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An¨¢lisis:Primer plano
An¨¢lisis
Exposici¨®n did¨¢ctica de ideas, conjeturas o hip¨®tesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados ¡ªno necesariamente del d¨ªa¡ª que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima m¨¢s al g¨¦nero de opini¨®n, pero se diferencia de ¨¦l en que no juzga ni pronostica, sino que s¨®lo formula hip¨®tesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relaci¨®n datos dispersos

?Qui¨¦n era Milton Friedman?

Paul Krugman

La historia del pensamiento econ¨®mico en el siglo XX es algo parecida a la del cristianismo en el XVI. Hasta que John Maynard Keynes public¨® su Teor¨ªa general de la ocupaci¨®n, el inter¨¦s y el dinero en 1936, la ciencia econ¨®mica -al menos en el mundo anglosaj¨®n- estaba completamente dominada por la ortodoxia del libre mercado. De vez en cuando surg¨ªan herej¨ªas, pero siempre se suprim¨ªan. La econom¨ªa cl¨¢sica, escrib¨ªa Keynes en 1936, "conquist¨® Inglaterra tan completamente como la Santa Inquisici¨®n conquist¨® Espa?a". Y la econom¨ªa cl¨¢sica dec¨ªa que la respuesta a casi todos los problemas era dejar que las fuerzas de la oferta y la demanda hicieran su trabajo.

Pero la econom¨ªa cl¨¢sica no ofrec¨ªa ni explicaciones ni soluciones para la Gran Depresi¨®n. Hacia mediados de la d¨¦cada de 1930, los retos a la ortodoxia ya no pod¨ªan contenerse. Keynes desempe?¨® la funci¨®n de Mart¨ªn Lutero, al proporcionar el rigor intelectual necesario para hacer la herej¨ªa respetable. Aunque Keynes no era ni mucho menos de izquierdas -vino a salvar el capitalismo, no a enterrarlo-, su teor¨ªa afirmaba que no se pod¨ªa esperar que los mercados libres proporcionaran pleno empleo, y estableci¨® una nueva base para la intervenci¨®n estatal a gran escala en la econom¨ªa.

Predecir el fen¨®meno de la estanflaci¨®n fue uno de los mayores triunfos de la econom¨ªa de posguerra
"A Milton todo le recuerda la oferta monetaria. A m¨ª todo me recuerda el sexo, pero no lo escribo"
Friedman hizo una cruzada en favor de la pol¨ªtica monetaria, que hab¨ªa quedado relegada
El an¨¢lisis que hizo sobre la Gran Depresi¨®n acab¨® pareciendo intelectualmente corrupto
El monetarismo, una fuerza poderosa durante tres d¨¦cadas, es hoy una sombra de lo que era
Los resultados de las pol¨ªticas monetaristas fueron decepcionantes en EE UU y Reino Unido
Friedman llev¨® las ideas del libre mercado hasta sus l¨ªmites l¨®gicos para cualquier problema
El aumento de renta en Estados Unidos ha sido menor desde que se aceptaron sus postulados
La percepci¨®n de los latinoamericanos es que las pol¨ªticas neoliberales han fracasado
El mundo necesita ahora una contra-contrarreforma contra el absolutismo del libre mercado
M¨¢s informaci¨®n
Una lecci¨®n de econom¨ªa del Nobel
La hora de la pol¨ªtica fiscal

El keynesianismo constituy¨® una gran reforma del pensamiento econ¨®mico. Inevitablemente, le sigui¨® una contrarreforma. Diversos economistas desempe?aron un papel importante en la gran recuperaci¨®n de la econom¨ªa cl¨¢sica entre los a?os 1950 y 2000, pero ninguno fue tan influyente como Milton Friedman. Si Keynes era Lutero, Friedman era Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuitas. Y al igual que los jesuitas, los seguidores de Friedman han actuado como una especie de disciplinado ej¨¦rcito de fieles y provocado una amplia, pero incompleta, retirada de la herej¨ªa keynesiana. A finales de siglo, la econom¨ªa cl¨¢sica hab¨ªa recuperado buena parte de su anterior hegemon¨ªa, aunque ni mucho menos toda, y a Friedman le corresponde buena parte del m¨¦rito.

No quiero llevar demasiado lejos la analog¨ªa religiosa. La teor¨ªa econ¨®mica aspira al menos a ser ciencia, no teolog¨ªa; se ocupa de la tierra, no del cielo. La teor¨ªa keynesiana se impuso en un principio porque era mucho mejor que la ortodoxia cl¨¢sica a la hora de dar sentido al mundo que nos rodea, y la cr¨ªtica de Friedman a Keynes adquiri¨® tanta influencia porque supo detectar los puntos d¨¦biles del keynesianismo. Y s¨®lo a modo de aclaraci¨®n: aunque este art¨ªculo sostiene que Friedman estaba equivocado en algunos aspectos, y a veces parec¨ªa poco sincero con sus lectores, le considero un gran economista y un gran hombre.

Milton Friedman desempe?¨® tres funciones en la vida intelectual del siglo XX. Estaba el Friedman economista de economistas, que escrib¨ªa an¨¢lisis t¨¦cnicos, m¨¢s o menos apol¨ªticos, sobre el comportamiento de los consumidores y la inflaci¨®n. Estaba el Friedman emprendedor pol¨ªtico, que pas¨® d¨¦cadas haciendo campa?a en nombre de la pol¨ªtica conocida como monetarismo y que acab¨® viendo c¨®mo la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra adoptaban su doctrina a finales de la d¨¦cada de 1970, s¨®lo para abandonarla por inviable unos a?os m¨¢s tarde. Por ¨²ltimo, estaba el Friedman ide¨®logo, el gran divulgador de la doctrina del libre mercado.

?Desempe?¨® el mismo hombre todas estas funciones? S¨ª y no. Las tres estaban guiadas por la fe de Friedman en las verdades cl¨¢sicas de la econom¨ªa del libre mercado. Adem¨¢s, su eficacia como divulgador y propagandista descansaba en parte en su merecida fama de profundo economista te¨®rico. Pero hay una diferencia importante entre el rigor de su obra como economista profesional y la l¨®gica m¨¢s laxa y a veces cuestionable de sus pronunciamientos como intelectual p¨²blico. Mientras que la obra te¨®rica de Friedman es universalmente admirada por los economistas profesionales, hay mucha m¨¢s ambivalencia respecto a sus pronunciamientos pol¨ªticos y en especial su trabajo divulgativo. Y debe decirse que hay serias dudas respecto a su honradez intelectual cuando se dirig¨ªa a la masa de ciudadanos.

