Volver al campo para repensar la ciudad (y salvar el planeta)
La inercia del mundo es irremisiblemente urbana, pero las visiones de los que vuelven a entornos rurales plantean v¨ªas de soluci¨®n al colapso de la Tierra
Hay un campo desierto y mecanizado y ciudades llenas de descontentos. Habitamos un planeta urbano, donde m¨¢s de la mitad de sus 8.000 millones de personas viven en ciudades. El campo, o lo que queda del campo, es esa cosa extra?a e idealizada que aparece en el fondo de escritorio de las pantallas o donde los humanos acuden vestidos de ropa t¨¦cnica y cuentapasos. Quiz¨¢ tambi¨¦n ese lugar vac¨ªo al que regresar buscando un no s¨¦ qu¨¦ que se echa en falta. As¨ª lo siente nuestra especie, aquejada de una falta de clorofila que va m¨¢s all¨¢ de la nostalgia. Sin olvidar el susto reciente de la covid, que oblig¨® a esta sociedad a permanecer en sus casas tan so?adas y tan hipotecadas. Todo es naturaleza, dice Gary Snyder, el poeta beat, porque la naturaleza ¡°no es un sitio que se visita¡±. La naturaleza es ¡°nuestro hogar¡±.
En los ¨²ltimos a?os, ha habido alg¨²n destello de migraci¨®n hacia ¨¢reas rurales. En Espa?a, entre 2018 y 2021, m¨¢s de 200.000 personas se registraron como residentes en peque?os municipios. De los m¨¢s de 57.000 que lo hicieron en 2021, el 46% ten¨ªa menos de 35 a?os. En un art¨ªculo en Rural Sociology, el dem¨®grafo de la Universidad de Nuevo Hampshire Ken Johnson observa que entre abril de 2020 y julio de 2021 la poblaci¨®n rural de Estados Unidos creci¨® un 0,13%. Pero estos datos no son la esperanza del regreso a una Arcadia rural, m¨¢s bien reflejan el goteo de nuevos pobladores con otra idea de naturaleza que sus ancestros. La inercia del mundo es irreversiblemente hacia una cultura urbana. Como indica el Banco Mundial, el 56% de la poblaci¨®n mundial ¡ª4.400 millones de habitantes¡ª que vive en ciudades aumentar¨¢ a m¨¢s del doble para 2050, cuando se estima que siete de cada diez personas sean habitantes urbanos. Los que vuelven al campo lo hacen, quiz¨¢, por lo mismo que cantaba Battiato, porque ¡°se quiere otra vida¡± (y no bastan tranquilizantes ni terapia). La Organizaci¨®n Mundial de la Salud (OMS) ya ha declarado que el estr¨¦s es la epidemia del siglo XXI y cada vez m¨¢s cient¨ªficos aseguran que es el modo de vida de esta civilizaci¨®n lo que nos hace enfermar.
Ba?os de bosque
El doctor Qing Li, autor del exitoso El poder del bosque. Shinrin-Yoku (Roca Editorial), nos recuerda que los humanos tenemos una necesidad profunda de conectar con la naturaleza. Tenemos ¡°biofilia¡±, que significa ¡°amor por la vida y el mundo vivo¡±. Desde su despacho en la Universidad de Tokio, este experto contesta a nuestras preguntas subrayando las ideas fuerza que dan sentido a su obra y convencen al m¨¢s profano de la necesidad de visitar los ¨¢rboles. El doctor Li sostiene que formamos parte del mundo natural y que nuestros ritmos son los de la naturaleza. Algo que parte del mero color del bosque: ¡°El verde nos tranquiliza a un nivel muy primitivo¡±. Li ha calculado que la simple contemplaci¨®n de patrones fractales naturales reduce el estr¨¦s hasta en un 60%. ¡°Nos sentimos c¨®modos en la naturaleza porque es donde hemos vivido la mayor parte de nuestra vida en la Tierra. Estamos gen¨¦ticamente determinados a amar el mundo natural. Est¨¢ en nuestro ADN¡±. Para este inmun¨®logo, el mayor experto mundial en medicina forestal, podemos curarnos a trav¨¦s de la naturaleza: el efecto de los aceites esenciales de los ¨¢rboles, los fitoncidas, ¡°llega a ser m¨¢s efectivo que los antidepresivos para potenciar el buen humor y asegurar el bienestar emocional en pacientes con trastornos mentales¡±. Li nos recuerda que Buda encontr¨® la iluminaci¨®n bajo un ¨¢rbol y propone como terapia los ba?os de bosque, tan arraigados en la cultura japonesa.
