Que la digitalizaci¨®n no erosione m¨¢s derechos
La evidente cara oscura de la era digital ha crecido hasta ser una amenaza, pero hay un enemigo mayor: la inhibici¨®n de la ciudadan¨ªa. Enderecemos qu¨¦ significa ser humano en el mundo que estamos inaugurando
La digitalizaci¨®n de la informaci¨®n, de la pol¨ªtica y de la geopol¨ªtica ha trastocado nuestra relaci¨®n con la verdad, con el concepto de soberan¨ªa e incluso con el imperio de la ley. Uno de los escasos consensos que nuestra ¨¦poca est¨¢ produciendo es que, si no fundamos el nuevo pacto social digital desde la perspectiva de la defensa de las libertades y el Estado de derecho, la digitalizaci¨®n significar¨¢ indefectiblemente una erosi¨®n a¨²n mayor del modelo democr¨¢tico occidental. La cuesti¨®n es c¨®mo y por d¨®nde empezar. Y para eso, como los soldados que llegan al campo de batalla, conviene responder, por este orden, tres preguntas: d¨®nde estamos, d¨®nde est¨¢n los nuestros y d¨®nde est¨¢n nuestros enemigos.
Empecemos por el nosotros. En Espa?a acabamos de proclamar una Carta de Derechos Digitales pionera en el mundo. Con toda Europa volcada en la recuperaci¨®n, la adopci¨®n y presentaci¨®n de la Carta significa que la digitalizaci¨®n se funda en un marco de derechos, y se entiende como un proceso de ampliaci¨®n y profundizaci¨®n del marco constitucional en un nuevo espacio. La Carta significa la afirmaci¨®n sin ambages de un principio universal sin cuya aplicaci¨®n la transformaci¨®n digital se disociar¨ªa tarde o temprano del desarrollo social y democr¨¢tico: todas las personas poseen id¨¦nticos derechos en el entorno digital y en el anal¨®gico.
?D¨®nde est¨¢n los nuestros? La UE est¨¢ en un esfuerzo sin precedentes para asegurar la soberan¨ªa tecnol¨®gica del continente y definir el espacio digital europeo como un territorio de decencia democr¨¢tica. El horizonte: unirnos al mundo anglosaj¨®n e Iberoam¨¦rica y crear un gran espacio digital basado en derechos ciudadanos.
?D¨®nde est¨¢n los enemigos? Hace tres a?os, los sistemas de cr¨¦dito social nos parec¨ªan ciencia ficci¨®n. Estos sistemas punt¨²an y castigan a los ciudadanos en funci¨®n de sus comportamientos cotidianos, seguidos obsesivamente por un mar de c¨¢maras analizadas por una inteligencia artificial (IA). Un gesto adusto cuando el sistema no lo considera oportuno puede significar perder la libertad de movimientos, el empleo o verse sometidos a programas de reeducaci¨®n. Es la columna vertebral de un nuevo tipo de totalitarismo que se test¨® masivamente en Xinjiang, China, que se est¨¢ expandiendo por Asia Central y que comienza a comercializarse en ?frica.
Pensemos por un momento en las posibilidades de paz en un mundo en el que la mitad de la poblaci¨®n vive condicionada por este nuevo tipo de reg¨ªmenes autoritarios y automatizados. No es que el fantasma de la guerra vuelva solo como una sombra difusa en el horizonte. Hace tiempo que el espacio digital vive en guerra permanente. Ciberasaltos, ataques contra infraestructuras b¨¢sicas, espionaje industrial, secuestro de informaci¨®n empresarial¡ En un siniestro movimiento en dos tiempos, algunos grandes Estados han adoptado herramientas del cibercrimen para hostigar a sus rivales y la cibercriminalidad ha crecido hasta convertirse en una amenaza de Estado.