Pero dejemos de lado por el momento el material cuestionable y hablemos de Friedman en cuanto te¨®rico econ¨®mico. Durante la mayor parte de los dos siglos pasados, el pensamiento econ¨®mico estuvo dominado por el concepto del Homo economicus. El hipot¨¦tico Hombre Econ¨®mico sabe lo que quiere; sus preferencias pueden expresarse matem¨¢ticamente mediante una funci¨®n de utilidad, y sus decisiones est¨¢n guiadas por c¨¢lculos racionales acerca de c¨®mo maximizar esa funci¨®n: ya sean los consumidores al decidir entre cereales normales o cereales integrales para el desayuno, o los inversores que deciden entre acciones y bonos, se supone que esas decisiones se basan en comparaciones de la utilidad marginal, o del beneficio a?adido que el comprador obtendr¨ªa al adquirir una peque?a cantidad de las alternativas disponibles.

Es f¨¢cil burlarse de este cuento. Nadie, ni siquiera los economistas ganadores del Premio Nobel, toma las decisiones de ese modo. Pero la mayor¨ªa de los economistas, yo incluido, consideramos ¨²til al Hombre Econ¨®mico, quedando entendido que se trata de una representaci¨®n idealizada de lo que realmente pensamos que ocurre. Las personas tienen preferencias, incluso si esas preferencias no pueden expresarse realmente mediante una funci¨®n de utilidad precisa; por lo general toman decisiones sensatas, aunque no maximicen literalmente la utilidad. Uno podr¨ªa preguntarse por qu¨¦ no representar a las personas como realmente son. La respuesta es que la abstracci¨®n, la simplificaci¨®n estrat¨¦gica, es el ¨²nico modo de que podamos imponer cierto orden intelectual en la complejidad de la vida econ¨®mica. Y la suposici¨®n del comportamiento racional es una simplificaci¨®n especialmente fruct¨ªfera.

La cuesti¨®n, sin embargo, es hasta d¨®nde se puede llevar. Keynes no atac¨® de lleno al Hombre Econ¨®mico, pero a menudo recurr¨ªa a teor¨ªas psicol¨®gicas veros¨ªmiles y no a un cuidadoso an¨¢lisis de qu¨¦ har¨ªa una persona que tomara decisiones racionales. Las decisiones empresariales estaban guiadas por impulsos viscerales (animal spirits); las decisiones de consumo, por una tendencia psicol¨®gica a gastar parte, pero no la totalidad, de un aumento de la renta; los acuerdos salariales, por un sentido de la equidad, y as¨ª sucesivamente.

?Pero era realmente una buena idea reducir tanto la funci¨®n del Hombre Econ¨®mico? No, dec¨ªa Friedman, que en un art¨ªculo de 1953 titulado The methodology of positive economics [La metodolog¨ªa de la econom¨ªa positiva] sosten¨ªa que las teor¨ªas econ¨®micas no deber¨ªan juzgase por su realismo psicol¨®gico, sino por su capacidad para predecir el comportamiento. Y los dos mayores triunfos de Friedman como economista te¨®rico procedieron de aplicar la hip¨®tesis del comportamiento racional a cuestiones que otros economistas hab¨ªan considerado fuera del alcance de dicha hip¨®tesis.

En un libro de 1957 titulado Una teor¨ªa de la funci¨®n del consumo -no exactamente un t¨ªtulo que agradara a las masas, pero s¨ª un tema importante-, Friedman sosten¨ªa que el mejor modo de entender el ahorro y el gasto no es, como hab¨ªa hecho Keynes, recurrir a una teorizaci¨®n psicol¨®gica laxa, sino, por el contrario, pensar que los individuos hacen planes racionales sobre c¨®mo gastar su riqueza a lo largo de la vida. ?sta no era necesariamente una idea antikeynesiana; de hecho, el gran economista keynesiano Franco Modigliani plante¨® de manera simult¨¢nea e independiente el mismo argumento, incluso con m¨¢s cuidado, al considerar el comportamiento racional, en colaboraci¨®n con Albert Ando. Pero s¨ª se?alaba un retorno a los modos de pensar cl¨¢sicos, y funcionaba. Los detalles son un poco t¨¦cnicos, pero la "hip¨®tesis de la renta permanente" planteada por Friedman y el "modelo del ciclo vital" de Ando y Modigliani resolv¨ªan varias paradojas aparentes sobre la relaci¨®n entre renta y gasto, y todav¨ªa hoy siguen constituyendo las bases de c¨®mo estudian los economistas el gasto y el ahorro.

El trabajo sobre el comportamiento de los consumidores habr¨ªa forjado por s¨ª solo la fama acad¨¦mica de Friedman. Sin embargo, obtuvo un triunfo al aplicar la teor¨ªa del Hombre Econ¨®mico a la inflaci¨®n. En 1958, el economista neozeland¨¦s A. W. Phillips se?alaba que exist¨ªa una correlaci¨®n hist¨®rica entre el desempleo y la inflaci¨®n, de modo que la inflaci¨®n iba asociada a un bajo desempleo y viceversa. Durante un tiempo, los economistas trataron esta correlaci¨®n como si fuera una relaci¨®n fiable y estable. Esto provoc¨® un debate serio sobre qu¨¦ punto de la curva de Phillips deber¨ªa escoger el Gobierno. ?Deber¨ªa Estados Unidos, por ejemplo, aceptar una tasa de inflaci¨®n m¨¢s alta para alcanzar una tasa de desempleo m¨¢s baja?

En 1967, sin embargo, Friedman pronunciaba ante la Asociaci¨®n Econ¨®mica Estadounidense una conferencia presidencial en la que sosten¨ªa que la correlaci¨®n entre inflaci¨®n y desempleo, aun siendo visible en los datos, no representaba una verdadera compensaci¨®n, al menos no a largo plazo. "Siempre hay", dec¨ªa, "una compensaci¨®n temporal entre inflaci¨®n y desempleo; no hay una compensaci¨®n permanente". En otras palabras, si los pol¨ªticos intentaran mantener el desempleo bajo mediante una pol¨ªtica de generar mayor inflaci¨®n, s¨®lo conseguir¨ªan un ¨¦xito temporal. Seg¨²n Friedman, el desempleo acabar¨ªa por aumentar de nuevo, incluso con una inflaci¨®n elevada. En otras palabras, la econom¨ªa sufrir¨ªa la situaci¨®n que Paul Samuelson m¨¢s tarde denominar¨ªa "estanflaci¨®n".

?C¨®mo lleg¨® Friedman a esta conclusi¨®n? (Edmund S. Phelps, premio Nobel de Econom¨ªa de este a?o, hab¨ªa llegado de manera simult¨¢nea e independiente al mismo resultado). Como en el caso de su trabajo sobre el comportamiento de los consumidores, Friedman aplic¨® la idea del comportamiento racional. Sosten¨ªa que despu¨¦s de un periodo de inflaci¨®n sostenido, las personas introducir¨ªan las expectativas de inflaci¨®n futura en sus decisiones, lo cual anular¨ªa cualquier efecto positivo de la inflaci¨®n sobre el empleo. Por ejemplo, una de las razones por las que la inflaci¨®n puede aumentar el empleo es que contratar a m¨¢s trabajadores se vuelve m¨¢s rentable cuando los precios suben m¨¢s que los salarios. Pero en cuanto los trabajadores comprenden que el poder de adquisici¨®n de sus salarios se ver¨¢ erosionado por la inflaci¨®n, exigen por adelantado acuerdos de subida salarial m¨¢s elevados, para que los salarios alcancen el mismo nivel que los precios. En consecuencia, cuando la inflaci¨®n se mantiene durante un tiempo, ya no proporciona el mismo impulso al empleo que al principio. De hecho, se producir¨¢ un aumento del desempleo si la inflaci¨®n no cumple las expectativas.

