser¨¢ viable para los Gobiernos.
La pregunta es qu¨¦ va a sustituir al aumento del nivel material de vida como fundamento de la sociedad. Una respuesta ofrecida por los pensadores ecologistas es lo que ?John Stuart Mill, en sus Principios de econom¨ªa pol¨ªtica (1848), llam¨® ¡°econom¨ªa del Estado estacionario¡±. La producci¨®n y el consumo dejar¨ªan de ser un objetivo prioritario y el n¨²mero de seres humanos descender¨ªa. A diferencia de la mayor¨ªa de los liberales actuales, Mill reconoc¨ªa el peligro de la superpoblaci¨®n. Un mundo lleno de seres humanos, dec¨ªa, carecer¨ªa de ¡°parajes floridos¡± y de vida salvaje. El pensador tambi¨¦n advirti¨® de los peligros de la planificaci¨®n centralizada. El Estado estacionario ser¨ªa una econom¨ªa de mercado en la que se incentivar¨ªa la competencia. La innovaci¨®n tecnol¨®gica continuar¨ªa y junto a ella se mejorar¨ªa el arte de vivir.
En muchos sentidos, la idea es atractiva, pero tambi¨¦n irreal. No existe una autoridad mundial que imponga el final del crecimiento, de la misma manera que no la hay para combatir el virus. Al contrario de lo que dice el mantra progresista que ¨²ltimamente repite Gordon Brown, los problemas mundiales no siempre tienen soluciones mundiales. Las divisiones geopol¨ªticas excluyen cualquier cosa que pueda guardar alg¨²n parecido con un Gobierno mundial y, si existiese, los Estados actuales competir¨ªan por controlarlo. La creencia de que la crisis se puede resolver con un estallido sin precedentes de cooperaci¨®n internacional es pensamiento m¨¢gico en su forma m¨¢s pura.
Por supuesto, la expansi¨®n econ¨®mica no es sostenible indefinidamente. Para empezar, solo puede agravar el cambio clim¨¢tico y convertir el planeta en un vertedero. Ahora bien, dada la marcada desigualdad entre niveles de vida, el crecimiento demogr¨¢fico y la intensificaci¨®n de las rivalidades geopol¨ªticas, el crecimiento cero tambi¨¦n es insostenible. Si acabamos aceptando los l¨ªmites del crecimiento, ser¨¢ porque los Gobiernos hagan de la protecci¨®n de sus ciudadanos su objetivo m¨¢s importante. Sean democr¨¢ticos o autoritarios, los Estados que no pasen esta prueba ?hobbesiana fracasar¨¢n.
Cambios geopol¨ªticos
La pandemia ha acelerado de golpe el cambio geopol¨ªtico. La propagaci¨®n descontrolada del virus en Ir¨¢n, sumada al desplome de los precios del petr¨®leo, podr¨ªa desestabilizar su r¨¦gimen teocr¨¢tico. Con la ca¨ªda de sus ingresos, Arabia Saud¨ª tambi¨¦n est¨¢ en peligro. Sin duda, no faltar¨¢ quien se alegre de despedirse de ambos. Sin embargo, no hay garant¨ªas de que un colapso en el Golfo vaya a traer consigo algo que no sea un largo periodo de caos. A pesar de los a?os que llevan hablando de diversificaci¨®n, los reg¨ªmenes de la zona siguen siendo rehenes del petr¨®leo, e incluso si los precios se recuperan algo, el impacto econ¨®mico del cierre mundial ser¨¢ devastador.
En cambio, el este de Asia seguramente continuar¨¢ avanzando. Hasta ahora, los pa¨ªses que han dado una respuesta m¨¢s eficaz a la epidemia han sido Taiw¨¢n, Corea del Sur y Singapur. Cuesta pensar que sus tradiciones culturales, que otorgan m¨¢s importancia al bienestar colectivo que a la autonom¨ªa personal, no hayan desempe?ado un papel en sus buenos resultados. Tambi¨¦n han resistido el culto al Estado m¨ªnimo. No ser¨¢ de extra?ar que se adapten a la desglobalizaci¨®n mejor que muchos pa¨ªses occidentales.