Bombas de semillas
Hoy, el d¨¦ficit de naturaleza no es solo un asunto de estr¨¦s ni ecoansiedad. Tambi¨¦n de una nueva conciencia hacia toda la vida vegetal. Esta civilizaci¨®n urbana est¨¢ configurando un clima en el que no podr¨¢ seguir viviendo. Y muchos de los que vuelven al campo lo hacen desde la militancia naturalista. Para ellos, la vida en el campo es, m¨¢s que un regreso, un activismo. El escritor Gabi Mart¨ªnez, que ha vuelto a la estepa extreme?a, cuenta por mail que su llegada al campo lo puso frente a una soledad tan reconfortante que ¡°los d¨ªas volaban¡±, junto a ¡°personas que cuidan sus espacios con enorme cari?o mientras deben enfrentarse a una nueva especie de se?ores feudales. Esa nueva especie en la que caben desde los terratenientes y pol¨ªticos corruptos de toda la vida hasta empresarios y propietarios de medios de comunicaci¨®n¡±. Mart¨ªnez busc¨® en lo pr¨®ximo para aprender: ¡°Mis mejores maestros han sido los ganaderos, pastores, apicultores, agricultores, resineros¡¡±.
Y es que son muchas las escuelas de agricultura para el ne¨®fito que emprende el camino de regreso. El japon¨¦s Masanobu Fukuoka, padre de la agricultura del no hacer, mezclaba arcilla y abono para envolver semillas en bombas de tierra comprimida que lanzaba a los campos bald¨ªos. Fukuoka describi¨® en La revoluci¨®n de una brizna de paja (1978) su tratado ecum¨¦nico de la llamada agricultura natural. Esta se basa en dejar hacer a la naturaleza y romper con las reglas cl¨¢sicas que reg¨ªan la agricultura desde su invenci¨®n en el Neol¨ªtico hasta sus mejoras tecnol¨®gicas de la revoluci¨®n verde: no arar, no usar abonos ni fertilizantes, no eliminar malas hierbas, no usar pesticidas ni tampoco podar los ¨¢rboles. Sus ciclos de siembra de arroz, tr¨¦bol blanco y cereal de invierno demostraron en su granja de Shikoku rendimientos equiparables a los cultivos mecanizados. Sin labrar los suelos de sus campos en 25 a?os, Fukuoka cosechaba entre 4.900 y 5.800 kilos de arroz por hect¨¢rea. Esta producci¨®n era aproximadamente la misma que se obten¨ªa entonces con el m¨¦todo qu¨ªmico en su regi¨®n.
Tras ¨¦l, una legi¨®n de bot¨¢nicos, agricultores e ingenieros agroforestales como Robert Hart, Martin Crawford o la escritora y jardinera Pia Pera, autora de El huerto de una holgazana (Errata Naturae). Fukuoka cruz¨® caminos con la permacultura de Bill Mollison, el australiano que pas¨® de talar bosques a ¡°trabajar con la tierra y no contra ella¡±. El enfoque de la permacultura es hoy un mantra casi obligado para cualquier cultivador ecol¨®gico, desde los bancales elevados hasta el aprovechamiento de agua en todo su ciclo. Mollison desarroll¨® ¨ªntegro el dise?o de paisajes y sistemas agr¨ªco?las para promover la biodiversidad como respuesta al impacto destructivo de la agricultura tradicional. Una nueva ¨¦tica del campo que observa las interdependencias y regenera los ecosistemas degradados. Casi como una contestaci¨®n a la mecanizaci¨®n que llen¨® los campos de tractores y herbicidas, varias de estas escuelas agr¨ªcolas inspiran hoy a nuevos agricultores biol¨®gicos.