En el momento en que Friedman y Phelps propusieron sus ideas, Estados Unidos ten¨ªa poca experiencia con la inflaci¨®n sostenida. De modo que ¨¦sta fue verdaderamente una predicci¨®n, en lugar de un intento de explicar el pasado. Sin embargo, en la d¨¦cada de 1970, la inflaci¨®n persistente puso a prueba la hip¨®tesis de Friedman-Phelps. Sin duda, la correlaci¨®n hist¨®rica entre inflaci¨®n y desempleo se rompi¨® exactamente como Friedman y Phelps hab¨ªan predicho: en la d¨¦cada de 1970, mientras la tasa de inflaci¨®n superaba el 10%, la tasa de desempleo era tan elevada o m¨¢s que en las d¨¦cadas de 1950 y 1960, unos a?os de precios estables. Al fin la inflaci¨®n se control¨® en la d¨¦cada de 1980, pero s¨®lo despu¨¦s de un doloroso periodo de desempleo extremadamente elevado, el peor desde la Gran Depresi¨®n.

Al predecir el fen¨®meno de la estanflaci¨®n, Friedman y Phelps alcanzaron uno de los grandes triunfos de la econom¨ªa de posguerra. Este triunfo, m¨¢s que ninguna otra cosa, confirm¨® a Milton Friedman en su categor¨ªa de grande entre los economistas, independientemente de lo que pudiera pensarse de sus dem¨¢s funciones.

Una interesante anotaci¨®n: aunque avanz¨® mucho en la aplicaci¨®n del concepto de racionalidad individual a la macroeconom¨ªa, tambi¨¦n sab¨ªa d¨®nde parar. En la d¨¦cada de 1970, algunos economistas llevaron m¨¢s lejos a¨²n el an¨¢lisis de Friedman, llegando a sostener que no hay una compensaci¨®n ¨²til entre inflaci¨®n y desempleo ni siquiera a corto plazo, porque los ciudadanos anticipar¨¢n las acciones del Gobierno y aplicar¨¢n esa anticipaci¨®n, as¨ª como la experiencia pasada, al establecimiento de precios y a las negociaciones salariales. Esta doctrina, conocida como las "expectativas racionales", se extendi¨® por buena parte de la econom¨ªa acad¨¦mica. Pero Friedman nunca la acept¨®. Su sentido de la realidad le advert¨ªa de que esto era llevar demasiado lejos la idea del Homo economicus. Y as¨ª se demostr¨®: la conferencia pronunciada por Friedman en 1967 ha superado la prueba del tiempo, mientras que las opiniones m¨¢s extremas propuestas por los te¨®ricos de las expectativas racionales en los a?os setenta y ochenta no la han superado.

"A Milton todo le recuerda la oferta monetaria. Bien, a m¨ª todo me recuerda el sexo, pero no lo pongo por escrito", escrib¨ªa en 1966 Robert Solow, del MIT. Durante d¨¦cadas, la imagen p¨²blica y la fama de Milton Friedman se definieron en gran medida por sus pronunciamientos sobre la pol¨ªtica monetaria y su creaci¨®n de la doctrina conocida como monetarismo. Sorprende darse cuenta, por tanto, de que el monetarismo se considera en gran medida un fracaso, y que parte de lo dicho por Friedman sobre el dinero y la pol¨ªtica monetaria -al contrario que lo que dijo acerca del consumo y la inflaci¨®n- parece haber sido enga?oso, y quiz¨¢ de manera deliberada.

Para comprender de qu¨¦ trataba el monetarismo, lo primero que hay que saber es que la palabra dinero no significa exactamente lo mismo en econom¨ªa que en el lenguaje com¨²n. Cuando los economistas hablan de oferta monetaria

[en ingl¨¦s, money supply, oferta de dinero] no se refieren a riqueza en el sentido habitual. S¨®lo se refieren a esas formas de riqueza que pueden usarse de manera m¨¢s o menos directa para comprar cosas. La moneda -trozos de papel con retratos de presidentes muertos- es dinero, y tambi¨¦n los dep¨®sitos bancarios contra los que se pueden extender cheques. Pero las acciones, los bonos y los bienes ra¨ªces no son dinero, porque hay que convertirlos en efectivo o en dep¨®sitos bancarios antes de poder usarlos para hacer compras.

Si la oferta monetaria constara s¨®lo de moneda, estar¨ªa bajo el control directo del Gobierno, o m¨¢s precisamente, de la Reserva Federal, un organismo monetario que, como sus hom¨®logos los bancos centrales de muchos otros pa¨ªses, est¨¢ institucionalmente un poco separado del Gobierno propiamente dicho. El hecho de que la oferta de dinero incluya tambi¨¦n los dep¨®sitos bancarios complica un poco la realidad. El banco central s¨®lo tiene control directo sobre la base monetaria -la suma de moneda en circulaci¨®n, la moneda que los bancos tienen en sus c¨¢maras acorazadas y los dep¨®sitos que los bancos guardan en la Reserva Federal-, pero no sobre los dep¨®sitos que los ciudadanos tienen en los bancos. En circunstancias normales, sin embargo, el control directo de la Reserva Federal sobre la base monetaria basta para darle tambi¨¦n un control efectivo sobre la oferta monetaria total.

Antes de Keynes, los economistas consideraban la oferta monetaria una herramienta primordial de la gesti¨®n econ¨®mica. Pero ¨¦l sosten¨ªa que en condiciones de depresi¨®n, cuando los tipos de inter¨¦s son muy bajos, los cambios en la oferta monetaria tienen pocas consecuencias sobre la econom¨ªa. La l¨®gica era la siguiente: cuando los tipos de inter¨¦s son del 4% o del 5%, nadie quiere que su dinero quede ocioso. Pero en una situaci¨®n como la de 1935, cuando el tipo de inter¨¦s de las letras del Tesoro a tres meses era s¨®lo del 0,14%, hay muy poco incentivo para asumir el riesgo de poner el dinero a trabajar. El banco central podr¨ªa tratar de estimular la econom¨ªa acu?ando grandes cantidades de moneda adicional; pero si el tipo de inter¨¦s es ya muy bajo, es probable que el efectivo adicional languidezca en las c¨¢maras acorazadas de los bancos o debajo de los colchones. En consecuencia, Keynes sosten¨ªa que la pol¨ªtica monetaria, un cambio en la oferta de dinero circulante para gestionar la econom¨ªa, ser¨ªa ineficaz. Y por eso, ¨¦l y sus seguidores cre¨ªan que hac¨ªa falta una pol¨ªtica presupuestaria -en especial un aumento del gasto p¨²blico- para sacar a los pa¨ªses de la Gran Depresi¨®n.