Si la Uni¨®n Europea sobrevive, puede que se parezca al Sacro Imperio Romano en sus a?os finales
La posici¨®n de China es m¨¢s compleja. Dado su historial de encubrimientos y estad¨ªsticas opacas, es dif¨ªcil evaluar su actuaci¨®n durante la pandemia. Desde luego, el pa¨ªs no es un modelo que cualquier democracia pueda o deba emular. Como demuestra el nuevo hospital Nightingale del Servicio Nacional de Salud, los reg¨ªmenes autoritarios no son los ¨²nicos capaces de construir hospitales en dos semanas. Nadie sabe cu¨¢l ha sido el coste humano total del cierre chino. Aun as¨ª, parece que el r¨¦gimen de Xi Jinping se ha beneficiado de la pandemia; el virus ha proporcionado una serie de argumentos para ampliar la vigilancia estatal e implantar un control pol¨ªtico todav¨ªa m¨¢s estricto. En vez de desaprovechar la crisis, el presidente se est¨¢ sirviendo de ella para incrementar la influencia de su pa¨ªs. China se est¨¢ introduciendo en el lugar que corresponde a la Uni¨®n Europea con su ayuda a los Gobiernos nacionales en apuros, como el de Italia. Muchas de las mascarillas y los equipos de pruebas que ha suministrado han resultado defectuosos, pero no parece que esto haya hecho mella en la campa?a de propaganda de Pek¨ªn.
La respuesta de la Uni¨®n Europea a la crisis ha revelado sus debilidades esenciales. Pocas ideas son tan menospreciadas por las mentes superiores como la soberan¨ªa. En la pr¨¢ctica, esta significa la capacidad de ejecutar un plan de emergencia completo, coordinado y flexible como los que han aplicado el Reino Unido y otros pa¨ªses. Las medidas que ya se han adoptado superan cualquiera de las tomadas durante la II Guerra Mundial, y en sus aspectos m¨¢s importantes tambi¨¦n son lo opuesto de lo que se hizo entonces, cuando la poblaci¨®n brit¨¢nica fue objeto de una movilizaci¨®n sin precedentes y el paro descendi¨® de manera espectacular. Actualmente, aparte de quienes prestan servicios esenciales, los trabajadores brit¨¢nicos han sido desmovilizados. Si la situaci¨®n se prolonga muchos meses, el cierre exigir¨¢ una socializaci¨®n de la econom¨ªa a¨²n mayor.
Es dudoso que las agostadas estructuras neoliberales de la Uni¨®n Europea sean capaces de llevar a cabo algo similar. Las reglas hasta ahora sacrosantas han sido contravenidas por el programa de compra de bonos por parte del Banco Central Europeo y la relajaci¨®n de los l¨ªmites de las ayudas estatales a la industria. Pero la resistencia de los pa¨ªses del norte de Europa, como Alemania y Holanda, a compartir la carga fiscal puede impedir el rescate de Italia, un pa¨ªs demasiado grande para ser aplastado como Grecia, pero posiblemente tambi¨¦n demasiado caro para ser salvado. Como el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, dijo en marzo, ¡°si Europa no est¨¢ a la altura de este desaf¨ªo sin precedentes, toda la estructura europea pierde su raz¨®n de ser para la ciudadan¨ªa¡±. El presidente serbio, Aleksandar Vucic, ha sido m¨¢s directo y realista: ¡°La solidaridad europea no existe¡ Eso era un cuento de hadas. El ¨²nico pa¨ªs que puede ayudarnos en esta dif¨ªcil situaci¨®n es la Rep¨²blica Popular de China. A los dem¨¢s, gracias por nada¡±.
