¡®Los marxistas nos est¨¢n lavando el cerebro¡¯: la teor¨ªa de la conspiraci¨®n que cala en cierta derecha
La derecha extrema promueve la teor¨ªa de que grandes empresas, gobiernos y partidos de casi todas las tendencias se han rendido al marxismo cultural en su vertiente feminista, LGTBI o ecologista
Cuando en 2011 el terrorista de ultraderecha Anders Breivik asesin¨® a 77 personas, la mayor¨ªa j¨®venes del Partido Laborista Noruego, en la matanza de la isla noruega Utoya, justific¨® su acci¨®n como una lucha contra el ataque a Occidente por parte de musulmanes y marxistas. Su pensamiento (por llamarlo as¨ª) se adscrib¨ªa a la teor¨ªa del marxismo cultural, seg¨²n la cual en la destrucci¨®n del mundo libre colaboran el feminismo, el movimiento LGTBI, el ecologismo, el ate¨ªsmo, el multiculturalismo, etc¨¦tera, que han conseguido inocular el funesto virus de la ¡°correcci¨®n pol¨ªtica¡± que carcome la sociedad y nos lleva a un futuro totalitario. El marxismo sigue siendo fantasmal y sigue recorriendo el mundo, pero oculto en nuevas encarnaciones. Breivik dec¨ªa luchar contra ¨¦l.
El marxismo cultural es una teor¨ªa de la conspiraci¨®n, com¨²n en el ¨¢mbito de la extrema derecha y la derecha alternativa, que asegura que la izquierda, incapaz de triunfar en el terreno pol¨ªtico y econ¨®mico, ha echado el resto para triunfar en el terreno cultural (entendiendo aqu¨ª cultura en sentido amplio, no solo los productos culturales). Toda la sociedad estar¨ªa impregnada por las ideas progresistas, v¨ªctima de un masivo lavado de cerebro. ¡°No vamos a retroceder ante este lavado de cerebro marxista cultural y jud¨ªo con el que hemos sido adoctrinados para ser idiotas ¨²tiles a las finanzas internacionales, el capitalismo y la guerra (¡) simplemente queremos defender a los blancos de clase trabajadora, nuestros derechos y nuestra naci¨®n¡±, dijo el agitador de la alt-right estadounidense Mike Enoch en una manifestaci¨®n.
Como en todo relato de este tipo, existen diferentes variantes, pero esta puede ser una bastante descriptiva: todo empez¨® cuando, despu¨¦s de la Revoluci¨®n Rusa, el modelo sovi¨¦tico no consigui¨® exportarse a otros pa¨ªses. El fil¨®sofo Antonio Gramsci argument¨® que era necesario lograr la hegemon¨ªa cultural, es decir, dominar el panorama del pensamiento, el arte, la educaci¨®n, los medios de comunicaci¨®n, el sentido com¨²n, las creencias, la moral. Si Marx hab¨ªa establecido que lo importante era transformar la base econ¨®mica y que sobre ella reposaba la ¡°superestructura¡± donde se encontraban las facetas culturales de la sociedad, el te¨®rico italiano le daba la vuelta a la tortilla marxista. Esa tortilla inclu¨ªa ahora a la cultura como ingrediente, era otro campo de batalla, y no menos importante.
Siguieron esa estela los fil¨®sofos de la Escuela de Fr¨¢ncfort (Adorno, Horkheimer, Marcuse, sintetizadores de Freud y Marx) o los movimientos contraculturales y de Nueva Izquierda de los a?os sesenta. De aquellos barros estos lodos, dicen los convencidos, donde las minor¨ªas y las identidades conspiran contra el capitalismo, el cristianismo, la familia tradicional, el libre mercado, y logran acallar a la disidencia a trav¨¦s de la supuesta mordaza de la ¡°correcci¨®n pol¨ªtica¡±. Todo ello ser¨ªa una triunfante traducci¨®n de la tesis de Marx al campo de la cultura: las citadas minor¨ªas ser¨ªan el sustituto de la clase obrera como agentes de la revoluci¨®n, la colonizaci¨®n se dar¨ªa en buena parte a trav¨¦s de las universidades, infiltradas por estas ideas. Grandes empresas, gobiernos y partidos de casi toda tendencia habr¨ªan aceptado el marxismo cultural, en su vertiente ecologista, LGTBI o feminista.