?Por qu¨¦ es esto importante? La pol¨ªtica monetaria es una forma de intervenci¨®n p¨²blica en la econom¨ªa altamente tecnocr¨¢tica y en gran medida apol¨ªtica. Si la Reserva Federal decide aumentar la oferta monetaria, todo lo que hace es comprar unos cuantos bonos del Tesoro a bancos privados, y pagar los bonos mediante anotaciones en las cuentas de reserva de esos bancos: en realidad, todo lo que la Reserva Federal tiene que hacer es acu?ar un poco m¨¢s de base monetaria. En cambio, la pol¨ªtica presupuestaria supone una participaci¨®n mucho m¨¢s profunda del sector p¨²blico en la econom¨ªa, a menudo de un modo cargado de ideolog¨ªa: si los pol¨ªticos deciden usar las obras p¨²blicas para promover el empleo, tienen que decidir qu¨¦ construir y d¨®nde. Por tanto, los economistas con una inclinaci¨®n al libre mercado tienden a querer creer que la pol¨ªtica monetaria es todo lo que hace falta; los que desean un sector p¨²blico m¨¢s activo tienden a creer que la pol¨ªtica presupuestaria es esencial.

El pensamiento econ¨®mico tras el triunfo de la revoluci¨®n keynesiana -como se refleja, por ejemplo, en las primeras ediciones del libro de texto cl¨¢sico de Paul Samuelson- daba prioridad a la pol¨ªtica presupuestaria, mientras que la pol¨ªtica monetaria quedaba relegada a los m¨¢rgenes. Como Friedman dec¨ªa en la conferencia pronunciada en 1967 ante la Asociaci¨®n Econ¨®mica Estadounidense:

"La amplia aceptaci¨®n de las opiniones entre los profesionales de la econom¨ªa ha hecho que durante dos d¨¦cadas, pr¨¢cticamente todos menos unos cuantos reaccionarios pensaran que los nuevos conocimientos econ¨®micos hab¨ªan vuelto obsoleta la pol¨ªtica monetaria. El dinero no importaba".

Aunque esto tal vez fuese una exageraci¨®n, la pol¨ªtica monetaria no estuvo muy bien considerada en las d¨¦cadas de 1940 y 1950. Friedman, sin embargo, hizo una cruzada a favor de la propuesta de que el dinero tambi¨¦n importaba, la cual culmin¨® con la publicaci¨®n en 1963 de A monetary history of the United States, 1867-1960, en colaboraci¨®n con Anna Schwartz

Aunque A monetary history of the United States es una gran obra de extraordinaria erudici¨®n, que abarca un siglo de desarrollos monetarios, su an¨¢lisis m¨¢s influyente y controvertido fue el relativo a la Gran Depresi¨®n. Friedman y Schwartz afirmaban que hab¨ªan refutado el pesimismo de Keynes acerca de la eficacia de la pol¨ªtica monetaria en condiciones de depresi¨®n. "La contracci¨®n" de la econom¨ªa, declaraban, "es de hecho un tr¨¢gico testimonio de la importancia de las fuerzas monetarias".

?Pero qu¨¦ quer¨ªan decir con eso? Desde el principio, la posici¨®n de Friedman y Schwartz parec¨ªa un poco escurridiza. Y con el tiempo, la presentaci¨®n que Friedman hac¨ªa de la historia se hizo m¨¢s grosera, no m¨¢s sutil, y acab¨® pareciendo -no hay otra forma de decirlo- intelectualmente corrupta.

Al interpretar los or¨ªgenes de la Gran Depresi¨®n es crucial distinguir entre la base monetaria (dinero m¨¢s reservas bancarias), que la Reserva Federal controla directamente, y la oferta monetaria (dinero m¨¢s dep¨®sitos bancarios). La base monetaria aument¨® durante los primeros a?os de la Gran Depresi¨®n, subiendo de una media de 6.050 millones de d¨®lares en 1929 a una media de 7.020 millones en 1933. Pero la oferta monetaria cay¨® dr¨¢sticamente, de 26.600 millones a 19.900 millones de d¨®lares. Esta divergencia reflejaba principalmente las consecuencias de la oleada de quiebras bancarias de 1930-1931: a medida que los ciudadanos perd¨ªan la fe en los bancos, empezaron a guardar su riqueza en efectivo y no en dep¨®sitos bancarios, y los bancos que sobrevivieron empezaron a tener grandes cantidades de efectivo a mano en lugar de prestarlo, para evitar el peligro de un p¨¢nico bancario. La consecuencia fue que se hac¨ªan muchos menos pr¨¦stamos y, por tanto, muchos menos gastos de los que habr¨ªa habido si los ciudadanos hubieran seguido depositando el efectivo en los bancos, y los bancos hubieran seguido prestando los dep¨®sitos a las empresas. Y dado que el desplome del gasto fue la causa pr¨®xima de la depresi¨®n, el deseo repentino tanto por parte de los individuos como de los bancos de poseer m¨¢s efectivo empeor¨® sin duda la recesi¨®n.

Friedman y Schwartz sosten¨ªan que la ca¨ªda de la oferta monetaria hab¨ªa convertido lo que podr¨ªa haber sido una recesi¨®n ordinaria en una depresi¨®n catastr¨®fica, un argumento de por s¨ª discutible. Pero incluso poniendo por caso que lo aceptemos, cabe preguntar si puede decirse que la Reserva Federal, que al fin y al cabo aument¨® la base monetaria, provoc¨® la ca¨ªda de la oferta monetaria total. Al menos inicialmente, Friedman y Schwartz no dijeron eso. Lo que dijeron, por el contrario, fue que la Reserva Federal pudo haber prevenido la ca¨ªda de la oferta monetaria, en especial acudiendo al rescate de los bancos en quiebra durante la crisis de 1930-1931. Si la Reserva Federal se hubiera apresurado a prestar dinero a los bancos en apuros, la oleada de quiebras bancarias podr¨ªa haberse evitado, y eso a su vez podr¨ªa haber evitado la decisi¨®n de los ciudadanos de guardar el dinero en efectivo en lugar de depositarlo en los bancos, y la preferencia de los bancos supervivientes por acumular los dep¨®sitos en sus c¨¢maras acorazadas en lugar de prestar esos fondos. Y esto, a su vez, podr¨ªa haber evitado lo peor de la depresi¨®n.