El principal defecto de la Uni¨®n Europea es que es incapaz de cumplir las funciones protectoras de un Estado. La descomposici¨®n de la zona euro se ha predicho tantas veces que puede parecer impensable. Sin embargo, con las tensiones a las que se enfrenta en la actualidad, la desintegraci¨®n de las instituciones europeas no es algo exagerado. La libre circulaci¨®n ya se ha suspendido. El reciente chantaje del presidente turco, Erdogan, amenazando a la UE con permitir que los emigrantes crucen las fronteras de su pa¨ªs y el desenlace en la provincia siria de Idlib podr¨ªan desembocar en la huida hacia Europa de centenares de miles, incluso millones, de refugiados. (Es dif¨ªcil imaginar qu¨¦ puede significar el ¡°distanciamiento social¡± en los enormes campamentos de refugiados, abarrotados e insalubres). Otra crisis de emigraci¨®n sumada a la presi¨®n sobre un euro disfuncional podr¨ªa tener resultados nefastos.
Si la Uni¨®n Europea sobrevive, puede que se parezca al Sacro Imperio Romano en sus a?os finales, un fantasma que subsiste durante generaciones mientras el poder se ejerce en otro lugar. Las decisiones perentorias ya las est¨¢n tomando los Estados nacionales. Dado que el centro pol¨ªtico ha dejado de ser una fuerza de liderazgo, y con gran parte de la izquierda aferrada al fallido proyecto europeo, muchos Gobiernos estar¨¢n dominados por la extrema derecha.
Rusia ejercer¨¢ una influencia creciente sobre la Uni¨®n Europea. En la batalla con los saud¨ªes que actu¨® como detonante del hundimiento del precio del petr¨®leo en marzo de 2020, Putin llevaba la mejor baza. Mientras que para los saud¨ªes el umbral de rentabilidad fiscal ¡ªel precio necesario para pagar los servicios p¨²blicos y mantener la solvencia del Estado¡ª es de unos 80 d¨®lares por barril, para Rusia puede ser menos de la mitad. Al mismo tiempo, Putin est¨¢ consolidando la posici¨®n de su pa¨ªs como potencia energ¨¦tica. Los gasoductos submarinos Nord Stream que atraviesan el B¨¢ltico aseguran el abastecimiento fiable de gas natural a Europa, al mismo tiempo que la hacen dependiente de Rusia y permiten a esta utilizar la energ¨ªa como arma pol¨ªtica. Al igual que China, Rusia ha entrado en escena para sustituir a la vacilante Uni¨®n Europea enviando m¨¦dicos y equipo a Italia.
En Estados Unidos, Donald Trump claramente considera que reflotar la econom¨ªa es m¨¢s importante que contener el virus. Una ca¨ªda de la Bolsa similar a la de 1929 y unos niveles de paro peores que los de la d¨¦cada de 1930 supondr¨ªan una amenaza existencial a su presidencia. James Bullard, consejero delegado del Banco de la Reserva Federal de San Luis, ha insinuado que en Estados Unidos la tasa de desempleo podr¨ªa alcanzar el 30%, superando a la de la Gran Depresi¨®n. Por otra parte, teniendo en cuenta el sistema de gobierno descentralizado del pa¨ªs, su sistema de salud desastrosamente caro, las decenas de millones de personas sin seguro m¨¦dico, una poblaci¨®n penitenciaria descomunal con gran n¨²mero de ancianos y enfermos, y unas ciudades en las que vive una cantidad considerable de personas sin hogar y que ya sufren una extendida epidemia de opioides, restringir el cierre podr¨ªa suponer que el virus se propagase sin control con efectos devastadores. (Trump no es el ¨²nico que asume este riesgo. Hasta ahora, Suecia no ha impuesto nada similar al confinamiento obligatorio de otros pa¨ªses).