Y ahora, ?qu¨¦?
¡°Cuando dej¨¦ Madrid y me vine a Extremadura buscaba una vida fuera de los circuitos de mi propia civilizaci¨®n¡±, cuenta por tel¨¦fono Joaqu¨ªn Ara¨²jo, el naturalista espa?ol que lleva casi 50 a?os en la sierra de Las Villuercas. Este antiguo colaborador de F¨¦lix Rodr¨ªguez de la Fuente quer¨ªa vivir en la ¨²ltima naturaleza intocada. Ara¨²jo destaca la magn¨ªfica lecci¨®n de sencillez de la vida en el campo. Y lo explica en t¨¦rminos civilizatorios: ¡°Si esta crisis ecosocial y clim¨¢tica tiene alguna salida, es lo que t¨¦cnicos y economistas llaman decrecimiento y yo llamo austeridad¡±. La versi¨®n castiza de Thoreau se queja de un campo sin campesinos: ¡°Hace 80 a?os desapareci¨® la cultura agraria. Si fu¨¦ramos rigurosos no llamar¨ªamos agricultores al 90% de la gente que est¨¢ todav¨ªa en el campo¡±. Porque, mientras asistimos a nuestro propio colapso, emitido en streaming y bailado en TikTok, la naturaleza sigue us¨¢ndose en favor de la cultura urbana predominante. Las cumbres se rompen para parques e¨®licos, se parten bosques y se contaminan r¨ªos y acu¨ªferos para macrogranjas, minas o explotaciones intensivas.
Entre las principales voces regenerativas, la f¨ªsica y fil¨®sofa india Vandana Shiva responde por correo electr¨®nico reclamando un activismo global que reencuentre la ciudad con el campo. ¡°Es urgente fomentar un acuerdo entre la ciudad y el campo para superar la explotaci¨®n capitalista. Una alianza entre ciudadanos y agricultores implica la venta directa y la difusi¨®n de los conocimientos agr¨ªcolas por toda la ciudad¡±. Shiva propone una especie de ¡°educaci¨®n al suelo¡±, para derrotar la idea de que construir es un acto de civilizaci¨®n, ya que ¡°se trata de un acto de barbarie cuando se ejerce sobre tierras f¨¦rtiles¡±. Esta l¨ªder ecofeminista cree que los agricultores han mecanizado pr¨¢cticas que distan mucho de las de sus antepasados: ¡°Hay dos futuros distintos de la alimentaci¨®n y la agricultura: uno conduce a la regeneraci¨®n de nuestro planeta, nuestros suelos, nuestra biodiversidad, nuestra agua, nuestras econom¨ªas rurales y los medios de vida de los agricultores, nuestra salud, nuestra democracia. El segundo conduce al colapso de los ecosistemas y de los sistemas socioecon¨®micos que sustentan las comunidades rurales y la sociedad. Acelerar a¨²n m¨¢s por el camino sin salida conducir¨¢ a una mayor vulnerabilidad ecol¨®gica, social, econ¨®mica y pol¨ªtica y, finalmente, al colapso¡±.
Shiva es dr¨¢stica: ¡°Si seguimos por el camino industrial, el caos clim¨¢tico, la p¨¦rdida de biodiversidad, la sexta extinci¨®n masiva impulsada por venenos y monocultivos industriales acabar¨¢n con las condiciones para la vida humana. No habr¨¢ comida, ni gente, en un planeta muerto¡±. El retorno a un campo vivo estar¨¢ protagonizado por mujeres: ¡°Las mujeres sab¨ªan que el verdadero valor de los bosques no era la madera de un ¨¢rbol muerto, sino los manantiales y arroyos, el alimento para su ganado y el combustible para sus hogares. Las mujeres declararon que abrazar¨ªan a los ¨¢rboles y que los le?adores tendr¨ªan que matarlas antes que a los ¨¢rboles¡±. Y nos recuerda una canci¨®n popular de India que cantaban las mujeres: ¡°Estos hermosos robles y rododendros nos dan agua fresca. No cortes estos ¨¢rboles. Tenemos que mantenerlos vivos¡±.