A este respecto, tal vez sea ¨²til una analog¨ªa. Supongamos que se desata una epidemia de gripe, y que an¨¢lisis posteriores indican que una acci¨®n adecuada de los centros de control de enfermedades podr¨ªan haber contenido la epidemia. Ser¨ªa justo culpar a las autoridades p¨²blicas de no tomar las medidas adecuadas. Pero ser¨ªa un exceso decir que el Estado caus¨® la epidemia, o usar el fallo de esos centros para demostrar la superioridad de los mercados libres sobre el sector p¨²blico.

Pero muchos economistas, y todav¨ªa m¨¢s lectores legos en la materia, han interpretado que la explicaci¨®n de Friedman y Schwartz significa que de hecho la Reserva Federal caus¨® la Gran Depresi¨®n; que la depresi¨®n es en cierto sentido una demostraci¨®n de los males de un Estado excesivamente intervencionista. Y en a?os posteriores, como he dicho, las afirmaciones de Friedman se volvieron m¨¢s imprecisas, como si quisiera alimentar esta percepci¨®n err¨®nea. En su alocuci¨®n presidencial de 1967 declaraba que "las autoridades monetarias estadounidenses siguieron pol¨ªticas altamente deflacionarias", y que la oferta monetaria cay¨® "porque el Sistema de la Reserva Federal forz¨® o permiti¨® una reducci¨®n aguda de la base monetaria, al no ejercer las responsabilidades que ten¨ªa asignadas", una afirmaci¨®n extra?a dado que, como hemos visto, la base monetaria aument¨® de hecho mientras la oferta monetaria ca¨ªa. (Friedman tal vez se refiriese a dos episodios en los que la base monetaria cay¨® moderadamente por breves periodos, pero aun as¨ª su declaraci¨®n es, como m¨ªnimo, muy enga?osa).

En 1976, Friedman les dec¨ªa a los lectores de Newsweek que "la verdad elemental es que la Gran Depresi¨®n se produjo por una mala gesti¨®n p¨²blica", una declaraci¨®n que seguramente sus lectores interpretaron como que la depresi¨®n no se habr¨ªa producido si el Estado se hubiera mantenido al margen, cuando de hecho lo que Friedman y Schwartz afirmaban era que el sector p¨²blico deber¨ªa haberse mostrado m¨¢s activo, no menos.

?Por qu¨¦ los debates hist¨®ricos sobre la funci¨®n de la pol¨ªtica monetaria en la d¨¦cada de 1930 importaban tanto en la de 1960? En parte porque encajaban en el programa m¨¢s amplio de Friedman en contra del sector p¨²blico, del que hablaremos m¨¢s adelante. Pero la aplicaci¨®n m¨¢s directa era su defensa del monetarismo. De acuerdo con esta doctrina, la Reserva Federal deb¨ªa mantener el crecimiento de la oferta monetaria en una tasa baja y constante, por ejemplo, el 3% anual, y no desviarse de ese objetivo, con independencia de lo que ocurriese en la econom¨ªa. La idea era poner la pol¨ªtica monetaria en piloto autom¨¢tico, eliminando cualquier poder por parte de las autoridades p¨²blicas.

El razonamiento de Friedman a favor del monetarismo era en parte econ¨®mico y en parte pol¨ªtico. Sosten¨ªa que el crecimiento constante de la oferta monetaria mantendr¨ªa una econom¨ªa razonablemente estable. Nunca pretendi¨® que siguiendo esta norma se eliminar¨ªan todas las recesiones, pero s¨ª afirmaba que las variaciones en la curva de crecimiento de la econom¨ªa ser¨ªan suficientemente peque?as como para ser tolerables, de ah¨ª la afirmaci¨®n de que la Gran Depresi¨®n no habr¨ªa ocurrido si la Reserva Federal hubiera seguido una norma monetarista. Y junto a esta fe con reservas en la estabilidad de la econom¨ªa con un r¨¦gimen monetario se daba su desprecio sin reservas hacia la capacidad de los directivos de la Reserva Federal para hacerlo mejor si se les daba poder para ello. La demostraci¨®n de la falta de fiabilidad de la Reserva Federal estaba en el inicio de la Gran Depresi¨®n, pero Friedman pod¨ªa se?alar otros muchos ejemplos de pol¨ªticas que hab¨ªan salido mal. "Un r¨¦gimen monetario", escrib¨ªa en 1972, "aislar¨ªa la pol¨ªtica monetaria del poder arbitrario de un peque?o grupo de hombres no sujetos al control de los electores, y de las presiones a corto plazo de la pol¨ªtica partidista".

El monetarismo fue una fuerza poderosa en el debate econ¨®mico durante unas tres d¨¦cadas a partir de que Friedman expusiera por primera vez su doctrina en Un programa de estabilidad monetaria y reforma bancaria, publicado en 1959. Hoy, sin embargo, es una sombra de lo que era, por dos razones principales.

En primer lugar, cuando Estados Unidos y Reino Unido intentaron poner en pr¨¢ctica el monetarismo a finales de los setenta, los resultados fueron decepcionantes: en ambos pa¨ªses, el crecimiento constante de la oferta monetaria no consigui¨® impedir recesiones graves. La Reserva Federal adopt¨® oficialmente objetivos monetarios al estilo Friedman en 1979, pero los abandon¨® de hecho en 1982, cuando la tasa de desempleo super¨® el 10%. Este abandono se hizo oficial en 1984, y desde entonces la Reserva Federal realiza precisamente el tipo de afinaci¨®n discrecional que Friedman condenaba. Por ejemplo, en 2001 respond¨ªa a la recesi¨®n reduciendo los tipos de inter¨¦s y permitiendo que la oferta monetaria creciese a ritmos que en ocasiones superaban el 10% anual. Cuando se convenci¨® de que la recuperaci¨®n era s¨®lida, la Reserva Federal cambi¨® el rumbo, subiendo los tipos de inter¨¦s y permitiendo que el crecimiento de la reserva monetaria cayese a cero.

En segundo lugar, desde comienzos de la d¨¦cada de 1980, la Reserva Federal y sus hom¨®logos de otros pa¨ªses han realizado un trabajo razonablemente bueno, debilitando la imagen que Friedman daba de los banqueros centrales, a los que consideraba chapuceros irredimibles. La inflaci¨®n se mantiene baja, las recesiones -excepto en Jap¨®n, pa¨ªs del que hablaremos enseguida- han sido relativamente breves y leves. Y todo esto ha ocurrido a pesar de las fluctuaciones de la oferta monetaria, que horrorizaban a los monetaristas y que los llevaron -incluso a Friedman- a predecir desastres que no llegaron a materializarse. Como se?alaba David Warsh, de The Boston Globe, en 1992, "Friedman despunt¨® su lanza prediciendo la inflaci¨®n en la d¨¦cada de 1980, durante la que se equivoc¨® profunda y frecuentemente".

En 2004, el Informe Econ¨®mico del Presidente, escrito por los muy conservadores economistas del Gobierno de Bush, pod¨ªa no obstante hacer la altamente antimonetarista declaraci¨®n de que "una pol¨ªtica monetaria audaz", no estable ni constante, sino audaz, "puede reducir la profundidad de una recesi¨®n".