A diferencia del programa brit¨¢nico, los dos billones de d¨®lares del plan de est¨ªmulo de Trump son en su mayor parte otro rescate a las empresas. Sin embargo, si damos credibilidad a los sondeos, cada vez m¨¢s estadounidenses aprueban su gesti¨®n de la epidemia. ?Qu¨¦ pasar¨¢ si el presidente sale de esta cat¨¢strofe con el apoyo de una mayor¨ªa de estadounidenses?
Tanto si Trump conserva su poder como si no, la posici¨®n de Estados Unidos en el mundo ha cambiado de manera irreversible. Lo que se est¨¢ desmoronando a toda velocidad no es solo la hiperglobalizaci¨®n de las ¨²ltimas d¨¦cadas, sino el orden mundial implantado tras el final de la II Guerra Mundial. El virus ha roto un equilibrio imaginario y ha acelerado un proceso de desintegraci¨®n en marcha desde hace a?os.
En su trascendental obra Plagas y pueblos (Siglo XXI, 2016), el historiador de Chicago William H. McNeill afirmaba:
¡°Siempre es posible que alg¨²n organismo par¨¢sito hasta entonces desconocido escape de su habitual nicho ecol¨®gico y exponga a las densas poblaciones humanas que han llegado a ser una caracter¨ªstica tan llamativa de la Tierra a alguna nueva y tal vez devastadora mortalidad¡±.
Todav¨ªa no sabemos c¨®mo escap¨® el coronavirus de su nicho, aunque existe la sospecha de que los mercados de Wuhan en los que se venden animales salvajes, hayan tenido algo que ver. En 1976, a?o original de publicaci¨®n del libro de McNeill, la destrucci¨®n de los h¨¢bitats de las especies ex¨®ticas no hab¨ªa alcanzado ni mucho menos las dimensiones de hoy en d¨ªa. A medida que la globalizaci¨®n ha ido avanzando, tambi¨¦n ha crecido el riesgo de propagaci¨®n de enfermedades infecciosas. La [denominada] gripe espa?ola de 1918-1920 se convirti¨® en una pandemia global en un mundo sin transporte a¨¦reo de masas. En un comentario sobre la visi¨®n que los historiadores tienen de las plagas, ?McNeill se?ala: ¡°Desde su punto de vista, al igual que desde el de otros, los ocasionales brotes catastr¨®ficos de enfermedades infecciosas segu¨ªan siendo interrupciones repentinas e impredecibles de la norma que, en esencia, escapaban a cualquier explicaci¨®n hist¨®rica¡±. Muchos estudios posteriores han llegado a conclusiones similares.
Sin embargo, persiste la idea de que las pandemias son incidentes pasajeros m¨¢s que una parte integral de la historia. Detr¨¢s de ella est¨¢ la creencia de que los seres humanos ya no formamos parte del mundo natural y podemos crear un ecosistema aut¨®nomo, separado del resto de la biosfera. La Covid-19 nos dice que no es as¨ª. Solo podremos defendernos de esta peste sirvi¨¦ndonos de la ciencia; los an¨¢lisis masivos de anticuerpos y la vacuna ser¨¢n decisivos, pero, si en el futuro queremos ser menos vulnerables, tendremos que hacer cambios permanentes en nuestro modo de vida.
La textura de la vida cotidiana ya ha cambiado. En todas partes existe un sentimiento de fragilidad
La textura de la vida cotidiana ya ha cambiado. En todas partes existe un sentimiento de fragilidad. Adem¨¢s, la sensaci¨®n de inestabilidad no afecta solo a la sociedad; lo mismo sucede con la posici¨®n de los seres humanos en el mundo. Im¨¢genes virales muestran la ausencia humana de distintas maneras. Los jabal¨ªes se pasean por las ciudades del norte de Italia, mientras que en la ciudad tailandesa de ?Lopburi manadas de monos a los que los turistas ya no dan de comer se pelean en las calles. La belleza no humana y una feroz lucha por la vida han brotado r¨¢pidamente en las urbes vaciadas por el virus.
