La miop¨ªa
Damos por supuesto que cuando llegue el desastre ya no estaremos y si, caramba, resulta que a¨²n estamos, alguien har¨¢ algo
Nos hemos habituado a la fe en el progreso lineal; con sus altibajos, con su frustrante gradualidad, pero inexorable. Y vivimos bajo la convicci¨®n de que si las cosas van bien en casa, estamos m¨¢s o menos a salvo. Con muchos de nuestros problemas hacemos lo mismo que con la basura dom¨¦stica: los sacamos fuera y alguien se encargar¨¢ de ellos. Es el caso de los residuos nucleares, las industrias m¨¢s contaminantes, la miner¨ªa en condiciones atroces o los grandes vertederos de chatarra t¨®xica. Sabemos c¨®mo funciona la cosa, pero preferimos no darle muchas vueltas.
De vez en cuando ocurre algo que interrumpe nuestra confortable miop¨ªa. La pandemia, por ejemplo, que en los pa¨ªses ricos empieza a conjugarse en pasado y sin embargo dar¨¢ probablemente otros apuros. Miles de millones de personas no han visto una vacuna ni de lejos y siguen incub¨¢ndose nuevas variantes. Sabemos ya, en cualquier caso, que la humanidad sobrevivir¨¢ al coronavirus (el horror de tantas muertes solitarias resulta soportable en t¨¦rminos estad¨ªsticos) y que, pese a ciertos ramalazos de estupidez, la ciencia funciona y la especie en general, casos particulares aparte, no ha perdido el instinto de supervivencia.
Tambi¨¦n queda el hecho evidente de que mientras nos ocupamos con ardor de las cosas dom¨¦sticas, las m¨¢s cercanas, las que componen nuestra realidad subjetiva (hiperventilamos porque se rompe Espa?a, o porque un campanario podr¨ªa transformarse en minarete, o porque no se proh¨ªben los toros), preferimos no mirar el alambre sobre el que camina la sociedad planetaria.
Yo no siento ninguna simpat¨ªa por el coronavirus. Pero entiendo que la naturaleza procure defenderse de alguna forma frente a un animal tan agresivo y destructor como el humano. No valen los argumentos acerca de nuestra paulatina toma de conciencia, ese embutido de se?ales positivas seg¨²n el cual los r¨ªos europeos est¨¢n cada d¨ªa m¨¢s limpios, los bosques europeos cada d¨ªa m¨¢s poblados y los coches el¨¦ctricos (recuerden c¨®mo se genera la electricidad y a qu¨¦ precio) son cada d¨ªa m¨¢s abundantes. La selva amaz¨®nica, que contribuye sustancialmente a la respiraci¨®n humana, se empeque?ece minuto a minuto. Y eso es mucho m¨¢s importante que los patos del Manzanares, aunque esos patos desempe?en la grata funci¨®n de inducirnos a pensar que vivimos en un mundo que progresa adecuadamente.
No soy un experto en climatolog¨ªa (ni en nada, de hecho) y mantengo algunas reservas ante determinadas informaciones. Recuerdo que hace unos a?os circulaba un espanto considerable respecto al agujero de la capa de ozono y ahora apenas se habla de ello. Pero la comunidad cient¨ªfica, la misma que nos ha procurado las vacunas contra el virus (e internet, y los analg¨¦sicos, y el pe?azo de las redes sociales: hay de todo en la ciencia), muestra algo parecido a la unanimidad cuando predice fen¨®menos que pondr¨¢n en peligro nuestra actual existencia. Y los predice para pasado ma?ana, no para el siglo XXV.
Uno de los talentos de la especie humana se basa en la miop¨ªa voluntaria de la que habl¨¢bamos antes. Damos por supuesto que cuando llegue el desastre ya no estaremos y si, caramba, resulta que a¨²n estamos, alguien har¨¢ algo. Entretanto, vivimos e incluso conseguimos a ratos ser felices. Bien mirado, tenemos mucho m¨¦rito.
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