Ahora, unas palabras sobre Jap¨®n. Durante la d¨¦cada de 1990, Jap¨®n experiment¨® una especie de reproducci¨®n a peque?a escala de la Gran Depresi¨®n. La tasa de desempleo nunca lleg¨® a los niveles de la Depresi¨®n, gracias a un enorme gasto en obras p¨²blicas que hizo que cada a?o Jap¨®n, con menos de la mitad de poblaci¨®n, vertiese m¨¢s cemento que Estados Unidos. Pero las condiciones de tipos de inter¨¦s muy bajos que se dieron en la Gran Depresi¨®n reaparecieron con fuerza. Hacia 1998, el tipo del dinero a la vista, los tipos de los pr¨¦stamos a un d¨ªa entre bancos, era literalmente cero.

Y en esas condiciones, la pol¨ªtica monetaria result¨® tan ineficaz como Keynes hab¨ªa afirmado que lo fue en los a?os treinta. El Banco de Jap¨®n, el equivalente japon¨¦s a la Reserva Federal, pod¨ªa aumentar la base monetaria, y lo hizo. Pero los yenes a?adidos se guardaban, no se gastaban. Los ¨²nicos bienes de consumo duradero que se vend¨ªan bien, me dijeron por aquel entonces algunos economistas japoneses, eran las cajas fuertes. De hecho, el Banco de Jap¨®n se vio incapaz siquiera de aumentar la oferta monetaria tanto como deseaba. Puso en circulaci¨®n enormes cantidades de efectivo, pero las medidas m¨¢s generales de oferta monetaria crecieron muy poco. Por fin, hace dos a?os, iniciaba una recuperaci¨®n econ¨®mica, impulsada por una recuperaci¨®n de la inversi¨®n empresarial para aprovechar las nuevas oportunidades tecnol¨®gicas. Pero la pol¨ªtica monetaria nunca consigui¨® arrancar.

En efecto, Jap¨®n en los a?os noventa brind¨® una nueva oportunidad para poner a prueba las opiniones de Friedman y Keynes respecto a la eficacia de la pol¨ªtica monetaria en condiciones de depresi¨®n. Y claramente los resultados respaldaban el pesimismo de Keynes y no el optimismo de Friedman.

En 1946, Milton Friedman debut¨® como divulgador de la econom¨ªa del libre mercado con un panfleto titulado Roofs or Ceilings: The Current Housing Problema

[Tejados o techos: el actual problema de la vivienda], escrito en colaboraci¨®n con George J. Stigler, que m¨¢s tarde se unir¨ªa a ¨¦l en la Universidad de Chicago. El panfleto, un ataque contra el control de los alquileres, que todav¨ªa era universal inmediatamente despu¨¦s de la II Guerra Mundial, se public¨® en circunstancias bastante extra?as: era una publicaci¨®n de la Fundaci¨®n para la Educaci¨®n Econ¨®mica, organizaci¨®n que, como Rick Perlstein escribe en Before the Storm (2001), su libro sobre los or¨ªgenes del movimiento conservador actual, "difund¨ªa un evangelio libertario tan dr¨¢stico que rondaba el anarquismo". Robert Welch, fundador de la John Birch Society, era miembro de su consejo directivo. Esta primera aventura en la popularizaci¨®n del libre mercado anticipaba de dos maneras el curso de la evoluci¨®n de Friedman como intelectual p¨²blico a lo largo de las seis d¨¦cadas siguientes.

En primer lugar, el panfleto demostraba la especial voluntad de Friedman de llevar las ideas del libre mercado hasta sus l¨ªmites l¨®gicos. Ni la idea de que los mercados son medios eficientes de asignar bienes escasos ni la propuesta de que los controles de precios crean escaseces e ineficacias eran nuevas. Pero muchos economistas, temiendo la reacci¨®n negativa contra una subida repentina de los alquileres (que Friedman y Stigler predec¨ªan que ser¨ªa del 30% para el pa¨ªs en su conjunto), podr¨ªan haber propuesto una especie de transici¨®n gradual a la liberalizaci¨®n. Friedman y Stigler quitaban hierro a esas preocupaciones.

En d¨¦cadas posteriores, esta tozudez se convertir¨ªa en uno de los sellos caracter¨ªsticos de Friedman. Una y otra vez ped¨ªa soluciones de mercado a problemas -educaci¨®n, atenci¨®n sanitaria, tr¨¢fico de drogas ilegales- que en opini¨®n de casi todos los dem¨¢s exig¨ªan una intervenci¨®n estatal extensa. Algunas de sus ideas han sido objeto de aceptaci¨®n generalizada, como sustituir las normas r¨ªgidas sobre contaminaci¨®n por un sistema de permisos de contaminaci¨®n que las empresas pueden comprar y vender. Otras, como los cheques escolares, tienen un amplio respaldo en el movimiento conservador, pero no han avanzado mucho pol¨ªticamente. Y algunas de sus propuestas, como eliminar los procedimientos de concesi¨®n de licencia para los m¨¦dicos y abolir la Administraci¨®n de Alimentos y Medicamentos, las consideran estramb¨®ticas incluso la mayor¨ªa de los conservadores.

En segundo lugar, el panfleto demostraba lo bueno que Friedman era como divulgador. Est¨¢ escrito de manera elegante y sagaz. No hay jerga; los argumentos se presentan con ejemplos del mundo real inteligentemente escogidos, desde la r¨¢pida recuperaci¨®n de San Francisco tras el terremoto de 1906 hasta los problemas de un ex combatiente en 1946, reci¨¦n licenciado del ej¨¦rcito, para encontrar un lugar decente donde vivir. El mismo estilo, mejorado por la imagen, marcar¨ªa la celebrada serie televisiva de Friedman en la d¨¦cada de 1980 Free to choose

[Libre para elegir].

Hay muchas probabilidades de que la gran oscilaci¨®n hacia las pol¨ªticas liberales que se produjeron en todo el mundo a comienzos de la d¨¦cada de 1970 se hubiera dado aunque Milton Friedman no hubiese existido. Pero su incansable y brillantemente eficaz campa?a a favor de los libres mercados seguramente ayud¨® a acelerar el proceso, tanto en Estados Unidos como en todo el mundo. Desde cualquier punto de vista -proteccionismo frente a libre comercio; reglamentaci¨®n frente a liberalizaci¨®n; salarios establecidos mediante convenio colectivo y salarios m¨ªnimos obligatorios frente a salarios establecidos por el mercado-, el mundo ha avanzado en la misma direcci¨®n que Friedman. E incluso m¨¢s llamativa que su logro en lo referente a los cambios de la pol¨ªtica real ha sido la transformaci¨®n de la opini¨®n general: la mayor¨ªa de las personas influyentes se han convertido hasta tal punto al modo de pensar de Friedman que simplemente se da por sentado que el cambio de pol¨ªticas econ¨®micas promovido por ¨¦l ha sido una fuerza positiva. ?Pero lo ha sido?