Como han se?alado diversos expertos, un futuro posapocal¨ªptico como el proyectado en las obras de ficci¨®n de J. G. Ballard se ha convertido en nuestra realidad presente. Pero es importante entender lo que este ¡°apocalipsis¡± revela. Ballard ve¨ªa a las sociedades humanas como decorados de un escenario que se pueden derribar en cualquier momento. Las normas que se cre¨ªan parte de la naturaleza del ser humano desaparec¨ªan al abandonar el teatro. Las experiencias m¨¢s terribles del autor durante su infancia en el Shangh¨¢i de la d¨¦cada de 1940 no fueron las que vivi¨® en el campamento de prisioneros de guerra, donde muchos de los reclusos conservaban la entereza y trataban a los dem¨¢s amablemente. Ballard era un chico ingenioso y audaz y disfrut¨® gran parte del tiempo que pas¨® all¨ª. ?l mismo me cont¨® que fue cuando la guerra se acercaba a su fin y el campamento se desmantel¨® cuando fue testigo de los peores ejemplos de ego¨ªsmo despiadado y crueldad gratuita.
La lecci¨®n que aprendi¨® fue que todo aquello no era el fin del mundo. Lo que se suele calificar de apocalipsis es el curso normal de la historia. Muchos salen de ¨¦l con traumas duraderos, pero el animal humano es demasiado fuerte y vers¨¢til para que esos trastornos lo quiebren. La vida sigue, aunque diferente de como era antes. Quienes describen el momento actual como ballardiano no se han fijado en c¨®mo se adaptan los seres humanos a las situaciones extremas que ¨¦l narra, e incluso se realizan como personas en ellas.
La tecnolog¨ªa nos ayudar¨¢ a adaptarnos en nuestras presentes condiciones extremas. La movilidad f¨ªsica se puede reducir trasladando muchas de nuestras actividades al ciberespacio. Es posible que las oficinas, los colegios, las universidades, las consultas m¨¦dicas y otros centros de trabajo cambien para siempre. Las comunidades virtuales organizadas durante la epidemia han hecho posible que la gente llegue a conocerse mejor que nunca.
Cuando la pandemia remita habr¨¢ celebraciones, pero puede que no se distinga con claridad en qu¨¦ momento ha desaparecido el riesgo de contagio. Es posible que mucha gente migre a entornos en la Red, como en Second Life, un mundo virtual en el que las personas se conocen, comercian e interact¨²an en el cuerpo y el mundo que ellas eligen. Puede que haya otras adaptaciones inc¨®modas para los moralistas: es probable que la pornograf¨ªa v¨ªa Internet experimente un auge, y muchas de las citas en la Red consistir¨¢n en relaciones er¨®ticas en las que los cuerpos nunca lleguen a entrar en contacto. La tecnolog¨ªa de la realidad aumentada tal vez se utilice para simular encuentros f¨ªsicos y el sexo virtual podr¨ªa normalizarse pronto. Preguntarse si todo esto ser¨¢ un paso hacia una buena vida tal vez no sea lo m¨¢s ¨²til. El ciberespacio depende de unas infraestructuras que pueden resultar da?adas o destruidas por una guerra o una cat¨¢strofe natural. Internet nos sirve para evitar el aislamiento que acompa?¨® a las epidemias en el pasado, pero no permite que los seres humanos escapemos de nuestra carne mortal ni que esquivemos las iron¨ªas del progreso.
El progreso es reversible
El virus nos ense?a no solo que el progreso es reversible ¡ªun hecho que parece que hasta los progresistas han entendido¡ª, sino que puede socavar sus propias bases. Por citar el ejemplo m¨¢s obvio, la globalizaci¨®n ha tra¨ªdo consigo grandes avances; gracias a ella, millones de personas han salido de la pobreza. Ahora este logro est¨¢ en peligro. La desglobalizaci¨®n en marcha es hija de la globalizaci¨®n.
