La pandemia nos ense?¨® que los lugares no son tan importantes (pero siguen siendo muy importantes)
Al celebrar la implantaci¨®n del teletrabajo o la educaci¨®n ¡®online¡¯ no hay que olvidar c¨®mo los espacios f¨ªsicos comunes y p¨²blicos nos igualan
Una de las paradojas del mundo actual es que no dejamos de movernos cuando supuestamente ya no hace falta ir a ning¨²n sitio. No es necesario desplazarse para comprar, aprender o trabajar, pero nadie lo dir¨ªa a juzgar por nuestra agitada movilidad. Llev¨¢bamos tiempo diciendo que ya no hab¨ªa sitios sino flujos, celebrando la aniquilaci¨®n del espacio, el final de la territorialidad y la ¡°bagatelizaci¨®n del lugar¡± (Niklas Luhman), pero cuando una pandemia nos obliga a televivir, la experiencia padecida nos hace a?orar el desplazamiento, ya sea para trabajar, para aprender o para cualquier otra cosa.
La pandemia nos ha obligado a realizar una doble experiencia, aparentemente contradictoria: que los lugares no son tan importantes (por eso el confinamiento ha permitido realizar digitalmente una buena parte de la actividad econ¨®mica del trabajo y la educaci¨®n) y que los lugares siguen siendo muy importantes (y de ah¨ª la urgencia de reabrir los espacios de trabajo y los centros educativos). Haber tenido que hacer tan brutal experimento nos ha permitido descubrir qu¨¦ hab¨ªa de necesario y qu¨¦ de superfluo en muchos de nuestros desplazamientos, en la presencia f¨ªsica. A partir de ahora se abre una discusi¨®n ¡ªen nuestras prioridades personales y tambi¨¦n en la organizaci¨®n de la vida social¡ª acerca de qu¨¦ es suprimible y qu¨¦ no.
No tengo una respuesta a la cuesti¨®n sobre hasta qu¨¦ punto se extender¨¢ el trabajo o la educaci¨®n no presencial, pero s¨ª tengo un criterio. El problema no es trabajar o aprender en un lugar, en otro o en ninguno, sino qu¨¦ tipo de relaci¨®n con el lugar es apropiado para qu¨¦. Avanzaremos en la digitalizaci¨®n, sin duda, pero convendr¨ªa que lo hici¨¦ramos sin beater¨ªa. El lugar, la presencia, el contacto f¨ªsico son una realidad persistente de nuestra condici¨®n humana, aunque en cada ¨¦poca de la historia ¡ªy en funci¨®n de las infraestructuras tecnol¨®gicas¡ª se lleven a cabo de distintas maneras. Lo importante, ya hablemos de trabajo o de educaci¨®n, es identificar con criterios de racionalidad y justicia cu¨¢ndo el lugar importa.
Con la digitalizaci¨®n nos va a pasar algo similar a lo que ocurri¨® con la globalizaci¨®n; cre¨ªmos que lo global suprim¨ªa lo local y tardamos un tiempo en entender que ¨²nicamente se modificaban las relaciones entre ambas realidades. La ense?anza a distancia y el teletrabajo no hacen innecesarias sus dimensiones presenciales, sino que permiten combinarlas de acuerdo con las nuevas posibilidades, teniendo en cuenta el qui¨¦n, el qu¨¦ y el c¨®mo en cada caso. Del mismo modo que se han deslocalizado ciertas funciones y territorializado otras, habr¨¢ dimensiones y sectores de la vida laboral cuya digitalizaci¨®n ser¨¢ beneficiosa para todos, otros en los que esto no ser¨¢ posible o conveniente y algunos sobre los que tendremos intensos debates ¡ªporque hay intereses de por medio que har¨¢n especialmente conflictiva esa delimitaci¨®n, juzgada de distinta manera desde la perspectiva de las empresas, de los trabajadores en general o de las mujeres en particular, por ejemplo¡ª.
La idea de irrelevancia de los lugares era propia de la sociedad de la informaci¨®n, pero la sociedad del conocimiento tiene una relaci¨®n m¨¢s intensa con el espacio y la presencia. Las condiciones de la instrucci¨®n no son las mismas que las del aprendizaje. La informaci¨®n es ubicuitaria; la mayor¨ªa de las experiencias educativas requieren, por el contrario, un lugar concreto. Hay que distinguir la informaci¨®n, que es universalmente accesible, de las experiencias que exigen una interacci¨®n personal. No daremos una respuesta adecuada a esta cuesti¨®n mientras no distingamos entre los diversos tipos de trabajo y educaci¨®n o entre sus diversas dimensiones. Una cosa es la accesibilidad universal de la informaci¨®n y otra la distribuci¨®n real del conocimiento, llena de brechas y periferias, del mismo modo que el teletrabajo libera o castiga seg¨²n los casos.
Los precipitados celebradores de la atopia digital tienden a olvidar que mientras los lugares comunes y p¨²blicos nos igualan, los lugares propios nos hacen m¨¢s desiguales, en virtud del tipo de domicilio, las condiciones de trabajo, las posibilidades de una educaci¨®n a distancia o el hecho de que uno (una, m¨¢s bien) tenga personas a su cargo. Si Virginia Woolf viviera ahora no cifrar¨ªa en una ¡°habitaci¨®n propia¡± la emancipaci¨®n de las mujeres, sino en los espacios comunes y an¨®nimos en los que poder ocuparse de una sola cosa en lugar del multitasking habitual que el confinamiento increment¨®.
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