Consideremos en primer lugar los resultados macroecon¨®micos de la econom¨ªa estadounidense. Tenemos datos de la renta real -es decir, teniendo en cuenta la inflaci¨®n- de las familias estadounidenses entre 1947 y 2005. Durante la primera mitad de ese periodo de 55 a?os, desde 1947 hasta 1976, Milton Friedman era una voz que predicaba en el desierto, cuyas ideas no eran tenidas en cuenta por los pol¨ªticos. Pero la econom¨ªa, a pesar de todas las ineficacias que ¨¦l denunciaba, mejor¨® enormemente el nivel de vida de la mayor¨ªa de los estadounidenses: la renta media real se duplic¨® con creces. Por contraste, en el periodo transcurrido desde 1976, las ideas de Friedman se han ido aceptando cada vez m¨¢s; aunque sigui¨® habiendo intervenci¨®n p¨²blica de sobra para que ¨¦l pudiera quejarse, no cabe duda de que las pol¨ªticas de libre mercado se generalizaron mucho m¨¢s. Pero el aumento del nivel de vida ha sido mucho menos fuerte que durante el periodo anterior: en 2005, la renta media real s¨®lo era un 23% superior a la de 1976.

Parte de la raz¨®n de que a la segunda generaci¨®n de posguerra no le fuese tan bien como a la primera era la tasa total de crecimiento econ¨®mico m¨¢s lenta, un hecho que tal vez sorprenda a quienes suponen que la tendencia hacia el libre mercado ha aportado mayores dividendos econ¨®micos. Pero otra raz¨®n importante del retraso en el nivel de vida de la mayor¨ªa de las familias es un incremento espectacular de la desigualdad econ¨®mica: durante la primera generaci¨®n de posguerra, el aumento de la renta se extendi¨® ampliamente a toda la poblaci¨®n, pero desde finales de la d¨¦cada de 1970, la mediana de la renta, la renta de la familia t¨ªpica, s¨®lo ha subido la tercera parte de la renta media, que incluye la gran subida experimentada por las rentas de la peque?a minor¨ªa situada en lo m¨¢s alto de la pir¨¢mide.

Esto plantea una cuesti¨®n interesante. Milton Friedman sol¨ªa asegurar a su p¨²blico que no hac¨ªa falta ninguna instituci¨®n especial, como el salario m¨ªnimo y los sindicatos, para garantizar que los trabajadores compartiesen los beneficios del crecimiento econ¨®mico. En 1976 les dec¨ªa a los lectores de Newsweek que los cuentos de los perjuicios causados por los barones ladrones eran puro mito:

"Probablemente no haya habido ning¨²n otro periodo en la historia, en este o en cualquier otro pa¨ªs, en el que el hombre de a pie haya experimentado una mejora tan grande de su nivel de vida como en el periodo transcurrido entre la guerra civil y la I Guerra Mundial, cuando m¨¢s fuerte era el individualismo desenfrenado".

(?Y qu¨¦ hay del extraordinario periodo de 30 a?os posterior a la II Guerra Mundial, que abarc¨® buena parte de la trayectoria profesional del propio Friedman?). Sin embargo, en las d¨¦cadas que siguieron a ese pronunciamiento, mientras se permit¨ªa que el salario m¨ªnimo cayese por debajo de la inflaci¨®n y los sindicatos desaparec¨ªan en gran medida como factor importante en el sector privado, los trabajadores estadounidenses ve¨ªan c¨®mo sus fortunas iban a la zaga del crecimiento de la econom¨ªa en general. ?Era Friedman demasiado optimista respecto a la generosidad de la mano invisible?

Para ser justos, hay muchos factores que afectan tanto al crecimiento econ¨®mico como a la distribuci¨®n de la renta, por lo que no podemos culpar a las pol¨ªticas friedmanistas de todas las decepciones. Aun as¨ª, dada la suposici¨®n com¨²n de que el cambio a las pol¨ªticas de libre mercado ha hecho grandes cosas por la econom¨ªa estadounidense y por el nivel de vida de los estadounidenses corrientes, es asombroso el poco respaldo que los datos proporcionan a esa afirmaci¨®n.

Dudas similares respecto a la falta de pruebas claras de que las ideas de Friedman funcionan de hecho en la pr¨¢ctica se pueden encontrar, todav¨ªa con m¨¢s fuerza, en Latinoam¨¦rica. Hace una d¨¦cada era normal citar el ¨¦xito de la econom¨ªa chilena, en la que los asesores de Augusto Pinochet, educados en Chicago, se hab¨ªan pasado a las pol¨ªticas del libre mercado despu¨¦s de que Pinochet se hiciera con el poder en 1973, como prueba de que las pol¨ªticas inspiradas por Friedman mostraban la senda hacia un pr¨®spero desarrollo econ¨®mico. Pero aunque otros pa¨ªses latinoamericanos, desde M¨¦xico hasta Argentina, han seguido el ejemplo de Chile en la liberaci¨®n del comercio, la privatizaci¨®n de empresas y la liberalizaci¨®n, la historia de ¨¦xito chilena no se ha repetido.

Por el contrario, la percepci¨®n de la mayor¨ªa de los latinoamericanos es que las pol¨ªticas neoliberales han sido un fracaso: el prometido despegue del crecimiento econ¨®mico nunca lleg¨®, mientras que la desigualdad de la renta ha empeorado. No quiero culpar de todo lo que ha salido mal en Latinoam¨¦rica a la Escuela de Chicago, ni idealizar lo sucedido antes, pero hay un asombroso contraste entre la percepci¨®n que Friedman defend¨ªa y los resultados reales de las econom¨ªas que se pasaron de las pol¨ªticas intervencionistas de las primeras d¨¦cadas de posguerra a la liberalizaci¨®n.

Centr¨¢ndonos m¨¢s estrictamente en el tema, uno de los principales objetivos de Friedman era la, en su opini¨®n, inutilidad y naturaleza contraproducente de la mayor parte de la reglamentaci¨®n p¨²blica. En una necrol¨®gica para su colaborador George Stigler, Friedman elogiaba en concreto la cr¨ªtica de Stigler a la normativa sobre la electricidad, y su argumento de que los reguladores normalmente acaban sirviendo a los intereses de los regulados y no a los de los ciudadanos. ?C¨®mo ha funcionado entonces la liberalizaci¨®n?

Empez¨® bien, comenzando con la liberalizaci¨®n del transporte por carretera y de las aerol¨ªneas a finales de la d¨¦cada de 1970. En ambos casos, la liberalizaci¨®n, aunque no content¨® a todos, aument¨® la competencia, en general baj¨® los precios, y aument¨® la eficacia. La liberalizaci¨®n del gas natural tambi¨¦n fue un ¨¦xito.