¡°Esta teor¨ªa se enmarca en el rearme ideol¨®gico de la extrema derecha, que, desde finales de los noventa, antes en Estados Unidos y luego en Europa, decidi¨® apostarlo casi todo a las guerras culturales. En su absurda sencillez, las teor¨ªas de la conspiraci¨®n ofrecen una interpretaci¨®n del mundo donde todo parece encajar. Por esto tienen ¨¦xito¡±, dice el historiador italiano Steven Forti, autor de Extrema derecha 2.0 (Siglo XXI). Es una forma eficaz, una historia sugerente, para viralizar ciertas ideas de ultraderecha en contra de un enemigo fantasmag¨®rico y temible. Los dirigentes de Vox han aludido directamente a estas ideas. Por ejemplo, Santiago Abascal, l¨ªder del partido, ha se?alado en ocasiones ¡°la urgencia de frenar el marxismo cultural¡±. De manera similar, aunque no tan expl¨ªcita, se ha pronunciado la pol¨ªtica del PP Isabel D¨ªaz Ayuso, con su sonoro lema ¡°comunismo o libertad¡±, o el periodista Federico Jim¨¦nez Losantos, en cuyo libro La vuelta del comunismo (Espasa) advierte sobre esta amenaza y relaciona el feminismo asociado a la teor¨ªa queer con ese supuesto regreso del comunismo. Tienden a ver por doquier criptocomunistas dispuestos a destruir la libertad.
Tomar elementos reales para crear un relato alucinado es lo que hacen otras teor¨ªas como la del gran reemplazo
Hay quien ve trazas de l¨®gicas similares en corrientes anteriores. ¡°Como en el judeobolchevismo, el marxismo cultural homogeneiza vastos grupos de oscuros enemigos y les asigna un plan secreto para trastornar la sociedad¡±, escribe Samuel Moyn, historiador de la Universidad de Yale, en The New York Times. El miedo a los criptocomunistas de Hollywood, promovido por el senador Joseph McCarthy en los a?os cincuenta, y la subsiguiente caza de brujas, respond¨ªan a un patr¨®n similar.
En estos d¨ªas, y en ciertos sectores (muy notoriamente en las redes sociales), hasta el cambio clim¨¢tico se ve como un camelo para imponer una ¡°dictadura verde¡±. Por supuesto, el magnate favorito de los conspiranoicos, George Soros, suele estar en el ajo. ¡°Cuando Santiago Abascal habla de ¡®dictadura progre¡¯ o Donald Trump de ¡®dictadura de lo pol¨ªticamente correcto¡¯, hablan a grandes rasgos de lo mismo¡±, se?ala Forti. Curiosamente, entre la izquierda, m¨¢s que la sensaci¨®n de haber dominado el mundo de manera subrepticia predomina la contraria: la de una derrota constante y un futuro incierto, con un capitalismo m¨¢s fuerte y desregulado que nunca.
Mimbres de verdad
En realidad, hay parte de verdad en la teor¨ªa del marxismo cultural, por eso para muchos es cre¨ªble. Efectivamente, desde Gramsci y la Escuela de Fr¨¢ncfort, a trav¨¦s de la contracultura y la Nueva Izquierda, la izquierda ha tenido cada vez m¨¢s en cuenta las cuestiones culturales e identitarias. Sin embargo, ¡°se trata de una teor¨ªa de la conspiraci¨®n porque toma algunas tendencias de la realidad ¡ªel hecho de que la izquierda perdi¨® peso en la clase obrera que a su vez se fue transformando¡ª para armar un relato sobre una suerte de infiltraci¨®n orquestada en las instituciones. Es la idea de que hay una especie de ej¨¦rcito de topos socavando la cultura occidental¡±, dice el historiador argentino Pablo Stefanoni, autor de ?La rebeld¨ªa se volvi¨® de derechas? (Clave Intelectual/Siglo XXI). Como se?ala el experto, muchas de las din¨¢micas que se atribuyen al marxismo cultural (la desestructuraci¨®n de la familia, la p¨¦rdida de centralidad del hecho religioso, la mezcla de culturas, etc¨¦tera) son producto de las propias din¨¢micas del capitalismo posindustrial.
Tomar mimbres reales para crear un relato alucinado es algo que tambi¨¦n hacen otras teor¨ªas de conspiraci¨®n de la ultraderecha, como la del ¡°gran reemplazo¡±, promovida por el franc¨¦s Renaud Camus, que utiliza el reto migratorio para inventar un complot mundial de la ¡°¨¦lites globalistas¡±, que pretenden sustituir a la civilizaci¨®n occidental por la isl¨¢mica¡ en solo una generaci¨®n. En general, este tipo de pensamiento trata de atribuir oscuras intenciones a ciertas tendencias pol¨ªticas y sociales para as¨ª deslegitimarlas. Los cr¨ªticos del supuesto marxismo cultural tratan de revivir el fervor anticomunista de la Guerra Fr¨ªa, cuando el comunismo ya pr¨¢cticamente no existe. ¡°Es una especie de anticomunismo zombi para alimentar un sentimiento de amenaza existencial y amalgamar bajo la misma etiqueta demonizante propuestas ideol¨®gicas, evoluciones demogr¨¢ficas y culturales y procesos socioecon¨®micos que tienen fuentes distintas y heterog¨¦neas¡±, concluye Stefanoni.
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