Pero no pensemos que todos los enemigos de la libertad y los derechos digitales son externos. Cada d¨ªa aparecen nuevas evidencias del peligro que supone la falta de una regulaci¨®n espec¨ªfica para las grandes plataformas que usamos cotidianamente. El Senado de EE?UU o las instituciones europeas se esfuerzan por regular unos algoritmos que son generados por m¨¢quinas y que son cada vez m¨¢s dif¨ªciles de auditar, pero cuya l¨®gica, parece claro ya, incentiva en no pocos casos la crispaci¨®n y la violencia, la desinformaci¨®n y distintas formas de discriminaci¨®n. Solo ahora empezamos a entender el car¨¢cter adictivo de ciertas redes sociales sobre los adolescentes y los efectos destructivos que pueden tener en su salud mental. Solo ahora empezamos a descubrir que la proliferaci¨®n del black marketing y las campa?as de descr¨¦dito de competidores se han convertido en habituales.
El enemigo mayor
El Pacto Verde Europeo y la digitalizaci¨®n, unidos, suponen una transformaci¨®n consciente y radical de nuestra civilizaci¨®n. Radical porque en conjunto ambos procesos cambiar¨¢n las bases mismas de la experiencia humana, de lo que significa ser humano en el mundo que estamos inaugurando, y definir¨¢n el mundo que las generaciones presentes dejaremos a las venideras. Pero si bien el legado que esperamos de la Transici¨®n Ecol¨®gica est¨¢ claro y es deseado por la ciudadan¨ªa, el de la Transici¨®n Digital est¨¢ en el aire.
La digitalizaci¨®n de la comunicaci¨®n cambi¨® nuestra relaci¨®n con el conocimiento y las formas de socializaci¨®n, pero tambi¨¦n ha desgastado dolorosamente la confianza en los sistemas democr¨¢ticos; la digitalizaci¨®n del trabajo y de los procesos productivos est¨¢ cambiando los fundamentos de nuestra econom¨ªa, pero es dif¨ªcil no desconfiar de un proceso que, de no ser regulado, podr¨ªa convertir cada servicio en la Red en un sumidero de nuestra intimidad y cada empresa en un peque?o Xinjiang. Pero la desconfianza pasiva no aporta. Toda esa cara oscura de la digitalizaci¨®n ha crecido hasta ser una amenaza porque hay un enemigo mayor: la inhibici¨®n de la ciudadan¨ªa. Si queremos una digitalizaci¨®n basada en derechos y libertades, una digitalizaci¨®n que no solo aporte a nuestra competitividad, sino a nuestro bienestar y salud democr¨¢tica, necesitamos una ciudadan¨ªa consciente de sus derechos digitales y comprometida en su defensa. Cada uno tenemos tareas pendientes. Desde los padres, que tenemos que aprender a apoyar a nuestros hijos ante el acoso digital, hasta las pymes, que tienen que empezar a pensar en los efectos sociales de sus decisiones digitales. No todo es dram¨¢tico, pero todo es importante. Puede ilustrarlo el ejemplo de la carrera de la inteligencia artificial. Est¨¢ liderada a nivel mundial por EE UU y China, por lo que sus respectivos idiomas son utilizados de forma prioritaria para el entrenamiento de los algoritmos. Se estima que, por su parte, el espa?ol representa menos del 30% del mercado mundial de las tecnolog¨ªas de procesamiento de lenguaje natural.
Hoy puede sonar extra?o que dentro de 10 a?os vayamos a leer la prensa con ayuda de una IA. Pero lo haremos. La lectura de medios articula un mundo de estilos de vida y buena parte de las tendencias culturales. Est¨¢ comprobado el sesgo de las IA comerciales que est¨¢n dedicadas a esta tarea. Seg¨²n un estudio del Instituto Hermes, sistem¨¢ticamente priman la cobertura de medios angl¨®fonos sobre noticias espa?olas e iberoamericanas. Una an¨¦cdota. Hace unos d¨ªas, cuando preparaba un texto para explicar las consecuencias ante una audiencia angl¨®fona con ayuda de una IA de traducci¨®n, comenc¨¦: ¡°Si no compensamos este sesgo con un esfuerzo de inteligencia artificial en espa?ol, todos los pa¨ªses iberoamericanos perderemos una parte sustancial de¡¡±. Y la IA complet¨® por su cuenta: ¡°¡ las industrias culturales y de la informaci¨®n¡±.
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