Pero la siguiente gran oleada de liberalizaci¨®n, la del sector el¨¦ctrico, fue otra historia. Al igual que la depresi¨®n japonesa de la d¨¦cada de 1990, demostraba que las preocupaciones keynesianas por la eficacia de la pol¨ªtica monetaria no eran un mito; la crisis de la electricidad en California en 2000 y 2001 -en la que las compa?¨ªas el¨¦ctricas y las distribuidoras de energ¨ªa crearon una escasez artificial para hacer subir los precios- nos record¨® la realidad que hab¨ªa tras los cuentos de los barones ladrones y sus depredaciones. Aunque otros Estados no sufrieron una crisis tan grave como la de California, en todo el pa¨ªs la liberalizaci¨®n de la electricidad supuso un aumento, no una disminuci¨®n, de los precios, y unos beneficios enormes para las compa?¨ªas el¨¦ctricas.

Aquellos Estados que, por la raz¨®n que fuera, no se subieron al vag¨®n de la liberalizaci¨®n en la d¨¦cada de 1990 se consideran ahora afortunados. Y las m¨¢s afortunadas son aquellas ciudades que por alg¨²n motivo no recibieron el memorando sobre los males del sector p¨²blico y las bondades del sector privado, y siguen teniendo compa?¨ªas el¨¦ctricas p¨²blicas. Todo esto demuestra que los argumentos originales a favor de la reglamentaci¨®n el¨¦ctrica -la observaci¨®n de que sin reglamentaci¨®n las compa?¨ªas el¨¦ctricas tendr¨ªan demasiado poder monopol¨ªstico- siguen siendo tan v¨¢lidos como siempre.

?Deber¨ªa esto llevarnos a la conclusi¨®n de que la liberalizaci¨®n es siempre mala idea? No. Depende de los detalles espec¨ªficos. Deducir que la liberalizaci¨®n es siempre y en todas partes una mala idea ser¨ªa incurrir en el mismo tipo de pensamiento absolutista que, se podr¨ªa decir, fue el mayor defecto de Milton Friedman.

En la rese?a de 1965 sobre Monetary history, de Friedman y Schwartz, el fallecido premio Nobel James Tobin acusaba levemente a los autores de ir demasiado lejos. "Consid¨¦rense las siguientes tres proposiciones", escrib¨ªa. "El dinero no importa. S¨ª que importa. El dinero es lo ¨²nico que importa. Es demasiado f¨¢cil deslizarse de la segunda proposici¨®n a la tercera". Y a?ad¨ªa que "en su celo y euforia", eso es lo que muy a menudo hac¨ªan Friedman y sus seguidores.

La defensa del laissez-faire por parte de Milton Friedman parece haber seguido una secuencia similar. Despu¨¦s de la Gran Depresi¨®n, muchos empezaron a decir que los mercados nunca pueden funcionar. Friedman tuvo la valent¨ªa intelectual de decir que los mercados s¨ª funcionan, y sus dotes teatrales, unidas a su habilidad para organizar datos objetivos, lo convirtieron en el mejor portavoz de las virtudes del libre mercado desde Adam Smith. Pero ca¨ªa con demasiada facilidad en la afirmaci¨®n de que los mercados siempre funcionan y que son lo ¨²nico que funciona. Es extremadamente dif¨ªcil encontrar casos en los que Friedman reconociese la posibilidad de que los mercados pudieran funcionar mal, o de que la intervenci¨®n p¨²blica pod¨ªa ser ¨²til.

El absolutismo liberal de Friedman ha contribuido a crear un clima intelectual en el que la fe en los mercados y el desd¨¦n por el sector p¨²blico a menudo se imponen a los datos objetivos. Los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo se apresuraron a abrir sus mercados de capitales, a pesar de las advertencias de que eso podr¨ªa exponerlos a crisis financieras; despu¨¦s, cuando las crisis llegaron como era previsible, muchos observadores culparon a los Gobiernos de esos pa¨ªses, no a la inestabilidad de los flujos de capital internacionales. La liberalizaci¨®n de la electricidad se produjo a pesar de las claras advertencias de que el poder de monopolio podr¨ªa ser un problema; de hecho, al tiempo que la crisis de la electricidad en California segu¨ªa su evoluci¨®n, la mayor¨ªa de los analistas quitaban importancia a las preocupaciones por el posible ama?o de los precios alegando que no eran m¨¢s que teor¨ªas de conspiraci¨®n descabelladas. Los conservadores siguen insistiendo en que el libre mercado es la respuesta a la crisis sanitaria, frente a las abrumadoras pruebas en contra.

Lo extra?o del absolutismo de Friedman respecto a las virtudes de los mercados y los vicios del Estado es que en su trabajo como economista te¨®rico era de hecho un modelo de comedimiento. Como ya he se?alado, hizo grandes contribuciones a la teor¨ªa econ¨®mica al resaltar la importancia de la racionalidad individual, pero, a diferencia de algunos de sus colegas, sab¨ªa cu¨¢ndo parar. ?Por qu¨¦ no mostr¨® el mismo comedimiento en su papel de intelectual p¨²blico?

La respuesta, sospecho, es que se vio atrapado en una funci¨®n esencialmente pol¨ªtica. Milton Friedman, el gran economista, sab¨ªa reconocer la ambig¨¹edad y la reconoc¨ªa. Pero de Milton Friedman, el gran defensor de la libertad de mercado, se esperaba que predicase la verdadera fe, no que manifestase sus dudas. Y acab¨® desempe?ando la funci¨®n que sus seguidores esperaban. A consecuencia de ello, la refrescante iconoclasia de los primeros a?os de su carrera se convirti¨® con el tiempo en una r¨ªgida defensa de algo que se hab¨ªa convertido en la nueva ortodoxia.

A la larga, a los grandes hombres se les recuerda por sus virtudes y no por sus defectos, y Milton Friedman fue de hecho un hombre muy grande, un hombre de valent¨ªa intelectual que fue uno de los pensadores econ¨®micos m¨¢s importantes de todos los tiempos, y posiblemente el m¨¢s brillante comunicador de las ideas econ¨®micas a los ciudadanos en general que jam¨¢s haya existido. Pero hay buenas razones para sostener que el friedmanismo, al final, fue demasiado lejos, como doctrina y en sus aplicaciones pr¨¢cticas. Cuando Friedman inici¨® su trayectoria como intelectual p¨²blico, hab¨ªa llegado la hora de llevar a cabo una contrarreforma contra el keynesianismo, y todo lo que eso conllevaba. Pero lo que el mundo necesita ahora, dir¨ªa yo, es una contra-contrarreforma. -paul

krugman

Paul Krugman es profesor de Econom¨ªa en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Econom¨ªa 2008. ? New York Times Service, 2008. Traducci¨®n de News Clips.

Desempleados hacen cola en Estados Unidos durante la Gran Depresi¨®n de los a?os treinta.
Desempleados hacen cola en Estados Unidos durante la Gran Depresi¨®n de los a?os treinta.

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