Para conocer el bien, o el mal, primero hay que verlo
La experiencia nos demuestra que la compasi¨®n es con mucha frecuencia el motor del cambio social, escribe Julian Baggini en un libro en el que se pregunta qu¨¦ podemos aprender de los evangelios m¨¢s all¨¢ de la religi¨®n
El fil¨®sofo moral de Cambridge de principios del siglo XX G. E. Moore arg¨¹¨ªa que el ¡°bien¡± es real, pero no puede definirse en t¨¦rminos de ninguna otra cosa. Decir, como hacen algunos utilitaristas, que lo bueno es simplemente aquello que aumenta la felicidad es err¨®neo, porque ¡°bueno¡± y ¡°feliz¡± no significan lo mismo. Si la felicidad es o no buena siempre es una cuesti¨®n abierta. ?Es buena, por ejemplo, la felicidad de un s¨¢dico? El ¡°bien¡± es real pero indefinible, y no es una de las muchas cosas que encontramos en la naturaleza. Verlo es la ¨²nica forma de saber lo que es. De un modo similar, la gente puede poner ejemplos de cosas amarillas y se?alarlas, pero la amarillez es algo que tenemos que ver por nosotros mismos y no puede definirse en t¨¦rminos de ninguna otra cosa. En el fondo, lo bueno se conoce mediante una especie de intuici¨®n.
El fil¨®sofo ilustrado escoc¨¦s David Hume adopt¨® una concepci¨®n m¨¢s pr¨¢ctica y realista. Pensaba que lo bueno pod¨ªa definirse en t¨¦rminos naturalistas. Calificamos de buena cualquier cosa que sea ¡°¨²til para la sociedad, o ¨²til o agradable para la propia persona¡±. Nuestra motivaci¨®n para hacer el bien no dimana de la raz¨®n, sino de la estima que ¡°el sentimiento natural de benevolencia nos impulsa a prestar a los intereses de la humanidad y la sociedad¡±.
En muchos sentidos, Moore y Hume discrepaban profundamente. Moore pensaba que el bien era una parte indefinible de una realidad no natural, y Hume, que era una parte definible del mundo natural. Sin embargo, en otro aspecto vital, estaban de acuerdo: la base ¨²ltima de toda identificaci¨®n de algo como bueno o malo, correcto o incorrecto, no es un argumento, sino una observaci¨®n que requiere una capacidad no racional, ya se trate de una intuici¨®n (Moore), ya de un sentimiento moral (Hume).
Este retrato de la moralidad nos ayuda a explicar c¨®mo vemos el cambio moral que se est¨¢ produciendo habitualmente. Por ejemplo, en cierta ocasi¨®n entrevist¨¦ a una madre soltera lesbiana y atea llamada Renee, en una peque?a localidad de Texas. De todas sus identidades marginales, su condici¨®n de atea era con creces la m¨¢s problem¨¢tica. Pensaba que la explicaci¨®n era simplemente una cuesti¨®n de familiaridad: ¡°Si alguien se entera de que soy lesbiana, dir¨¢ que tiene una t¨ªa o una hermana lesbiana, pero si alguien descubre que soy atea, no sabr¨¢ c¨®mo afrontarlo. Ni siquiera saben lo que es un ateo. Llevo 10 a?os aqu¨ª y no conozco a nadie en todo el condado que sea ateo¡±. Creo que Renee est¨¢ en lo cierto y que la raz¨®n por la que los derechos del colectivo LGTBI han avanzado tanto en Estados Unidos no es porque los activistas ganaran un debate moral, sino porque a medida que la gente iba conociendo a m¨¢s personas homosexuales, su experiencia les ense?aba que no hab¨ªa nada malo en ellas.
Hay muchas filosof¨ªas morales en las que no se ofrece ning¨²n argumento para justificar la noci¨®n del bien que se est¨¢ manejando. La ¨¦tica confuciana, por ejemplo, solo se preocupa de lo que se requiere para crear una buena sociedad y carece de inter¨¦s en las concepciones metaf¨ªsicas de la bondad. Cuando se trata de determinar lo que es una buena sociedad, se asume que reconocemos que la armon¨ªa es preferible a la disarmon¨ªa, la prosperidad es preferible a la pobreza y la paz es preferible a la guerra.
La ausencia de argumentos de Jes¨²s en favor de lo que hace fundamentalmente correctas o incorrectas las acciones no es, por tanto, una buena raz¨®n para desestimar sus doctrinas morales como una mera serie de instrucciones dictadas por decreto. Para tom¨¢rnoslo en serio como un maestro de moral solo necesitamos convencernos de que es un experto en hacernos prestar mucha atenci¨®n a lo que es la bondad. Ciertamente es evidente que ¨¦l mismo cre¨ªa en la necesidad de esa buena ¡°visi¨®n moral¡±: ¡°La l¨¢mpara de tu cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo est¨¢ sano ve con claridad, tambi¨¦n todo tu cuerpo est¨¢ luminoso; pero cuando est¨¢ malo, tambi¨¦n tu cuerpo est¨¢ a oscuras¡± (Sin Dios 2, 17).
