C¨®mo imaginar el mundo para despu¨¦s del neoliberalismo
El socialismo no es la ¨²nica alternativa posible. Pensar en t¨¦rminos binarios no ayuda a pensar en escenarios realistas
En v¨ªsperas de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, el polit¨®logo Francis Fukuyama, un acad¨¦mico muy escuchado en la Casa Blanca, proclam¨® con entusiasmo que la historia hab¨ªa terminado. El capitalismo hab¨ªa vencido al socialismo sovi¨¦tico y estaba destinado a imponerse como ¨²nico sistema, de la mano de los valores democr¨¢ticos de la sociedad abierta. El trauma del 11 de septiembre de 2001 y la d¨¦cada sangrienta que sigui¨® no quebraron sustancialmente esta fe en el cumplimiento de un destino universal. A los occidentales, y especialmente a nuestros amigos norteamericanos, nos sigue gustando creer que es as¨ª: que la econom¨ªa china se parece cada vez m¨¢s a la nuestra, que el nacionalismo indio es una desviaci¨®n temporal de la norma, que Rusia se convertir¨¢ tarde o temprano en una econom¨ªa y una democracia liberales. Pero la realidad es otra, y esto estaba claro mucho antes de la guerra de Ucrania. No son s¨®lo las alianzas estrat¨¦gicas de la nueva geopol¨ªtica las que lo sugieren. Los intercambios tecnol¨®gicos, las redes de suministro energ¨¦tico, la direcci¨®n de los flujos comerciales: todo indica que avanzamos hacia una nueva divisi¨®n del mundo en bloques, que tienden a acentuar sus diferencias.
Dejando a un lado la cuesti¨®n de la relaci¨®n entre capitalismo y democracia, que sigue siendo controvertida, la pregunta que deber¨ªamos hacernos en esta ¨¦poca de crisis de la globalizaci¨®n liberal es qu¨¦ ha hecho prosperar al capitalismo durante los dos ¨²ltimos siglos, no s¨®lo manteni¨¦ndolo vivo, sino tambi¨¦n export¨¢ndolo al resto del mundo. ?Fue su superior eficiencia econ¨®mica, como afirman sus defensores? ?O fue m¨¢s bien su fuerza ideol¨®gica, como afirman algunos de sus cr¨ªticos?
Ninguna de estas explicaciones parece convincente. El capitalismo es, ante todo, un sistema social. Tiene sus ra¨ªces en la combinaci¨®n de individualismo y desigualdad estructural que ha caracterizado a las sociedades occidentales desde la Edad Moderna. Se reprodujo a partir de esas condiciones preexistentes y se extendi¨® a Asia, ?frica y Am¨¦rica Latina en una fase hist¨®rica precisa ¡ªla era de la industria y del imperio¡ª caracterizada por la hegemon¨ªa de las potencias atl¨¢nticas.
Para comprender el capitalismo, se piense como se piense, hay que partir necesariamente de Karl Marx, su m¨¢s profundo conocedor. Marx tuvo dos m¨¦ritos fundamentales. El primero fue darse cuenta de que no se trata de un sistema natural, sino de una construcci¨®n hist¨®rica. ¡°El capital¡±, escribi¨®, ¡°no es una cosa, sino una relaci¨®n social entre personas mediada por cosas¡±. Esta frase, un tanto herm¨¦tica, no significa m¨¢s que el capitalismo, aunque fundado en la apropiaci¨®n de bienes materiales, es esencialmente un conjunto de relaciones de poder, que cambian con el tiempo. La segunda intuici¨®n fruct¨ªfera de Marx es que el capitalismo es inestable porque es un sistema orientado al beneficio y no a la satisfacci¨®n de las necesidades. Un ejemplo concreto, y todav¨ªa de dram¨¢tica actualidad, de la brecha entre la l¨®gica del beneficio y las necesidades es la lacra del desempleo. ?Qu¨¦ es el desempleo sino un despilfarro sin sentido no s¨®lo de fuerza de trabajo y educaci¨®n, sino de proyectos de vida y aspiraciones humanas? Sin embargo, el pensador alem¨¢n se precipit¨® un poco al predecir el fin de la era del capital, subestimando en primer lugar la capacidad de la sociedad para activar mecanismos compensatorios como la intervenci¨®n p¨²blica en la econom¨ªa. Adem¨¢s, con cierto optimismo, asumi¨® que la explotaci¨®n y el conflicto de clases se resolver¨ªan autom¨¢ticamente con la superaci¨®n del capitalismo.
Para ser justos, Marx no fue el ¨²nico profeta que pec¨® de impaciencia. Hacia 1930, el economista brit¨¢nico John Maynard Keynes se declaraba convencido de que dentro de 100 a?os nos liberar¨ªamos de la tiran¨ªa del dinero y nos dedicar¨ªamos por fin a la buena vida. Libres de preocupaciones materiales, tendr¨ªamos mucho tiempo libre para nutrirnos de conocimiento y belleza. Keynes era un liberal de izquierdas. Pero incluso pensadores situados muy a su derecha estaban dispuestos a jurar que el capitalismo estaba produciendo sus propios sepultureros. Tambi¨¦n en el periodo de entreguerras, Joseph Schumpeter, campe¨®n de la econom¨ªa de mercado, desde su c¨¢tedra de Harvard se?alaba con el dedo el poder subversivo de los intelectuales, par¨¢sitos de la sociedad en su opini¨®n envidiosos del ¨¦xito de los emprendedores, los verdaderos productores de riqueza.
?Y qu¨¦ decir de Friedrich Hayek, el padre del neoliberalismo? Estaba dispuesto a jurar que pronto cualquier diferencia entre sistemas econ¨®micos se perder¨ªa en un magma indistinto: capitalismo y socialismo iban a converger bajo el paraguas de una planificaci¨®n econ¨®mica totalitaria. Sin embargo, se olvid¨® de reflexionar sobre la responsabilidad que el capitalismo hab¨ªa tenido en causar la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresi¨®n, sin las cuales el fruto envenenado del fascismo habr¨ªa sido sin duda mucho menos apetecible.
Si se tiene en cuenta el da?o que produce cuando se deja sin regular, dif¨ªcilmente se puede argumentar que el capitalismo es un sistema eficiente. Pero tambi¨¦n es cierto que no es sencillo deshacerse de ¨¦l, al menos en esta parte del mundo, e incluso cuando eso ocurra, el socialismo no ser¨ªa la ¨²nica alternativa posible, ni quiz¨¢ la m¨¢s probable. Pensar en t¨¦rminos binarios, en definitiva, no ayuda a imaginar escenarios realistas.
Ahora bien, quienes se preocupan por la justicia social deber¨ªan considerar que el propio capitalismo no es un monolito, sino que ha existido en diferentes formas, algunas compatibles con una socialdemocracia radical. Un mundo multipolar ofrecer¨ªa mayor libertad para experimentar con nuevas soluciones. Me gusta pensar que ser¨¢ el sur el protagonista de la nueva etapa; por ejemplo, Am¨¦rica Latina, donde podr¨ªan crearse las condiciones para abandonar definitivamente el modelo neoliberal y emprender el camino del desarrollo autodeterminado y participativo. Pero tambi¨¦n Europa har¨ªa bien en despertar del sue?o de Fukuyama si no quiere llegar tarde a su cita con la historia.
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