Todo est¨¢ conectado
Esta nueva conciencia verde a la que se entregan personas an¨®nimas, cient¨ªficos y activistas se ramifica por el planeta en un nuevo despertar bajo la sombra del ecocidio clim¨¢tico. En Brasil, el suizo Ernst G?tsch ha creado la llamada agricultura sintr¨®pica, basada en la concepci¨®n de la Tierra como un organismo vivo capaz de restaurar suelos y generar bosques comestibles, siguiendo las tesis de Lynn Margulis y James Lovelock. En los ¨²ltimos 40 a?os ha transformado un enorme territorio yermo en un vergel sin m¨¢s tecnolog¨ªa que la escucha atenta del paisaje y una fe profunda en la autorregulaci¨®n de la naturaleza.
Son asuntos que etnobot¨¢nicos como Stefano Mancuso o el silvicultor alem¨¢n Peter Wohlleben (autor del superventas La vida secreta de los ¨¢rboles) parecen concordar, como si la ciencia fuese certificando la conexi¨®n inteligente de la naturaleza que antes anunciaron los druidas, antiguos sacerdotes depositarios de la sabidur¨ªa. ¡°Compr¨¦ un pedazo de tierra despreciada por la gente de la regi¨®n, que llamaban Terra Seca. Me dijeron que no val¨ªa nada¡±, cuenta G?tsch por videollamada desde su enorme huerto en la selva, llamado ahora Fazenda Olhos D¡¯?gua (Hacienda Ojos de Agua). G?tsch sostiene que cada ser vivo tiene su funci¨®n. Que no hay superioridad, sino ¡°una interdependencia total¡±. Pero que el ser humano se transform¨® en la especie dominante del planeta por casualidad: ¡°Nos perdimos en el camino hace unos 12.000 a?os, en la ¨²ltima ¨¦poca glaciar¡±.
Este agricultor y fil¨®sofo habla de amor y de cooperaci¨®n entre todos los seres vivos: ¡°Cuando comienzas a mirar las plantas de forma diferente, sin dividirlas en buenas y malas, sino por su funci¨®n dentro del conjunto, todo cambia. No hay plantas invasoras, solo el hombre, que es el verdadero invasor¡±. En sus tierras no abona, sino que hace lo posible para que las hierbas de las tierras pobres aparezcan para ser sustituidas por tr¨¦boles y restauren el suelo, donde plantan trigo y alfalfa. Sobre ellos surgen los ¨¢rboles y un paisaje verdecente. G?tsch no propone volver al campo, cree que esta civilizaci¨®n urbana tiene una esperanza: ¡°Pensemos en agricultura vertical y horizontal para que la gente produzca sus propios alimentos en las ciudades, que es la verdadera revoluci¨®n de la sensibilidad¡±.
Cuando el mundo cambia de dientes, resuenan las palabras de Chateaubriand: ¡°Los bosques preceden a las civilizaciones, los desiertos las siguen¡±. Una nueva generaci¨®n de activistas y amantes de la naturaleza reclaman la necesidad de una ¡°vuelta a casa¡±. Experiencias que no son nuevos libros de instrucciones civilizatorios, quiz¨¢ un cambio de mentalidad para una relaci¨®n menos extractiva de la tierra. Si el campo mecanizado es una factor¨ªa en plena naturaleza, un reencuentro menos dr¨¢stico con el planeta que nos alimenta parece la ¨²nica opci¨®n de supervivencia. Sin un planeta sano, el resto de los problemas humanos son insignificantes. As¨ª, la nueva sabidur¨ªa natural bebe de la ciencia, sin dejar de mirar a los saberes ind¨ªgenas y a la m¨ªstica. Cuando la ciencia no llega, debe hacerlo la poes¨ªa. De alg¨²n modo, comprender la complejidad interconectada del planeta y darle la vuelta a la deriva civilizadora parece estar sobre la mesa. Es decir, sobre la tierra.
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