La filosof¨ªa occidental moderna ha llegado a pensar que ¡°ver con claridad¡± consiste b¨¢sicamente en determinar los hechos y razonar l¨®gicamente a partir de ellos. Esto tiene poco o nada que ver con la ¨¦tica. Sin embargo, no son pocos los fil¨®sofos que han establecido una conexi¨®n entre comprender con agudeza y ser bueno. En la filosof¨ªa india, las escuelas ortodoxas se conocen como dar?anas, cuya ra¨ªz significa literalmente ver. Otro t¨¦rmino s¨¢nscrito, que significa ¡°la ciencia de la investigaci¨®n¡± ¡ªlo que en t¨¦rminos generales denominar¨ªamos filosof¨ªa¡ª, es anv¨©ks¨©k¨©, que originalmente significaba algo as¨ª como mirar.
Incluso en la filosof¨ªa occidental ha persistido una corriente de pensamiento que atribuye una dimensi¨®n ¨¦tica a la visi¨®n certera. Arist¨®teles escribi¨®: ¡°Uno debe hacer caso de las aseveraciones y opiniones de los experimentados, ancianos y prudentes no menos que de las demostraciones, pues ellos ven rectamente porque poseen la visi¨®n de la experiencia¡±. M¨¢s idiosincr¨¢sico es un interesante comentario de Wittgenstein que sugiere que la l¨®gica y la ¨¦tica son inseparables: ¡°?C¨®mo puedo ser un l¨®gico sin antes ser un humano decente?¡±, preguntaba en una carta a Bertrand Russell. Ray Monk, bi¨®grafo de Wittgenstein, explica que la conexi¨®n se basa en el hecho de que ¡°para pensar con claridad en la l¨®gica, tiene que eliminar aquellas cosas que se interponen en el camino del pensamiento claro¡±. Esa claridad de pensamiento requiere honestidad con uno mismo. Por ello, ¡°Wittgenstein dec¨ªa asimismo que lo que se necesita en filosof¨ªa no es inteligencia, sino voluntad¡±.
Ahora bien, ?qu¨¦ es lo que vemos con claridad cuando prestamos atenci¨®n al mundo de la manera ¨¦ticamente apropiada? En el Evangelio, Jes¨²s no cesa de pedirnos que tengamos en cuenta dos cosas. La primera es nuestro propio desarrollo moral, algo en lo que hemos visto que Jes¨²s se centra repetidamente. La segunda son las necesidades y los sufrimientos de los dem¨¢s. Jes¨²s no es un te¨®rico moral abstracto que dispense fr¨ªamente ¨®rdenes. En varias de sus par¨¢bolas, presenta a personas motivadas a hacer lo correcto no por principio, sino por una respuesta emp¨¢tica poderosamente emocional a la necesidad y al sufrimiento. En la par¨¢bola del siervo despiadado: ¡°Movido a compasi¨®n el se?or de aquel siervo, le dej¨® en libertad y le perdon¨® la deuda¡± (Sin Dios 8, 38). Cuando el padre del hijo pr¨®digo vio que este hab¨ªa regresado, ¡°conmovido, corri¨®, se ech¨® a su cuello y le bes¨® efusivamente¡± (Sin Dios 8, 49). Cuando el buen samaritano vio al hombre dado por muerto por los ladrones, ¡°tuvo compasi¨®n¡± de ¨¦l (Sin Dios 9, 21). El propio Jes¨²s aparece respondiendo emocionalmente a las dificultades ajenas, como cuando vio a una multitud de sus seguidores y ¡°sinti¨® compasi¨®n de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor¡± (Sin Dios 8, 14).
La experiencia nos demuestra que la compasi¨®n es con mucha frecuencia el motor del cambio social. Consideremos, por ejemplo, la publicaci¨®n en 1972 de la famosa fotograf¨ªa de Nick Ut de una ni?a horriblemente quemada, Kim Phuc, que hu¨ªa de un ataque con napalm en Vietnam del Sur. Esa imagen contribuy¨® a transformar la opini¨®n p¨²blica sobre la injusticia de la guerra m¨¢s que cualquier cantidad de an¨¢lisis desapasionados. An¨¢logamente, nada contrarrest¨® la hostilidad hacia los refugiados en Europa tanto como la foto del ni?o sirio kurdo de tres a?os Alan Kurdi ahogado en 2015.
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