Al mismo tiempo que se desvanece la perspectiva de un nivel de vida que aumente sin cesar, vuelven a emerger otras fuentes de autoridad y legitimidad. Ya sea liberal o socialista, el pensamiento progresista detesta la identidad nacional con apasionada intensidad. La historia est¨¢ llena de episodios que muestran c¨®mo se puede hacer mal uso de ella. No obstante, el Estado nacional se est¨¢ reafirmando como la fuerza m¨¢s poderosa para conducir la acci¨®n a gran escala. Enfrentarse al virus exige un esfuerzo colectivo que no se movilizar¨¢ por el bien de la humanidad.
?Qu¨¦ parte de su libertad querr¨¢ la gente que se le devuelva pasado el pico de la pandemia?
Al igual que el crecimiento, el altruismo tambi¨¦n tiene l¨ªmites. Veremos muestras de extraordinaria abnegaci¨®n antes de que pase lo peor de la crisis. En el Reino Unido, un ej¨¦rcito de ANI. Con todo, ser¨ªa una imprudencia depender exclusivamente de la compasi¨®n humana para superar la situaci¨®n. La bondad con extra?os es tan valiosa que hay que racionarla.
Aqu¨ª es donde entra en juego el Estado protector. En esencia, el Estado brit¨¢nico siempre ha sido hobbesiano. La paz y un Gobierno fuerte han sido sus prioridades fundamentales. Al mismo tiempo, este Estado hobbe?siano ha descansado sobre el consentimiento, sobre todo en ¨¦pocas de emergencia nacional. La protecci¨®n contra el peligro se ha impuesto a la libertad frente a las injerencias del Gobierno.
Qu¨¦ parte de su libertad querr¨¢ la gente que se le devuelva pasado el pico de la pandemia es un interrogante a¨²n sin respuesta. No parece que la solidaridad obligatoria del socialismo sea muy de su gusto, pero tal vez acepte de buen grado un r¨¦gimen de biovigilancia en aras de una mejor protecci¨®n de su salud. Para salir del agujero vamos a necesitar m¨¢s intervenci¨®n estatal, no menos, y adem¨¢s muy creativa. Los Gobiernos tendr¨¢n que incrementar considerablemente su respaldo a la investigaci¨®n cient¨ªfica y a la innovaci¨®n tecnol¨®gica. Aunque es posible que el tama?o del Estado no aumente en todos los casos, su influencia ser¨¢ omnipresente y, de acuerdo con los criterios del viejo mundo, m¨¢s intrusiva. El gobierno posliberal ser¨¢ la norma en el futuro pr¨®ximo.
Solo si reconocemos las debilidades de las sociedades liberales podremos preservar sus valores m¨¢s esenciales. Entre ellos figura, junto con la legitimidad, la libertad individual, que, adem¨¢s de ser valiosa en s¨ª misma, constituye un control necesario al Gobierno. Sin embargo, quienes creen que la autonom¨ªa personal es la necesidad humana m¨¢s profunda revelan su ignorancia en psicolog¨ªa, empezando por la suya propia. Pr¨¢cticamente para cualquiera, la seguridad y la pertenencia son igual de importantes, y a veces m¨¢s. El liberalismo, en efecto, ha sido una negaci¨®n sistem¨¢tica de este hecho.
Una ventaja de la cuarentena es que se puede utilizar para renovar las ideas. Hacer limpieza mental y pensar c¨®mo vivir en un mundo alterado es la tarea que nos corresponde ahora. Para quienes no estamos sirviendo en primera l¨ªnea, esto deber¨ªa bastarnos mientras dure el confinamiento.
John Gray (South Shields, Reino Unido, 1948), fil¨®sofo pol¨ªtico, es catedr¨¢tico em¨¦rito de Pensamiento Europeo en la London School of Economics. Su ¨²ltimo ensayo publicado es ¡®Siete tipos de ate¨ªsmo¡¯ (2019, editorial Sexto Piso).
Traducci¨®n de News Clips.
Este art¨ªculo apareci¨® en la edici¨®n especial de primavera de ¡®New Statesman¡¯.
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